Tiyo Satrio, nacido en Indonesia, a sus 11 años, asiste a la escuela y juega playstation. Imagen usada como ilustración. Fotografía tomada de la web https://tn.com.ar/ |
En
una de las oraciones que rezan los católicos romanos llaman a este mundo valle
de lágrimas, y creo que es la mejor definición que se puede hacer de esta
penitenciaria del Universo, porque en realidad, no hay un solo ser que pueda
vanagloriarse de decir: ¡soy feliz en toda la acepción de la palabra!
La mayoría de los potentados suelen
sufrir enfermedades incurables; hay millonarios en los Estados Unidos que sólo
pueden alimentarse con copas de leche en muy corta cantidad; otros no pueden
dormir porque se ahogan y tienen millones de renta que no les proporcionan el
menor goce, con lo que descienden hasta los más pobres; si algunos son fuertes
y robustos carecen de lo más indispensable para sostener sus fuerzas vitales,
viéndoselos decaer como lámpara que se apaga en el lleno de su juventud; por
consiguiente, la felicidad es una nube de humo que se deshace al menor soplo de
viento huracanado de la vida, como se deshace la niebla a los primeros rayos
del sol; mas en medio de tantos dolores, los hay de distintos grados: los hay
soportables y los hay irresistibles. Hablando hace pocos días con una amiga,
ésta me decía lo siguiente:
-Hace algún tiempo que fui a un depósito de aguas y allí
encontré una familia que nunca olvidaré. Era un matrimonio, los dos jóvenes,
amables y simpáticos, sus semblantes irradiaban alegría; los dos se amaban con
ese amor primero que se asemeja a un árbol florido que espera ser más tarde
hermosos racimo de sazonados frutos; se unieron por amor, únicamente por amor. Él
era un modestísimo empleado, ella una humilde costurera; se vieron y se amaron,
se amaron y se unieron, y al unirse, al recibir la bendición, él pensó en la
llegada de su primer hijo, y ella, contemplando a un niño Jesús, pidió a Dios
tener un hijo tan hermoso como aquella figura angelical. Un año después, la
enamorada pareja se sintió dominada por la más viva y amorosa ansiedad. A fuerza
de economías habían comprado todo lo necesario para vestir a un recién nacido:
camisitas de batista con preciosos encajes, vestiditos blancos con finos
bordados, gorritas lindísimas, todo lo más bello, todo lo más delicado les
parecía poco para el niño que debía de llegar pidiendo besos con sus sonrisas. Al
fin llegó el momento supremo. Áurea sintió los agudos dolores precursores del
laborioso alumbramiento y dio a luz un niño; quiso verlo inmediatamente y su
esposo y las personas que la rodeaban, mustios y callados, parecían que no la
comprendían; se miraban unos a otros y cuchicheaban, hasta que Áurea grito
alarmadísima:
-Pero qué, ¿no me oyen?, quiero abrazar a mi hijo… ¿está
muerto quizá?...
-No contestó el esposo, pero…
-¿Pero qué? ¿Qué sucede?
-¡Que el niño no tiene brazos… ni piernas!...
-Así estará más tiempo en mis brazos, -contestó Áurea,
abrazando a su hijo con delirante afán.
El niño era precioso, blanco como la
nieve, con ojos azules, cabello rubio muy abundante, sus grandes ojos tenían
una mirada muy expresiva; cuando yo conocí al niño tendría ocho a diez meses y
estaba hermosísimo; su madre estaba loca con él y su padre lo mismo; pero este
último, cuando su esposa no podía oírle, decía con profunda amargura: ¡tanto
como yo deseaba un hijo… y ha venido sin brazos ni piernas!...
-¡Qué injusto es Dios!... Si mi hijo
fuera rico, pero ¡si yo soy tan pobre!...
-Créeme Amalia, aquel niño vive en mi memoria,
¿qué habrá sido? ¿Qué papel habrá representado en la historia?
-Yo lo preguntaré, amiga mía, porque tu
relato me ha impresionado muchísimo y, efectivamente, de noche y de día pienso
en el niño que tanto deberá sufrir si llega a ser hombre, ¡no tener brazos ni
piernas!... ¡Qué horror! Y probablemente será un ser de gran inteligencia,
querrá volar con su pensamiento y no tiene más remedio que permanecer en la más
dolorosa inacción. ¡Dios mío! ..., no es vana curiosidad la que me guía, pero
deseo saber si es posible el porqué de tan terrible expiación.
* * *
“Por el fruto conoceréis el árbol, dijo
Jesús, por consiguiente, a todo ser que veáis cargado de cadenas desde el
momento de nacer, podéis deducir sin la menor duda, que todo lo que le falte hizo
mal uso en sus encarnaciones anteriores. ¿Qué no tiene piernas? Señal que
cuando las tuvo le sirvieron para hacer todo el daño que pudo; quizá fue un
espía que corrió afanoso detrás de algunos infelices para acusarles de crímenes
que no cometieron y con sus declaraciones hizo abortar trascendentales
conspiraciones, que al ser descubiertas antes de tiempo produjeron innumerables
víctimas. Tal vez corrió para precipitar en un abismo a seres indefensos que le
estorbaban para realizar sus inicuos planes; al que le faltan las piernas tiene
que haberlas empleado en atormentar a sus enemigos, tiene que haber sido el
azote de cuantos le han rodeado; carecer de miembros tan necesarios pone de
manifiesto una crueldad sin límites, un ensañamiento en hacer el mal imposible
de describir, unos instintos tan perversos que atestiguan el placer de hacer el
mal por el mal mismo. ¡Ay de aquél que nace sin piernas!...
“¿Qué no tiene brazos? Quizá sus
manos que tan útiles son a la especie humana, para hacer con ellas obra de titanes
y labores delicadísimas, las empleó para firmar sentencias de muerte que llevaron
al patíbulo innumerables víctimas, inocentes en su mayoría. Tal vez gozó apretando
los tornillos de horribles potros de tormento, arrancando confesiones de
infelices acusados, enloquecidos por el dolor; ¡quién sabe si escribió
calumnias horribles que destruyeron la tranquilidad y el cariño de familias
dichosas! ¡Se puede hacer tanto daño con las manos! ..., con ellas se acerca la
mecha a materias inflamables y se produce el devorador incendio; con ellas el
fuerte estrangula al débil, con ellas se abofetea y se convierte en fiera al
hombre más pacífico y más honrado, con ellas se destruye el trabajo de muchas
generaciones. Son los auxiliares del hombre, quien con sus manos produce
maravillas o aniquila cuanto existe. Cuando se viene a la Tierra sin manos,
¡cuánto daño se habrá hecho con ellas!
“No hay necesidad de
particularizar la historia de éste ni de aquél; todos los que ingresan a la
Tierra sin un cuerpo robusto y bien equilibrado, son penados condenados a
cadena perpetua que viene a cumplir su condena, porque no hay apelación ante la
sentencia que uno mismo firma en el transcurso de su vida. No hay jueces implacables
que nieguen el indulto a los arrepentidos criminales, no hay más juez que la
conciencia del hombre; podrá este embriagarse con fáciles triunfos de sus
delitos; podrá no tener oídos para escuchar las maldiciones de sus víctimas;
podrá cerrar los ojos para no ver los cuadros de desolación que él ha
producido; podrá estacionarse millones de siglos, pero llega un día que, a
pesar suyo, se despierta y entonces ve, oye, reconoce su pequeñez y él mismo se
llama a juicio y pronuncia sentencia, sentencia inapelable, sentencia que se
cumple hora por hora, día por día, sin que exima del tormento ni un segundo, porque
todo está sujeto a leyes fijas e inmutables.
“No lo dudéis; los
criminales de ayer son los tullidos de hoy, los ciegos, los mudos, los idiotas,
los que carecen de piernas, los que no tienen manos, los que padecen de hambre
y sed son perseguidos por la justicia.
“tenéis un refrán que
dice: «No te fíes del lisiado por la mano de Dios»; la idea está muy mal
expresada, pero en su fondo hay una gran verdad. Si bien se mira, veréis que la
mayoría de esos desgraciados revelan en su semblante la degradación de su
Espíritu; la diestra de Dios no ha impreso la ferocidad en su rostro; es el
cúmulo de sus delitos, son sus malos y perversos instintos los que han
endurecido las líneas de su faz, y para esos penados guardad toda vuestra
compasión, guiadle por el mejor camino, haced por ellos cuanto haríais por
vuestros hijos, porque son los más necesitados, los más afligidos, porque en
medio de la mayor abundancia no hay para ellos agua en la fuente, trigo en los
campos, frutos en los árboles, calor en el hogar de la familia; son los judíos errantes
de la leyenda, andan siempre sin encontrar una piedra donde sentarse. ¡Qué malo
es ser malo! Adiós”.
* * *
¡Qué
bien dice el Espíritu! ¡Si por el fruto se conoce al árbol, que malo es ser
malo!
Tomado del libro: "Hechos que prueban", de Amalia Domingo Soler.
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