martes, 26 de marzo de 2019

DESCRIPCIÓN DE ALLAN KARDEC SEGÚN MISS ANA BLACKWELL



Miss Ana Blackwell, traductora inglesa de las obras de Allan Kardec, le describe en los siguientes términos:

“Allan Kardec es de mediana estatura, robusto, de cabeza amplia, redonda, firme, con facciones muy marcadas y ojos grises claros; más que francés parece alemán. Es enérgico y tenaz, pero de temperamento tranquilo, precavido y realista hasta la frialdad, incrédulo por naturaleza y por educación, razonador lógico y preciso, y eminentemente práctico en ideas y acciones, estando igualmente distanciado del misticismo que del entusiasmo... Grave, remiso en el hablar, sin amaneramientos, pero con cierta tranquila dignidad resultado de la seriedad y de la independencia de criterio, que son los rasgos distintivos de su carácter; sin buscar ni evitar las discusiones, pero sin aceptar críticas sobre el asunto al cual ha consagrado toda su vida, recibe afablemente a los innumerables visitantes que acuden de todas las partes del mundo a hablar con él acerca de las ideas de las cuales es el exponente más autorizado, contestando a consultas y objeciones, resolviendo dificultades, y dando informes a todos los investigadores serios con quienes habla libre y animadamente, muestra en ocasiones un rostro radiante, placentero y genial, si bien a causa de la sobriedad natural en sus maneras, nunca se le vio reír. Entre los millares de personas que le visitan las hay de alto rango en el mundo social, literario, artístico y científico. El emperador Napoleón III, cuyo interés por los fenómenos espiritistas no es ningún misterio, le mandó llamar varias veces, sosteniendo con él largas conversaciones en las Tullerías acerca de las doctrinas que expuso en el “Libro de los Espíritus”.



Tomado del libro: "Historia del Espiritismo" de Arthur Conan Doyle.

lunes, 18 de marzo de 2019

EL COURRIER DE PARÍS PUBLICÓ UN ARTÍCULO SOBRE EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS

La Doctrina Espírita




El editor Dentu acaba de publicar un trabajo deberas notable; incluso diríamos que bastante curioso, pero hay cosas que rechazan cualquier calificación banal. El Libro de los Espíritus, del Sr. Allan Kardec, es una nueva página del gran libro del infinito, y estamos convencidos de que un rotulador marcará esta página. Sentiríamos mucho si creyeran que acabamos de hacer aquí un anuncio bibliográfico; si pudiéramos suponer que ha sido así, romperíamos nuestra pluma inmediatamente. No conocemos en absoluto al autor, pero confesamos abiertamente que nos alegraría conocerlo. Quien escribió la introducción que encabeza El Libro de los Espíritus debe tener el alma abierta a todos los nobles sentimientos.

Además, para que no se pueda sospechar de nuestra buena fe y acusarnos de tomar partido, diremos con toda sinceridad que jamás hemos hecho un estudio profundo de las cuestiones sobrenaturales. Sólo que, si los hechos que han ocurrido nos causaron admiración, al menos no nos han hecho encogernos de hombros. Somos un poco de esas personas que se llaman soñadores, porque no pensamos absolutamente como todo el mundo. A veinte leguas de París, por la noche bajo los grandes árboles, cuando no teníamos a nuestro alrededor más que unas cabañas diseminadas, pensábamos naturalmente en cualquier cosa, menos en la Bolsa, en el asfalto de los bulevares o en las carreras de caballo de Longchamp. Muy a menudo nos preguntamos, y esto mucho tiempo antes de haber oído hablar de médiums, lo que habría de pasar en lo que se convino en llamar el Más Allá. En el pasado llegamos incluso a esbozar una teoría sobre los mundos invisibles, guardándola cuidadosamente para nosotros, y nos sentimos muy felices de reencontrarla casi por entero en el libro del Sr. Allan Kardec.

A todos los desheredados de la Tierra, a todos los que caminan y caen, regando con sus lágrimas el polvo del camino, diremos: Leed El Libro de los Espíritus, eso os hará más fuertes. También a los felices, a los que por los caminos sólo encuentran los aplausos de la multitud o las sonrisas de la fortuna, diremos: Estudiadlo, él os hará mejores.

El cuerpo de la obra, dice el Sr. Allan Kardec, debe ser reivindicado enteramente a los Espíritus que lo dictaron. Está admirablemente clasificado por preguntas y respuestas. Algunas veces, estas últimas son sublimes, y esto no nos sorprende; pero, ¿no era necesario un gran mérito a quien supo obtenerlas?

Retamos a los más incrédulos a que se rían cuando lean este libro en silencio y en la soledad. Todos honrarán al hombre que ha escrito su prefacio.

La doctrina se resume en dos palabras: No hagas a los demás lo que no quisierais que os hagan. Lamentamos que el Sr. Allan Kardec no haya añadido: y hacer a los demás lo que quisierais que os hiciesen. El libro, por cierto, lo dice claramente y la doctrina, sin él, no estaría completa. No basta con no hacer el mal; también debemos hacer el bien. Si eres sólo un hombre de bondad, habrás cumplido sólo la mitad de tu deber. Eres un átomo imperceptible de esta gran máquina llamada el mundo, donde nada debe ser inútil. Sobre todo, no nos digas que podemos ser útiles sin hacer el bien; nos veríamos obligados a replicarte en un volumen.

Leyendo las admirables respuestas de los Espíritus en la obra del Sr. Kardec, nos dijimos que habría un hermoso libro para escribir. Pronto nos dimos cuenta de que habíamos cometido un error: el libro ya está escrito. Sólo lo estropearíamos si tratáramos de completarlo.

¿Sois hombre de estudio y poseéis la buena fe, que no pide sino ser instruido? Leed el Libro Primero sobre la Doctrina Espírita.

¿Estáis colocado en la clase de personas que sólo se ocupan consigo mismos y que, como se dice, hacen sus pequeños negocios muy tranquilamente, no viendo más allá de sus propios intereses? Leed las Leyes Morales.

¿La desgracia os persigue con furor, y la duda os envuelve, a veces, con su brazo helado? Estudia el Libro Tercero: Esperanzas y Consuelos.

Vosotros que abrigáis pensamientos nobles en el corazón y que creéis en el bien, leed el libro de principio a fin

Si alguien en él encontrase materia para la burla, lo lamentaríamos sinceramente.


G. du Chalard

Revista Espírita - enero de 1858


Traducción: Oscar Cervantes Velásquez
Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís
Santa Marta - Colombia

viernes, 15 de marzo de 2019

SAÚL Y EL ESPÍRITU DE SAMUEL


Imagen tomada de la Web www.mutualart.com/Artwork

La Biblia dice poco sobre el tema de los fantasmas. La actitud de los antiguos hebreos hacia los fantasmas parece haber sido más de sospecha que de escepticismo.

Cualquiera que tuviera tratos con fantasmas o espíritus estaba de alguna forma, realizando un acto antinatural o en contra de Dios, por el cual corría el riesgo de sufrir.

El más conocido "relato de fantasmas" en la Biblia relata sólo un caso como esos y revela mucha información sobre la actitud de los hebreos hacia los fantasmas y las personas que se comunicaban con ellos.

Enfrentándose a una crisis militar, el Rey Saúl pensaba que Dios lo había olvidado y le negaba el acceso a las profecías. "Y cuando Saúl preguntaba al Señor, el Señor no le contestaba, ni por medio de sueños ... ni por los profetas". Por eso Saúl decidió tratar de obtener sus profecías por otro medio, recurriendo a la necromancia, preguntando a los muertos sobre el futuro. Por tradición se suponía que los muertos podían prever los sucesos, pero para los hebreos la necromancia era una práctica maldita.

Sin embargo, parece que Saúl no tuvo problema para encontrar a alguien con habilidad en la práctica. Se trataba de una anciana de Endor, con frecuencia mencionada como la Bruja de Endor. El rey deseaba que la anciana invocara al espíritu del profeta Samuel. La mujer estaba muy preocupada porque el Rey Saúl con anterioridad había prohibido todos los intentos de comunicación con los muertos y otros actos de necromancia, castigándolos con la pena de muerte; pero los tiempos habían cambiado y Saúl estaba desesperado. Le aseguró a la mujer que no sería castigada. Entonces ella invocó al espíritu de Samuel, "un anciano ... cubierto con un manto".

Al piadoso profeta no le agradó ser llamado de forma tan poco respetuosa. “¿Por qué me han molestado para hacerme venir?" demandó. El Rey Saúl le explicó que el Señor ya no contestaba sus preguntas, pero pensaba que Samuel sí lo haría. Eso molestó aún más a Samuel. "¿Entonces por qué me preguntas a mí, viendo que el Señor se ha apartado de ti, y se ha convertido en vuestro enemigo?"
Samuel sí hizo una profecía, pero era inexorable y terrible. Los israelitas no sólo perderían la guerra contra los palestinos, sino que Saúl y sus hijos morirían como resultado de la batalla. Al día siguiente el Rey Saúl, por completo desmoralizado, conducía a su ejército a la derrota. Sus hijos murieron en la batalla y, al día siguiente, en su desesperación, Saúl se mató con su propia espada.

Tomado de "La Enciclopedia de los Fantasmas" - Edivisión


Estudio del Espiritismo: Más allá de lo obvio. Las cinco obras básicas, obras complementarias y la Revista Espírita

  Allan Kardec (1804 - 1869) Ubaldo Rodríguez de Ávila Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís Santa Marta, Colombia Abril de 2024  ...