Sí, treinta y
tres años después, ofrezco un tributo de gratitud a la gloriosa Doctrina
Espírita que, despertando conciencias y santificando almas, ha hecho de este
pensador de ilusiones y rebelde sin causa un hombre mejor; aunque aún no del
todo desarraigado de un pasado lleno de aciertos… y de muchos errores.
Cuántas ideas
preconcebidas, sostenidas y alentadas por doctrinas erróneas en lo político y
lo social, fueron el caldo de cultivo de una juventud en rebeldía. Rebeldía
que, poco a poco, se fue diluyendo ante el ideal consolador que el Espiritismo
proyecta sobre las conciencias sedientas de “verdades eternas”, aquellas que
nunca lograron llenar los vacíos ideológicos a los que aspiraba.
Así, los
nuevos paradigmas que el Espiritismo propuso a nuestra conciencia no solo
disiparon la queja sistemática, sino que abrieron un espacio inmenso para
colmarse con el sinfín de verdades reveladas a lo largo del tiempo.
Hoy, tras años
de estudio e investigación, en el silencio de quien a veces se siente
incomprendido por aquellos que —olvidando la universalidad de las enseñanzas de
los Espíritus— se ilusionan con “falsas interpretaciones”, sostengo que solo
las obras espíritas fundamentadas en las respuestas del Espíritu de Verdad
constituyen el verdadero sustento doctrinario.
Es cierto que
los Espíritus Superiores aseguraron a Kardec que no todo estaba revelado; sin
embargo, no por ello podemos desconocer el inmenso poder de las obras de la
Codificación y el esclarecimiento y consuelo que brindan a quienes aún
peregrinamos por la Tierra. Muchas verdades aguardan ser develadas, y me atrevo
a afirmar que buena parte de ellas se hallan consignadas en las obras emanadas
de la mediúmnidad santificada —esa misión redentora del Espíritu inmortal
encarnado— que nos hace llegar mensajes de profundo significado, preparando el
camino liberador que habrá de abrirse cuando la Tierra alcance, en su proceso
evolutivo, la condición de mundo regenerado, dejando atrás la desolación
y el sufrimiento que aún nos mantienen apostados en el planeta azul, en nuestra
lucha inmarcesible hacia el despertar del Espíritu.
Bien lo
asegura Manoel Philomeno de Miranda en la introducción de la obra Amanecer
de una Nueva Era:
“Las
revelaciones del mundo espiritual han sido incesantes, y nunca han dejado a la
conciencia humana sin el conocimiento de su perennidad. Aunque en el pasado
estaban envueltas en misterio debido a la etapa evolutiva del hombre, hoy, en
estos días gloriosos de intercambio lúcido y fraternal con los espíritus
nobles, descubrimos los más valiosos comportamientos que propician la conquista
interior del Reino de los Cielos.
Nunca han
faltado las directrices armonizadoras para el ser humano que, sumergido en la
vestimenta celular, fácilmente se equivoca o teme, se desanima y huye del
deber. Tales directrices buscan ofrecerle la indispensable condición que otorga
la libertad real, estimulándolo a volar hacia la inmortalidad triunfante”.
“Para
verdades, el tiempo”, decían los mayores, en esa sabiduría serena de quien ha
vivido mucho. El tiempo, en efecto, es el mejor testigo de la evolución de las
ideas, tanto en el inconsciente colectivo —como bien señaló Jung—, como en el
inconsciente individual, para gloria de quienes observan con ilusión y
esperanza la transformación planetaria a la que estamos llamados por Ley de
Evolución.
Sí, treinta y
tres años después, reconozco el valor de aquellos que nos precedieron y que,
como colonos del alma, desbravaron conciencias adormecidas, asentando la
propuesta liberadora del Espiritismo, esa llave luminosa que abre las puertas
de la ignorancia y facilita el conocimiento de la Verdad.
Oscar Cervantes Velásquez
Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís
Octubre 26 de 2025
Santa Marta - Colombia
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