Corría
el año de 1992 cuando, por primera vez, supe de la existencia de la Doctrina
Espírita. Dos motivos me impulsaban a buscar a Dios desde una perspectiva
distinta. El primero, una enfermedad que ha caminado a mi lado durante más de
treinta y cinco años: la psoriasis. El segundo, más profundo aún, tenía que ver
con la forma en que estaba enfrentando mi vida personal, la cual amenazaba con
resquebrajar el mayor tesoro que Dios me ha concedido: la familia.
Así, en medio de esa búsqueda espiritual, comencé leyendo cuanto libro cayera en mis manos. Recuerdo que el primero que compré llevaba por título “Manos que Curan”[1]. Me pareció fascinante la forma en que la autora vinculaba las curaciones “milagrosas” de Jesús con su propuesta de sanación.
En
ese tiempo, también visité la librería de la Curia, justo frente a la Catedral
de Santa Marta. Allí adquirí, entre otros textos, “Mi Catecismo”, una
obra del autor Santos Lorenzana, editada por Ediciones Paulinas. Era un libro
de oraciones que de niño conocía a la perfección, aunque para vergüenza mía, ya
no recordaba casi ninguna. Sin embargo, esas oraciones no saciaban lo que mi
alma estaba buscando.
Una
tarde, caminando por el Centro Histórico de la ciudad, vi en un poste de
energía un aviso que invitaba al “Conocimiento de Sí Mismo”. Copié la dirección
y esa misma noche asistí a la conferencia. Al final, mis pensamientos hervían
de inquietudes, así que me acerqué para plantear algunas preguntas. Para mi
sorpresa, la respuesta fue tajante: “Aquí no se responden preguntas”. Aquello
me desilusionó profundamente y decidí no volver.
Fue
entonces cuando un pariente me habló de unas reuniones que se realizaban en el
centro de la ciudad, dirigidas por alguien que también tenía conocimientos en
medicina natural. Esa fue la excusa perfecta para presentarme, compartirle mi
situación dermatológica y preguntar si podía participar en las reuniones
espíritas[2].
Dicho y hecho: el 5 de diciembre de 1992 asistí por primera vez, y desde ese
momento supe, con una certeza que brota del alma, que eso era lo que estaba
buscando.
Las
reuniones eran conducidas por un oficial retirado de la Policía Nacional. Más
adelante, el grupo se trasladó al norte de la ciudad, a la calle 8 con carrera
4ª, donde nació el “Centro Espírita André Luiz”, CEAL. Como anécdota curiosa,
allí me encontré con una prima hermana, Y. V. D., quien tuvo la gentileza de
prestarme los primeros libros espíritas. En ellos hallé la orientación
necesaria para asumir un compromiso que, hasta hoy, sigo honrando: ser un
espírita practicante.
Recuerdo
con especial emoción el 13 de enero de 1993. Ese día, Santa Marta recibió la
visita del orador espírita Divaldo Pereira Franco, quien ofreció una
conferencia en el Club de Leones. Era mi primer contacto con una figura de tal
magnitud. En mi espíritu —ávido de llenar los vacíos existenciales propios de
quien se inicia en el camino de la plenitud espiritual—, quedaron sembradas
grandes enseñanzas y la certeza de que ese era el camino correcto.
En
esa época, vivíamos en la Urbanización El Parque, una de las tantas urbanizaciones
construidas durante el gobierno conservador de Belisario Betancur, bajo el
programa de “Casas sin cuota inicial”. El vecindario no era el mejor, y algunos
conflictos con una querida vecina me llevaron a vivir una experiencia que marcó
profundamente mis primeros pasos en la Doctrina Espírita.
A comienzos de 1993, con solo unos meses de asistencia al centro, me encontraba
una tarde sentado en la puerta de la casa junto a mi esposa. Desde la tienda de la
esquina vimos aproximarse a la vecina en cuestión, quien, en evidente gesto de
provocación, arrojó a nuestros pies parte de la envoltura de algo que acababa
de comprar. Contuve a mi esposa, pidiéndole calma, sabiendo que un enfrentamiento
solo nos alejaría del propósito espiritual que comenzábamos a construir.
Fue
entonces cuando, frente a la casa de aquella vecina, se formó un pequeño
torbellino[3].
Recogió una gran cantidad de basura que yacía en una zona verde cercana y, en
un movimiento lento pero decidido, cruzó unos veinte metros y se coló por
completo en la sala de su casa. El resultado fue evidente: su sala quedó
cubierta de suciedad.
¿Ley de causa y efecto? ¿Un mensaje espiritual? ¿Una enseñanza? No lo sé con certeza, pero lo que sí tengo claro es que en ese momento comprendí que había una lección por aprender. Una señal que me animaba a entender los fenómenos espirituales desde la óptica sabia y amorosa de la Doctrina Espírita.
Continuará...
[1] Bárbara
Ann Brenan, Manos que Curan.
[2]
Las reuniones se realizaban en una oficina de los oficiales en retiro de la
Policía Nacional, la cual estaba ubicada en la Calle Real o Calle Grande, hoy
Calle 17.
[3]
Los torbellinos se forman cuando en una masa de aire en movimiento surge una
diferencia de velocidad entre dos regiones generando turbulencias. Este
fenó-meno ocurre en todas partes del planeta y en cualquier estación del año.
Incluso, se sabe de torbellinos en otros planetas. (Tomado de Wikipedia, hoy 15
de mayo de 2016, a las 2:25 p.m.).
No hay comentarios:
Publicar un comentario