martes, 18 de julio de 2023

VIOLENCIA EN LAS CIUDADES

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Oscar Cervantes Velásquez
Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís
Santa Marta - Colombia
JUlio 18 de 2023

Capítulo especial merece la violencia que se vive en las ciudades, donde los asaltos y asesinatos son pan de cada día. Asistimos, impávidos, a una serie de muertes que se podrían evitar con un poco de educación en el hogar, donde el amor fuera prenda de garantía para que los hijos asumieran la responsabilidad del reto adquirido al regresar a una nueva experiencia en la carne, donde las pasiones groseras, como herencia de su primitivismo ancestral, serían diluidas con el cultivo de los valores morales esenciales para la sublimación de su Espíritu.

Muchos de estos Espíritus que renacen en la Tierra bajo condiciones sociales adversas, lo hacen precisamente para enfrentarse a situaciones desfavorables, reiniciando muchas veces labores interrumpidas, las cuales vienen recargadas de aflicciones y tormentos, pero cuya finalidad es la reeducación espiritual necesaria para no adquirir mayores compromisos cármicos. Solo bajo el prisma de la educación, que genere hábitos, tal como lo enseña Allan Kardec, el ser será sometido a nuevos paradigmas morales que lo conducirán con acierto, por los caminos de la evolución superior.

En Colombia, según cifras de Medicina Legal, entre enero y marzo de 2023, en el país se han registrado 4.067 muertes violentas, de las cuales 2.231 corresponden a homicidios. Además, un dato que nos parece interesante es que la mayoría de los occisos son jóvenes entre los 18 a 28 años, lo que nos permite deducir, que muchos de estos Espíritus víctimas de la violencia a causa de los caminos equivocados que prefirieron elegir, están perdiendo una bonita oportunidad de redimir sus equivocaciones pasadas, dando rienda sueltas a sus instintos primitivos que, “dominado por el egoísmo, permite que los instintos agresivos que aún le gobiernan, se liberen de las cadenas, moralmente frágiles y lo hagan impío, traicionero, impenitente verdugo de otros hombres o de otros seres. La ambición desmedida y los tormentos íntimos igualmente responden hoy, en la Tierra, por la tremenda ola de violencia que atemoriza e intimida a toda la Humanidad[1]”.

Para la época de los 60’, surgió un grupo de limpieza social a las que se le denominó la “Mano Negra”, haciendo alusión a organizaciones clandestinas que tuvieron su origen en Europa y posteriormente fueron replicadas por inmigrantes europeos a América, especialmente en E.E.U.U. a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. La “Mano Negra”, se encargaba de “depurar” las ciudades de sujetos indeseables como marihuaneros, ladrones y todo aquel que teniendo antecedentes se convirtiera en peligro inminente para la sociedad. Era “vox populi”, que quienes pertenecían a este grupo de limpieza social eran agentes del estado, que con prácticas fuera de la ley, pretendían convertirse en “héroes sociales anónimos”, lo cual derivó en ajusticiamientos en los que muchos inocentes cayeron, ante la mirada de una sociedad que observó con complacencia la aplicación de la pena de muerte, sin derecho a defensa, por parte de quienes sufrieron los ajusticiamientos.

Y la “Mano Negra” se niega a desaparecer, hoy con volátiles nombres, que cambian de acuerdo con la necesidad de desaparecer y reaparecer, se apertrechan en nuestra sociedad, pusilánime aún, que mira con “buenos ojos” sus prácticas, hasta que nos toca probar de la gota amarga de la violencia en nuestros familiares o afectos cercanos, pues seguimos sin aprender, que la vivencia del Evangelio de Jesús nos brinda la propuesta moral y espiritual que nos ayuda a liberarnos del odio irracional, de la falta de perdón y la necesidad de enfocarnos en la búsqueda de la felicidad a través del amor, para comprender, como nos enseña Juana de Ángelis, que “renacemos para crecer y desarrollar el dios interno que yace en los pliegues de lo más profundo de nuestro ser”. Por eso, mientras sigamos cargando el lastre de la falta de perdón, seguiremos renaciendo con las cargas afligentes del odio irracional que nos impedirán salir de la espiral de violencia que enmarcan nuestras vidas.

Hace ya algunos años, a raíz del asesinato inmisericorde de uno de nuestros vecino del barrio, por causa del no pago de una extorsión, escribimos un artículo que intitulamos “Cuando la violencia irrumpe en nuestra cotidianidad”, y lo iniciábamos de esta manera: “Días aciagos vivimos en nuestro país como consecuencia de la acción de los violentos, las notas judiciales de los diarios regionales anuncian cada día la actividad delincuencial que azota a los ciudadanos de bien y mantienen en vilo a toda una sociedad que no encuentra salida a semejante situación.

Innumerables preguntas quedan sin respuestas, ante el clamor ciudadano que implora ante las autoridades solución a esta profunda crisis de valores que afecta a nuestra sociedad. En vano pretenden sociólogos, políticos, periodistas y todos aquellos que participan en el análisis político-social de nuestro país, exponer diversas teorías que justifiquen las motivaciones de los violentos en su accionar diario en contra del ciudadano inerme. Algunos argumentan que tal situación es la consecuencia lógica de la crisis económica que en estos tiempos está afectando a nuestra sociedad[2]”.

La nota corresponde al año 2015 y, sin embargo, pareciera que el violento paisaje de nuestras ciudades en nada ha cambiado y que las múltiples admoniciones que desde diferentes frentes orientadores se hacen constantemente, no han sido atendidas a cabalidad, dando al traste con las recomendaciones que nos invitan a establecer que una “familia equilibrada, o sea, estructurada con respeto y amor, es fundamental para una sociedad justa y feliz. Infelizmente, eso no es lo que ocurre, y de eso resulta una sociedad juvenil desorganizada, revuelta, agresiva, desinteresada, cínica o depresiva, deambulando por los torpes rumbos de las drogas, de la violencia, del crimen, del desvarío sexual[3]”.

La violencia, que se cuece en el hogar, se desgañita literalmente en los distintos ámbitos de nuestra sociedad, donde jóvenes, delincuentes o no, hacen del uso del alcohol, las drogas y las distintas manifestaciones de los vicios que los hacen sentirse muy bien, alejados de las miradas inquisidoras de sus mayores que muchas veces no representan el ejemplo a seguir, surgiendo así, las distintas manifestaciones de la violencia. En este sentido, “la crianza hostil, el maltrato, la aceptación del delito, la desatención, el abandono y monitoreo insuficiente pueden causar en los niños, niñas y adolescentes conductas desadaptadas. Adicionalmente, los barrios o entornos donde los adolescentes y jóvenes infractores suelen residir son marginados, con altos índices de violencia intrafamiliar, fácil acceso a drogas, entre otros[4]”. 

Ahora bien, nuevos ingredientes le han surgido a la violencia en las calles, “la justicia por cuenta propia”. Ante la inoperancia de las autoridades judiciales para “castigar” a los responsables de los innumerables métodos de agresión a la sociedad (atracos, asesinatos, robos, violaciones, etc.), la ciudadanía en cierta forma a revivido la ya famosa “ley del talión” y surgieron espontáneamente las agresiones a los antisociales capturados en fragancia por la comunidad, convirtiéndose ello, en un serio problema social que suma un nuevo delito al accionar de los violentos. Porque, es tan violento quien asalta, roba, asesina o violenta de cualquier manera los derechos de los ciudadanos, como el ciudadano “inerme” que actúa en aparente defensa de sus intereses y el de la comunidad, atentando contra los delincuentes. Al aflorar el linchamiento como instrumento de justicia, ante la apremiante inseguridad que agobia a la sociedad, nos preguntamos como una persona “de bien” puede terminar involucrada en un acto que atenta contra los derechos de quien recibe la ignominiosa “paloterapia”, como eufemísticamente se le ha dado en llamar al violento acto de golpear a mansalva a quien, culpable o no, cae en manos de los desadaptados sociales.

En cierta oportunidad, siendo Coordinador de Disciplina del Inem Simón Bolívar de la ciudad de Santa Marta, año 2005, un joven e inexperto muchacho me comentaba con gran complacencia su participación en un linchamiento en la comunidad donde residía, contra un presunto violador al cual golpearon hasta causarle la muerte. Debido a ello, aprovechamos la coyuntura para explicarle, desde la visión espírita, los compromisos que se asumen con las leyes divinas y la necesidad, tarde o temprano, de resarcir el daño causado al prójimo, recordándole, además, la enseñanza evangélica “guarda tu espada, porque quien a hierro mata a hierro muere[5]”.

Como epílogo a este capítulo queremos retrotraer las enseñanzas del maestro Allan Kardec cuando nos rememora, con relación a los cataclismos terrestres, que: “Hasta que la Humanidad haya crecido lo suficiente en perfección, tanto por la inteligencia como por la práctica de las leyes divinas las mayores perturbaciones serán causadas por los hombres que por la naturaleza, es decir, serán más morales y sociales que físicas[6]”.



[1] Divaldo Franco, Luis di Cristóforo Postiglioni (Espíritu), Hacia las Estrellas, La violencia en el hombre. Editora Alvorada, 1990.

[2] https://espiritismounaluzdeesperanza.blogspot.com/2018/07/cuando-la-violencia-irrumpe-en-nuestra.html

[3] Juana de Ángelis/Divaldo Pereira Franco. El adolescente ante la familia, Adolescencia y Vida, 1997.

[4] Palacios, Y., Peñaranda, C., Gutiérrez, M., Rodríguez, O., Cala, L. (2007). Modelo de atención para niños, niñas y adolescentes en situación de calle. Bogotá: ICBF.

[5] Mateo, 26:52.

[6] La Génesis – Cap. IX – item14; Allan Kardec.


 

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