Capítulo
especial merece la violencia que se vive en las ciudades, donde los asaltos y
asesinatos son pan de cada día. Asistimos, impávidos, a una serie de muertes
que se podrían evitar con un poco de educación en el hogar, donde el amor fuera
prenda de garantía para que los hijos asumieran la responsabilidad del reto
adquirido al regresar a una nueva experiencia en la carne, donde las pasiones
groseras, como herencia de su primitivismo ancestral, serían diluidas con el
cultivo de los valores morales esenciales para la sublimación de su Espíritu.
Muchos
de estos Espíritus que renacen en la Tierra bajo condiciones sociales adversas,
lo hacen precisamente para enfrentarse a situaciones desfavorables, reiniciando
muchas veces labores interrumpidas, las cuales vienen recargadas de aflicciones
y tormentos, pero cuya finalidad es la reeducación espiritual necesaria para no
adquirir mayores compromisos cármicos. Solo bajo el prisma de la educación, que
genere hábitos, tal como lo enseña Allan Kardec, el ser será sometido a nuevos
paradigmas morales que lo conducirán con acierto, por los caminos de la
evolución superior. En
Colombia, según cifras de Medicina Legal, entre enero y marzo de 2023, en el
país se han registrado 4.067 muertes violentas, de las cuales 2.231
corresponden a homicidios. Además, un dato que nos parece interesante es que la
mayoría de los occisos son jóvenes entre los 18 a 28 años, lo que nos permite
deducir, que muchos de estos Espíritus víctimas de la violencia a causa de los
caminos equivocados que prefirieron elegir, están perdiendo una bonita
oportunidad de redimir sus equivocaciones pasadas, dando rienda sueltas a sus
instintos primitivos que, “dominado por el egoísmo, permite que los
instintos agresivos que aún le gobiernan, se liberen de las cadenas, moralmente
frágiles y lo hagan impío, traicionero, impenitente verdugo de otros hombres o
de otros seres. La ambición desmedida y los tormentos íntimos igualmente
responden hoy, en la Tierra, por la tremenda ola de violencia que atemoriza e intimida
a toda la Humanidad[1]”. Para
la época de los 60’, surgió un grupo de limpieza social a las que se le denominó
la “Mano Negra”, haciendo alusión a organizaciones clandestinas que tuvieron su
origen en Europa y posteriormente fueron replicadas por inmigrantes europeos a
América, especialmente en E.E.U.U. a finales del siglo XIX y comienzos del
siglo XX. La “Mano Negra”, se encargaba de “depurar” las ciudades de sujetos indeseables
como marihuaneros, ladrones y todo aquel que teniendo antecedentes se convirtiera
en peligro inminente para la sociedad. Era “vox populi”, que quienes
pertenecían a este grupo de limpieza social eran agentes del estado, que con prácticas
fuera de la ley, pretendían convertirse en “héroes sociales anónimos”, lo cual
derivó en ajusticiamientos en los que muchos inocentes cayeron, ante la mirada
de una sociedad que observó con complacencia la aplicación de la pena de muerte,
sin derecho a defensa, por parte de quienes sufrieron los ajusticiamientos. Y la
“Mano Negra” se niega a desaparecer, hoy con volátiles nombres, que cambian de
acuerdo con la necesidad de desaparecer y reaparecer, se apertrechan en nuestra
sociedad, pusilánime aún, que mira con “buenos ojos” sus prácticas, hasta que
nos toca probar de la gota amarga de la violencia en nuestros familiares o
afectos cercanos, pues seguimos sin aprender, que la vivencia del Evangelio de
Jesús nos brinda la propuesta moral y espiritual que nos ayuda a liberarnos del
odio irracional, de la falta de perdón y la necesidad de enfocarnos en la
búsqueda de la felicidad a través del amor, para comprender, como nos enseña
Juana de Ángelis, que “renacemos para crecer y desarrollar el dios interno
que yace en los pliegues de lo más profundo de nuestro ser”. Por eso,
mientras sigamos cargando el lastre de la falta de perdón, seguiremos
renaciendo con las cargas afligentes del odio irracional que nos impedirán
salir de la espiral de violencia que enmarcan nuestras vidas. Hace
ya algunos años, a raíz del asesinato inmisericorde de uno de nuestros vecino
del barrio, por causa del no pago de una extorsión, escribimos un artículo que
intitulamos “Cuando
la violencia irrumpe en nuestra cotidianidad”, y lo iniciábamos de esta
manera: “Días aciagos vivimos en nuestro país como consecuencia de la acción
de los violentos, las notas judiciales de los diarios regionales anuncian cada
día la actividad delincuencial que azota a los ciudadanos de bien y mantienen
en vilo a toda una sociedad que no encuentra salida a semejante situación. Innumerables
preguntas quedan sin respuestas, ante el clamor ciudadano que implora ante las
autoridades solución a esta profunda crisis de valores que afecta a nuestra
sociedad. En vano pretenden sociólogos, políticos, periodistas y todos aquellos
que participan en el análisis político-social de nuestro país, exponer diversas
teorías que justifiquen las motivaciones de los violentos en su accionar diario
en contra del ciudadano inerme. Algunos argumentan que tal situación es la
consecuencia lógica de la crisis económica que en estos tiempos está afectando
a nuestra sociedad[2]”. La
nota corresponde al año 2015 y, sin embargo, pareciera que el violento paisaje
de nuestras ciudades en nada ha cambiado y que las múltiples admoniciones que
desde diferentes frentes orientadores se hacen constantemente, no han sido
atendidas a cabalidad, dando al traste con las recomendaciones que nos invitan
a establecer que una “familia equilibrada, o sea, estructurada con respeto y
amor, es fundamental para una sociedad justa y feliz. Infelizmente, eso no es
lo que ocurre, y de eso resulta una sociedad juvenil desorganizada, revuelta,
agresiva, desinteresada, cínica o depresiva, deambulando por los torpes rumbos
de las drogas, de la violencia, del crimen, del desvarío sexual[3]”.
La
violencia, que se cuece en el hogar, se desgañita literalmente en los distintos
ámbitos de nuestra sociedad, donde jóvenes, delincuentes o no, hacen del uso
del alcohol, las drogas y las distintas manifestaciones de los vicios que los
hacen sentirse muy bien, alejados de las miradas inquisidoras de sus mayores
que muchas veces no representan el ejemplo a seguir, surgiendo así, las
distintas manifestaciones de la violencia. En este sentido, “la crianza
hostil, el maltrato, la aceptación del delito, la desatención, el abandono y
monitoreo insuficiente pueden causar en los niños, niñas y adolescentes
conductas desadaptadas. Adicionalmente, los barrios o entornos donde los
adolescentes y jóvenes infractores suelen residir son marginados, con altos
índices de violencia intrafamiliar, fácil acceso a drogas, entre otros[4]”. Ahora
bien, nuevos ingredientes le han surgido a la violencia en las calles, “la
justicia por cuenta propia”. Ante la inoperancia de las autoridades judiciales
para “castigar” a los responsables de los innumerables métodos de agresión a la
sociedad (atracos, asesinatos, robos, violaciones, etc.), la ciudadanía en
cierta forma a revivido la ya famosa “ley del talión” y surgieron
espontáneamente las agresiones a los antisociales capturados en fragancia por
la comunidad, convirtiéndose ello, en un serio problema social que suma un
nuevo delito al accionar de los violentos. Porque, es tan violento quien
asalta, roba, asesina o violenta de cualquier manera los derechos de los
ciudadanos, como el ciudadano “inerme” que actúa en aparente defensa de sus
intereses y el de la comunidad, atentando contra los delincuentes. Al aflorar
el linchamiento como instrumento de justicia, ante la apremiante inseguridad que
agobia a la sociedad, nos preguntamos como una persona “de bien” puede terminar
involucrada en un acto que atenta contra los derechos de quien recibe la
ignominiosa “paloterapia”, como eufemísticamente se le ha dado en llamar al
violento acto de golpear a mansalva a quien, culpable o no, cae en manos de los
desadaptados sociales. En
cierta oportunidad, siendo Coordinador de Disciplina del Inem Simón Bolívar de
la ciudad de Santa Marta, año 2005, un joven e inexperto muchacho me comentaba
con gran complacencia su participación en un linchamiento en la comunidad donde
residía, contra un presunto violador al cual golpearon hasta causarle la
muerte. Debido a ello, aprovechamos la coyuntura para explicarle, desde la
visión espírita, los compromisos que se asumen con las leyes divinas y la
necesidad, tarde o temprano, de resarcir el daño causado al prójimo, recordándole,
además, la enseñanza evangélica “guarda tu espada, porque quien a hierro
mata a hierro muere[5]”.
Como
epílogo a este capítulo queremos retrotraer las enseñanzas del maestro Allan
Kardec cuando nos rememora, con relación a los cataclismos terrestres, que: “Hasta
que la Humanidad haya crecido lo suficiente en perfección, tanto por la
inteligencia como por la práctica de las leyes divinas las mayores
perturbaciones serán causadas por los hombres que por la naturaleza, es decir,
serán más morales y sociales que físicas[6]”. [1] Divaldo
Franco, Luis di Cristóforo Postiglioni (Espíritu), Hacia las Estrellas, La
violencia en el hombre. Editora Alvorada, 1990. [2]
https://espiritismounaluzdeesperanza.blogspot.com/2018/07/cuando-la-violencia-irrumpe-en-nuestra.html [3] Juana
de Ángelis/Divaldo Pereira Franco. El adolescente ante la familia, Adolescencia
y Vida, 1997. [4] Palacios,
Y., Peñaranda, C., Gutiérrez, M., Rodríguez, O., Cala, L. (2007). Modelo de
atención para niños, niñas y adolescentes en situación de calle. Bogotá: ICBF. [5] Mateo,
26:52. [6] La
Génesis – Cap. IX – item14; Allan Kardec. |
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