domingo, 13 de enero de 2019

LOS CENTROS NEUROFLUÍDICOS O CENTROS DE FUERZA



Los centros neurofluídicos o chakras (término hindú), son centros de energía en continuo movimiento alojados en distintas partes de nuestro cuerpo etéreo.  Los primeros estudios sobre los chakras datan de 2600 años atrás.  En sánscrito chakras significa rueda que gira de un vórtex.  Hoy en día algunos autores los definen como rueda de luz. 

La función de los chakras es revitalizar nuestro cuerpo físico y ayudarnos en el desarrollo del espíritu.  Ellos se encuentran en partes específicas de nuestro cuerpo y cumplen un propósito determinado. Unos dicen que los chakras se parecen a la flor de loto.  Hay quienes los retratan como ruedas que giran dentro de otras ruedas y otros los describen como las paletas de un ventilador o molino en movimiento. 

Si bien nos concentraremos en los siete chakras principales hay más chakras, menores o secundarios, en el cuerpo humano.  Estos son los centros que se activan en acupuntura y están íntimamente relacionados con las funciones físicas del cuerpo, mientras que los siete chakras mayores están vinculados a las emociones y la espiritualidad.

Las áreas donde se encuentran los chakras se ven directamente afectadas por sus propiedades, tanto cuando estos vórtex de energía giran saludablemente o cuando se encuentran bloqueados.  (Esta energía se mueve en forma circular en dirección a las agujas del reloj cuando están en su funcionamiento óptimo).

Según el esoterismo cada chakra posee características y atributos únicos. Los chakras tienen un color, una nota musical y una vibración específica, además de su propio símbolo, piedras, etc.

Es importante comprender que es en el periespíritu donde se encuentran los centros de fuerza o puntos energéticos, por donde fluyen las energías del cuerpo físico para el espíritu y del espíritu para el cuerpo físico.

Asegura Decio Landoli Jr. en su obra “Fisiología Transdimensional” que: “El simple hecho de admitir la existencia de componentes energéticos no mensurables en el ser humano, inaugura la Fisiología Transdimensional, puesto que pasamos a estudiar la parte del hombre que existe en una dimensión diferente de la explorada hasta ahora”.

Además reconoce que, “conocer las leyes que rigen los canales de energía, saber cómo el periespíritu actúa sobre el cuerpo físico y como el cuerpo físico puede influenciar el periespíritu, son los caminos que deberá seguir la medicina del próximo milenio, partiendo para la exploración de la medicina transdimensional. El descubrimiento de la conexión entre los centros de fuerza y las glándulas endocrinas demuestra como un desequilibrio en el sistema energético sutil del periespíritu, puede producir alteraciones anormales en las células de todo el cuerpo”.

André Luiz en sus obras “Entre la Tierra y el Cielo” y “Evolución en Dos Mundos”, reconoce la existencia de estos Centros de Fuerza y nos informa que:  Como conocéis, nuestro cuerpo de materia menos densa está íntimamente regido por siete centros de fuerza, que se conjugan en las ramificaciones de los plexos y que, vibrando en sintonía unos con los otros, al influjo del poder directriz de la mente, establecen, para nuestro uso, un vehículo de células eléctricas, que podemos definir como un campo electromagnético, en el cual el pensamiento vibra en circuito cerrado. Nuestra posición mental determina el peso específico de nuestra envoltura espiritual y, consecuentemente, el “hábitat” que le compite. Simple problema de patrón vibratorio. Cada uno de nosotros respira en determinado tipo de onda. Cuanto más primitiva se revela la condición de la mente, más flojo es el influjo vibratorio del pensamiento, induciendo la compulsoria aglutinación del ser a las regiones de la conciencia embrionaria o torturada, donde se reúnen las vidas inferiores que le son afines. El crecimiento del influjo mental, en el vehículo electromagnético en que nos movemos, tras abandonar el cuerpo terrestre, está en la medida de la experiencia adquirida y archivada en nuestro propio espíritu. Atentos a semejante realidad, es fácil comprender que sublimamos o desequilibramos el delicado agente de nuestras manifestaciones, según el tipo de pensamiento que nos fluye de la vida íntima. Cuanto más nos avecinamos a la esfera animal, mayor es la condensación oscura de nuestra organización, y cuanto más nos elevamos, al precio del esfuerzo propio, rumbo de las gloriosas construcciones del espíritu, mayor es la sutileza de nuestra envoltura, que pasa a combinarse fácilmente con la belleza, con la armonía y con la luz reinante en la Creación Divina.

No nos apartemos de las observaciones prácticas, para estudiar con claridad los conflictos del alma. Como los vicios del pensamiento, así será la desarmonía en el centro de fuerza, que reacciona en nuestro cuerpo a esta o aquella clase de influjos mentales. Apliquemos en nuestra clase rápida, tanto como nos sea posible, la terminología traída del mundo, para que vosotros podáis asimilar con más seguridad nuestros apuntes. Analizando la fisiología del periespíritu, clasifiquemos a sus centros de fuerza, aprovechando los recuerdos de las regiones más importantes del cuerpo terrestre. Tenemos, así, por expresión máxima del vehículo que nos sirve presentemente, el centro coronario, que en la Tierra, es considerado por la filosofía hindú como el loto de mil pétalos por ser el más significativo en razón de su alto potencial de radiaciones dado que en él se asienta la unión con la mente, fulgurante sede de la conciencia. Ese centro recibe en primer lugar los estímulos del espíritu, comandando a los demás, vibrando así mismo con ellos, en justo régimen de interdependencia. Considerando en nuestra exposición los fenómenos del cuerpo físico, y satisfaciendo a los impositivos de simplicidad en nuestras definiciones, debemos decir que de él emanan las energías de sostenimiento del sistema nervioso y sus subdivisiones, siendo el responsable por la alimentación de las células del pensamiento y el proveedor de todos los recursos electromagnéticos indispensables a la estabilidad orgánica. Es, por eso, el gran asimilador de las energías solares y de los rayos de la Espiritualidad Superior capaces de favorecer la sublimación del alma. A continuación, anotamos el “centro cerebral”, contiguo al “centro coronario”, que ordena las percepciones de variada especie, percepciones esas que, en la vestimenta carnal, constituyen la visión, la audición, el tacto y la vasta red de procesos de la inteligencia con relación a la Palabra, a la Cultura, al Arte, al Saber. Es en el “centro cerebral” que poseemos el comando del núcleo endocrino, referente a los poderes psíquicos. A continuación tenemos el “centro laríngeo”, que preside a los fenómenos vocales, Incluso, las actividades del timo, de la tiroides, y de la paratiroides. Después, identificamos el “centro cardíaco”, que sostenía los servicios de la emoción y del equilibrio general. Continuando en nuestras observaciones, señalamos el “centro esplénico” que, en el cuerpo denso, está situado en el bazo, regulando la distribución y la circulación adecuada de los recursos vitales por todos los rincones del vehículo que nos servimos. Continuando, identificamos el “centro gástrico”, que se responsabiliza por la penetración de alimentos y fluidos en nuestra organización y, por fin, tenemos el “centro genésico”, en el que se localiza el santuario del sexo, como templo modelador de formas y estímulos.

No podemos olvidar, que nuestro vehículo sutil, así como el cuerpo de carne, es creación mental en el camino evolutivo, tejido con recursos tomados transitoriamente por nosotros de los graneros del Universo, medio del que nos servimos para ambientar, en nuestra individualidad eterna, la divina luz de la sublimación, con la que nos cabe demandar las esferas del Espíritu Puro. Todo es trabajo de la mente en el espacio y en el tiempo, valiéndose de millares de formas, a fin de purificarse y santificarse para la Gloria Divina. (Entre la Tierra y el Cielo).

En Evolución de Dos Mundos, André Luiz aborda nuevamente el tema de los Centros de Fuerza anotando que: “Así, rigiendo la actividad funcional de los órganos definidos por la fisiología terrena, en él identificamos el centro coronario, instalado en la región central del cerebro, sede de la mente, centro que asimila los estímulos del plano Superior y orienta la forma, el movimiento, la estabilidad, el metabolismo orgánico y la vida consciente del alma encarnada o desencarnada en el rol de aprendizaje que le corresponde en la escuela planetaria. El centro coronario supervisa, además, los otros centros vitales que obedecen al impulso procedente del Espíritu, así como las piezas secundarias en una industria responden al comando de la pieza-motor de que se sirve en su aprendizaje el hombre para concatenarlas y dirigirlas.

De esos centros secundarios, interconectados en el psicosoma y, consecuentemente, en el cuerpo físico por redes plexiformes, destacamos el centro cerebral contiguo al coronario, con influencia decisiva sobre los demás, gobernando la corteza encefálica en la sustentación de los sentidos, marcando la actividad de las glándulas endocrinas y administrando el sistema nervioso en toda su organización, coordinación, actividad y mecanismo, desde las neuronas sensitivas hasta las células efectoras; el centro laríngeo controlando notadamente la fonación y la respiración; el centro cardíaco dirigiendo la emotividad y la circulación de las fuerzas de base; el centro esplénico determinando todas las actividades en que se expresa el sistema hemático, dentro de las variaciones del medio y volumen sanguíneo; el centro gástrico, responsabilizándose de la digestión y absorción de los alimentos densos o menos densos que, de cualquier modo, representan concentraciones fluídicas que penetran toda la organización, y el centro genésico guiando el modelado de nuevas formas entre los hombres y el establecimiento de estímulos creadores con vistas al trabajo, a la asociación y a la realización entre las almas”.

Es importante saber que entre las dos obras citadas median 4 años así:

  • ·         Entre la Tierra y el Cielo salió a la luz pública en 1954.
  • ·         Evolución en Dos Mundos en 1958.


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