Por: Oscar Cervantes Velásquez
Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís
Santa Marta - Colombia
Un tema recurrente en charlas espíritas y en las clases
de ética que imparto en la institución educativa en la que presto mis servicios
como docente, tiene que ver con el análisis de los diez mandamientos y las
razones por las cuales, para muchos, es tan difícil darle estricto cumplimiento
a los mismos, teniendo en cuenta la exhortación de Jesús, cuando nos dice “Si quieres entrar en la vida eterna, cumple
los mandamientos[1]”.
Y reafirma lo dicho en la siguiente cita: “El
que viole uno de estos mandamientos menores, y enseñe a los hombres a
violarlos, será considerado como el último en el reino de los Cielos. En
cambio, el que los cumpla y los enseñe será grande en el reino de los Cielos[2]”.
Los tres (3) primeros mandamientos van dirigidos a Dios y
los siete (7) restantes van dirigidos al prójimo; además, con relación a las
leyes mosaicas, nos aseguran los espíritus que “Jesús las modificó profundamente, tanto en el fondo como en la forma.
Combatió constantemente el abuso de las prácticas exteriores y las falsas
interpretaciones, de modo que no podía hacer que esas leyes sufrieran una
reforma más radical que mediante su reducción a estas palabras: “Amar a Dios
por sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo”, añadiendo: Esta es toda
la ley y los profetas[3]”.
Recordemos los diez mandamientos y con posterioridad
haremos un sucinto análisis de los mismos, tratando de encontrar respuestas a
las constantes violaciones de los mismos por parte del hombre aposentado en nuestro planeta.
1º. Amarás a Dios sobre todas las cosas.
2º. No tomarás el Nombre de Dios en vano.
3º. Santificarás las fiestas.
4º. Honrarás a tu padre y a tu madre.
5º. No matarás.
6º. No cometerás adulterio.
7º. No robarás.
8º. No dirás falso testimonio, ni mentirás.
9º. No consentirás pensamientos ni deseos impuros.
10º. No codiciarás los bienes ajenos.
El primer mandamiento, “amarás a Dios sobre todas las cosas”, es una invitación al amor
supremo, por encima de las veleidades propias de quien se extasía en las
sensaciones y goces de la carne, y en las posesiones materiales que nos alejan
de la vida espiritual. Juana de Ángelis nos persuade a que, “en cualquier circunstancia, mantén tu
confianza en Dios, que rige el Universo y guarda tu vida[4]”.
“No tomarás el
nombre de Dios en vano”, es un mandamiento constantemente transgredido por todos
aquellos dados a hacer falsos juramentos en su nombre, solo por costumbre o por
pretender posar de serios. Jesús consciente de la indelicadeza del hombre en
sus relaciones con el Padre eterno, nos recordó que "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los
cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos[5]".
El tercer mandamiento, “santificarás las fiestas”, pareciera, para muchos, una orden de
participar en cuanta fiesta se inventa el hombre. Para tener una idea de las diferentes fiestas que se celebran en nuestro país Colombia, estudios realizados por
expertos aseguran que existen en “Colombia 4.030 fiestas identificadas, que se hacen cada año[6]”.
Pero ¿realmente santificamos las fiestas?, ¿qué pretendía
la divinidad con este mandamiento?, ¿está el hombre preparado para respetar las
tradiciones religiosas y no convertirlas en prácticas profanas?, son preguntas
que surgen ante la poca o nula acción del hombre por obedecer este mandamiento.
Con relación al cuarto mandamiento, “Honrarás a tu padre y a tu madre”, el segundo de los mandamientos concernientes
al prójimo, me remitiré al capítulo XIV de “El Evangelio según el Espiritismo” y en particular al ítem 3, donde
encontramos las orientaciones necesarias con respecto al mismo: “El mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre” es una consecuencia de la ley general de
caridad y de amor al prójimo, dado que no podemos amar al prójimo si no amamos
a nuestros padres. No obstante, el imperativo honra contiene un deber mayor
para con ellos: el de la piedad filial. Así, Dios quiso mostrar que en el amor
a nuestros padres debemos incluir el respeto, las atenciones, la sumisión y la condescendencia.
Eso implica la obligación de cumplir para con ellos, en forma aún más rigurosa,
todo lo que la caridad nos ordena en relación con el prójimo en general. Ese
deber se extiende, naturalmente, a las personas que hacen las veces de padre y
madre, y que tienen tanto más mérito cuanto menos obligatoria es su devoción.
Dios castiga siempre con rigor cualquier tipo de violación a ese mandamiento.
Honrar al padre y a
la madre no significa solamente respetarlos, sino también ampararlos en la
necesidad, proporcionarles reposo en la vejez, y rodearlos de cuidados, al
igual que ellos lo hicieron con nosotros durante nuestra infancia” …
Por la extensión de este ítem no lo incluimos totalmente,
por lo que invitamos a nuestros lectores, por la claridad que aporta en
relación al mandamiento, a la lectura completa del mismo en la obra citada.
En “El Libro de los Espíritus”, Libro
Tercero, Cap. VI, Ley de Destrucción, pregunta 730, Allan Kardec inquiere a los
Espíritus acerca del temor instintivo que tiene el hombre a la muerte y ellos
le responden: “Lo hemos dicho: el hombre
debe tratar de prolongar su vida para cumplir su tarea”, esto nos permite entender
con mayor concisión la importancia del quinto mandamiento “No matarás” y la necesidad que tenemos de respetar la vida del
prójimo. Sin embargo, la historia de la humanidad es un largo documental de
como los hombres lo han venido violentado al punto que el irrespeto a cualquier
forma de vida es pan de cada día en el planeta Tierra.
Para vencer esa violencia, que no son más que vestigios
del instinto primitivo en el hombre, Allan Kardec nos ilustra que, “(…) será por la educación más que por la instrucción
que se transformará la Humanidad”; sólo así, ese instinto violento que
campea en el hombre hodierno, la educación que somete y orienta, podrá vencer.
Adentrándonos en el sexto mandamiento “No cometerás adulterio”, en Mateo 5: 27 –
28, el Maestro Jesús nos conmina: “Oísteis
que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira
a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”; y son los
apetitos inferiores de la personalidad quienes nos desbarrancan por el camino infamante
de las más bajas pasiones, acercándonos al primitivismo que nos desafía día a
día, en nuestras luchas por vencernos a nosotros mismos. Hoy, la humanidad terrena, sigue empecinado en alejarse
de los principios divinos que lo acercan al amor, extasiándose en las
sensaciones de la carne, en sus intensos devaneos con el acto sexual instintivo
propio de la animalidad.
El séptimo mandamiento “No robarás”, nos convida a respetar los bienes del prójimo; rapiña,
usura, fraude, corrupción, especulación, etc., son muchas formas de asaltar la
buena fe del prójimo en detrimento de su bienestar, por ello, la invitación de
Juana de Ángelis acude a nuestro apoyo en la aplicación de esta máxima cristiana
cuando nos dice: “Se probo y honrado,
especialmente cuando escasean en la Tierra, la honradez y la justicia[7]”.
Si el sexto y séptimo mandamiento son todo un reto para
gran parte de la humanidad domiciliada en la Tierra, el octavo mandamiento “No dirás falso testimonio, ni mentirás”,
es toda una provocación a las virtudes que el ser humano debe atesorar a lo
largo de sus existencias en la Tierra; el excelso Maestro nos invitó en todo
momento a la búsqueda de la verdad, que nos haría libres; empero, el ser humano
insiste en mantenerse cautivo de su propia insania, perseverando en el mal. Hoy
es un hecho común atestiguar falsamente en juicio, habitual en nuestros estrados
judiciales, lo mismo que la murmuración, la calumnia, y toda suerte de mentiras
que nos alejan del cumplimiento de esta ley, entendiendo que difícilmente nadie
se evadirá de su propia conciencia.
“No consentirás pensamientos
ni deseos impuros”, es el noveno mandamiento, el cual me remite a la
advertencia que nos hace Jesús en Mateo 26:41: “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad
está dispuesto, pero la carne es débil”. Sobre la tentación, ese impulso
que nos ilusiona y nos lleva al desequilibrio, Juana de Ángelis acrecienta:
“Tóxico, envenena fácilmente.
Ácido, quema incesantemente[8]”.
Es el mismo Jesús quien nos advierte que: ““¡Ay del mundo a causa de los escándalos!
Porque es necesario que vengan escándalos; pero ¡ay de aquel hombre por quien
el escándalo viene!
Su admonición continua así:
Si
vuestra mano o vuestro pie es motivo de escándalo, cortadlos y arrojadlos lejos
de vosotros; porque mejor será para vosotros que entréis en la vida con un solo
pie o una sola mano, a que tengáis dos y seáis arrojados en el fuego eterno. Y
si vuestro ojo es motivo de escándalo, arrancadlo y arrojadlo lejos de
vosotros; porque será mejor para vosotros que entréis en la vida con un solo ojo,
a que tengáis dos y seáis precipitados en el fuego del Infierno[9]”.
Sin embargo, a pesar de las advertencias, seguimos
incurriendo en las mismas liviandades de siempre que nos llevan a regresar a la
carne con las limitaciones físicas necesarias para equilibrar las cargas de las
violaciones constantes a las leyes divinas.
El décimo mandamiento de la Ley de Dios, sintetizado en “No codiciarás los bienes ajenos”, lleva implícita
la envidia, la avaricia, el egoísmo y la soberbia. Apoyándonos en Pablo de
Tarso, el Apóstol de los Gentiles, entenderemos las razones de la constante violación
del hombre de este mandamiento: "La
avidez del dinero, en efecto, es la raíz de todos los males; pues por este
deseo, algunos se han desviado de la fe y se han procurado muchos tormentos[10]".
Sobre este mandamiento, Jesús, el justo por excelencia
nos enseña: “Mirad, y guardaos de toda
avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes
que posee[11]”.
A pesar de estas enseñanzas, el hombre continúa, injustamente, deshonrando las
sabias leyes recibidas por Moisés, las cuales mantienen su inalterable vigencia
para bienestar de aquellos, que, comprendiendo el compromiso con su realidad
espiritual, hoy transitan el camino del bien.
La invitación que nos hace la Doctrina Espírita es a la
recristianización del ser, siendo por ello, nosotros los espíritas, los llamados
a trabajar desde nuestros círculos de servicio en la transformación interior,
que dignifica al ser y lo acerca a la responsabilidad personal, a la
auto-iluminación, liberándose de las pasiones inferiores en la búsqueda de los
altos vuelos de la inmortalidad.
[1] Mateo 19:17.
[2] Mateo 5: 19.
[3] Allan Kardec, El Evangelio según el
Espiritismo”. Cap. I, “No he venido a derogar la ley”, Cristo, ítem 3, pág. 57.
Edicei, Editorial Kimpres Ltda, 2009.
[4] Divaldo Franco/Juana de Ángelis,
Floraciones evangélicas. Cap. 13, Confianza en Dios, pág. 54. Librería Espírita
Alvorada. 1991.
[5] Mateo, 7:21.
[6]
https://www.rcnradio.com/colombia/en-colombia-se-realizan-mas-de-4000-fiestas-al-ano-revelo-estudio
[7] Divaldo Franco/Juana de Ángelis,
Invitaciones de la Vida, Invitación a la probidad, pág, 147. Instituto de
Difusión Espírita – IDE, 1985.
[8] Divaldo Franco/Juana de Ángelis,
Invitaciones de la Vida, Invitación a la vigilancia, pág, 206. Instituto de
Difusión Espírita – IDE, 1985.
[9] Allan
Kardec, El Evangelio según el Espiritismo, cap. VIII. Edicei.
[10] 1ª. de Timoteo 6:10.
[11] Lucas 12:15.
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