miércoles, 17 de julio de 2019

NABUCODONOSOR: UN MONARCA ANSIOSO Y DESORIENTADO


Dr. Fernando Chaij



Un poderoso monarca absolutista de la antigüedad acababa de ordenar la muerte de todo el cuerpo de sabios de su imperio, entre los cuales figuraban los astrólogos, los magos, los encantadores y los arúspices, que tantas veces habían sido sus consejeros, y que en tantas oportunidades habían pretendido pronosticar el porvenir. ¿Qué ocurría ahora?

El rey Nabucodonosor, gran artífice del Nuevo Imperio Babilónico, que inauguró su notable gobierno el año 604 AC, se hallaba agitado por graves pensamientos relativos al futuro de su imperio. En las horas de la noche, un sueño impresionante y nítido lo ha dejado profundamente conmovido. Pero por más que se esfuerza no logra vencer el olvido total que como un velo misterioso ha cubierto su visión onírica, convoca a sus grandes hombres para exigir de ellos su significado.

Estos reclaman como condición previa el relato del sueño, sin lo cual alegan no ser capaces de poner en ejercicio su supuesta sabiduría. Pero el monarca insiste en que lo ha olvidado totalmente, y en que ellos deben en primer término reconstruirlo, para luego darle su significado, evidentemente de carácter político.

Con gran consternación, “los caldeos respondieron delante del rey – según reza el interesante relato del libro de Daniel -, y dijeron: “No hay hombre sobre la tierra que pueda declarar el negocio del rey: además de esto, ningún rey, príncipe ni señor, preguntó cosa semejante a ningún mago, ni astrólogo, ni caldeo. Finalmente, el negocio que el rey demanda, es singular, ni hay quien lo pueda declarar delante del rey, salvo los dioses, cuya morada no es con la carne[1]”.

Esta declaración de los astrólogos de la corte babilónica del siglo VII AC expresa una verdad inconcusa, indudable. La capacidad humana tiene sus límites: se les pedía a aquellos hombres una imposibilidad. Solo Dios está en condiciones de conocer los íntimos pensamientos inexpresados del hombre, y solo él tiene la capacidad de pronosticar el porvenir.

El rey Nabucodonosor, airado por no conseguir que alguien le interprete su sueño, ordena la destrucción de todos los sabios de Babilonia. Cuando este decreto está por ponerse en ejecución, buscan entre los consejeros reales a Daniel, un joven hebreo que, junto con otros, ha sido traído de Judea en una reciente expedición conquistadora del monarca, y es educado en la corte para servir más tarde en los negocios públicos.

Enterado que fue este hombre del motivo de la orden real, se presenta con toda confianza ante Nabucodonosor y promete resolver el problema, pero solicita tiempo. “Fuese luego Daniel a su casa – sigue afirmando el relato bíblico - … para demandar misericordia del Dios del cielo sobre este misterio… Entonces el arcano le fue revelado a Daniel en visión de noche; por lo cual bendijo a Daniel el Dios del cielo[2]”.

Cuando el joven vidente aparece en la presencia de Nabucodonosor, éstas son sus palabras:
“El misterio que el rey demanda, ni sabios, ni astrólogos, ni magos, ni adivinos lo pueden enseñar al rey. Más hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber al rey Nabucodonosor, lo que ha de acontecer al cabo de días… Y a mí es revelado este misterio, no por sabiduría que en mí haya más que en todos los vivientes, sino para que yo notifique al rey la declaración[3]”.

Estas palabras, desde luego, despiertan la ávida expectativa del gobernante, que se dispone a escuchar con atención cada palabra de este hombre extraordinario, máxime cuando asevera que la fuente de la revelación que está por hacer es Dios mismo, con quien se ha comunicado.

“Tú, oh rey – empieza Daniel diciendo – veías, y he aquí una grande imagen. Esta imagen, que era muy grande, y cuya gloria era muy sublime, estaba en pie delante de ti, y su aspecto era muy terrible”.

Nabucodonosor asiente con gran satisfacción, y una débil sonrisa ilumina su rosto hasta ahora torvo. Su confianza en el profeta va creciendo, porque ya está realizando la parte que parecía imposible: está reconstruyendo el sueño.

“La cabeza de esta imagen – prosigue el profeta – era de fino oro; sus pechos y sus brazos, de plata; su vientre y sus muslos, de metal (bronce); sus piernas de hierro; sus pies, en parte de hierro y en parte de barro cocido.

“Estabas mirando, hasta que una piedra fue cortada, no con mano, la cual hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, el metal, la plata y el oro, y se tornaron como tamo de las eras del verano: y levantólos el viento, y nunca más se le halló lugar. Más la piedra que hirió a la imagen, fue hecha un gran monte, que hinchió toda la tierra – y Daniel subraya la seguridad con que se expresa con esta otra frase -. Este es el sueño, la declaración de él diremos también en presencia del rey[4]”.

La alegría del joven monarca, que se trasunta en su rostro, es apenas frenada por la ansiedad con que espera la interpretación de su sueño. No le cabe duda alguna de que esa interpretación será fidedigna, porque la reconstrucción precisa de la visión misma ha sido absolutamente fiel, aún en sus detalles.

“Tú, oh rey, eres rey de reyes – continúa el profeta … tú era aquella cabeza de oro[5]”.

No podía ser más halagador para el tirano aquel comienzo de la interpretación profética. Además, concuerda cabalmente con la realidad. Babilonia, después de la caída de Nínive, había llegado a ser la indiscutida capital del mundo, y el imperio que regía se extendía por todos los ámbitos del Asia occidental, la parte de la tierra entonces civilizada. El brillo, la opulencia y la grandiosidad de aquella potencia se habían logrado mayormente merced a la destacada actuación de Nabucodonosor.

Nadie, en ese momento, se atreve a pensar que aquel floreciente y glorioso imperio de oro podía llegar pronto a su fin. Pero Daniel prosigue con toda certidumbre y dignidad:

“Después de ti se levantará otro reino menor que tú[6]”, así como la plata del pecho y los brazos seguían al oro de la cabeza.

La historia confirmó el cumplimiento de ese pronóstico. Unos sesenta años después que Daniel hablara de esta suerte, en días en que Babilonia se había debilitado mucho, la ciudad fue tomada por asalto. El hecho ocurrió a manos el general Ciro, que encabezó bien pronto el imperio persa – representado por la plata -, y que sucedió a la áurea Babilonia.

Pero Daniel prosigue con su interpretación: “Y (se levantará) otro tercer reino (que corresponde al bronce del vientre y los muslos), el cual se enseñoreará de toda la tierra[7]”. En cumplimiento de esta parte, Persia, después de ocupar el escenario como una potencia de proyección mundial, cayó también ante el arrollador empuje de Alejandro Magno, monarca de la fase helenística de la historia de Grecia. Alejandro, como sabemos, uno de los más destacados genios militares de todos los tiempos, se lanzó a una carrera de conquista que más parecía una excursión que una campaña militar, por la rapidez con que fue realizada. Toda el Asia Menor, Fenicia, Palestina, Egipto, Mesopotamia, Persia, fueron cayendo con extraordinaria celeridad, y los ejércitos de Alejandro llegaron hasta los límites de la India.

Con esto queda visto el asombroso cumplimiento de las tres primeras etapas, que cubrían más de cinco siglos de historia. Cuando Daniel llega en su explicación al cuarto reino, el de las piernas de hierro, declara: “Y el cuarto reino será fuerte como hierro; y como el hierro desmenuza y doma todas las cosas, y como el hierro que quebranta todas estas cosas, desmenuzará y quebrantará[8]”. ¿Quién es este cuarto reino? Surge en nuestra mente, con fuerza de evidencia, la férrea imagen del imperio romano, que sucede al efímero imperio helenístico de Alejandro. En Roma todo era de hierro: su organización latamente militarizada; su disciplina rigurosa; sus armas; su yugo sobre los vencidos. En poco tiempo Roma llegó a ser el formidable imperio que cubría una vastísima extensión, la que iba desde el África hasta Inglaterra, y desde España hasta Persia.

Pero según la profecía, Roma tampoco sería eterna. ¿Cuál sería su fin? Daniel responde: “Y lo que viste de los pies y los dedos… el reino será dividido[9]”. Así como las piernas rematan en diez dedos, aquel imperio mundial donde no se ponía el sol sería también del todo destruido y fragmentado.

Efectivamente. Durante los siglos IV y V DC, el imperio había entrado en una época de debilidad y de corrupción, que coincidió con las invasiones bárbaras de los pueblos germánicos. En sucesivas andanadas, estas invasiones terminaron por vencer y someter a Roma, produciendo la disolución del imperio y el establecimiento de una serie de monarquías en que se fue conjugando la población romana con los pueblos invasores, para dar nacimiento a las principales naciones europeas: los francos (Francia), los burgundios (en Suiza), los anglo-sajones (en Inglaterra), los alemanes (en Alemania), los suevos (en Portugal), los visigodos (en España), los lombardos (en Italia), etc.

Pero hay un elemento de esta profecía que es de un carácter tan preciso, y que se fue concretando de manera tan admirable a través de toda la historia a partir de la división de Roma, que conviene destacarlo en forma especial. Daniel, en su interpretación, realiza el atrevido pronóstico: “Cuanto a aquello que viste, el hierro mezclado con el tiesto de barro, mezclaránse con simiente humana (los diez reinos), más no se pegarán el uno con el otro, como el hierro no se mistura con el tiesto[10]”.

Hay aquí una doble declaración: 1°) las potencias europeas harían constantes esfuerzos para unirse de nuevo, recurriendo aún al expediente de mezclarse con simiente humana, es decir, de entrar en alianzas matrimoniales con miras a la reconsolidación; como notable cumplimiento de esta predicción, las casas reinantes de Europa a comienzos de nuestro siglo, se hallaban íntimamente emparentadas. Pero 2°) “No se pegarán”. Y estas tres palabras sentenciosas han marcado el rumbo de la historia a partir de la división de Roma. El que maneja las riendas del poder daba su fallo: no habría más imperios mundiales. A pesar de las tentativas que se hicieran, el ex imperio romano, o sea Europa, no volvería a unirse.

En cumplimiento de estas tres palabras proféticas, resultaron fallidos todos los esfuerzos para construir un gran imperio: Carlomagno, Carlos V, Napoleón, el káiser de la Alemania de la primera guerra, Hitler: todos estos nombres han pasado a la historia como símbolos de esfuerzos fracasados en ese sentido. Tampoco el proyecto de los Estados Unidos de Europa iba a prosperar para la amalgamación política de los países del viejo continente. Así como el hierro no se mezcla ni se amalgama con el barro cocido, tampoco volverían a pegarse los viejos fragmentos. ¡La profecía bíblica lo había dispuesto hacía 25 siglos!

¡2.500 años de historia bosquejados y maravillosamente cumplidos! Solo la presciencia de Aquel que rige los destinos del mundo, y en cuyas manos está la suerte de las naciones, podía hacer semejante anticipación, y solo el libro maravilloso cuyos mensajes fueron recibidos por revelación divina, podía haber registrado estas profecías.

Pero falta aún el desenlace el drama humano. Mientras el atónito monarca sigue con honda concentración la interpretación del vidente, éste corona su discurso con la más asombrosa declaración.

Ya en la descripción Daniel ha dicho: Estabas mirando, hasta que una piedra fue cortada, no con mano, la cual hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido y los desmenuzó. Entonces fue también desmenuzado el hierro, el barro cocido, el metal, la plata, el oro, y se tornaron como tamos de las eras del verano: levantólos el viento, y nunca más se les halló lugar. Más la piedra que hirió a la imagen, fue hecha un gran monte, que hinchió toda la tierra[11]”.

Y al interpretar este episodio final en que culmina el relato, dice Daniel. “En los días de estos reyes (es decir en los días de las naciones europeas), levantará el Dios del cielo un reino que nunca jamás se corromperá; y no será dejado a otro pueblo este reino; el cual desmenuzará y consumirá todos estos reinos, y el permanecerá para siempre. De la manera que viste que del monte fue cortada una piedra, no con manos, la cual desmenuzó el hierro, al metal, al tiesto, a la plata y al oro; el gran Dios ha mostrado al rey lo que ha de acontecer en lo porvenir: y el sueño es verdadero, y fiel su declaración[12]”.

Estos versículos establecen que en breve todas las potencias de la tierra han de ser desmenuzadas y pulverizadas, por la intervención de una piedra majestuosa desprendida del monte. Ninguna nación moderna ha de volver a regir el mundo con vara de hierro, porque Dios ha puesto límite a la ambición de los dictadores y los totalitarismos. En cambio, ocurrirá un suceso extraordinario que pondrá punto final a la historia de la tierra con sus dolores y angustias, para inaugurar un reino nuevo y feliz.


Tomado del libro “Potencias Supranormales que actúan en la vida humana” del Dr. Fernando Chaij. Ediciones Interamericanas, 1963. Páginas 125 a 131.




[1] Daniel, cap. 2, vers. 10 y 11.
[2] Daniel 2, 17 a 19.
[3] Daniel 2, 27 a 30.
[4] Daniel 2, 31 a 36.
[5] Daniel 2, 37 a 38.
[6] Daniel 2, 39.
[7] Daniel 2, 39.
[8] Daniel 2, 40.
[9] Daniel 2, 41.
[10] Daniel 2, 43.
[11] Daniel 2, 34 y 35.
[12] Daniel 2, 44 a 46.

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