Toda
la historia del progreso científico está llena de hombres que investigan
fenómenos en cuya existencia la ciencia oficial no creía.
Margaret Mead
Backster adquirió celebridad por sus
conocimientos en este campo, particularmente por su técnica de leer los
trazados del detector de mentiras. Su método se utiliza actualmente en la
Polygraph School del ejército de los Estados Unidos. Como antiguo miembro del
servicio de contraespionaje y de la CIA fue requerido en 1964 para identificar
ante el Congreso sobre la utilización de los detectores de mentiras por parte
del gobierno. Backster dirige todavía una escuela en la que se enseñan las
técnicas de detección de mentiras, pero ha organizado también la Backster
Research Foundation, destinada a realizar estudios que sirven para hallar el
indicio de un posible denominador común que vincule entre sí a todos los seres
vivos.
En un vulgar edificio de oficinas situado a pocos
pasos de las rutilantes luces de Times Square, dio comienzo lo que quizás sea
una de las más insólitas revoluciones de este siglo. Porque desde allí Cleve
Backster sorprendió a la comunidad científica con sus primeras y extrañas
observaciones sobre la sensibilidad de las plantas. Estas observaciones junto
con otros rigurosos experimentos realizados en todo el país, dieron como
resultado una potencial revolución conceptual que sacudió las creencias
arraigadas desde hacía mucho tiempo en los científicos de todo el mundo. ¿Era
cierto que las plantas podían responder a los pensamientos de un hombre
mediante telepatía? ¿Había demostrado Backster que las plantas poseían un poder
psíquico?
La idea que las plantas tuvieran sentimientos
y fueran capaces de comunicarse con los hombres parecía poco probable; sin embargo,
intrigaba a los escépticos que todavía se reían al pensarlo y, al mismo tiempo,
confortaba a los que creían en la sensibilidad de las plantas. ¿Qué sucedió en
el frío invierno de 1966, que causara tal alboroto? ¿Había planeado Backster un
deliberado ataque contra las viejas concepciones y creencias?
Nada de eso. Simplemente, un día, cansado del
trabajo rutinario de comprobar líneas ondulantes sobre largas hojas de papel
que pasaban por su polígrafo, decidió, por capricho, probar un experimento. Cleve
Backster se dispuso a ver si era posible medir la velocidad con que el agua
subía desde las raíces de una planta hasta sus hojas. Para hacerlo, conectó una
planta al polígrafo.
Habitualmente Backster conectaba los
electrodos a los dedos del sujeto, pero esta vez los colocó a ambos lados de
una hoja grande y carnosa de Dracaena
massangeana que tenía en su oficina. Con la ayuda de una goma gruesa, unió
firmemente los electrodos a la hoja. Tras ajustar su posición, empezó a obtener
una lectura de resistencias que apareció como un trazado en el papel del polígrafo.
Cleve Backster y el espécimen de Dracaena massangeana, sobre la que realizó el experimento.
Durante casi cincuenta y seis minutos,
Backster registró la respuesta de la planta. Esto no habría tenido importancia
si el investigador no hubiera visto que el trazado del polígrafo se inclinaba
hacia abajo desde el comienzo del experimento, lo cual era exactamente lo contrario
de lo que esperaba. Además, solo un minuto después de haber empezado el
original experimento, descubrió algo fascinante: el trazado que obtenía en el polígrafo
duplicaba virtualmente la respuesta observada en los seres humanos al “experimentar
un leve estímulo agradable”. Lo que Backster se disponía a registrar – la velocidad
de ascensión del agua en una planta – perdió interés comparado con lo que ahora
observaba.
¿Era la planta capaz de sentir emoción?
¿Reaccionaba con muestras de satisfacción y placer ante el hecho de recibir
agua? ¿Qué sucedía exactamente?
El trazado era tan parecido al obtenido en
las respuestas humanas que intrigó al curioso científico. Su atención se
concentró en la exploración de la posibilidad que existiera una similitud entre
determinados aspectos del trazado… y segmentos verificados de trazado específicamente
indicativos de una reacción emocional en los seres humanos.
Este paso puede parecer inusitado, pero era
natural en un hombre que ha trabajado durante años en el campo de la detección
de mentiras. El científico sabía que cualquier amenaza al bienestar de una
persona puede provocar una aguda reacción emocional. El miedo y la ansiedad
causan una respuesta inmediata en los sujetos conectados a un polígrafo.
¿Poseen
memoria las plantas?
La idea que las plantas tienen memoria hace
poner los pelos de punta a muchos científicos. Los informes provenientes del Japón,
según los cuales una planta es capaz de contar, pueden parecer cómicos, pero el
experimento de Backster con sus estudiantes sugiere la posibilidad que las
plantas retengan información durante un corto periodo de tiempo y reaccionen de
un modo “inteligente” ante esta información.
Su experimento era muy simple. Pidió a seis estudiantes
que le ayudaran a demostrar la capacidad de las plantas para recordar sucesos
pasados. Uno de ellos fue escogido al azar para matar una planta en presencia
de otra en una habitación en la que no había nadie más. Ni Backster ni los
otros cinco estudiantes sabían quién era el encargado de hacerlo. El estudiante
elegido se introdujo a hurtadillas en la habitación que contenía las dos
plantas y destruyó una de ellas. Luego Backster pidió a los estudiantes que
entraran en la habitación de uno en uno.
Entre tanto había conectado la planta
superviviente a un polígrafo para ver si reaccionaba ante el asesino. Cada uno
de los estudiantes entró en la habitación, y aquella no mostró respuesta alguna
hacia ellos. Pero cuando el culpable entró, la planta pareció enloquecer, según
mostró el frenético trazado del polígrafo.
Backster pudo descubrir al estudiante
culpable, el que mutiló la planta, observando la reacción de otra planta que
presenció el crimen. ¿Increíble?
¿Se trataba de memoria? ¿Era telepatía? Es posible,
por supuesto, que la planta respondiera ante los sentimientos del estudiante
culpable, pero este dijo que no había sentido ninguna angustia ni culpabilidad
por el hecho de haber destruido una planta. Es imposible saber si aquella
realmente “recordó” al destructor o si reaccionó a sus emociones, pero, por
fortuna, hay otros experimentos que indican la presencia de memoria en los
vegetales.
Tomado de la obra: “El poder psíquico de las plantas”, de John Whitman, Ediciones
Martínez Roca, 1980.
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