domingo, 16 de junio de 2019

PRÁCTICAS MÁGICO RELIGIOSAS EN COLOMBIA


Rogerio Velásquez


Es común oír en los pueblos el Alto y bajo Chocó que tal o cual enfermedad proviene de las influencias de un enemigo. Cuando la familia nada logra con los remedios habituales del pasado, se acude al hombre que reúne el doble atributo de curandero especializado y de brujo propiamente. Esta última condición le da capacidad de enterarse de lo que se dice en su contra y de reconstruir la vida de su paciente mediante indagaciones sigilosas. Para salvar al que sufre, el hechicero ejerce férrea disciplina no solo en la persona que piensa curar sino también sobre el conjunto que rodea al embrujado.

Por el color de la orina se sacan las alteraciones de la salud. Al agitar el líquido se presentan, en desfile casi milagroso, las toses rebeldes y las fiebres nocturnas, los desarreglos estomacales y las llagas incurables provenientes de rastro cogido y puyado con huesos de culebra; la incontinencia de orina y los peces y gusanos en la vía digestiva; las tramas de los mordidos por serpientes venenosas y los dolores de cabeza a causa de la sangre cortada; partos mal atendidos y problemas menstruales; impotencia sexual, tuberculosis, cardiasis, diarreas, tétanos, pasmos, susto, ojo, todo nada en el licor excrementicio que hace espumas que revientan con el vaivén de las sacudidas.

Conocido el mal, se entra a determinar si lo que aflige viene de Dios o de la magia. Para ello se da al quejoso tragos y fricciones de agua bendita con reliquias de santo o se coloca en la parte que duele una medalla de Santa Lucía, abogada de la peste. Un sahumerio de ramo pascual con hojas de ruda y altamisa. Incienso y mirra, reemplaza, en algunos lugares, las prácticas anteriores. Si la dolencia es un hecho natural, ocurrirá una visible mejoría, en cuyo caso se seguirá el tratamiento iniciado o aconsejado por el médico. Si el enfermo se agrava, el achaque será obra del diablo, notoria filiación de poderes extraños, en extremo peligrosos.

Los dolores acaecidos por venganza y envidia también son tratados por estos curanderos. Para conocer estos actos mágicos hay ensalmos y búsqueda del autor para conocerlo en sus capacidades y en su fuerza sugestiva. Divididos los enemigos de la víctima en grupos de a tres, se van descartando nombres y posibilidades hasta llegar al verdadero. Cuando se acierta o se ha creído acertar con el causante del desaguisado, un familiar del caído o el curandero que lo trata, va a donde el brujo y le ruega cure al que padece. Si accede, el enfermo está salvado. De lo contrario, la conjura surtirá sus efectos y el escogido perecerá devorado, además de la indisposición, por la angustia secreta de sus propios temores.

Usase asimismo la magia para hacer sufrir a las madres impidiéndoles los partos o reteniendo las placentas. Un cambio de los maderos que se consumen en el fogón de la casa donde yace la enferma; cerrar con llave la puerta del cuarto que sostiene la parturienta; cerrar un candado, pensando en que esto va a ser dañino a la alumbradora, son hechos suficientes para poner en apuros a la hembra que está en trance. Para destruir estas patrañas se rezan las oraciones a San Ramón Nonato, abogado de las que paren, o se invoca la bendición de San Francisco, que dice:

“El señor te guarde y bendiga y vuelva a ti tu rostro. El señor haga de ti misericordia y te dé paz. El señor a ti N.N. dé su santa bendición. Amén”.

El que reza hará cruces al llegar a rostro, paz y bendición. Luego se baña la imagen del santo y se da el agua a la enferma.

Si no está muy tramada, el niño saldrá de su encierro vivo o muerto, de pies o de cabeza, con todas sus tachas raciales y sus virtudes divinas.

Suponiendo que no haya quien diga o rece lo anterior, aparecerán las ceremonias. Un limón caliente pasado por las manos de los que habitan la casa, anulará el sortilegio. A medida que los circunstantes trasladan el fruto de un sitio a otro para no quemarse, el enredo se irá debilitando hasta que la mujer pueda cumplir con las obligaciones. Tragos de agua hervida con conchas de piangua hechas carbones, más paja de las cuatro esquinas de la casa, rompen también la tramoya que detiene el alumbramiento. Estos secretos los pondrán en marcha los que ofician de parteros.

En las mordeduras de culebras, el curandero hace de las suyas cuando presume pasos de enemigos. Dos zambullidas del picado en un río, con la cara vuelta hacia la desembocadura, y otra con la vista al nacimiento del mismo, más tres tragos de agua, cortan las trampas y rompen las picardías. No podía ocurrir de otra manera. Son los tres clavos de Cristo, los que se han invocado. Si la sangre asoma por los poros, se hace escupir al enfermo sobre una olla de barro seca y bien caliente o sobre un plato de loza sin usar. Si la sangre mana por el miembro viril, se obliga al enfermo a que orine sobre la llama de un tizón. Con estas operaciones se corta la hemorragia y se piensa en la curación.

Tomado de la obra: "La medicina popular en la costa colombiana del pacífico".

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