Rogerio Velásquez
Es común oír en los pueblos el Alto y bajo
Chocó que tal o cual enfermedad proviene de las influencias de un enemigo. Cuando
la familia nada logra con los remedios habituales del pasado, se acude al
hombre que reúne el doble atributo de curandero especializado y de brujo
propiamente. Esta última condición le da capacidad de enterarse de lo que se
dice en su contra y de reconstruir la vida de su paciente mediante indagaciones
sigilosas. Para salvar al que sufre, el hechicero ejerce férrea disciplina no
solo en la persona que piensa curar sino también sobre el conjunto que rodea al
embrujado.
Por el color de la orina se sacan las
alteraciones de la salud. Al agitar el líquido se presentan, en desfile casi
milagroso, las toses rebeldes y las fiebres nocturnas, los desarreglos
estomacales y las llagas incurables provenientes de rastro cogido y puyado con
huesos de culebra; la incontinencia de orina y los peces y gusanos en la vía
digestiva; las tramas de los mordidos por serpientes venenosas y los dolores de
cabeza a causa de la sangre cortada; partos mal atendidos y problemas menstruales;
impotencia sexual, tuberculosis, cardiasis, diarreas, tétanos, pasmos, susto,
ojo, todo nada en el licor excrementicio que hace espumas que revientan con el vaivén
de las sacudidas.
Conocido el mal, se entra a determinar si lo
que aflige viene de Dios o de la magia. Para ello se da al quejoso tragos y
fricciones de agua bendita con reliquias de santo o se coloca en la parte que
duele una medalla de Santa Lucía, abogada de la peste. Un sahumerio de ramo
pascual con hojas de ruda y altamisa. Incienso y mirra, reemplaza, en algunos lugares,
las prácticas anteriores. Si la dolencia es un hecho natural, ocurrirá una
visible mejoría, en cuyo caso se seguirá el tratamiento iniciado o aconsejado
por el médico. Si el enfermo se agrava, el achaque será obra del diablo,
notoria filiación de poderes extraños, en extremo peligrosos.
Los dolores acaecidos por venganza y envidia también
son tratados por estos curanderos. Para conocer estos actos mágicos hay
ensalmos y búsqueda del autor para conocerlo en sus capacidades y en su fuerza sugestiva.
Divididos los enemigos de la víctima en grupos de a tres, se van descartando
nombres y posibilidades hasta llegar al verdadero. Cuando se acierta o se ha creído
acertar con el causante del desaguisado, un familiar del caído o el curandero
que lo trata, va a donde el brujo y le ruega cure al que padece. Si accede, el
enfermo está salvado. De lo contrario, la conjura surtirá sus efectos y el
escogido perecerá devorado, además de la indisposición, por la angustia secreta
de sus propios temores.
Usase asimismo la magia para hacer sufrir a
las madres impidiéndoles los partos o reteniendo las placentas. Un cambio de
los maderos que se consumen en el fogón de la casa donde yace la enferma;
cerrar con llave la puerta del cuarto que sostiene la parturienta; cerrar un
candado, pensando en que esto va a ser dañino a la alumbradora, son hechos
suficientes para poner en apuros a la hembra que está en trance. Para destruir
estas patrañas se rezan las oraciones a San Ramón Nonato, abogado de las que
paren, o se invoca la bendición de San Francisco, que dice:
“El señor te guarde y bendiga y vuelva a ti
tu rostro. El señor haga de ti misericordia y te dé paz. El señor a ti N.N. dé
su santa bendición. Amén”.
El que reza hará cruces al llegar a rostro, paz y bendición. Luego se
baña la imagen del santo y se da el agua a la enferma.
Si no está muy tramada, el niño saldrá de su
encierro vivo o muerto, de pies o de cabeza, con todas sus tachas raciales y
sus virtudes divinas.
Suponiendo que no haya quien diga o rece lo
anterior, aparecerán las ceremonias. Un limón caliente pasado por las manos de
los que habitan la casa, anulará el sortilegio. A medida que los circunstantes
trasladan el fruto de un sitio a otro para no quemarse, el enredo se irá
debilitando hasta que la mujer pueda cumplir con las obligaciones. Tragos de
agua hervida con conchas de piangua hechas carbones, más paja de las cuatro
esquinas de la casa, rompen también la tramoya que detiene el alumbramiento. Estos
secretos los pondrán en marcha los que ofician de parteros.
En las mordeduras de culebras, el curandero
hace de las suyas cuando presume pasos de enemigos. Dos zambullidas del picado
en un río, con la cara vuelta hacia la desembocadura, y otra con la vista al
nacimiento del mismo, más tres tragos de agua, cortan las trampas y rompen las picardías.
No podía ocurrir de otra manera. Son los tres clavos de Cristo, los que se han
invocado. Si la sangre asoma por los poros, se hace escupir al enfermo sobre
una olla de barro seca y bien caliente o sobre un plato de loza sin usar. Si la
sangre mana por el miembro viril, se obliga al enfermo a que orine sobre la
llama de un tizón. Con estas operaciones se corta la hemorragia y se piensa en
la curación.
Tomado de la obra: "La medicina popular en la costa colombiana del pacífico".
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