viernes, 7 de junio de 2019

EL TREN CONDUCIDO POR UN MUERTO

Casos Extraordinarios

Sin duda alguna, uno de los acontecimientos más extraordinarios de la historia reciente del ferrocarril es el que se produjo en Bélgica en el año 1950. Un tren de pasajeros recorrió su trayecto cotidiano sin que nadie lo condujera. Su maquinista estaba muerto.

Parece una historia increíble, sobre todo si tenemos en cuenta que los hechos ocurrieron en una época en que los trenes sólo funcionaban manualmente, ya que todavía no disponían de mecanismo electrónicos.

El maquinista enfermo

Uno de los protagonistas fue el tren de las 8:10 h, compuesto de cuatro vagones arrastrados por una máquina de vapor. Este tren efectuaba diariamente un viaje de media hora de duración (15 millas de distancia), entre la ciudad de Antwerp y Bruselas.
La locomotora que en 1950 fue protagonista de unos hechos poco claros que dejaron estupefactos tanto a la opinión pública como a los especialistas que investigaron el caso.

El maquinista titular era Gaston Meyer. Llegó a la estación a las 6:30 h de la madrugada para preparar el plan de trabajo. Era un buen profesional y un hombre sano de 30 años. Sin embargo, aquel día Meyer no se encontraba bien, había pasado una mala noche y tenía fiebre. Comentó el hecho con su compañero, el revisor Jacques Linden, de 41 años, que notó su palidez. Le aconsejó que hablara con el superintendente de operaciones para que le reemplazaran. Meyer no quiso dejar el trabajo y optó por conducir el tren.

El extraño viaje

Gaston Meyer se subió a la pequeña cabina de la locomotora a las 7:45 h de la mañana, puso en marcha el tren y lo condujo hasta la vía número 5. Allí empezaron a subir los pasajeros. Un minuto más tarde de la hora prevista el tren arrancó de la estación de Antwerp con rumbo a la capital.


El recorrido, aunque corto, era complejo. Había muchas estaciones en las que tenía que parar o aminorar la marcha. Además, tenía diversos paso a nivel y multitud de indicaciones en las que debía efectuar señales acústicas. Iba precedido de otro tren y tras él, a cuatro minutos, venía el siguiente.

El tren circulaba a la velocidad habitual cuando transcurridos cinco minutos de la salida sufrió una brusca disminución de velocidad. Uno de los pasajeros, Paul Harmel, ejecutivo de una empresa textil, recibió un fuerte golpe a consecuencia del frenazo. Fueron sólo unos segundos, nuevamente el tren aumentó su velocidad rumbo a Bruselas.

Cuando el tren llegó a Blanchefleur, primera estación del recorrido, se detuvo y subieron algunos pasajeros como cada mañana. El empleado del andén, al pasar frente a la locomotora, vio que el conductor tenía la cabeza baja, y pensó que quizás estaba observando algo del panel de instrumento. Un minuto después el tren se puso en marcha.

Durante el trayecto, Jacques Linden, el revisor, oyó que el tren pitaba normalmente en las señales correspondientes. Siguiendo el plan de ruta, el tren de las 8:10 h aminoraba la marcha en los lugares señalados y paraba en las estaciones previstas.

La locomotora sin conductor

En una zona peligrosa del recorrido se encontraba el vigilante ferroviario Maurice Tancre. Colocó una serie de señales para que el tren aminorara la marcha. Así lo hizo, el convoy transitó a poca velocidad, pero al pasar la locomotora a la altura del vigilante a éste se le heló la sangre. En la cabina del maquinista no había nadie. El tren marchaba solo. Avisó rápidamente por teléfono al próximo punto de control para advertir lo que estaba sucediendo.

Un cambio de agujas como este, condujo al tren hasta una línea muerta donde finalmente se detuvo. Este espectacular caso forma parte de los anales de la historia del ferrocarril y muchos de sus protagonistas todavía recuerdan el día que subieron al tren y rayando los límites de lo imposible hicieron su recorrido como si nada ocurriera.

En el siguiente puesto de vigilancia, otro ferroviario, M. Leblac, esperó al tren con señales de peligro. Inexplicablemente, el tren de pasó sin parar y Leblac se dio cuenta que efectivamente la locomotora iba sin conductor. El vigilante estupefacto avisó a la próxima estación, Vermeylen, la penúltima antes de llegar a la estación de Bruselas.

El jefe de estación de Vermeylen era León Vreven. Este mandó colocar señales de parada inmediata y encauzar al tren a una vía muerta. A los pocos minutos la máquina apareció. Ante la presencia de las señales redujo su marcha y se detuvo en la vía muerta. El jefe Vreren se dirigió hacia la locomotora apresuradamente. Subió, abrió la puerta, y allí se encontró el cuerpo de Gaston Meyer, caído sobre el cuadro de mandos. El conductor estaba muerto.

 El misterio del maquinista

          Tras examinar el cadáver, el forense preguntó cómo había llegado hasta ahí el cuerpo del maquinista. Naturalmente le dijeron que él mismo había conducido el tren hasta la estación. El médico, perplejo, contestó: eso es imposible, este hombre lleva muerto más de media hora. La autopsia posterior confirmó las palabras del forense.

Se abrió una investigación del caso. Lo único claro que ésta reveló fue que el 3 de septiembre de 1950 el tren de las 8:10 h hizo recorrido habitual con un maquinista cadáver.

Tomado de la obra: "Enciclopedia de la Parapsicología y Ciencias Ocultas"
Salvat Editores, 1974.

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