Para Allan Kardec, el fenómeno de bicorporeidad es una
variedad de las manifestaciones visuales, los cuales no se apartan del orden de
los fenómenos naturales y el mismo se basa en el principio de que todo lo que
se ha dicho sobre las propiedades del periespíritu después de la muerte también
se aplica al periespíritu de los vivos. Aislado del cuerpo, el Espíritu de una
persona viva puede aparecer del mismo modo que el Espíritu de una persona que
ha muerto, y presentar todas las apariencias de la realidad. Además, por las
mismas causas que ya explicamos, puede adquirir una tangibilidad momentánea.
Ese fenómeno, designado con el nombre de bicorporeidad, ha dado lugar a las
historias de hombres dobles, es decir, de individuos cuya presencia simultánea
ha sido comprobada en dos lugares diferentes[1].
La historia de Emilie Sagée, representó, para la época
del fenómeno, todo un reto en los anales de los estudios parapsicológicos o
paranormales; su historia fue documentada por el autor escocés Robert Dale
Owen, autor de la obra Footfalls on the Boundary of Another World (Pisadas en la Frontera de otro Mundo) en 1849.
Para Emilie Sagée, este fenómeno simbolizó una
especie de maldición, pues gracias al mismo fue despedida 18 veces de las
instituciones en las que laboraba como maestra de escuela. Quienes ofrecieron
detalles de su personalidad consideraban que era una mujer guapa, inteligente y
simpática y, de acuerdo a quienes conocían de sus capacidades, muy buena
profesora.
Entre las muchas historias que se entretejieron
en torno a ella, pasamos a contar la siguiente: “Pocas semanas después de su
instalación en el colegio empezaron a correr sobre ella, entre sus discípulas,
rumores un tanto extraños. Cuando una decía haberla visto en tal parte del
colegio, otra aseguraba haberla encontrado en otra parte, en igual momento, y
la conclusión siempre era la misma: “¡Pero si eso no es posible! Si acabo de
encontrarme con ella en la escalera, etc., etc.
Creyóse primero en errores, pero como el hecho no
cesaba de repetirse, las jóvenes lo comentaban cada vez más. Los profesores
contestaban que todo aquello no tenía sentido común, y que no había que concederle
la menor importancia.
Pero las cosas no tardaron en complicarse. Emilie
Sagée daba un día lección a trece de aquellas jóvenes, entre las que se
encontraba la señorita de Güldenstubbé. Para mejor hacerles una demostración,
escribió en la pizarra el pasaje que debían explicar, y las discípulas vieron
de pronto, presa de terror, dos señoritas Sagée, una junto a la otra: “Eran
exactamente iguales y hacían los mismos gestos”. La sola diferencia consistía
en que la verdadera señorita Sagée tenía un pedazo de tiza en la mano y
escribía en realidad, mientras que su “doble” no lo tenía y se limitaba a
imitar los movimientos que hacía la otra para escribir.
La sensación en todo el colegio fue enorme. Tanto más,
cuanto “que todas las jóvenes, sin excepción, habían visto la segunda forma “y
estaban perfectamente de acuerdo en la descripción que hacían del fenómeno”.
Pero el incidente más notable fue ciertamente el
siguiente:
“Un día se encontraban todas las pensionistas, en
número de 42, reunidas en una estancia y ocupadas en labores de bordado. Era
una gran sala situada en la planta baja, con cuatro grandes ventanales. Las
colegialas estaban todas sentadas alrededor de la mesa y podían ver cuánto
sucedía en el jardín. Mientras trabajaba veían a la señorita Sagée ocupada en
coger flores, no lejos de la casa. Al extremo de la mesa se sentaba una profesora,
encargada de guardar el orden, ocupando un sillón de marroquín verde. En un
momento determinado, esta profesora se ausentó, y el sillón quedó vacío, pero
por poco tiempo, porque las jóvenes vieron de pronto, sentada en él, a la
señorita Sagée. Inmediatamente dirigieron las miradas hacia el jardín, y la
vieron que seguía cogiendo flores, con la sola diferencia de que sus
movimientos eran más lentos y pesados, parecidos a los de una “persona abatida
por el sueño” o “agotada por la fatiga”.
Dirigieron de nuevo sus ojos hacia el sillón, donde el
“doble” continuaba sentado, silencioso e inmóvil. Como se encontraban
habituados a estas extrañas manifestaciones, dos discípulas de las más
atrevidas se aproximaron al sillón, y al tocar la aparición “creyeron encontrar
una resistencia parecida a la que ofrecía un ligero tejido de muselina o
crespón.
Una de ellas hasta se atrevió a colocarse delante del
“sillón, y atravesar realmente una parte de la forma”, a pesar de lo cual, ésta
duró todavía un poco de tiempo y después se desvaneció gradualmente. Al mismo
tiempo se observó que la señorita Sagée continuaba cogiendo flores con su
vivacidad natural. “Las 42 colegialas comprobaron el fenómeno de la misma
manera”.
Camilo Flammarion comenta lo que ocurrió en el colegio
después de aquello. Parece ser que los padres de las niñas, alarmados ante un
suceso tan extraño, retiraron a sus hijas de aquel colegio para internarlas en
otros donde la vida fuese más de éste mundo. De las 42 muchachas que se
encontraban en el “Pensionado de Neuwelcke” en 1845, quedaron sólo 12,
dieciocho meses después. La señorita Sagée, a pesar de haber demostrado buena
conducta y una excelente dote para la educación, fue despedida inmediatamente
por el director. La señorita Güldenstubbé, hija del barón Güldenstubbé, dijo
haber escuchado a la profesora, instantes antes de ser despedida, las
siguientes palabras: “¡Dios mío, con ésta son diecinueve las veces que, desde
los dieciséis años, me veo obligada a abandonar mi colocación!”
“Su cuerpo astral –escribió el investigador Charles Du
Pret- fue visto por todo el colegio de señoritas, mientras duró su estancia en
aquella institución.
Este suceso además de la
publicación hecha por Robert Dale Howen, a quien se lo había referido la
baronesa Julia Güldenstubbé, luego apareció en la revista “Light” en 1883 en su
página 366, y muchos investigadores psíquicos lo recogieron en sus escritos.
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