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“El periespíritu” - escribe Kardec en El
Libro de los Médiums, ítem Nº 109, “como vemos, es el principio de todas las
manifestaciones”.
El desprevenido lector, que se inicia en el
estudio de la Codificación podría preguntarse: ¿Todas? Sabe él que es estar en
todo. Kardec hace estas declaraciones después de haber probado escrupulosamente
sus puntos de apoyo y posibles objeciones. En efecto, el periespíritu es el
componente indispensable para la producción de cualquier fenómeno psíquico, ya
sea psíquico o mediúmnico.
Con la misma convicción, lo afirmó en el
libro Obras Póstumas, en el capítulo Manifestaciones de los Espíritus, ítems 10
a 11:
“El periespíritu sirve de intermediario entre
el Espíritu y el cuerpo. Es el órgano de transmisión de todas las sensaciones. En
cuanto a los que vienen del exterior, se puede decir que el cuerpo recibe la
impresión, el periespíritu la transmite y el Espíritu, que es el ser sensible e
inteligente, la recibe. Cuando el acto es iniciativa del Espíritu, se puede
decir que el Espíritu quiere, el periespíritu transmite y el cuerpo ejecuta”.
(Kardec Allan, 1978).
Por lo tanto, ya sea acoplando su
periespíritu al del encarnado, ya sea tomando de él las energías que necesita,
el Espíritu desencarnado necesita recurrir al periespíritu de las personas con
facultades mediúmnicas para realizar los fenómenos que desea y puede producir.
Esto se debe, a que no dispone de un cuerpo físico para mover un objeto,
escribir un texto, manifestarse oralmente o pintar un cuadro. Solo puede
hacerlo tomando prestado el cuerpo de alguien, cuerpo este que solo puede ser
movido para cumplir la tarea deseada cuando una voluntad espiritual lo quiere,
y el periespíritu transmite este comando al cuerpo físico, que luego habla,
escribe, en fin, se mueve.
Sin embargo,
prosigamos:
El periespíritu no está encerrado en los
límites del cuerpo, como en una caja. Por su naturaleza fluídica, él es
expansible, irradia hacia el exterior y forma, alrededor del cuerpo, una
especie de atmósfera que el pensamiento y la fuerza de voluntad pueden expandir
e mayor o menor grado. Por lo tanto, se deduce que hay personas que, sin estar
en contacto físico, pueden estar en contacto por sus periespíritus e
intercambiar sus impresiones y, algunas veces, pensamientos a través de la
intuición (Idem).
Este borde
periespiritual que “se irradia hacia el exterior y forma, alrededor del cuerpo,
una especie de atmósfera”, es el aura, que André Luiz conceptualiza de la
siguiente manera en Evolución en Dos Mundos:
“El aura es, por tanto, nuestra plataforma
omnipresente en todas las comunicaciones en nuestra vida de relación;
antecámara del Espíritu en todas nuestras actividades de intercambio con la
vida que nos rodea, a través de la cual somos observados y examinados por las
inteligencias Superiores, sentidos y reconocidos por nuestros seres afines y
temidos y hostilizados, o amados y auxiliados por los hermanos que marchan en
una posición inferior a la nuestra” (Xavier, Francisco Cándido/Luiz, André,
1973).
No es necesario
decir más para comprender la importancia del aura en los humanos. Es nuestro
pasaporte, nuestro documento de identidad, la radiografía de nuestra intimidad
física y espiritual para que aquellos que tienen los ojos para ver del cual nos
habló Jesús.
El tema ha despertado el interés de
innumerables estudiosos, tanto desde el punto de vista del ocultismo antiguo,
hasta de los modernos investigadores apoyados con dispositivos electrónicos
sofisticados.
Vale la pena señalar el hecho de que,
separadas algunas fantasías especulativas, originadas en imaginaciones
descontroladas, hay una especie de consenso en torno de las principales
características del aura. Veamos, por ejemplo, lo que dice Paracelso, en una
cita que recopilamos de Lewis Spence, en la obra An Encyclopaedia of Occultism.
“La fuerza vital no está encerrada dentro del
ser humano, sino a su alrededor como una esfera luminosa y puede actuar a
distancia. En esos rayos seminaturales, la imaginación de la persona puede
producir efectos saludables o mórbidos. Puede envenenar la
esencia de la vida y causar enfermedades o purificar lo impuro y restaurar la
salud (Spence, Lewis, 1960).
Además:
Nuestros pensamientos son, simples
emanaciones magnéticas que, al escapar de nuestro cerebro, penetran en varias
cabezas y llevan consigo, junto con un reflejo de nuestra vida, la imagen de
nuestros secretos” (Ídem).
El pionero en el estudio científico del aura
fue el Dr. Walker J. Kilner, médico inglés nacido en 1847, en la Inglaterra victoriana,
en una familia tradicionalmente dedicada a la medicina. Su papa, John fue
miembro del solemne Royal College of Surgeons y su hermano, Charles Scott
Kilner, fue también un prestigioso médico.
El Dr. Kilner
investigó el aura humana durante una buena parte de su vida profesional.
Familiarizado con los estudios de Rontgen y Blondot, así como los de
Reichenbach y otros, Kilner tuvo la idea, por los años 1908, de que el aura
humana se podría tornar visible mediante el uso de un filtro colorido apropiado.
Sus experiencias, en ese sentido, llevaron al empleo de la dicianina, un
colorante extraído del alquitrán. La sustancia tiene la propiedad de producir
un cierto grado de miopía que, a su vez, hace que el observador perciba más
fácilmente la radiación ultravioleta.
En 1911, el
Dr. Kilner se encontró en condiciones de duplicar sus observaciones y
conclusiones en el libro intitulado The Human Atmosphere, el cual fue
acompañado de un material de investigación, que incluía gafas especiales para
la dicianina.
Ese libro
causó un inevitable alboroto entre sus colegas médicos, quienes no ahorraron
reserva alguna en comentarios irónicos, como esta, publicada en un extenso
artículo crítico, en The British Medical Jornal del 6 de enero de 1912:
“El Dr.
Kilner no ha logrado convencernos que su aura sea más auténtica que la espada
visionaria de Macbeth”.
Con la
Primera Guerra Mundial, la dicianina, producida en laboratorios alemanes,
desapareció del mercado y el Dr. Kilner tuvo que interrumpir sus
investigaciones. En 1920, salió una nueva edición ampliada de su libro, esta
vez recibida con mayor respeto y respaldada por algunos médicos de prestigio,
pero el Dr. Kilner no alcanzó a “ver en vida”, los artículos más comprensibles
del Medical Times y del The Scintific American, pues murió el 23 de junio de
1920, a los setenta y tres años de edad.
En cualquier
caso, su magnífica obra fue situada, en una zona de penumbra, entre la ciencia
y el llamado “ocultismo”, por la mayoría de sus colegas de profesión y
escépticos de otros matices y profesiones. No faltó quien lo acusase de estar
involucrado con el mal llamado ocultismo e incluso lo considerasen
clarividente, suposiciones que el refutó explícitamente. Sin embargo, sea cual
sea la razón, su trabajo no despertó mayor interés en la clase médica y dependía de un espiritualista convencido y dinámico, Harry Boddington –al cual
hemos recurrido frecuentemente en este libro para continuar los estudios de
Kilner, sin contar, incluso, con la formación universitaria de su predecesor.
Boddington
diseñó unas gafas especiales que facilitaron enormemente el estudio del aura.
El libro del
Dr. Walter Kilner no quedó en el olvido, especialmente en los círculos
espiritistas ingleses, en los cuales siempre fue citado, pero permaneció
agotado durante cerca de medio siglo. En 1977, a mi paso por Londres, encontré
una nueva edición, lanzada el año anterior. Es el que tengo en mi poder, ya no
bajo el antiguo título, sino como The Human Aura, publicado por Citadel Press
(Secaucus, Nueva Jersey, Estados Unidos, 1976).
La técnica de
investigación es minuciosamente descrita por el Dr. Kilner e ilustrada con
sesenta y cuatro dibujos, extraídos de las innumerables observaciones que hizo
en otras tantas personas.
Sería
impracticable resumir, en unas pocas líneas o incluso en muchas páginas, el
paciente trabajo del eminente médico. Sus observaciones clínicas están
expuestas de forma clara y segura. Tomemos tres ejemplos:
Los cambios en la forma y el tamaño del aura
son el resultado de enfermedades nerviosas graves, como la epilepsia, histeria,
hemiplejia y, una vez establecidas, se vuelven permanentes, mientras que si se
deben a trastornos nerviosos transitorios como la ciática, el herpes, etc. Una
vez curado el paciente, el aura vuelve gradualmente a su estado normal.
[…] Cualquier daño en las facultades mentales
causa automáticamente una reducción del aura, en tamaño y nitidez, además, ella
es más estrecha en personas de mente débil. Tales hechos dan apoyo a la
observación de que los centros cerebrales más sofisticados están íntimamente
ligados en la generación de energía áurica.
Cuando el paciente se desmaya, el aura pierde
gran parte de su brillo y se reduce en tamaño. Las alteraciones son probablemente
el resultado de un agotamiento temporal (Kilner, Walter, 1976).
Poco después él declara que, a pesar de su
natural repugnancia, tuvo oportunidad de estudiar algunos cadáveres y en ninguno de ellos
encontró rastros del aura. El hecho no le causó sorpresa, dado que él ya había
observado que este fenómeno ocurría incluso en casos de hipnosis. Observó
también, cierta pérdida de nitidez del aura en los casos de enfermedad del
paciente. Aunque no lo comentó, es de suponer que el aura de los pacientes
hipnotizados no es detectada, simplemente porque se halla ausente, en estado de
desprendimiento o desdoblamiento.
Es una pena que sus estudios hayan
permanecidos tanto tiempo relegados a la indiferencia e incluso a la hostilidad
de la clase médica, en particular, y de los investigadores en general, hasta
que fueron retomados principalmente por los soviéticos, después del
descubrimiento del “efecto Kirlian”.
Según observaciones del Dr. Kilner, cualquier
alteración en la salud del individuo, se refleja en el aura, ya sea en la
región afectada, cuando está circunscrita, o en todo el cuerpo, cuando la
molestia se generaliza en el cuerpo físico.
Al escribir un prefacio para una nueva
reedición del libro de Kilner, en 1976, Leslie Shepard recuerda que el problema
del aura aún permanece en la frontera entre ciencia y clarividencia. Aunque
cauteloso sobre las conclusiones del Dr. Kilner, Shepard expresa sus esperanzas
de que nuevas ediciones de la obra susciten el interés de modernos
investigadores, equipados, inclusive, de herramientas y conocimientos aún más
sofisticados.
Por otro lado, a no ser por la investigación
de Boddington –y que consta, principalmente, en su obra capital, The University
of Spiritualism- casi nada se ha hecho, en términos de aplicación de las
tecnologías indicadas por el Dr. Kilner, en el estudio de los fenómenos
psíquicos, anímicos, de obsesión y posesión.
¿Qué cambios, por ejemplo, ocurren en el aura
de un médium cuando está bajo la influencia de un espíritu desencarnado? ¿En
qué puntos o sectores del aura se ligan los periespíritus de los seres
encarnados y desencarnados? ¿Qué perturbaciones provoca el acoplamiento del
periespíritu de un invasor espiritual en su víctima? ¿Qué características
especiales ofrece el aura de un médium en potencia o activo? ¿Qué cambios se
producen en el aura de una persona que da pases o que los recibe?
Son innumerables las referencias de Harry
Boddington del aura, en sus escritos, pero es en el capítulo VIII –“Maravillas
del Aura Humana” –de la Universidad del Espiritualismo”, donde encontramos una
exposición más amplia sobre el tema. Para no expandir nuestro propio estudio
más allá de los límites que estamos tratando de imponerle, intentaré resumir
las principales observaciones del competente autor inglés:
1.
El
aura es una especie de radiación luminosa que rodea el cuerpo humano,
constituida por innumerables partículas de energía.
2.
Esa
irradiación es singularmente sensible al pensamiento, al cual responde con
prontitud.
3.
El
aura funciona como parte integral de la conciencia.
4.
Su
calidad (aspecto, color, forma –varía según los temperamentos, el carácter y la
salud de las personas).
5.
Ella
es “esencial a todas las manifestaciones psíquicas” y el medio a través del
cual operan los médiums de cura, además de actuar como el principio activo de
la curación.
6.
“El
hecho de que algunas personas sean médiums y otras no, llevó a los espiritistas
a aceptar, como hipótesis de trabajo, la teoría de que los médiums irradian una
sustancia psíquica específica, que forma un vínculo semimaterial entre ellos y
sus comunicantes invisibles”.
7.
“Se
ha demostrado que, a no ser que el magnetismo de los Espíritus se mezcle
armoniosamente con el de los sensitivos, ellos no consiguen hacer notar su
presencia”.
8.
Debidamente
manipulada y condensada por un impulso de la voluntad –ya hemos visto que es
fácilmente influenciable por el pensamiento-, el aura se presenta como
ectoplasma, materia prima para la producción de pequeños bastones, seudópodos o
materializaciones. Como ella reacciona al pensamiento y al choque, exactamente
como el cuerpo humano, se puede concluir que ella constituye una extensión del
sistema nervioso.
9.
La
formación de esos bastones y seudópodos en las sesiones de materialización resulta,
en opinión de Boddington, de un esfuerzo consciente de la voluntad del médium y
no de una exteriorización inconsciente, según afirman los materialistas y
negadores en general.
Hago una pausa para decir algo sobre el
término seudópodo, que, literalmente quiere decir, pie falso. El diccionario de
Aurelio nos dice que la palabra sirve para conceptuar “la protuberancia
protoplasmática que se forma en la periferia de los leucocitos, de las amebas y
otros protozoarios, sirviéndoles para la locomoción”. Esta es la razón por la
cual se llaman pies falsos, porque no son estrictamente pies, pero le sirven
para caminar. En el caso de la fenomenología psíquica de efectos físicos,
especialmente en el desplazamiento de objetos, la formación de seudópodos
observados en las experiencias con Eusapia y otros médiums, no se trata de una
protuberancia protoplasmática, como en la biología, sino una protuberancia
ectoplasmática. Es con ese tipo de seudópodo o bastoncillo, ya fotografiados en
algunas experiencias, es que el sensitivo consigue dislocar objetos sin
tocarlos con ningún miembro o parte de su cuerpo físico.
Mientras tanto, continuemos con Boddington y
sus observaciones acerca del aura.
10.
El
aura no debe ser considerada como una fuerza ciega, ya que la conciencia opera
a través de ella de la misma manera que operamos a través del sistema nervioso.
Discurriendo sobre los colores del aura y su
significado en términos de salud física y características del temperamento y
carácter, Boddington ofrece un amplio marco de clasificación que nos parece
necesario reducir aquí. Sin embargo, una de sus observaciones sobre las
sesiones mediúmnicas es lo que se llamaría “imperdible” y presentada de la
siguiente manera: “la armonía prevalece” (entre los componentes del grupo),
“los colores se mezclan, pero, si hay una brecha entre dos participantes, deben
ser desplazados hasta que la brecha desaparezca”.
Si
los colores se rehúsan a mezclarse, es mejor que los participantes en
desarmonía se retiren del grupo o, entonces, los resultados serán
insatisfactorio. El aura de un nuevo participante puede anular completamente
los resultados positivos obtenidos en otros momentos en los que no estaba
presente. Por otro lado, dos médiums aparentemente del mismo tipo, no siempre
intensifican el fenómeno. Al contrario, conocemos casos en los que uno destruye
la influencia del otro. Un Espíritu amigo de Cora Tappan, y que se identificaba
como Benjamín Franklin, declaró, que esto, a veces, es debido a que uno de
ellos produce energía eléctrica, mientras que en el otro es fosfórica. Separados pueden producir fenómenos de
naturaleza similar, pero juntos, se neutralizan entre sí.
Debo agregar, que la mezcla de los colores
debe haber sido observada y comunicada a Boddington por su esposa, en las
innumerables experiencias que realizó con ella, quien disponía de ese tipo de
facultad. En mi opinión, la observación tiene sentido. Cada uno de nosotros
tiene su propia vibración que, en la visión de los sensitivos dotados de dicha
facultad, puede ser traducida en diversos colores. No es de admirar que ciertas
vibraciones no se combinen entre sí y que otras se opongan o se anulen
mutuamente. Todos los que lidiamos con la mediúmnidad en acción, sabemos que
hay personas que, introducidas en un grupo mediúmnico, pueden paralizar y
neutralizar a los mejores médiums, aunque sea de forma involuntaria o inconsciente.
Conmigo ocurrió algo parecido. Cierta vez,
fui invitado a presenciar el trabajo de cierta señora que era muy evidente por
sus pretendidas manifestaciones mediúmnicas, en contacto con seres
interplanetarios. Sin que hubiese el más mínimo esfuerzo negativo de mi parte,
por el contrario, yo estaba interesado en observar con absoluta imparcialidad,
sin embargo, la señora no consiguió prácticamente nada esa noche. Eran obvios, la
decepción, perplejidad y malestar de los demás espectadores, habituados a charlas
con los misteriosos seres invisibles, así como mi propia vergüenza. Debo haber
dejado una horrible impresión de “pie frio” entre ellos. Prefiero concluir con
Boddington, que nuestros colores no se mezclaron en absoluto…
Es precisamente por la necesidad de
armonización entre las auras, que Boddington nos recuerda que los Espíritus
están constantemente advirtiendo contra el uso de drogas, alcohol, alimentación
inadecuada y, en fin, todos los hábitos que “degradan la mente y agotan los
nervios”. El aura, agrega él, esta “indisolublemente ligada a todos los órganos
del cuerpo, del cual exhala, como el perfume de una flor”.
Por lo tanto, no hay forma de evitar que las
sustancias toxicas ingeridas y la desarmonía de los pensamientos, afecten sustancialmente
al aura, produciendo considerables perturbaciones en el proceso de comunicación
mediúmnica. Esto se debe, a que no solo
el aura del médium debe estar en buenas condiciones vibratorias de limpieza
energética, mental y emocional, a fin de que pueda ofrecer su dinamismo a los
Espíritus que se manifiestan, pues su aura y las de los demás deben estar
debidamente armonizadas en el grupo, como un todo. Si un participante comparece
con una alta dosis de alcohol en la sangre o con una comida pesada en el
proceso de digestión, será impracticable su integración armoniosa en el grupo. Los
Espíritus nos dicen que, en tales casos, aplican el recurso extremo de aislar a
la criatura para que, al no poder ayudar, por lo menos no perturbe los
trabajos, ya que su aura se presenta, literalmente sucia y desordenada.
Debido a sus implicaciones en el tema del
aura y por las interesantes observaciones y enseñanzas que proporciona, juzgue
oportuno incluir en este módulo una noticia acerca del libro del Dr. Carl A.
Wickland, Treinta Años entre los Muertos, un clásico entre los estudiosos del
fenómeno psíquico.
Bajo la orientación de amigos espirituales,
que comenzaron a manifestarse a través de su esposa, el Dr. Wickland comenzó a
cuidar, con éxito para él inesperado, trastornos mentales y psicosomáticos en
pacientes que sufrían de influencias espirituales indeseables.
De acuerdo con el testimonio constante de los
mismos Espíritus, generalmente sin conciencia de haber “muerto”, eran atraídos
por el aura de ciertas personas, conocidas o desconocidas, y allí permanecían como
prisioneros y en gran confusión mental. Como si estuvieran adheridos o
imantados al periespíritu de los encarnados, vivían, a veces, varias entidades
en disputa feroz por la posesión del cuerpo de la víctima, que cada uno creía le
pertenecía.
El Dr. Wickland mandó a construir un aparato
especial, con el cual le aplicaba al paciente obsesado una descarga eléctrica
que desalojaba a los Espíritus conectados a su aura; sin embargo, luego
verificó que, pasada la desagradable sensación de la descarga, ellos volvían a
su estado anterior y continuaban el conflicto por la posesión del cuerpo, del
cual, cada uno de ellos, incluido el encarnado, buscaba expulsar a los demás.
Fue entonces que los amigos espirituales del
médico, propusieron traer a los pobres seres desorientados para que fuesen
esclarecidos, individualmente, por el doctor –quien resultó ser un buen
adoctrinador- a través de la mediúmnidad de la Sra. Wickland.
Veamos como el autor y médico plantea el
problema. Él dice en las páginas 90 a 91:
“El organismo de todos los seres humanos genera
una fuerza nerviosa magnética que lo envuelve en una atmósfera de emanación
vital y luz psíquica conocida como aura magnética. Esa aura es vista como una
luminosidad por los Espíritus aún presos en las sombras del ambiente terrenal y
que pueden sentirse atraídos por personas particularmente susceptibles a ese
tipo de invasión. Tales Espíritus, a menudo incapaces de abandonar esa
atmósfera psíquica y, debido al estado de confusión resultante –incluso luchando
por liberarse- acaban conviviendo con el médium, resentidos por su presencia y
desconcertados por un sentido de doble personalidad. Después de retirar de un
paciente varios Espíritus, al principio turbulentos, tuvimos la siguiente
experiencia, que demuestra claramente el sufrimiento que los Espíritus soportan
cuando se enredan en el aura de una persona muerta. (Wickland, Carl).
Continua la transcripción de un largo
diálogo, en el cual el Espíritu totalmente ignorante de su real situación,
dice, en cierto momento:
“Yo estaba en mi lugar. Había muchos de
nosotros, todos enredados, hombres y mujeres. Teníamos un hogar, pero no
podíamos salir de allí. A veces, el ambiente era cálido. Durante un tiempo,
permanecí solo en la oscuridad. Antes de ser encarcelado pude hablar una vez,
pero ahora estoy solo. Usted no tiene derecho a ponerme esas cosas que queman.
(Ídem).
Como se puede observar, el Espíritu vivió
durante algún tiempo en la situación de erraticidad mencionada en la
codificación espírita. Se sentía solo y sumergido en las tinieblas. Atraído por
el aura de una persona que ofrecía las condiciones propicias, se aproximó y terminó
como imantado allí, junto a otros Espíritus en condiciones semejantes a las
suyas. En la jerga popular, se trataba de una situación de “apoyo”, de la que
el médium involuntario y sin preparación, sufría penosas consecuencias, incluyendo
enfermedades psicosomáticas.
También se
desprende del texto y de las breves observaciones adicionales del doctor que,
después que los demás Espíritus fueron apartados –¡y como se quejaban de las
descargas eléctricas! - la manifestante (era una mujer), se quedó sola e
incluso logró comunicarse a través de su víctima y anfitriona, pero terminó
también desalojada por una verdadera tempestad magnética provocada por los
choques eléctricos aplicados por el Dr. Wickland, con su temible aparato.
He aquí,
pues, ejemplos vivos de que el aura es, de hecho, la “plataforma omnipresente”
de que nos habla André Luiz, “la antesala de todas nuestras actividades de
intercambio con la vida que nos rodea”, extensión viva del periespíritu que, según
Kardec, es el “órgano transmisor de todas las sensaciones” y “el principio de
todas las manifestaciones”.
Por lo tanto,
no hay forma de minimizar o ignorar la importancia del aura y el periespíritu
en el estudio de los fenómenos de naturaleza anímica o mediúmnica.
Herminio C. Miranda
Tomado de la obra: “Diversidad
de los Carismas”.
Traducción al español por: Oscar Cervantes Velásquez
Centro de Estudios Espíritas
Francisco de Asís
Santa Marta - Colombia
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