miércoles, 20 de mayo de 2020

EL AURA

Por: Herminio C. Miranda
Imagen de referencia tomada de la Web: https://orgullogualeyo.com/el-aura/


“El periespíritu” - escribe Kardec en El Libro de los Médiums, ítem Nº 109, “como vemos, es el principio de todas las manifestaciones”.

El desprevenido lector, que se inicia en el estudio de la Codificación podría preguntarse: ¿Todas? Sabe él que es estar en todo. Kardec hace estas declaraciones después de haber probado escrupulosamente sus puntos de apoyo y posibles objeciones. En efecto, el periespíritu es el componente indispensable para la producción de cualquier fenómeno psíquico, ya sea psíquico o mediúmnico.

Con la misma convicción, lo afirmó en el libro Obras Póstumas, en el capítulo Manifestaciones de los Espíritus, ítems 10 a 11:

“El periespíritu sirve de intermediario entre el Espíritu y el cuerpo. Es el órgano de transmisión de todas las sensaciones. En cuanto a los que vienen del exterior, se puede decir que el cuerpo recibe la impresión, el periespíritu la transmite y el Espíritu, que es el ser sensible e inteligente, la recibe. Cuando el acto es iniciativa del Espíritu, se puede decir que el Espíritu quiere, el periespíritu transmite y el cuerpo ejecuta”. (Kardec Allan, 1978).

        Por lo tanto, ya sea acoplando su periespíritu al del encarnado, ya sea tomando de él las energías que necesita, el Espíritu desencarnado necesita recurrir al periespíritu de las personas con facultades mediúmnicas para realizar los fenómenos que desea y puede producir. Esto se debe, a que no dispone de un cuerpo físico para mover un objeto, escribir un texto, manifestarse oralmente o pintar un cuadro. Solo puede hacerlo tomando prestado el cuerpo de alguien, cuerpo este que solo puede ser movido para cumplir la tarea deseada cuando una voluntad espiritual lo quiere, y el periespíritu transmite este comando al cuerpo físico, que luego habla, escribe, en fin, se mueve.

       Sin embargo, prosigamos:

El periespíritu no está encerrado en los límites del cuerpo, como en una caja. Por su naturaleza fluídica, él es expansible, irradia hacia el exterior y forma, alrededor del cuerpo, una especie de atmósfera que el pensamiento y la fuerza de voluntad pueden expandir e mayor o menor grado. Por lo tanto, se deduce que hay personas que, sin estar en contacto físico, pueden estar en contacto por sus periespíritus e intercambiar sus impresiones y, algunas veces, pensamientos a través de la intuición (Idem).

       Este borde periespiritual que “se irradia hacia el exterior y forma, alrededor del cuerpo, una especie de atmósfera”, es el aura, que André Luiz conceptualiza de la siguiente manera en Evolución en Dos Mundos:

“El aura es, por tanto, nuestra plataforma omnipresente en todas las comunicaciones en nuestra vida de relación; antecámara del Espíritu en todas nuestras actividades de intercambio con la vida que nos rodea, a través de la cual somos observados y examinados por las inteligencias Superiores, sentidos y reconocidos por nuestros seres afines y temidos y hostilizados, o amados y auxiliados por los hermanos que marchan en una posición inferior a la nuestra” (Xavier, Francisco Cándido/Luiz, André, 1973).

       No es necesario decir más para comprender la importancia del aura en los humanos. Es nuestro pasaporte, nuestro documento de identidad, la radiografía de nuestra intimidad física y espiritual para que aquellos que tienen los ojos para ver del cual nos habló Jesús.

El tema ha despertado el interés de innumerables estudiosos, tanto desde el punto de vista del ocultismo antiguo, hasta de los modernos investigadores apoyados con dispositivos electrónicos sofisticados.

Vale la pena señalar el hecho de que, separadas algunas fantasías especulativas, originadas en imaginaciones descontroladas, hay una especie de consenso en torno de las principales características del aura. Veamos, por ejemplo, lo que dice Paracelso, en una cita que recopilamos de Lewis Spence, en la obra An Encyclopaedia of Occultism.

“La fuerza vital no está encerrada dentro del ser humano, sino a su alrededor como una esfera luminosa y puede actuar a distancia. En esos rayos seminaturales, la imaginación de la persona puede producir efectos saludables o mórbidos. Puede envenenar la esencia de la vida y causar enfermedades o purificar lo impuro y restaurar la salud (Spence, Lewis, 1960).

        Además:

Nuestros pensamientos son, simples emanaciones magnéticas que, al escapar de nuestro cerebro, penetran en varias cabezas y llevan consigo, junto con un reflejo de nuestra vida, la imagen de nuestros secretos” (Ídem).

        El pionero en el estudio científico del aura fue el Dr. Walker J. Kilner, médico inglés nacido en 1847, en la Inglaterra victoriana, en una familia tradicionalmente dedicada a la medicina. Su papa, John fue miembro del solemne Royal College of Surgeons y su hermano, Charles Scott Kilner, fue también un prestigioso médico.

       El Dr. Kilner investigó el aura humana durante una buena parte de su vida profesional. Familiarizado con los estudios de Rontgen y Blondot, así como los de Reichenbach y otros, Kilner tuvo la idea, por los años 1908, de que el aura humana se podría tornar visible mediante el uso de un filtro colorido apropiado. Sus experiencias, en ese sentido, llevaron al empleo de la dicianina, un colorante extraído del alquitrán. La sustancia tiene la propiedad de producir un cierto grado de miopía que, a su vez, hace que el observador perciba más fácilmente la radiación ultravioleta.

       En 1911, el Dr. Kilner se encontró en condiciones de duplicar sus observaciones y conclusiones en el libro intitulado The Human Atmosphere, el cual fue acompañado de un material de investigación, que incluía gafas especiales para la dicianina.

       Ese libro causó un inevitable alboroto entre sus colegas médicos, quienes no ahorraron reserva alguna en comentarios irónicos, como esta, publicada en un extenso artículo crítico, en The British Medical Jornal del 6 de enero de 1912:

       “El Dr. Kilner no ha logrado convencernos que su aura sea más auténtica que la espada visionaria de Macbeth”.

       Con la Primera Guerra Mundial, la dicianina, producida en laboratorios alemanes, desapareció del mercado y el Dr. Kilner tuvo que interrumpir sus investigaciones. En 1920, salió una nueva edición ampliada de su libro, esta vez recibida con mayor respeto y respaldada por algunos médicos de prestigio, pero el Dr. Kilner no alcanzó a “ver en vida”, los artículos más comprensibles del Medical Times y del The Scintific American, pues murió el 23 de junio de 1920, a los setenta y tres años de edad.

       En cualquier caso, su magnífica obra fue situada, en una zona de penumbra, entre la ciencia y el llamado “ocultismo”, por la mayoría de sus colegas de profesión y escépticos de otros matices y profesiones. No faltó quien lo acusase de estar involucrado con el mal llamado ocultismo e incluso lo considerasen clarividente, suposiciones que el refutó explícitamente. Sin embargo, sea cual sea la razón, su trabajo no despertó mayor interés en la clase médica y dependía de un espiritualista convencido y dinámico, Harry Boddington –al cual hemos recurrido frecuentemente en este libro para continuar los estudios de Kilner, sin contar, incluso, con la formación universitaria de su predecesor.

       Boddington diseñó unas gafas especiales que facilitaron enormemente el estudio del aura.

       El libro del Dr. Walter Kilner no quedó en el olvido, especialmente en los círculos espiritistas ingleses, en los cuales siempre fue citado, pero permaneció agotado durante cerca de medio siglo. En 1977, a mi paso por Londres, encontré una nueva edición, lanzada el año anterior. Es el que tengo en mi poder, ya no bajo el antiguo título, sino como The Human Aura, publicado por Citadel Press (Secaucus, Nueva Jersey, Estados Unidos, 1976).

       La técnica de investigación es minuciosamente descrita por el Dr. Kilner e ilustrada con sesenta y cuatro dibujos, extraídos de las innumerables observaciones que hizo en otras tantas personas.

       Sería impracticable resumir, en unas pocas líneas o incluso en muchas páginas, el paciente trabajo del eminente médico. Sus observaciones clínicas están expuestas de forma clara y segura. Tomemos tres ejemplos:

Los cambios en la forma y el tamaño del aura son el resultado de enfermedades nerviosas graves, como la epilepsia, histeria, hemiplejia y, una vez establecidas, se vuelven permanentes, mientras que si se deben a trastornos nerviosos transitorios como la ciática, el herpes, etc. Una vez curado el paciente, el aura vuelve gradualmente a su estado normal.

[…] Cualquier daño en las facultades mentales causa automáticamente una reducción del aura, en tamaño y nitidez, además, ella es más estrecha en personas de mente débil. Tales hechos dan apoyo a la observación de que los centros cerebrales más sofisticados están íntimamente ligados en la generación de energía áurica.

Cuando el paciente se desmaya, el aura pierde gran parte de su brillo y se reduce en tamaño. Las alteraciones son probablemente el resultado de un agotamiento temporal (Kilner, Walter, 1976).

        Poco después él declara que, a pesar de su natural repugnancia, tuvo oportunidad de estudiar algunos cadáveres y en ninguno de ellos encontró rastros del aura. El hecho no le causó sorpresa, dado que él ya había observado que este fenómeno ocurría incluso en casos de hipnosis. Observó también, cierta pérdida de nitidez del aura en los casos de enfermedad del paciente. Aunque no lo comentó, es de suponer que el aura de los pacientes hipnotizados no es detectada, simplemente porque se halla ausente, en estado de desprendimiento o desdoblamiento.

Es una pena que sus estudios hayan permanecidos tanto tiempo relegados a la indiferencia e incluso a la hostilidad de la clase médica, en particular, y de los investigadores en general, hasta que fueron retomados principalmente por los soviéticos, después del descubrimiento del “efecto Kirlian”.

Según observaciones del Dr. Kilner, cualquier alteración en la salud del individuo, se refleja en el aura, ya sea en la región afectada, cuando está circunscrita, o en todo el cuerpo, cuando la molestia se generaliza en el cuerpo físico.

Al escribir un prefacio para una nueva reedición del libro de Kilner, en 1976, Leslie Shepard recuerda que el problema del aura aún permanece en la frontera entre ciencia y clarividencia. Aunque cauteloso sobre las conclusiones del Dr. Kilner, Shepard expresa sus esperanzas de que nuevas ediciones de la obra susciten el interés de modernos investigadores, equipados, inclusive, de herramientas y conocimientos aún más sofisticados.

Por otro lado, a no ser por la investigación de Boddington –y que consta, principalmente, en su obra capital, The University of Spiritualism- casi nada se ha hecho, en términos de aplicación de las tecnologías indicadas por el Dr. Kilner, en el estudio de los fenómenos psíquicos, anímicos, de obsesión y posesión.

¿Qué cambios, por ejemplo, ocurren en el aura de un médium cuando está bajo la influencia de un espíritu desencarnado? ¿En qué puntos o sectores del aura se ligan los periespíritus de los seres encarnados y desencarnados? ¿Qué perturbaciones provoca el acoplamiento del periespíritu de un invasor espiritual en su víctima? ¿Qué características especiales ofrece el aura de un médium en potencia o activo? ¿Qué cambios se producen en el aura de una persona que da pases o que los recibe?

Son innumerables las referencias de Harry Boddington del aura, en sus escritos, pero es en el capítulo VIII –“Maravillas del Aura Humana” –de la Universidad del Espiritualismo”, donde encontramos una exposición más amplia sobre el tema. Para no expandir nuestro propio estudio más allá de los límites que estamos tratando de imponerle, intentaré resumir las principales observaciones del competente autor inglés:

1.  El aura es una especie de radiación luminosa que rodea el cuerpo humano, constituida por innumerables partículas de energía.
2.  Esa irradiación es singularmente sensible al pensamiento, al cual responde con prontitud.
3.  El aura funciona como parte integral de la conciencia.
4.  Su calidad (aspecto, color, forma –varía según los temperamentos, el carácter y la salud de las personas).
5.  Ella es “esencial a todas las manifestaciones psíquicas” y el medio a través del cual operan los médiums de cura, además de actuar como el principio activo de la curación.
6.  “El hecho de que algunas personas sean médiums y otras no, llevó a los espiritistas a aceptar, como hipótesis de trabajo, la teoría de que los médiums irradian una sustancia psíquica específica, que forma un vínculo semimaterial entre ellos y sus comunicantes invisibles”.
7.  “Se ha demostrado que, a no ser que el magnetismo de los Espíritus se mezcle armoniosamente con el de los sensitivos, ellos no consiguen hacer notar su presencia”.
8.  Debidamente manipulada y condensada por un impulso de la voluntad –ya hemos visto que es fácilmente influenciable por el pensamiento-, el aura se presenta como ectoplasma, materia prima para la producción de pequeños bastones, seudópodos o materializaciones. Como ella reacciona al pensamiento y al choque, exactamente como el cuerpo humano, se puede concluir que ella constituye una extensión del sistema nervioso.
9.  La formación de esos bastones y seudópodos en las sesiones de materialización resulta, en opinión de Boddington, de un esfuerzo consciente de la voluntad del médium y no de una exteriorización inconsciente, según afirman los materialistas y negadores en general.

Hago una pausa para decir algo sobre el término seudópodo, que, literalmente quiere decir, pie falso. El diccionario de Aurelio nos dice que la palabra sirve para conceptuar “la protuberancia protoplasmática que se forma en la periferia de los leucocitos, de las amebas y otros protozoarios, sirviéndoles para la locomoción”. Esta es la razón por la cual se llaman pies falsos, porque no son estrictamente pies, pero le sirven para caminar. En el caso de la fenomenología psíquica de efectos físicos, especialmente en el desplazamiento de objetos, la formación de seudópodos observados en las experiencias con Eusapia y otros médiums, no se trata de una protuberancia protoplasmática, como en la biología, sino una protuberancia ectoplasmática. Es con ese tipo de seudópodo o bastoncillo, ya fotografiados en algunas experiencias, es que el sensitivo consigue dislocar objetos sin tocarlos con ningún miembro o parte de su cuerpo físico.

Mientras tanto, continuemos con Boddington y sus observaciones acerca del aura.

10.      El aura no debe ser considerada como una fuerza ciega, ya que la conciencia opera a través de ella de la misma manera que operamos a través del sistema nervioso.

Discurriendo sobre los colores del aura y su significado en términos de salud física y características del temperamento y carácter, Boddington ofrece un amplio marco de clasificación que nos parece necesario reducir aquí. Sin embargo, una de sus observaciones sobre las sesiones mediúmnicas es lo que se llamaría “imperdible” y presentada de la siguiente manera: “la armonía prevalece” (entre los componentes del grupo), “los colores se mezclan, pero, si hay una brecha entre dos participantes, deben ser desplazados hasta que la brecha desaparezca”.

   Si los colores se rehúsan a mezclarse, es mejor que los participantes en desarmonía se retiren del grupo o, entonces, los resultados serán insatisfactorio. El aura de un nuevo participante puede anular completamente los resultados positivos obtenidos en otros momentos en los que no estaba presente. Por otro lado, dos médiums aparentemente del mismo tipo, no siempre intensifican el fenómeno. Al contrario, conocemos casos en los que uno destruye la influencia del otro. Un Espíritu amigo de Cora Tappan, y que se identificaba como Benjamín Franklin, declaró, que esto, a veces, es debido a que uno de ellos produce energía eléctrica, mientras que en el otro es fosfórica.  Separados pueden producir fenómenos de naturaleza similar, pero juntos, se neutralizan entre sí.

Debo agregar, que la mezcla de los colores debe haber sido observada y comunicada a Boddington por su esposa, en las innumerables experiencias que realizó con ella, quien disponía de ese tipo de facultad. En mi opinión, la observación tiene sentido. Cada uno de nosotros tiene su propia vibración que, en la visión de los sensitivos dotados de dicha facultad, puede ser traducida en diversos colores. No es de admirar que ciertas vibraciones no se combinen entre sí y que otras se opongan o se anulen mutuamente. Todos los que lidiamos con la mediúmnidad en acción, sabemos que hay personas que, introducidas en un grupo mediúmnico, pueden paralizar y neutralizar a los mejores médiums, aunque sea de forma involuntaria o inconsciente.

Conmigo ocurrió algo parecido. Cierta vez, fui invitado a presenciar el trabajo de cierta señora que era muy evidente por sus pretendidas manifestaciones mediúmnicas, en contacto con seres interplanetarios. Sin que hubiese el más mínimo esfuerzo negativo de mi parte, por el contrario, yo estaba interesado en observar con absoluta imparcialidad, sin embargo, la señora no consiguió prácticamente nada esa noche. Eran obvios, la decepción, perplejidad y malestar de los demás espectadores, habituados a charlas con los misteriosos seres invisibles, así como mi propia vergüenza. Debo haber dejado una horrible impresión de “pie frio” entre ellos. Prefiero concluir con Boddington, que nuestros colores no se mezclaron en absoluto…

Es precisamente por la necesidad de armonización entre las auras, que Boddington nos recuerda que los Espíritus están constantemente advirtiendo contra el uso de drogas, alcohol, alimentación inadecuada y, en fin, todos los hábitos que “degradan la mente y agotan los nervios”. El aura, agrega él, esta “indisolublemente ligada a todos los órganos del cuerpo, del cual exhala, como el perfume de una flor”.

Por lo tanto, no hay forma de evitar que las sustancias toxicas ingeridas y la desarmonía de los pensamientos, afecten sustancialmente al aura, produciendo considerables perturbaciones en el proceso de comunicación mediúmnica.  Esto se debe, a que no solo el aura del médium debe estar en buenas condiciones vibratorias de limpieza energética, mental y emocional, a fin de que pueda ofrecer su dinamismo a los Espíritus que se manifiestan, pues su aura y las de los demás deben estar debidamente armonizadas en el grupo, como un todo. Si un participante comparece con una alta dosis de alcohol en la sangre o con una comida pesada en el proceso de digestión, será impracticable su integración armoniosa en el grupo. Los Espíritus nos dicen que, en tales casos, aplican el recurso extremo de aislar a la criatura para que, al no poder ayudar, por lo menos no perturbe los trabajos, ya que su aura se presenta, literalmente sucia y desordenada.

Debido a sus implicaciones en el tema del aura y por las interesantes observaciones y enseñanzas que proporciona, juzgue oportuno incluir en este módulo una noticia acerca del libro del Dr. Carl A. Wickland, Treinta Años entre los Muertos, un clásico entre los estudiosos del fenómeno psíquico.

Bajo la orientación de amigos espirituales, que comenzaron a manifestarse a través de su esposa, el Dr. Wickland comenzó a cuidar, con éxito para él inesperado, trastornos mentales y psicosomáticos en pacientes que sufrían de influencias espirituales indeseables.

De acuerdo con el testimonio constante de los mismos Espíritus, generalmente sin conciencia de haber “muerto”, eran atraídos por el aura de ciertas personas, conocidas o desconocidas, y allí permanecían como prisioneros y en gran confusión mental. Como si estuvieran adheridos o imantados al periespíritu de los encarnados, vivían, a veces, varias entidades en disputa feroz por la posesión del cuerpo de la víctima, que cada uno creía le pertenecía.

El Dr. Wickland mandó a construir un aparato especial, con el cual le aplicaba al paciente obsesado una descarga eléctrica que desalojaba a los Espíritus conectados a su aura; sin embargo, luego verificó que, pasada la desagradable sensación de la descarga, ellos volvían a su estado anterior y continuaban el conflicto por la posesión del cuerpo, del cual, cada uno de ellos, incluido el encarnado, buscaba expulsar a los demás.

Fue entonces que los amigos espirituales del médico, propusieron traer a los pobres seres desorientados para que fuesen esclarecidos, individualmente, por el doctor –quien resultó ser un buen adoctrinador- a través de la mediúmnidad de la Sra. Wickland.

Veamos como el autor y médico plantea el problema. Él dice en las páginas 90 a 91:

“El organismo de todos los seres humanos genera una fuerza nerviosa magnética que lo envuelve en una atmósfera de emanación vital y luz psíquica conocida como aura magnética. Esa aura es vista como una luminosidad por los Espíritus aún presos en las sombras del ambiente terrenal y que pueden sentirse atraídos por personas particularmente susceptibles a ese tipo de invasión. Tales Espíritus, a menudo incapaces de abandonar esa atmósfera psíquica y, debido al estado de confusión resultante –incluso luchando por liberarse- acaban conviviendo con el médium, resentidos por su presencia y desconcertados por un sentido de doble personalidad. Después de retirar de un paciente varios Espíritus, al principio turbulentos, tuvimos la siguiente experiencia, que demuestra claramente el sufrimiento que los Espíritus soportan cuando se enredan en el aura de una persona muerta. (Wickland, Carl).

        Continua la transcripción de un largo diálogo, en el cual el Espíritu totalmente ignorante de su real situación, dice, en cierto momento:

“Yo estaba en mi lugar. Había muchos de nosotros, todos enredados, hombres y mujeres. Teníamos un hogar, pero no podíamos salir de allí. A veces, el ambiente era cálido. Durante un tiempo, permanecí solo en la oscuridad. Antes de ser encarcelado pude hablar una vez, pero ahora estoy solo. Usted no tiene derecho a ponerme esas cosas que queman. (Ídem).

        Como se puede observar, el Espíritu vivió durante algún tiempo en la situación de erraticidad mencionada en la codificación espírita. Se sentía solo y sumergido en las tinieblas. Atraído por el aura de una persona que ofrecía las condiciones propicias, se aproximó y terminó como imantado allí, junto a otros Espíritus en condiciones semejantes a las suyas. En la jerga popular, se trataba de una situación de “apoyo”, de la que el médium involuntario y sin preparación, sufría penosas consecuencias, incluyendo enfermedades psicosomáticas.

       También se desprende del texto y de las breves observaciones adicionales del doctor que, después que los demás Espíritus fueron apartados –¡y como se quejaban de las descargas eléctricas! - la manifestante (era una mujer), se quedó sola e incluso logró comunicarse a través de su víctima y anfitriona, pero terminó también desalojada por una verdadera tempestad magnética provocada por los choques eléctricos aplicados por el Dr. Wickland, con su temible aparato.

       He aquí, pues, ejemplos vivos de que el aura es, de hecho, la “plataforma omnipresente” de que nos habla André Luiz, “la antesala de todas nuestras actividades de intercambio con la vida que nos rodea”, extensión viva del periespíritu que, según Kardec, es el “órgano transmisor de todas las sensaciones” y “el principio de todas las manifestaciones”.

       Por lo tanto, no hay forma de minimizar o ignorar la importancia del aura y el periespíritu en el estudio de los fenómenos de naturaleza anímica o mediúmnica.

Herminio C. Miranda

Tomado de la obra: “Diversidad de los Carismas”.
Traducción al español por: Oscar Cervantes Velásquez
Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís
Santa Marta - Colombia
      

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