Partiste un día sencillo e
ignorante, luego de recorrer en el sinfín de los siglos, de los reinos
inferiores a la hominidad, ejercitándote en el aprendizaje de convivir con las
agrestes fuerzas de la naturaleza, donde la capacidad de adaptación y la ley
del más fuerte, burilan el principio espiritual.
Alcanzada la razón, has
peregrinado, de existencia en existencia, desde las fajas primitivas de la
existencia humana, donde te confundías, entre la animalidad instintiva y el
deseo de liberarte de las cadenas opresoras de la inferioridad moral.
Ejercitaste el intelecto, pretendiendo, en un acto de soberbia e insensatez,
ser poseedor de verdades que aún estás muy lejos de comprender y aplazaste
aquella que hoy, todavía, urge de tú atención: el amor.
El amor, es como la suave brisa
marina que acaricia la piel cuando el clima agreste acicatea nuestro organismo.
Han llegado los tiempos en que intelecto y amor deben confluir, en un haz de
voluntades, en demanda de los altos vuelos de la inmortalidad. Déjate arrastrar,
por la suave brisa del amor divino que espera por ti, transformado, y dispuesto
a vivir con intensidad, las dulces enseñanzas del evangelio inmortal,
proyectadas en tu prójimo, como condición única para regresar nuevamente al
seno de la fuente divina, que un día, en un acto magnánimo de amor, te liberó a
la maravillosa experiencia de la vida, sencillo e ignorante.
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