Fotografía tomada de la Web: https://www.abc.es/ |
Por: Oscar Cervantes Velásquez
La Doctrina Espírita nos enseña que, por
la multiplicidad de existencias hasta hoy vividas, hemos reencarnado en
diversas razas, nacionalidades e incluso en ambos sexos, demostrándonos que
todos somos iguales y no existe, entre quienes habitamos en la tierra, ninguna
diferencia.
Debemos comprender, que somos Espíritus y
como tal, en el mundo espiritual ya esclarecidos, no experimentamos ninguna de
estas características que cargamos como encarnados y que nos insensibilizan
ante nuestros semejantes. Todo es aprendizaje de las lecciones no
asimiladas en el pasado.
Es lamentable reconocer que el racismo,
aún subyace en el pensamiento de muchos, que aún no han podido superar la
pretensión de determinados grupos humanos de sentirse superiores a otros o, de
odiar, a quien consideran diferente. Ignoran aún, que “el origen de las razas se pierde en la noche de los tiempos[1]” y
como ha sucedido con algunas razas que han desaparecido totalmente, asegurandonos la
espiritualidad superior, que ello se debe a “que
otras han tomado su lugar, así como otras tomarán el lugar de la vuestra algún
día[2]”.
Es
menester traer a colación, para aquellos que desconocen informaciones provenientes
de los Espíritus y que nos ayudan a entender la importancia de las razas
aposentadas en la Tierra, en el contexto histórico de nuestro planeta, el espíritiu Emmanuel,
en la obra “A Camino de la Luz”, afirma que cuando las razas adámicas, quienes
forjaron a los predecesores de las civilizaciones futuras de la humanidad,
llegaron al planeta, “introdujeron grandes
beneficios en el seno de la raza
amarilla y la raza negra, que ya existían[3]”.
Luego entonces, lejos estamos de comprender los niveles de compromiso que aún
sumen a estas razas en los complejos dilemas del racismo y la segregación.
En
realidad, este no es un problema con la raza negra, pues igualmente chinos, indígenas,
zambos, mulatos, judíos, árabes, etc., de una u otra forma han sufrido el trato
indignante de aquellos que se consideran de raza superior, desconociendo las
leyes divinas que, solo te pide que ames a tu prójimo, sin condición de raza,
credo, color político o de piel, como a ti mismo; eso, ya te coloca en una
condición de superioridad moral, que agrada a la divinidad
La
historia contemporánea nos recuerda incontestablemente, como los nazis
sometieron a los judíos en los famosos guetos, el tristemente célebre apartheid en Suráfrica,
no muy distinto al vivido por la población afrodescendiente en los EEUU, y el
fenómeno de los migrantes, tanto en Europa como en Suramérica, como un triste canto
a la infamia, por parte de la raza humana, esa misma a la que él Maestro Jesús
trató de “¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con
vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar?[4]”.
Este
tema, recurrente en la historia de la humanidad, se ha dado en muchas partes
del planeta, desde las épocas en que los conquistadores sometían a segregaciones
humillantes a los pueblos sojuzgados. Hoy, la multiplicidad de formas en que se
manifiesta el racismo, en pleno siglo XXI, nos demuestra cuán lejos estamos aún de comprender la importancia de la convivencia fraternal y solidaria, como
hermanos que somos, por quienes se mantienen en las franjas vibracionales inferiores,
olvidados totalmente de la necesidad del perdón y de la solidaridad que vincula
a los seres del presente con el pasado y el porvenir.
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