jueves, 8 de febrero de 2024

ESPACIOS PARA LA FRATERNIDAD

En memoria de mi hermano Gustavo

Por: Jorge Francisco León Ayala

¿Cuál es el grado de solidaridad práctica que tenemos los Espiritas? Una Casa Espírita es un remanso de paz a donde muchos seres llegamos en busca de apoyo y consuelo. Es un refugio a donde acudimos para recibir el bálsamo bendito de las buenas energías que los espíritus benefactores nos obsequian generosamente. Es un espacio para la reflexión y el análisis que conduzcan a la generación de cambios positivos para nuestras vidas. Eso lo aporta con sublime dulzura el mundo espiritual.

Pero debe ser además el sitial para enaltecer los más nobles sentimientos de los seres humanos que, sabedores de nuestros compromisos, nos apoyamos los unos en los otros para encontrar compañía a nuestras soledades. La Casa Espírita debe ser un pozo de amor a donde podemos acudir para conciliar nuestras inquietudes y hallar a otros seres que espontáneamente nos escuchan, nos aconsejan y nos den apoyo. Es en la Casa Espírita en donde encuentro a mis verdaderos hermanos con los cuales seguramente he recorrido largos trechos anteriores y con los cuales, más allá de los lazos de la carne, me unen lazos de solidaridad y afecto que provienen de lejanos senderos mutuamente compartidos. En la Casa Espírita espero conseguir a aquellos seres que tienen conmigo anhelos y esperanzas, inquietudes y carencias espirituales similares a las mías.

Quienes tenemos que vivir en esta época de corte materialista, en donde las posesiones y los bienes más valorados son los que en su esencia son intrascendentes; quienes hemos sido lanzados a un mundo en el cual debemos aprender la dura lección de la sensibilidad ante el dolor, quienes estamos inmersos en la escuela de la evolución en la cual debemos aprender con el rigor de las pruebas que nos exigen valor, constancia y acción; quienes sentimos que la tarea encomendada supera en ocasiones nuestras fuerzas, quisiéramos tener a nuestro lado a una voz amiga que, como ángel custodio nos de luces para transitar más fácilmente el sendero. No siempre poseemos la capacidad para entender los mensajes que nuestros mentores del mundo espiritual nos envían.

Al llegar a la Casa Espírita, queremos que otros, un poco más lúcidos por razón del esclarecimiento recibido, nos contribuyan a hallar soluciones a nuestros interrogantes y nos regalen, además de un oído atento a escuchar nuestras angustias fruto de nuestro soliloquio, una aclaración lógica, un consejo fraterno y una conducción imparcial y objetiva para que, con base en los legados de la Doctrina de los Espíritus, pueda tener más lucidos criterios para asumir mis propias decisiones y enfocar mis acciones para evolucionar espiritualmente. Requiero de espacios que me permitan, no solo recibir sino compartir, participar y crear rumbos nuevos para cambiar nuestras vidas.

A más de hallar medios para comprender los aspectos filosóficos de mi existencia, aspiro que pueda ser oído en mis más mundanas inquietudes: los problemas de mi hogar, de mi familia, de mi trabajo, de mi economía, de mis afectos. Aspiro a que aquellos seres que ya comprenden lo trascendental me contribuyan para que yo pueda atar las afugias de mi diario acontecer con mis más caros anhelos y aspiraciones. Con frecuencia los mensajes son bien dados, pero mi ignorancia y mi corta visión no me permiten visualizar el rumbo o la aplicación de ellos ante mi vida personal. Cómo me gustaría poder encontrar un alma amiga de quien pueda extraer ideas para apoyarme en mis decisiones, con un enfoque distinto y con la visualización de un horizonte un poco más definido. Frecuentemente desoigo los mensajes que me envían mis guías espirituales y necesito que materialmente pueda escucharlos para poderlos comprender.

Con demasiada frecuencia, en nuestras Casas Espiritas se crean espacios para que los asistentes reciban mensajes, para que por sí mismos capten las enseñanzas; les son dadas explicaciones conceptuales y absueltos los interrogantes suscitados sobre temas doctrinarios, filosóficos o morales. Corresponderá al escucha sacar sus propias conclusiones. Pero, a más de los momentos comunitarios, son escasos los minutos para la integración fraterna, para el compartir de las inquietudes privadas.

Cuando hemos encontrado entre los concurrentes al ser amable, que con generosidad nos hace sentir acogidos y amigos, nuestra experiencia se torna grata y la atmósfera se vuelve familiar. Se requiere de cuidado, de una gran discreción, pero sobre todo, de una manifiesta benevolencia que refleje en hechos el ejercicio verdadero de la caridad. Aquellos instantes de fraternal interacción cubren frecuentemente espacios requeridos que otros ámbitos no pueden llenar. A más de una sonrisa vitalizante, manifestaciones no verbales de afecto como la escucha, el coloquio espontáneo y las expresiones que buscan la identificación de criterios, fortalecen los vínculos eventuales y contribuyen notablemente a los esfuerzos ambientales que realiza el mundo espiritual para esclarecer y orientar con sus energías a quienes acuden a la Casa Espírita.

Son numerosos los compromisos que se deberán cumplir para facilitar esta meritoria tarea: los dirigentes de la Casa deberán abrir espacios para permitir la interacción que vaya más allá de lo formal. El desconocido curioso que un día llegó a nuestra Casa es un espíritu ansioso, carente e inquieto que silenciosamente pide claridad e ideas frente a un horizonte nuevo y promisorio. Es un ser que necesita identificar los conceptos teóricos y filosóficos con su cotidianidad. No es suficiente llegar, escuchar y salir que dar, recibir, participar y crear. La tarea de esclarecimiento de los espíritus se torna más dúctil y productiva.

Como estudiantes y trabajadores de la Casa, debemos bajar las barreras emocionales que corrientemente utilizamos en el exterior, para protegernos de un mundo plagado de desconfianzas y egoísmos. Fortalecernos personalmente es sólo el primer paso, pero no avanzaremos en nuestro proceso evolutivo si no convertimos las teorías en acciones. Si la Doctrina Espírita nos lega las maravillas de la fraternidad universal, se vuelve mandatorio empezar a preocuparnos por nuestros hermanos. Y la mejor manera de hacerlo es iniciando con nuestros más cercanos cofrades, por aquellos que tenemos junto a nosotros. Así como disfrutamos de su presencia, sintamos su ausencia, preocupémonos auténticamente por sus inquietudes y actuemos como verdaderos apóstoles seguidores de la Doctrina del Maestro de Nazareth.

¿Aquel que se sienta a mi lado en la Casa Espirita es sólo un desconocido más? ¿Cuáles son sus anhelos, sus inquietudes? ¿Qué lo mueve a estar allí? ¿Esa persona quisiera compartir con alguien su callada intimidad espiritual? ¿Habría oportunidad para estar un poco más cerca de esa alma? Juana de Angelis nos dilucida esas inquietudes al responder, refiriéndose a la Casa Espírita: ¨No se dispone de tiempo – pues ha sido consumido por el vacío exterior- para la asistencia a los sufridores y necesitados que acuden a las Casas Espíritas y son relegados a un segundo plano; ni para la convivencia con los pobres y los desconocedores de la Doctrina, que son encaminados a cursos, cuando necesitan con urgencia de una palabra de consuelo moral… Los corazones se endurecen y la fraternidad desaparece¨. Nunca nos conoceremos mutuamente, jamás tendremos nuestra labor cumplida, seremos carentes si desconocemos a nuestro hermano, así éste comparta con nosotros durante mucho tiempo sus conocimientos sobre el Espiritismo; si nuestro trato es apenas superficial, seguiremos siendo unos ilustres desconocidos que gustamos de lo mismo, pero guardamos nuestros sueños para otros espacios diferentes a la Casa Espírita. No se trata pues de violentar la intimidad de nadie, de auscultar indebidamente en las fibras ocultas de nadie, no; - como nos reitera Juana de Angelis: ¨es hora de cerrarle el paso a esa carrera desenfrenada en búsqueda de las ilusiones, a fin de hacer un análisis más profundo en torno a la Doctrina Espírita y a sus objetivos, saliéndose de las brillantes teorías para la práctica y la vivencia de las enseñanzas liberadoras¨.

Es necesario abrir espacios para la fraternidad. No nos quedemos en la búsqueda de la solitaria reflexión individual. Apoyémonos en la gran trilogía que nos legara el Maestro Jesús: busquemos amar a Dios, a nosotros mismos y a nuestro prójimo, a ése que está próximo a nosotros, a ése que con frecuencia se sienta a nuestro lado y con angustia callada sólo se limita a referirnos sus inquietudes intelectuales pero se guarda con tristeza sus frustraciones, su soledad y su nostalgia; a ése que, a lo mejor, diciéndose Espírita, escudriña en solitario en las páginas de la Doctrina una respuesta a sus profundas carencias espirituales. Preparémonos para fraternizar: no es nada fácil aprender a respetar el silencioso velo con que solemos ocultar nuestra individualidad; se requiere de esfuerzo consiente para no dar el consejo equivocado o no pedido a quien lo necesita. Muchas veces el solo hecho de saber escuchar, de saber interrogar, de saber callar se convierte en un ejercicio liberador y fraterno cuando nos sabemos rodear de la inspiración apropiada y de las vitalizantes energías con que nos obsequia el mundo espiritual en nuestras Casas Espíritas.

El Aprendizaje Doctrinario no puede marchar solitario. La tarea de la difusión doctrinaria está incompleta sin la vivencia fraterna y el acompañamiento mesurado y profundo en donde podamos caminar por senderos de interés común, más allá de las disquisiciones filosóficas y los inspirados mensajes de los Espíritus; vivamos la alegría del cotidiano ejercicio del Espiritismo. Fomentemos en nuestras Casas Espíritas la encomiable práctica de la caridad, apoyándonos verdaderamente en lo personal, en lo cotidiano, en lo vivencial. Descubramos las maravillas de poder escuchar y apoyar a nuestros hermanos, sobre todo a los silenciosos, a los que calladamente carecen, pero que aparentan tenerlo todo y continúan siendo como muchos de nosotros, menesterosos vergonzantes. Hay quienes, teniendo en apariencia todo, son necesitados materiales, pero que, en razón a su posición no se atreven a aparecer como menesterosos. A esos, los llamamos pobres ¨vergonzantes¨; sufren mucho, pero no pueden gritar a los cuatro vientos sus miserias. Carecen de mucho pero su vergüenza los conduce a sufrimientos atroces. Es muy posible que entre nuestros hermanos tengamos ¨vergonzantes¨, cuyas carencias no sean materiales sino espirituales. Es posible que sus necesidades no manifiestas no requieran sino un poquito de escucha, de tiempo, de atención consiente, de la participación amable; es posible que, por medio de la colaboración en las tareas de asistencia, nuestros hermanos vergonzantes descubran la solución o la verdadera dimensión a sus problemas acallados. Nuestra vinculación a la Casa Espírita debe ir más allá de la presencia física; nuestra contribución a los actos morales es aporte verdadero a los cambios que requieren nuestras comunidades: el individuo que se transforma moralmente está contribuyendo eficientemente a los cambios del conjunto. Con frecuencia no nos falla la intención sino la comunicación: somos demasiado parcos en las palabras y en las manifestaciones: no nos damos la libertad de expresar la felicidad de compartir nuestro tiempo con otros; no le dejamos saber a nuestro hermano de nuestros pensamientos, no compartimos con ellos nuestros sueños ni dejamos conocer nuestros anhelos. De esta manera es muy difícil que ellos puedan abrir con confianza y libertad las ventanas de su alma ante nosotros.

Nietzsche afirmaba que uno de los más terribles síndromes de la época consistía en que las personas se convertían en ¨solitarios en medio de la multitud¨ y es esa soledad la que nos lleva a quedar en manos de seres que no siempre tienen las mejores intenciones con nosotros. Cuando se tienen enemigos espirituales, la soledad es la peor consejera: el solitario da cabida a la inspiración malévola, al deseo del mal, a la fatalidad como elemento de escape. Una voz amiga, un oído atento, una mirada oportuna pueden cambiarnos la vida cuando la pesadez de pensamiento nos agobia. El mundo espiritual es un mundo de compañías: los unos nos apoyamos en los otros; somos como pequeños peldaños que, apoyados unos a otros conducen a lejanos senderos. Cuando quedamos en soledad, abrimos una gran brecha en la escalera de la solidaridad; cuando nos comportamos como egoístas, cerrando círculos sobre nosotros mismos para conseguir nuestra exclusiva felicidad, cerramos el camino hacia el amor verdadero, generando ciclos ciegos que no conducen a la superación.

La vida nos proporciona golpes fuertes al alma: son como campanazos para recordarnos que más allá de nuestro pequeño mundo hay un universo prometido de avances, progresos y celebraciones para los cuales debemos trabajar sin reposo, pero con profunda inteligencia. No esperemos a que sintamos el ¨campanazo¨ para tomar medidas hacia nuestra felicidad: abramos nuestras mentes, nuestros corazones y pongamos en acción las más excelsas cualidades de nuestros espíritus para asimilar las lecciones brindadas: seremos más felices en cuanto mayormente podamos ejercer el mandato divino: ¨amar al prójimo como a nosotros mismos¨. Abrámonos hacia los demás, comenzando por nuestros cercanos hermanos, en nuestras familias, en nuestros trabajos, en nuestras Casas Espíritas; aprendamos a compartir nuestros sueños, nuestras inquietudes y necesidades y brindemos apoyos sinceros a todos los seres que nos rodean. Rodeémonos de buenos espíritus y hagamos que su influjo llegue a todos los seres para que consigamos entre todos mejorar y cambiar las energías de este mundo. Comportémonos como ¨comunidad¨ una ¨común unidad¨ en la cual todos buscamos nuestra superación, nuestra felicidad y nuestro progreso. Esta verdad axiomática es el inicio del ejercicio de la caridad, fuera de la cual, no hay salvación.

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