En memoria de mi hermano Gustavo
Por: Jorge Francisco León Ayala
¿Cuál es el grado de
solidaridad práctica que tenemos los Espiritas? Una
Casa Espírita es un remanso de paz a donde muchos seres llegamos en busca de
apoyo y consuelo. Es un refugio a donde acudimos para recibir el bálsamo
bendito de las buenas energías que los espíritus benefactores nos obsequian
generosamente. Es un espacio para la reflexión y el análisis que conduzcan a la
generación de cambios positivos para nuestras vidas. Eso lo aporta con sublime
dulzura el mundo espiritual.
Pero debe ser además el
sitial para enaltecer los más nobles sentimientos de los seres humanos que,
sabedores de nuestros compromisos, nos apoyamos los unos en los otros para
encontrar compañía a nuestras soledades. La Casa Espírita debe ser un pozo de amor
a donde podemos acudir para conciliar nuestras inquietudes y hallar a otros
seres que espontáneamente nos escuchan, nos aconsejan y nos den apoyo. Es en la
Casa Espírita en donde encuentro a mis verdaderos hermanos con los cuales
seguramente he recorrido largos trechos anteriores y con los cuales, más allá
de los lazos de la carne, me unen lazos de solidaridad y afecto que provienen
de lejanos senderos mutuamente compartidos. En la Casa Espírita espero
conseguir a aquellos seres que tienen conmigo anhelos y esperanzas, inquietudes
y carencias espirituales similares a las mías.
Quienes tenemos que vivir en
esta época de corte materialista, en donde las posesiones y los bienes más
valorados son los que en su esencia son intrascendentes; quienes hemos sido
lanzados a un mundo en el cual debemos aprender la dura lección de la sensibilidad
ante el dolor, quienes estamos inmersos en la escuela de la evolución en la
cual debemos aprender con el rigor de las pruebas que nos exigen valor,
constancia y acción; quienes sentimos que la tarea encomendada supera en
ocasiones nuestras fuerzas, quisiéramos tener a nuestro lado a una voz amiga
que, como ángel custodio nos de luces para transitar más fácilmente el sendero.
No siempre poseemos la capacidad para entender los mensajes que nuestros
mentores del mundo espiritual nos envían.
Al llegar a la Casa
Espírita, queremos que otros, un poco más lúcidos por razón del esclarecimiento
recibido, nos contribuyan a hallar soluciones a nuestros interrogantes y nos
regalen, además de un oído atento a escuchar nuestras angustias fruto de nuestro
soliloquio, una aclaración lógica, un consejo fraterno y una conducción
imparcial y objetiva para que, con base en los legados de la Doctrina de los
Espíritus, pueda tener más lucidos criterios para asumir mis propias decisiones
y enfocar mis acciones para evolucionar espiritualmente. Requiero de espacios
que me permitan, no solo recibir sino compartir, participar y crear rumbos
nuevos para cambiar nuestras vidas.
A más de hallar medios para
comprender los aspectos filosóficos de mi existencia, aspiro que pueda ser oído
en mis más mundanas inquietudes: los problemas de mi hogar, de mi familia, de
mi trabajo, de mi economía, de mis afectos. Aspiro a que aquellos seres que ya
comprenden lo trascendental me contribuyan para que yo pueda atar las afugias
de mi diario acontecer con mis más caros anhelos y aspiraciones. Con frecuencia
los mensajes son bien dados, pero mi ignorancia y mi corta visión no me
permiten visualizar el rumbo o la aplicación de ellos ante mi vida personal.
Cómo me gustaría poder encontrar un alma amiga de quien pueda extraer ideas
para apoyarme en mis decisiones, con un enfoque distinto y con la visualización
de un horizonte un poco más definido. Frecuentemente desoigo los mensajes que
me envían mis guías espirituales y necesito que materialmente pueda escucharlos
para poderlos comprender.
Con demasiada frecuencia, en
nuestras Casas Espiritas se crean espacios para que los asistentes reciban
mensajes, para que por sí mismos capten las enseñanzas; les son dadas
explicaciones conceptuales y absueltos los interrogantes suscitados sobre temas
doctrinarios, filosóficos o morales. Corresponderá al escucha sacar sus propias
conclusiones. Pero, a más de los momentos comunitarios, son escasos los minutos
para la integración fraterna, para el compartir de las inquietudes privadas.
Cuando hemos encontrado
entre los concurrentes al ser amable, que con generosidad nos hace sentir
acogidos y amigos, nuestra experiencia se torna grata y la atmósfera se vuelve
familiar. Se requiere de cuidado, de una gran discreción, pero sobre todo, de
una manifiesta benevolencia que refleje en hechos el ejercicio verdadero de la
caridad. Aquellos instantes de fraternal interacción cubren frecuentemente
espacios requeridos que otros ámbitos no pueden llenar. A más de una sonrisa vitalizante,
manifestaciones no verbales de afecto como la escucha, el coloquio espontáneo y
las expresiones que buscan la identificación de criterios, fortalecen los
vínculos eventuales y contribuyen notablemente a los esfuerzos ambientales que
realiza el mundo espiritual para esclarecer y orientar con sus energías a
quienes acuden a la Casa Espírita.
Son numerosos los
compromisos que se deberán cumplir para facilitar esta meritoria tarea: los
dirigentes de la Casa deberán abrir espacios para permitir la interacción que
vaya más allá de lo formal. El desconocido curioso que un día llegó a nuestra
Casa es un espíritu ansioso, carente e inquieto que silenciosamente pide
claridad e ideas frente a un horizonte nuevo y promisorio. Es un ser que
necesita identificar los conceptos teóricos y filosóficos con su cotidianidad.
No es suficiente llegar, escuchar y salir que dar, recibir, participar y crear.
La tarea de esclarecimiento de los espíritus se torna más dúctil y productiva.
Como estudiantes y
trabajadores de la Casa, debemos bajar las barreras emocionales que
corrientemente utilizamos en el exterior, para protegernos de un mundo plagado
de desconfianzas y egoísmos. Fortalecernos personalmente es sólo el primer
paso, pero no avanzaremos en nuestro proceso evolutivo si no convertimos las
teorías en acciones. Si la Doctrina Espírita nos lega las maravillas de la
fraternidad universal, se vuelve mandatorio empezar a preocuparnos por nuestros
hermanos. Y la mejor manera de hacerlo es iniciando con nuestros más cercanos
cofrades, por aquellos que tenemos junto a nosotros. Así como disfrutamos de su
presencia, sintamos su ausencia, preocupémonos auténticamente por sus
inquietudes y actuemos como verdaderos apóstoles seguidores de la Doctrina del
Maestro de Nazareth.
¿Aquel que se sienta a mi
lado en la Casa Espirita es sólo un desconocido más? ¿Cuáles son sus anhelos,
sus inquietudes? ¿Qué lo mueve a estar allí? ¿Esa persona quisiera compartir
con alguien su callada intimidad espiritual? ¿Habría oportunidad para estar un
poco más cerca de esa alma? Juana de Angelis nos dilucida esas inquietudes al
responder, refiriéndose a la Casa Espírita: ¨No se dispone de tiempo – pues ha
sido consumido por el vacío exterior- para la asistencia a los sufridores y
necesitados que acuden a las Casas Espíritas y son relegados a un segundo
plano; ni para la convivencia con los pobres y los desconocedores de la
Doctrina, que son encaminados a cursos, cuando necesitan con urgencia de una
palabra de consuelo moral… Los corazones se endurecen y la fraternidad desaparece¨.
Nunca nos conoceremos mutuamente, jamás tendremos nuestra labor cumplida,
seremos carentes si desconocemos a nuestro hermano, así éste comparta con
nosotros durante mucho tiempo sus conocimientos sobre el Espiritismo; si
nuestro trato es apenas superficial, seguiremos siendo unos ilustres
desconocidos que gustamos de lo mismo, pero guardamos nuestros sueños para
otros espacios diferentes a la Casa Espírita. No se trata pues de violentar la
intimidad de nadie, de auscultar indebidamente en las fibras ocultas de nadie,
no; - como nos reitera Juana de Angelis: ¨es hora de cerrarle el paso a esa
carrera desenfrenada en búsqueda de las ilusiones, a fin de hacer un análisis
más profundo en torno a la Doctrina Espírita y a sus objetivos, saliéndose de
las brillantes teorías para la práctica y la vivencia de las enseñanzas
liberadoras¨.
Es necesario abrir espacios
para la fraternidad. No nos quedemos en la búsqueda de la solitaria reflexión
individual. Apoyémonos en la gran trilogía que nos legara el Maestro Jesús:
busquemos amar a Dios, a nosotros mismos y a nuestro prójimo, a ése que está
próximo a nosotros, a ése que con frecuencia se sienta a nuestro lado y con
angustia callada sólo se limita a referirnos sus inquietudes intelectuales pero
se guarda con tristeza sus frustraciones, su soledad y su nostalgia; a ése que,
a lo mejor, diciéndose Espírita, escudriña en solitario en las páginas de la
Doctrina una respuesta a sus profundas carencias espirituales. Preparémonos
para fraternizar: no es nada fácil aprender a respetar el silencioso velo con
que solemos ocultar nuestra individualidad; se requiere de esfuerzo consiente
para no dar el consejo equivocado o no pedido a quien lo necesita. Muchas veces
el solo hecho de saber escuchar, de saber interrogar, de saber callar se
convierte en un ejercicio liberador y fraterno cuando nos sabemos rodear de la
inspiración apropiada y de las vitalizantes energías con que nos obsequia el
mundo espiritual en nuestras Casas Espíritas.
El Aprendizaje Doctrinario
no puede marchar solitario. La tarea de la difusión doctrinaria está incompleta
sin la vivencia fraterna y el acompañamiento mesurado y profundo en donde
podamos caminar por senderos de interés común, más allá de las disquisiciones
filosóficas y los inspirados mensajes de los Espíritus; vivamos la alegría del
cotidiano ejercicio del Espiritismo. Fomentemos en nuestras Casas Espíritas la
encomiable práctica de la caridad, apoyándonos verdaderamente en lo personal,
en lo cotidiano, en lo vivencial. Descubramos las maravillas de poder escuchar
y apoyar a nuestros hermanos, sobre todo a los silenciosos, a los que
calladamente carecen, pero que aparentan tenerlo todo y continúan siendo como
muchos de nosotros, menesterosos vergonzantes. Hay quienes, teniendo en
apariencia todo, son necesitados materiales, pero que, en razón a su posición
no se atreven a aparecer como menesterosos. A esos, los llamamos pobres
¨vergonzantes¨; sufren mucho, pero no pueden gritar a los cuatro vientos sus
miserias. Carecen de mucho pero su vergüenza los conduce a sufrimientos
atroces. Es muy posible que entre nuestros hermanos tengamos ¨vergonzantes¨,
cuyas carencias no sean materiales sino espirituales. Es posible que sus
necesidades no manifiestas no requieran sino un poquito de escucha, de tiempo,
de atención consiente, de la participación amable; es posible que, por medio de
la colaboración en las tareas de asistencia, nuestros hermanos vergonzantes
descubran la solución o la verdadera dimensión a sus problemas acallados.
Nuestra vinculación a la Casa Espírita debe ir más allá de la presencia física;
nuestra contribución a los actos morales es aporte verdadero a los cambios que
requieren nuestras comunidades: el individuo que se transforma moralmente está
contribuyendo eficientemente a los cambios del conjunto. Con frecuencia no nos
falla la intención sino la comunicación: somos demasiado parcos en las palabras
y en las manifestaciones: no nos damos la libertad de expresar la felicidad de
compartir nuestro tiempo con otros; no le dejamos saber a nuestro hermano de
nuestros pensamientos, no compartimos con ellos nuestros sueños ni dejamos
conocer nuestros anhelos. De esta manera es muy difícil que ellos puedan abrir
con confianza y libertad las ventanas de su alma ante nosotros.
Nietzsche afirmaba que uno
de los más terribles síndromes de la época consistía en que las personas se
convertían en ¨solitarios en medio de la multitud¨ y es esa soledad la que nos
lleva a quedar en manos de seres que no siempre tienen las mejores intenciones
con nosotros. Cuando se tienen enemigos espirituales, la soledad es la peor
consejera: el solitario da cabida a la inspiración malévola, al deseo del mal,
a la fatalidad como elemento de escape. Una voz amiga, un oído atento, una
mirada oportuna pueden cambiarnos la vida cuando la pesadez de pensamiento nos
agobia. El mundo espiritual es un mundo de compañías: los unos nos apoyamos en
los otros; somos como pequeños peldaños que, apoyados unos a otros conducen a
lejanos senderos. Cuando quedamos en soledad, abrimos una gran brecha en la
escalera de la solidaridad; cuando nos comportamos como egoístas, cerrando
círculos sobre nosotros mismos para conseguir nuestra exclusiva felicidad,
cerramos el camino hacia el amor verdadero, generando ciclos ciegos que no conducen
a la superación.
La vida nos proporciona
golpes fuertes al alma: son como campanazos para recordarnos que más allá de
nuestro pequeño mundo hay un universo prometido de avances, progresos y
celebraciones para los cuales debemos trabajar sin reposo, pero con profunda
inteligencia. No esperemos a que sintamos el ¨campanazo¨ para tomar medidas
hacia nuestra felicidad: abramos nuestras mentes, nuestros corazones y pongamos
en acción las más excelsas cualidades de nuestros espíritus para asimilar las lecciones
brindadas: seremos más felices en cuanto mayormente podamos ejercer el mandato
divino: ¨amar al prójimo como a nosotros mismos¨. Abrámonos hacia los demás,
comenzando por nuestros cercanos hermanos, en nuestras familias, en nuestros
trabajos, en nuestras Casas Espíritas; aprendamos a compartir nuestros sueños,
nuestras inquietudes y necesidades y brindemos apoyos sinceros a todos los
seres que nos rodean. Rodeémonos de buenos espíritus y hagamos que su influjo
llegue a todos los seres para que consigamos entre todos mejorar y cambiar las
energías de este mundo. Comportémonos como ¨comunidad¨ una ¨común unidad¨ en la
cual todos buscamos nuestra superación, nuestra felicidad y nuestro progreso.
Esta verdad axiomática es el inicio del ejercicio de la caridad, fuera de la
cual, no hay salvación.
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