martes, 16 de enero de 2024

ALLAN KARDEC Y CÉSAR DOS GIGANTES DE LA HUMANIDAD

 

César, Allan Kardec y los druidas, Napoleón (fotomontaje).


Aquellos días eran turbulentos para Napoleón Bonaparte. Seguían las insurrecciones y los planes para quitarle la vida.

Después de firmar con el Papa Pío VII el Concordato con el Vaticano, en 1801, reunió a los abogados más eméritos y a los jurisconsultos más notables del país, con el fin de redactar un código civil que acabara con los privilegios en el país, fundando así el Estado social de la Franceses.

Había firmado el tratado de paz de Amiens, en 1802, con Inglaterra, siendo elegido cónsul por un período de diez años, que fue cambiado a perpetuidad, poco después, en 1803.

Sin embargo, como la paz reinaba en el continente europeo por primera vez desde la Revolución, se descubrió un complot de los jacobinos interesados ​​en su muerte, que pronto fue desbaratado. Los realistas ya habían intentado quitarle la vida en 1800, lo que se repitió en 1804, cuando Cadoudal formó un grupo de sesenta adversarios dispuestos a quitarle su existencia física. Descubierto el sórdido complot, el primer cónsul arrestó a algunos enemigos, exilió a otros y condenó a muerte al duque de d´Enghien, quien fue fusilado.

Ante las sucesivas amenazas de muerte, el Senado decidió concederle un título hereditario, con el fin de salvar el código civil y las instituciones republicanas, en la mira de los realistas, proclamándolo Emperador de los franceses, en la condición de Napoleón I, en 1804. Un plebiscito confirmó, inmediatamente, esta decisión del Senado y, el 2 de diciembre de ese mismo año, en la iglesia de Notre Dame, con la presencia del Papa Pío VII, que había sido especialmente invitado para la solemnidad, fue consagrado con el mismo ritual y pompa que se utilizaron en el pasado, en honor de Carlomagno, confirmándolo Emperador de los franceses.

Portador de un temperamento impulsivo y rebelde, en el momento de su coronación, rompiendo el protocolo, Napoleón tomó la corona de manos del Papa, a quien detestaba, y se lo ciñó, repitiendo el gesto con Josefina, en la condición de emperatriz.

A pesar de todas estas circunstancias, una psicósfera de armonía y esperanza flotaba sobre Francia. Esto porque, dos meses antes de la coronación del emperador, en Lyon, región de las antiguas Galias lugdunenses, reencarnaba el 3 de octubre del mismo año 1804, Hippolyte Léon Denizard Rivail, emisario de Jesús, para reconstruir la sociedad terrestre, iluminándola y liberándola de la ignorancia con el grandioso mensaje del Espiritismo.

En remotas épocas, César y Kardec estuvieron en la misma tarea terrenal. El primero, había llegado a las Galias, ampliando los horizontes del mundo y sometiéndolos al gobierno del Imperio Romano, haciendo que la lengua latina adquiriera el estatus de universalidad, con vistas a la futura difusión del Evangelio de Jesús, sin que el emperador lo supiese... El segundo, para preservar la creencia en la inmortalidad del alma y la Justicia Divina entre los druidas, en cuyo grupo había renacido.

Los dos misioneros se volvieron a encontrar. César, como Napoleón, conquistando Europa, en su sueño de un Estado único que tuviera a París como capital, difundió la lengua francesa, y Allan Kardec, renació como Denizard Rivail, para expandir el pensamiento de Jesús a través de los nobles vehículos de la Ciencia, de la Filosofía y de la ética-moral con consecuencias religiosas.

Mientras Denizard avanzaba en la conquista del conocimiento, en Iverdun, Suiza, con el insigne maestro Pestalozzi, el Corso, fascinado con el carro de la guerra, siguió desatando interminables luchas, siendo derrotado, más de una vez, por sus enemigos, regresó a París siendo desterrado nuevamente a Santa Elena, donde desencarnó abandonado, el 5 de mayo de 1821.

Mientras la estrella del insigne guerrero, derrotado por su propia tiranía, se apagaba, dejando, sin embargo, un inmenso campo por acrisolar, el Prof. Denizard Rivail se erguía como educador emérito, ofreciendo a Francia y a los países francófonos la pedagogía liberadora de su ilustre educador, preparándose para la tarea misionera que desempeñaría como Allan Kardec.

Ambos, Espíritus audaces y valientes, cada uno en un área específica de la actividad humana, se dedicaron con desinterés al ministerio para el que reencarnaron, siendo uno vencido por la pasión guerrera, mientras el otro lograba el triunfo como apóstol de la sabiduría y la paz...

Mientras César tenía la tarea de apaciguar a los pueblos, reuniéndolos en una sola familia, a pesar del uso cruel de la guerra, Allan Kardec desplegaba la bandera de la fraternidad para unir a todos los hombres y mujeres bajo el postulado FUERA DE LA CARIDAD NO HAY SALVACIÓN.

Ambos marcaron una época en la Historia de la Humanidad, correspondiendo a quien codificó el Espiritismo la gloriosa misión de finalizar el viaje físico, de manera triunfal, legando a la posteridad el incomparable tesoro de la Doctrina Espírita.

Evocando su cuna de luz hace doscientos años, cuando se sumergió en las sombras del cuerpo físico para convertirse en el mensajero del Consolador prometido por Jesús, nos corresponde a todos nosotros, espíritas, agradecerle su grandeza moral y la renuncia de apóstol, de cuyos beneficios nos convertimos en legatarios, proclamando nuestra júbilo y gratitud insuperable.


Tomado del libro: Espiritismo y Vida, del Espíritu Viana de Carvalho y psicografía de Divaldo Franco.

Libreria Espírita Alvorada Editora, 2009.


Traducción al español: Oscar Cervantes Velásquez
Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís
Santa Marta - Colombia
Enero 16 de 2024

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