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Imagén de referencia, tomada de la Web: https://www.inova.com.mx/blog/sonar-no-cuesta-nada-en-el-dia-mundial-de-sonar/ |
Tremenda
sorpresa me llevé aquella noche cuando, sumergido en las apacibles
profundidades del sueño, recibí una invitación inusual: ¡una visita al paraíso!
Sí, ese paraíso del que tanto nos hablaron desde niños, pero que se nos
antojaba casi inalcanzable, especialmente si crecimos dentro de principios
cristianos que, con frecuencia, nos hicieron temer no estar a la altura de
semejante destino.
Sin
embargo, a lo hecho, pecho. Sin pensarlo mucho, acepté la invitación, con la
esperanza de contemplar, por fin, las maravillas de ese tan anhelado edén.
Mas,
para mi asombro, noté que allí no me esperaba San Pedro con sus llaves, como
tantas veces lo imaginamos entre historietas y relatos religiosos. En su lugar,
me encontré cara a cara con mi propia conciencia, esa compañera exigente y
muchas veces implacable, que comenzó a recordarme cada uno de aquellos momentos
en que, haciendo uso de mi libre albedrío, lo desperdicié en acciones que poco
o nada contribuyeron a mi crecimiento espiritual.
¡Cuánto
dolor me causaron esos recuerdos! Jamás imaginé que aquella invitación al
paraíso se convertiría en un reencuentro con las sombras de mi personalidad,
con aquel yo egoísta e irreflexivo que tanto sufrimiento generó en quienes
amaba, y también en aquellos que, sin formar parte de mi círculo afectivo, se
cruzaron en mi camino.
Sin
embargo, con el paso del tiempo, que allí transcurría con la sensación de días
interminables, tuve la dicha de reencontrarme con seres queridos que creía
descansaban en la paz del olvido, y vaya impresión me llevé al verlos activos y
laboriosos, comprometidos en tareas de ayuda y servicio, en abierta contravía
con la idea que solemos tener sobre la muerte y el descanso eterno. Además,
para mi sorpresa, muchos rostros desconocidos se acercaban a saludarme con
alegría, identificándome de inmediato y compartiendo conmigo la satisfacción de
aquel encuentro, tan poco común para quienes ignoramos la importancia de
conocer las realidades espirituales mientras caminamos aún en la carne.
Fue una experiencia hermosa, profundamente transformadora, y distante de las narraciones de quienes viven experiencias cercanas a la muerte. Lo que viví no fue un adiós, sino un encuentro con la vida en otra dimensión, tan real y vibrante como esta que conocemos.
Les
aseguro que, si volviera a recibir una invitación semejante, la aceptaría con
gusto y gratitud. Porque aquella breve experiencia me dejó aprendizajes
invaluables y una visión totalmente distinta de lo que, con tanta ignorancia,
solemos llamar “morir”.
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