miércoles, 8 de abril de 2020

NOTICIAS ACERCA DE FENÓMENOS MAGNÉTICOS EN LA PARÍS DE 1837


Hoy queremos traer hasta ustedes como se manejaban las noticias de los frecuentes fenómenos del magnetismo en la prensa parisiense del año 1837.

En su libro “Les forces non définies” (Las fuerzas no definidas), publicado en 1887 en París por el editor Masson, un conocido investigador, Albert de Rochas, reproduce algunas de estas noticias.

Imagen de referencia.


Cita del “Liberal du Nord”, 4 de abril de 1837:

Una joven ayer dio a luz un niño que, igual que el pez torpedo, propinó una descarga al médico que le ayudó a venir al mundo. Este niño eléctrico pertenece al sexo masculino y es de constitución robusta. Inmediatamente después de su nacimiento fue instalado en una cuna de mimbre sostenida por un aislante con pie de vidrio y ha dado signos inequívocos de electricidad. Conservó durante veinticuatro horas esta propiedad hasta tal punto que el médico pudo cargar un condensador, producir chispas y realizar gran cantidad de experiencias diversas”.

Cita del “Petit Moniteur Universal du Soir”, 8 de marzo del año de 1869:

Se trata de un niño nacido en el pueblo de Saint-Urbain, en los límites de los departamentos de Haute-Loire y de Ardé-che, que parecía rodeado de una luz blanquecina; los objetos finos, como una cuchara o un cuchillo, vibraban cuando se encontraban cerca de los pies o de las manos del niño, que murió a los nueve meses desprendiendo efluvios luminosos”.

El caso más extraordinario que representa el ejemplo clásico, es el de una tal Angélica Cottin, estudiada, en su tiempo, por numerosos científicos que no lograron esclarecer el misterio.

En el pueblo de Bouvigny, departamento de Orne, vivía una muchacha de trece años robusta y sana, pero perezosa y abúlica. Su estado mental parecía normal, aunque su inteligencia estuviera poco desarrollada. El 15 de enero de 1846, cuando realizaba sus ocupaciones habituales sintió repentinamente que su naturaleza se transformaba y adquiría extraños poderes. Todo lo que tocaba era rechazado por una fuerza que superaba su propio vigor físico. Las personas que se acercaban a tres o cuatro metros de ella tenían la impresión de recibir puñetazos, llegando algunos a ser derribados. Cuando Angélica caminaba los muebles crujían a medida que avanzaba y algunos se desplazaban como movidos por manos invisibles.

Un médico de fama, el doctor Tanchou, hizo venir a la muchacha a Paris y estudio su caso. Le pareció tan prodigioso que lo comentó con el gran científico Arago, que no vaciló en alertar a la Academia de Ciencias. El 12 de febrero de 1846, Arago en persona leyó, ante este ilustre tribunal, las notas del doctor Tanchou. Relato así sus sorprendentes observaciones:

He visto dos veces a la joven eléctrica. Una silla, que yo así con fuerza con el pie y las dos manos, salió despedida cuando se sentó en ella. Una pequeña banda de papel, que coloqué en equilibrio sobre mi dedo, fue barrida varias veces por algo semejante a una racha de viento.

“Una mesa de tamaño medio y bastante pesada, fue empujada y desplazada por el solo contacto de sus vestidos. Un canapé bastante grande y pesado, en el que me encontraba sentado, fue violentamente empujado hasta el muro en el momento en que esta joven vino a colocarse a mi lado.

“Una silla, fijada al suelo por personas fuertes, en la que me encontraba sentado de forma que no ocupaba más de la mitad del asiento, fue violentamente arrancada en el momento en que la joven se sentó en la otra mitad.

“Cabe destacar que cada vez que la silla es arrastrada parece adherirse a los vestidos de la joven, la sigue un instante y queda libre después. Las emanaciones de esta joven no son permanentes durante el día. Se manifiestan sobre todo por la noche, de siete a nueve, lo que me hace pensar que no son ajenas a la última comida que toma hacia las seis.

“Estas emanaciones sólo se producen por el lado anterior del cuerpo, particularmente en la muñeca y a la altura del codo. Sólo se producen en el lado izquierdo; el brazo izquierdo está más caliente que el otro, desprende un calor suave, húmedo, como si en él tuviera lugar una viva reacción. Este miembro tiembla y se agita continuamente por contracciones insólitas y temblores que parecen comunicarse a la mano que lo toca.

“Durante el tiempo que he observado a esta joven, su pulso ha variado entre 105 y 120 pulsaciones por minuto y me ha parecido a menudo irregular.

“Durante el paroxismo la joven no podía tocar casi nada con la mano izquierda sin que lo tirara a lo lejos, como si se hubiera quemado. Cuando sus vestidos tocan los muebles, los atrae, los desplaza, los desordena. Pueden concebirlo tanto más fácilmente cuando sepan que a cada descarga eléctrica huye para evitar el dolor, momentos esos en que dice que “le pica” en la muñeca y el codo. Mientras buscaba el pulso en la arteria temporal, al no poder hacerlo en el brazo izquierdo, mis dedos tocaron por casualidad la nuca. En el mismo instante la joven gritó y se alejó rápidamente de mí. Eso se debe a que en la región del cerebelo (me aseguré de ello en varias ocasiones), en el lugar en que los músculos de la parte superior del cuello se insieren en el cráneo, hay un punto en el que repercuten todas las sensaciones que siente en el brazo izquierdo.

“Las emanaciones eléctricas de esta muchacha parecen tener lugar de forma intermitente y recorren sucesivamente distintos puntos de la parte anterior de su cuerpo. Por mi parte señalaré que el desplazamiento de la mesa, que es el efecto de mayor potencia, tiene lugar a la altura de la pelvis.

“Sea como fuere, estas emanaciones se producen a través de una corriente gaseosa que produce una sensación de frío, pues he notado de forma evidente en la mano un soplido instantáneo parecido al que se puede producir con los labios.

“En esta joven, cada fenómeno, está marcado por el miedo, la huida y el terror. Cuando acerca la punta del dedo al polo norte de un imán recibe una descarga, mientras que el polo sur no produce ningún efecto. Aunque manipulé el imán hasta el punto que yo mismo no sabía cuál era el polo norte, la joven supo indicármelo perfectamente.

“Esta niña tiene trece años; no es aún núbil y supe por su madre que no había tenido nada parecido a la menstruación”.

A petición de la Academia de Ciencias, Arago examinó personalmente a la joven en compañía de expertos. Todos estos hechos fueron verificados y controlados por el científico y sus asistentes. Pero nunca se le dio una explicación satisfactoria.



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