domingo, 11 de agosto de 2019

EL HOMBRE QUE DOMINABA LA RULETA CON LA MENTE

CASOS EXTRAORDINARIOS

John Robertson, australiano, fue un hombre con poderes psicocinéticos que hizo estrago en los casinos más importantes de Europa durante una sola temporada, la de 1925.

En 1922 Robertson estaba hastiado de la vida, iba dando tumbos de aquí para allá, fracasando en todo lo que hacía. A los 34 años decidió emigrar a Gran Bretaña con el propósito de inicia una nueva vida.

Se instaló en Londres trabajando como obrero temporal. Se pasaba las horas libres jugando solo a los dados. Así fue como se dio cuenta que podía pensar en un número determinado y al lanzar los dados salía el número pensado.

Progresivamente; el juego de acertar números se convirtió en una obsesión y amplió su campo de experimentos. Lanzaba monedas al aire y salía la cara deseada. Más tarde, un vecino de habitación le dejó una pequeña ruleta y probó suerte. De esta forma se dio cuenta que en realidad salía el número que él quería que saliera, aunque no entendía cómo era posible.

Robertson averiguó que pasaba. Se informó a través de la “Society for Psychical Research” de Londres y tomó conciencia que era su mente la que producía el fenómeno.

       A principios de 1925, Robertson vendió todo cuanto pudo y con el dinero que consiguió compró dos trajes nuevos y un billete para el transbordador del canal de la Mancha. Se instaló en París dispuesto a utilizar sus facultades.

       Durante los primeros meses, recorrió los principales casinos europeos: París, Niza, Deauville y Montecarlo. Observaba atentamente que juegos había con el propósito de encontrar el más apropiado a sus condiciones. Decidió que la bolita de marfil que saltaba sobre la ruleta era el objetivo sobre el que podría actuar con más facilidad.

La gran depresión económica sufrida en las primeras décadas del siglo XX afectó a multitud de sectores sociales que, en muchos casos, al igual que John Robertson, se vieron obligados a emigrar a otras tierras en busca de nuevas oportunidades.

       El 4 de agosto de 1925, Robertson decidió empezar su aventura paranormal. A primeras horas de la tarde entró en el casino de Deauville y se sentó por primera vez ante una ruleta con la cantidad de 100 libras esterlinas.
      
       Robertson borró de su mente todo lo que le envolvía y concentró su interés en la bola de la ruleta. Empezó jugando con cautela a un número concreto. Tiraron la bola, giró vertiginosamente y salió un número diferente al previsto. Había perdido. Lo intentó una segunda vez y cuando la bola iba a quedarse en el número pensado, se deslizó y saltó al de al lado. Lo reintentó una tercera. Esta vez visualizó el número deseado fijando la vista en la bola… y acertó.
      
       Desde ese momento, el poder de Robertson sobre la bolita de marfil actuó con tanta destreza que esta se convirtió en la esclava de sus proyecciones. Al final de la noche, y sin llamar la atención, recuperó el dinero apostado y ganó 500 libras esterlinas.

       En los meses siguientes, Robertson jugó en los casinos más famosos sin llamar demasiado la atención. En menos de un año, consiguió un capital de 40.000 libras esterlinas. Vivía en las suites más lujosas de los mejores hoteles de la Costa Azul, viajaba en un enorme coche color gris perla, y aunque él no lo quisiera, había empezado a correr la voz en los casinos que era un hombre que nunca perdía.

       Ante los éxitos continuos empezó a producirse el fenómeno que todos en la sala se sumaban a su juego, apostaban con él y ganaban.

       Responsables de los casinos estudiaron el comportamiento de Robertson y una vez descartado el fraude dirigieron sus investigaciones hacia los posibles poderes psíquicos. Constataron que Robertson cerraba los ojos y se concentraba unos instantes en el momento en que la bola se ponía en movimiento. Con el asesoramiento del “Institute Metapsychique International” de París, desvelaron la probabilidad de la facultad psicocinética. Dicha facultad solo podría ser contrarrestada por otra que funcionara en el sentido opuesto.

       A finales de otoño de 1925, localizaron a Jean Leone, un sensitivo francés. Este no tenía tanto poder como Robertson, pero podía perturbar la onda psi y neutralizar sus efectos. El casino Metropolitan de Montecarlo le contrató.


GUERRA DE MENTES

La ruleta se convirtió en una fuente inagotable de riqueza para John Robertson. Él ha sido el único hombre, reconocido por los casinos, que tenía la capacidad de influir mentalmente sobre la pequeña bola de marfil que decide el número ganador.


       El 28 de septiembre de 1925, Robertson entró en el Metropolitan y estuvo ganando una fortuna durante dos noches. El 30 de septiembre llegó al casino el paragnosta contratado.

       Robertson estaba jugando en la ruleta principal. Detrás de todos los jugadores, pero frente a él, apoyado en una balaustrada de cobre se situó Leone. Estuvo durante mucho tiempo estudiando el método que seguía Robertson mientras acertaba una y otra vez. Lo difícil era sincronizar el instante de concentración de Robertson en el que proyectaba su influencia psi sobre la bola de marfil para neutralizar la onda psíquica.

       Tras una serie de intentos fallidos el objetivo se logró. Robertson apostó 1000 libras al número 14, la bola saltó por encima de los números y finalmente se paró en el 3, algo inaudito. Robertson, tranquilo, jugo otras 1000 libras y volvió a perder.

       Durante minutos Robertson dejó de jugar estudiando lo que pasaba. Leone lo observaba impasible. Robertson lo intentó de nuevo y siempre perdía. Descansó, intentó recuperar fuerzas para volver al combate. Notaba que algo le estaba afectando, pero no pudo saber que o quien le interfería.

       A las 2 de la madrugada del 1 de noviembre de 1925, Robertson se jugó todo su capital al número 7. El croupier lanzó la bola, rodó y salió un número distinto. Optó por abandonar la mesa. Pasó por caja y en gerencia firmó un pagaré por todos sus bienes. John Robertson salió del Metropolitan de Montecarlo tan pobre como el primer día que entró en un casino.

       Murió en Bélgica, en 1944, en un hospital para indigentes. Con el desapareció el jugador que pudo haber arruinado todos los casinos del mundo.


Tomado de la "Enciclopedia de la parapsicología y ciencias ocultas", Editorial Salvat

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