CASOS EXTRAORDINARIOS
John Robertson, australiano, fue un hombre
con poderes psicocinéticos que hizo estrago en los casinos más importantes de
Europa durante una sola temporada, la de 1925.
En 1922 Robertson estaba hastiado de la vida,
iba dando tumbos de aquí para allá, fracasando en todo lo que hacía. A los 34
años decidió emigrar a Gran Bretaña con el propósito de inicia una nueva vida.
Se instaló en Londres trabajando como obrero
temporal. Se pasaba las horas libres jugando solo a los dados. Así fue como se dio
cuenta que podía pensar en un número determinado y al lanzar los dados salía el
número pensado.
Progresivamente; el juego de acertar números
se convirtió en una obsesión y amplió su campo de experimentos. Lanzaba monedas
al aire y salía la cara deseada. Más tarde, un vecino de habitación le dejó una
pequeña ruleta y probó suerte. De esta forma se dio cuenta que en realidad salía
el número que él quería que saliera, aunque no entendía cómo era posible.
Robertson averiguó que pasaba. Se informó a
través de la “Society for Psychical Research” de Londres y tomó conciencia que
era su mente la que producía el fenómeno.
A principios de
1925, Robertson vendió todo cuanto pudo y con el dinero que consiguió compró
dos trajes nuevos y un billete para el transbordador del canal de la Mancha. Se
instaló en París dispuesto a utilizar sus facultades.
Durante los
primeros meses, recorrió los principales casinos europeos: París, Niza,
Deauville y Montecarlo. Observaba atentamente que juegos había con el propósito
de encontrar el más apropiado a sus condiciones. Decidió que la bolita de
marfil que saltaba sobre la ruleta era el objetivo sobre el que podría actuar
con más facilidad.
El 4 de
agosto de 1925, Robertson decidió empezar su aventura paranormal. A primeras
horas de la tarde entró en el casino de Deauville y se sentó por primera vez
ante una ruleta con la cantidad de 100 libras esterlinas.
Robertson borró
de su mente todo lo que le envolvía y concentró su interés en la bola de la
ruleta. Empezó jugando con cautela a un número concreto. Tiraron la bola, giró
vertiginosamente y salió un número diferente al previsto. Había perdido. Lo intentó
una segunda vez y cuando la bola iba a quedarse en el número pensado, se
deslizó y saltó al de al lado. Lo reintentó una tercera. Esta vez visualizó el
número deseado fijando la vista en la bola… y acertó.
Desde ese momento,
el poder de Robertson sobre la bolita de marfil actuó con tanta destreza que
esta se convirtió en la esclava de sus proyecciones. Al final de la noche, y
sin llamar la atención, recuperó el dinero apostado y ganó 500 libras
esterlinas.
En los meses
siguientes, Robertson jugó en los casinos más famosos sin llamar demasiado la atención.
En menos de un año, consiguió un capital de 40.000 libras esterlinas. Vivía en
las suites más lujosas de los mejores hoteles de la Costa Azul, viajaba en un
enorme coche color gris perla, y aunque él no lo quisiera, había empezado a
correr la voz en los casinos que era un hombre que nunca perdía.
Ante los éxitos
continuos empezó a producirse el fenómeno que todos en la sala se sumaban a su
juego, apostaban con él y ganaban.
Responsables de
los casinos estudiaron el comportamiento de Robertson y una vez descartado el
fraude dirigieron sus investigaciones hacia los posibles poderes psíquicos. Constataron
que Robertson cerraba los ojos y se concentraba unos instantes en el momento en
que la bola se ponía en movimiento. Con el asesoramiento del “Institute Metapsychique
International” de París, desvelaron la probabilidad de la facultad
psicocinética. Dicha facultad solo podría ser contrarrestada por otra que
funcionara en el sentido opuesto.
A finales de
otoño de 1925, localizaron a Jean Leone, un sensitivo francés. Este no tenía
tanto poder como Robertson, pero podía perturbar la onda psi y neutralizar sus
efectos. El casino Metropolitan de Montecarlo le contrató.
GUERRA DE MENTES
El 28 de
septiembre de 1925, Robertson entró en el Metropolitan y estuvo ganando una
fortuna durante dos noches. El 30 de septiembre llegó al casino el paragnosta
contratado.
Robertson
estaba jugando en la ruleta principal. Detrás de todos los jugadores, pero
frente a él, apoyado en una balaustrada de cobre se situó Leone. Estuvo durante
mucho tiempo estudiando el método que seguía Robertson mientras acertaba una y
otra vez. Lo difícil era sincronizar el instante de concentración de Robertson
en el que proyectaba su influencia psi sobre la bola de marfil para neutralizar
la onda psíquica.
Tras una
serie de intentos fallidos el objetivo se logró. Robertson apostó 1000 libras
al número 14, la bola saltó por encima de los números y finalmente se paró en
el 3, algo inaudito. Robertson, tranquilo, jugo otras 1000 libras y volvió a
perder.
Durante
minutos Robertson dejó de jugar estudiando lo que pasaba. Leone lo observaba
impasible. Robertson lo intentó de nuevo y siempre perdía. Descansó, intentó recuperar
fuerzas para volver al combate. Notaba que algo le estaba afectando, pero no
pudo saber que o quien le interfería.
A las 2 de la
madrugada del 1 de noviembre de 1925, Robertson se jugó todo su capital al número
7. El croupier lanzó la bola, rodó y salió un número distinto. Optó por
abandonar la mesa. Pasó por caja y en gerencia firmó un pagaré por todos sus
bienes. John Robertson salió del Metropolitan de Montecarlo tan pobre como el
primer día que entró en un casino.
Murió en Bélgica,
en 1944, en un hospital para indigentes. Con el desapareció el jugador que pudo
haber arruinado todos los casinos del mundo.
Tomado de la "Enciclopedia de la parapsicología y ciencias ocultas", Editorial Salvat
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