Por: Oscar Cervantes Velásquez
El cielo, ese lugar prometido a
los justos después del fenómeno biológico de la muerte, se hace un lugar
imposible de alcanzar para muchos de los que transitamos, como encarnados, el
planeta Tierra. Mientras nos mantengamos alejados de nuestras responsabilidades
morales, respecto a Dios y ante nuestra propia conciencia, seguiremos sometidos
a la tiranía del mal uso del libre albedrío.
Curiosa es la historia del
mancebo rico quien se acerca al Maestro de Galilea y le pregunta:
- "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?"
- ¿Por qué me llamas bueno? —respondió Jesús—. Nadie es bueno sino solo Dios. Ya sabes los mandamientos: “No mates, no cometas adulterio, no robes, no presentes falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre” (Mc. 10, 17).
La respuesta dada por Jesús no
tiene nada de extraño para quien relaciona el decálogo con el tipo de
comportamiento esperado de los hombres con respecto a Dios y, fundamentalmente
con su prójimo. Es la enseñanza del Maestro en su más viva acepción, esto lo
corroboramos en esta otra enseñanza que nos recuerda nuestros deberes para con
nuestros semejantes:
- “Entonces dirá el Rey a
los que estén a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del
reino preparado para vosotros desde el principio del mundo. Porque tuve hambre,
y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; no tenía techo, y me
hospedasteis; estuve desnudo, y me vestisteis; estuve enfermo, y me visitasteis;
estuve en prisión, y fuisteis a verme [1]”.
Para saber que tan cerca
estamos del cielo prometido, debemos revisar nuestra actitud para con el
prójimo, desde el más cercano, la familia, hasta aquel que se aleja de nuestro
círculo familiar, es decir, el resto de la humanidad. ¿Será que nuestras
acciones se acercan a estas enseñanzas? ¿Será que ese cielo añorado, se nos
escapa por el egoísmo y el orgullo, que cual espejismo opaca nuestra
sensibilidad cristiana? O quizás, ¿no hemos recibido la educación espiritual
necesaria para comprender la lealtad que le demos a cada uno de los
mandamientos?
Hoy comprendemos que ese cielo que
nos hicieron creer, a lo largo de los siglos, no es un lugar circunscrito ni un
sitio especial donde eternamente gozaremos la inefable dicha de contemplar a
Dios, no, “el cielo es el espacio
universal, son los planetas, las estrellas y los mundos superiores donde los
Espíritus gozan de la plenitud de sus facultades, sin padecer de las
tribulaciones de la vida material ni las angustias inherentes a la inferioridad[2]”.
El cielo que tanto anhelamos se
encuentra más allá del mundo corporal, al cual estamos habituados, es el mundo
espiritual o de las inteligencias incorpóreas, el cual preexiste y sobrevive a
todo. En pocas palabras, cuando morimos, regresamos al mundo espiritual, donde nos
sentiremos felices o desgraciados, según el bien o el mal que hayamos
realizado. Luego, la cercanía a ese idílico cielo esperado, dependerá del
cumplimiento que le hayamos dado a los mandamientos ofrecidos por Dios a la
humanidad.
Entonces, regresemos a la frase
que da título a este post: Y tú ¿Qué tan
cerca estás del cielo?
[1] Evangelio según el Espiritismo, cap. 15, Fuera de la caridad no hay
salvación, Editora Edicei.
[2] Allan Kardec, El Libro de los Espíritus, pregunta 1016, Edicei.
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