sábado, 8 de diciembre de 2018

¿EXISTE REALMENTE SATANÁS EN LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD?


Imagen de una caja de cerillas de los años 60 - 70´s.
Satanás es tema obligado a la hora de analizar las imperfecciones del hombre. Culpable es él, nos enseña la religión, de nuestros desaciertos morales, vicios y pasiones en desequilibrio y sobre él pesa la culpa de esos errores o “pecados”, liberándonos de las responsabilidades propias de quien hace mal uso del libre albedrío. La misma religión nos manifiesta que la sangre de Cristo limpia nuestros pecados[1], quedando de esa manera nuestra conciencia libre de responsabilidad ante las iniquidades cometidas contra el prójimo y por lógica consecuencia, sobre nosotros mismos.

El hombre buscando librarse de la responsabilidad de sus actos, no contento con echarle culpas a Satanás de sus errores, saca un as bajo la manga y crea las indulgencias, prometiendo a los fieles la “fácil remisión de los pecados, presentes y aún futuros a cambio de dinero”, tema este que causó indignación en Martín Lutero, lo cual lo llevó un 1° de noviembre de 1517 a proclamar las 95 tesis filosóficas, las cuales fueron fijadas en las puertas del Templo del Castillo de Witemberg. 

La autora espiritual Juana de Ángelis afirma que «Ciertamente, la “fe salva”, no empero, como forma simplista y precipitada de premiar la irregularidad y el error a golpes de remordimiento tardío y de inmediata aceptación divina, en el momento de la desencarnación[2]».
                                                                                                         
El significado de la palabra Satán en hebreo es “adversario” y su origen conforme a algunos autores, es divino. En Job 1, se referencia que Satanás fue uno de los más brillantes ángeles de Dios, con un sitial especial en servicio a la Divinidad. Además, Ezequiel en el capítulo 28 nos lo describe como un “querubín grande y protector, lleno de sabiduría, acabado de hermosura y sin tacha moral[3]”. Según Ezequiel[4], las preocupaciones por alcanzar la gloria y su belleza, y su interés por destronar a Dios, lo llevaron a la desgracia, arrastrando con él a muchos ángeles que se le unieron a sus intenciones. Estas fueron razones suficientes para que Dios los expulsara del cielo hacia la Tierra, perdiendo por siempre su condición de querubín ungido por la divinidad.

Para Satanás resultó más fácil ejercer su acción maléfica contra el hombre, ante la imposibilidad de enfrentar la omnipotencia de Dios. Su primera actuación, de acuerdo con el Génesis[5], se verifica cuando personificando a una serpiente tienta a Eva en el paraíso con el consecuente destierro del mismo, junto a Adán, a causa de su desobediencia.

La Doctrina Espírita esclarece que “durante muchos siglos y con diversos nombres, el doble principio del bien y el mal fue la base de todas las creencias religiosas. Fue personificado con los nombres de Ormuz y Ahrimán entre los persas, con los de Jehová y Satán entre los hebreos. Pero, como todo soberano debe tener ministros, las religiones admitieron poderes secundarios, o genios buenos y malos. Los paganos los personificaron mediante una multitud innumerable de individualidades, a las que dieron el nombre genérico de dioses, cada uno con atribuciones especiales para el bien y para el mal, para los vicios y para las virtudes. Los cristianos y los musulmanes heredaron de los hebreos los ángeles y los demonios[6].

Lo anterior es reafirmado cuando leemos en Efesios: “Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales[7]”.

En la obra Senderos de Liberación, Manoel Philomeno de Miranda, nos amplía el concepto de Efesios, afirmándonos que “Las figuras mitológicas de los demonios y sus reinos, los abismos infernales y sus torturadores de almas son relatos inicialmente hechos por personas que fueron hasta allí conducidas en desdoblamiento espiritual -por afinidad moral o por los Mentores a fin de advertir a las criaturas de la Tierra-, antros sórdidos que aquellos gobiernan y donde instalaron el terror, dando la equivocada idea de que en aquellos parajes el tiempo no transcurre, en un concepto absurdo de la eternidad a la que se aferran diversas religiones, las cuales más atemorizan que educan.

Mártires y santos, profetas y escritores, artistas y poetas de casi todos los pueblos y épocas, los que eran médiums, visitaron esos Núcleos terroríficos y conocieron a sus habitantes trayendo en la memoria, nítidas, sus configuraciones, que las fantasías y leyendas enriquecieron con variantes de acuerdo con la cultura, la región y el tiempo, presentes por tanto en la historiografía de la humanidad.

Variando de denominación, cada grupo, como ocurre en la Tierra, tiene su jefe y se destina a una finalidad coercitiva, reparadora. Periódicamente esos jefes se reúnen y eligen un comandante a quien prestan obediencia y sumisión, concediéndole regalías reales... Las ficciones más audaces no logran concebir la realidad de lo que ocurre en tales dominios.

Necios y absolutistas, anularon la conciencia en el mal y en la fuerza, convirtiéndose en adversarios voluntarios de la Luz y del Bien, que pretenden combatir y destruir[8]”.

De esa manera entendemos que no existe un segundo dios, personificando al mal, sino que se trata de las almas de aquellos hombres que vivieron en el Tierra, propensos al mal e induciendo a los encarnados a la perdición y de ese modo retardar su progreso ante las pruebas que deben enfrentar. “Algunos pueblos los han convertido en divinidades malignas, otros los designan con nombres tales como demonios, genios malos o Espíritus del mal[9]”.

Sin embargo, en contra de lo que enseña la religión cristiana, al hombre malo no lo espera el castigo eterno en el infierno, todo lo contrario. Allan Kardec en la pregunta 116 de El Libro de los Espíritus, cuestiona a la espiritualidad sobre si estos seres quedarán en la perpetuidad inferior y ellos con profunda sabiduría respondieron “No, todos llegarán a ser perfectos”. Y van más allá, al asegurar que los Espíritus no degeneran, “a medida que avanzan comprenden lo que los alejaba de la perfección. Cuando el Espíritu ha concluido una prueba, adquirió el conocimiento de ella y no lo olvida. Puede permanecer estacionario, pero no retrocede[10]”.

Así las cosas, la concepción del ángel caído cae por su propio peso, pues un ser angelical que alcanzó el más alto grado de perfección, no retrograda. En resumen, Satanás no es más que la representación de la maldad, sintetizada en las bajas pasiones, la avaricia, la brutalidad, la ambición desmedida, el poder, la lubricidad y todas aquellas inferioridades morales propias de los vivos, que ya desencarnados, se convierten en el mayor reto para aquel que lucha contra sus malas tendencias, en busca de la plenitud espiritual.




[1] “Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”. 1 Carta de Juan, versículo 7.
[2] Juana de Ángelis,
[3] Ezequiel 28:12–15
[4] Ezequiel 28:15–19
[5] Génesis cap. 3, v. 1 – 6
[6] Allan Kardec, El Cielo y el Infierno, Los Demonios, Primera Parte, Cap. IX. pág. 134. Edicei, 2010.
[7] Efesios 6:12
[8] Manoel Philomeno de Miranda – Divaldo P. Franco. Senderos de Liberación, Los genios de las tinieblas, pág. 97. Ediciones Juan de Ángelis, Buenos Aires, Argentina, 1999.
[9] Allan Kardec, El Libro de los Espíritus, Décima Clase, Libro Segundo, Capítulo Primero, pregunta 102, pág. 122. Ediciei, 2008.
[10] Ibídem, pregunta 118.

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