Imagen de una caja de cerillas de los años 60 - 70´s. |
Satanás es tema
obligado a la hora de analizar las imperfecciones del hombre. Culpable es él,
nos enseña la religión, de nuestros desaciertos morales, vicios y pasiones en
desequilibrio y sobre él pesa la culpa de esos errores o “pecados”,
liberándonos de las responsabilidades propias de quien hace mal uso del libre
albedrío. La misma religión nos manifiesta que la sangre de Cristo limpia
nuestros pecados[1],
quedando de esa manera nuestra conciencia libre de responsabilidad ante las iniquidades
cometidas contra el prójimo y por lógica consecuencia, sobre nosotros mismos.
El hombre buscando
librarse de la responsabilidad de sus actos, no contento con echarle culpas
a Satanás de sus errores, saca un as bajo la manga y crea las indulgencias,
prometiendo a los fieles la “fácil remisión de los pecados, presentes y aún
futuros a cambio de dinero”, tema este que causó indignación en Martín Lutero,
lo cual lo llevó un 1° de noviembre de 1517 a proclamar las 95 tesis
filosóficas, las cuales fueron fijadas en las puertas del Templo del Castillo
de Witemberg.
La autora espiritual Juana de Ángelis afirma que «Ciertamente, la “fe salva”, no empero, como forma simplista y precipitada de premiar la irregularidad y el error a golpes de remordimiento tardío y de inmediata aceptación divina, en el momento de la desencarnación[2]».
La autora espiritual Juana de Ángelis afirma que «Ciertamente, la “fe salva”, no empero, como forma simplista y precipitada de premiar la irregularidad y el error a golpes de remordimiento tardío y de inmediata aceptación divina, en el momento de la desencarnación[2]».
El significado de la
palabra Satán en hebreo es “adversario” y su origen conforme a algunos autores,
es divino. En Job 1, se referencia que Satanás fue uno de los más brillantes
ángeles de Dios, con un sitial especial en servicio a la Divinidad. Además, Ezequiel
en el capítulo 28 nos lo describe como un “querubín
grande y protector, lleno de sabiduría, acabado de hermosura y sin tacha moral[3]”. Según
Ezequiel[4],
las preocupaciones por alcanzar la gloria y su belleza, y su interés por
destronar a Dios, lo llevaron a la desgracia, arrastrando con él a muchos ángeles
que se le unieron a sus intenciones. Estas fueron razones suficientes para que
Dios los expulsara del cielo hacia la Tierra, perdiendo por siempre su
condición de querubín ungido por la divinidad.
Para Satanás resultó
más fácil ejercer su acción maléfica contra el hombre, ante la imposibilidad de
enfrentar la omnipotencia de Dios. Su primera actuación, de acuerdo con el
Génesis[5],
se verifica cuando personificando a una serpiente tienta a Eva en el paraíso
con el consecuente destierro del mismo, junto a Adán, a causa de su
desobediencia.
La Doctrina Espírita
esclarece que “durante muchos siglos y
con diversos nombres, el doble principio del bien y el mal fue la base de todas
las creencias religiosas. Fue personificado con los nombres de Ormuz y Ahrimán entre
los persas, con los de Jehová y Satán entre los hebreos. Pero, como todo
soberano debe tener ministros, las religiones admitieron poderes secundarios, o
genios buenos y malos. Los paganos los personificaron mediante una multitud
innumerable de individualidades, a las que dieron el nombre genérico de dioses,
cada uno con atribuciones especiales para el bien y para el mal, para los
vicios y para las virtudes. Los cristianos y los musulmanes heredaron de los
hebreos los ángeles y los demonios[6]”.
Lo anterior es
reafirmado cuando leemos en Efesios:
“Porque nuestra lucha no es contra sangre
y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este
mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones
celestiales[7]”.
En la obra Senderos de Liberación, Manoel
Philomeno de Miranda, nos amplía el concepto de Efesios, afirmándonos que “Las figuras mitológicas de los demonios y
sus reinos, los abismos infernales y sus torturadores de almas son relatos
inicialmente hechos por personas que fueron hasta allí conducidas en
desdoblamiento espiritual -por afinidad moral o por los Mentores a fin de
advertir a las criaturas de la Tierra-, antros sórdidos que aquellos gobiernan
y donde instalaron el terror, dando la equivocada idea de que en aquellos
parajes el tiempo no transcurre, en un concepto absurdo de la eternidad a la
que se aferran diversas religiones, las cuales más atemorizan que educan.
Mártires y santos, profetas y escritores, artistas y
poetas de casi todos los pueblos y épocas, los que eran médiums, visitaron esos
Núcleos terroríficos y conocieron a sus habitantes trayendo en la memoria,
nítidas, sus configuraciones, que las fantasías y leyendas enriquecieron con
variantes de acuerdo con la cultura, la región y el tiempo, presentes por tanto
en la historiografía de la humanidad.
Variando de denominación, cada grupo, como ocurre en la
Tierra, tiene su jefe y se destina a una finalidad coercitiva, reparadora.
Periódicamente esos jefes se reúnen y eligen un comandante a quien prestan
obediencia y sumisión, concediéndole regalías reales... Las ficciones más
audaces no logran concebir la realidad de lo que ocurre en tales dominios.
Necios y absolutistas, anularon la conciencia en el mal y
en la fuerza, convirtiéndose en adversarios voluntarios de la Luz y del Bien,
que pretenden combatir y destruir[8]”.
De esa manera
entendemos que no existe un segundo dios, personificando al mal, sino que se
trata de las almas de aquellos hombres que vivieron en el Tierra, propensos al
mal e induciendo a los encarnados a la perdición y de ese modo retardar su
progreso ante las pruebas que deben enfrentar. “Algunos pueblos los han convertido en divinidades malignas, otros los
designan con nombres tales como demonios, genios malos o Espíritus del mal[9]”.
Sin embargo, en contra
de lo que enseña la religión cristiana, al hombre malo no lo espera el castigo
eterno en el infierno, todo lo contrario. Allan Kardec en la pregunta 116 de El Libro de los Espíritus, cuestiona a
la espiritualidad sobre si estos seres quedarán en la perpetuidad inferior y
ellos con profunda sabiduría respondieron “No,
todos llegarán a ser perfectos”. Y van más allá, al asegurar que los Espíritus
no degeneran, “a medida que avanzan
comprenden lo que los alejaba de la perfección. Cuando el Espíritu ha concluido
una prueba, adquirió el conocimiento de ella y no lo olvida. Puede permanecer
estacionario, pero no retrocede[10]”.
Así las cosas, la concepción
del ángel caído cae por su propio peso, pues un ser angelical que alcanzó el
más alto grado de perfección, no retrograda. En resumen, Satanás no es más que la
representación de la maldad, sintetizada en las bajas pasiones, la avaricia, la
brutalidad, la ambición desmedida, el poder, la lubricidad y todas aquellas
inferioridades morales propias de los vivos, que ya desencarnados, se
convierten en el mayor reto para aquel que lucha contra sus malas tendencias,
en busca de la plenitud espiritual.
[1]
“Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos
con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”.
1 Carta de Juan, versículo 7.
[2]
Juana de Ángelis,
[3] Ezequiel
28:12–15
[5]
Génesis cap. 3, v. 1 – 6
[6]
Allan Kardec, El Cielo y el Infierno, Los Demonios, Primera Parte, Cap. IX. pág.
134. Edicei, 2010.
[7]
Efesios 6:12
[8]
Manoel Philomeno de Miranda – Divaldo P. Franco. Senderos de Liberación, Los
genios de las tinieblas, pág. 97. Ediciones Juan de Ángelis, Buenos Aires,
Argentina, 1999.
[9]
Allan Kardec, El Libro de los Espíritus, Décima Clase, Libro Segundo, Capítulo
Primero, pregunta 102, pág. 122. Ediciei, 2008.
[10] Ibídem,
pregunta 118.
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