Por: Oscar Cervantes Velásquez
Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís
Santa Marta - Colombia
El hombre moderno, considerado
por algunos “homo tecnológicus”, por el impacto que ha generado el uso de la
tecnología en las costumbres y habilidades del ser humano, se enfrenta cada día
de su existencia a la búsqueda de la felicidad que considera se le torna
esquiva, por pretender encontrarla en placeres efímeros o posesiones
materiales, cuando le resultaría más fácil encontrarla en la intimidad de su
ser.
La afirmación del Eclesiastés
“la felicidad no es de este mundo”, conlleva necesariamente, a una profunda
reflexión acerca de la importancia de la pluralidad de las existencias y la
distribución de la felicidad y de la desgracia entre los buenos y los malos en
este mundo.
Esa constante búsqueda de la
felicidad por parte del hombre, muchas veces se le torna esquiva por pretender
encontrarla en la subjetividad del bienestar material y no en las pequeñas
cosas que enriquecen el Espíritu y nos hacen felices, generando un impacto
positivo en nuestro bienestar emocional.
Sócrates aseguraba que para
que el hombre pueda alcanzar la felicidad es necesario que se identifique con
Dios practicando la virtud; para los estoicos, el hombre que es esclavo de sus deseos
no tiene ni felicidad, ni libertad, mientras que los alquimistas pretendieron
encontrar en la piedra filosofal el elixir de la vida, que les proporcionaría
la eterna juventud, convirtiéndolos en inmortales. Vale aclarar, que “la piedra filosofal era el símbolo central
de la terminología mística de la alquimia, que simboliza la perfección en su
máxima expresión, la iluminación y la felicidad celestial[1]”.
Del libro “El
hombre en busca de sentido” de la autoría de Víctor Frankl, fundador de
la logoterapia, extractamos el siguiente párrafo, donde el autor plantea la
necesidad de expresar amor por nuestros semejantes, aún en situaciones extremas
donde pongamos a prueba la capacidad de resiliencia ante la adversidad, ayudándonos
a encontrar “aunque sea un suspiro de felicidad”: “En ese estado de embriaguez nostálgica se cruzó por mi mente un
pensamiento que me petrificó, pues por primera vez comprendí la sólida verdad
dispersa en las canciones de tantos poetas o proclamada en la brillante
sabiduría de los pensadores y de los filósofos: el amor es la meta última y más
alta a la que puede aspirar el hombre. Entonces percibí en toda su hondura el
significado del mayor secreto que la poesía, el pensamiento y las creencias
humanas intentan comunicarnos: la salvación del hombre sólo es posible en el
amor y a través del amor. Intuí cómo un hombre, despojado de todo, puede saborear
la felicidad –aunque sólo sea un suspiro de felicidad- si contempla el rostro
de su ser querido. Aun cuando el hombre se encuentre en una situación de
desolación absoluta, sin la posibilidad de expresarse por medio de una acción
positiva, con el único horizonte vital de soportar correctamente –con dignidad-
el sufrimiento omnipresente, aun en esa situación ese hombre puede realizarse
en la amorosa contemplación de la imagen de su persona amada. Ahora sí entiendo
el sentido y el significado de aquellas palabras: “Los ángeles se abandonan en
la contemplación eterna de la gloria infinita”.
Allan Kardec, el eximio
codificador del Espiritismo, nos detalla cómo alcanzar la felicidad suprema en
el “Espiritismo
en su más simple expresión”, así: “Dado
que el libre albedrío se desarrolla en los Espíritus al mismo tiempo que las ideas,
Dios les dice: Todos vosotros podéis aspirar a la felicidad suprema, que
alcanzaréis cuando hayáis obtenido los conocimientos de que carecéis, y cuando
hayáis cumplido la tarea que os impongo. Trabajad, pues, por vuestro adelanto.
Ese es el objetivo. Lo alcanzaréis si cumplís las leyes que he grabado en
vuestra conciencia”.
Pongámonos manos a la obra y
con las enseñanzas que nos ofrece la Doctrina Espírita, encontremos la razón de
ser de nuestra existencia. Apoyándonos en la obra “El Cielo y el Infierno o la
Justicia Divina según el Espiritismo”, comprendamos que la felicidad de
los Espíritus Bienaventurados consiste “En el goce de todos los
esplendores de la creación, a los que ningún lenguaje humano podría describir,
y que la imaginación más fecunda sería incapaz de concebir. Consiste en el conocimiento
y la penetración de todas las cosas; en la ausencia de aflicciones físicas y
morales; en una satisfacción íntima, una imperturbable serenidad del alma.
Consiste también en el amor puro que une a todos los seres, debido a que no se
producen los roces propios del contacto con los malos. Por encima de todo,
consiste en la contemplación de Dios y en la comprensión de sus misterios, que
son revelados a los más dignos. Esa felicidad también se encuentra en el
cumplimiento de funciones asignadas por lo Alto[2]”.
[1] https://es.wikipedia.org/wiki/Piedra_filosofal
[2] El
Cielo y el Infierno, Allan Kardec. Primera parte, capitulo III, El Cielo.
Edicei, Argentina, página 44.
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