domingo, 27 de abril de 2025

¿Y CÓMO PODEMOS SER FELICES EN ESTE MUNDO?

 

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Aunque la felicidad en la Tierra no es una emoción constante que le permita al hombre asociarlo a experiencias placenteras, satisfactorias o de bienestar, si podemos como asegura Aristóteles, asumir la felicidad como el fin último de la vida y el propósito más elevado.

En el libro de Eclesiastés, atribuido tradicionalmente al Rey Salomón, se menciona que la felicidad no es de este mundo, ya que la vida es vana y los placeres son fugaces; sin embargo, no es que niegue toda alegría, sino que señala que las alegrías humanas son frágiles, pasajeras, incapaces de llenar completamente el corazón y que los placeres, los logros, las riquezas, la sabiduría humana... todo eso es bueno, pero no da una felicidad plena o eterna.

De todo ello inferimos que la felicidad absoluta, duradera y perfecta no se encuentra en las cosas del mundo material, sino que apunta aún más allá, buscando un sentido más profundo, en nuestra relación con Dios y la eternidad. Si colocamos la felicidad en la satisfacción de nuestras necesidades fisiológicas y sociales, será inevitable que el despertar de nuestra conciencia sea siempre deprimente, cansino y destituido de un significado real, tal como nos enseña Juana de Ángelis[1].

Muchos de los que han perdido un ser querido piensan que este es uno de los desafíos más grandes que enfrentamos en la vida y que pone en riesgo nuestra felicidad. Y es totalmente natural que duela: el amor y el dolor van de la mano. No sentir dolor sería no haber amado.

Pero, a la vez, es posible atravesarlo sin destruir la capacidad de ser felices aceptando el dolor sin entrar en conflictos con él, pues muchas veces el sufrimiento se agrava cuando resistimos lo que sentimos. Dejar que el dolor esté, llorar, sentir nostalgia, recordar, es parte de la sanación; debemos aprender que la tristeza sobreviene porque hubo amor al punto de transformar parte de ese dolor en gratitud por haber compartido tiempo con esa persona

El goce y el deleite son parte de la gratitud que ofrecemos al altísimo por el milagro de la vida, por ello no traicionamos a quien regresa a la patria espiritual por el hecho de reír, no guardar el luto riguroso, el disfrutar de la vida o volver a vivir. Debemos comprender que el corazón puede llorar y, a la vez, dejar entrar la luz de la esperanza poco a poco.

La felicidad, después de una pérdida, no es olvidar ni dejar de amar, es aprender a vivir con una herida que, poco a poco, se convierte en cicatriz, la cual es cierto que no borra lo vivido, pero permite caminar nuevamente, con más profundidad, compasión y gratitud.

Existe una metáfora, de autor desconocido, que nos invita a reflexionar acerca de lo efímero de la felicidad ante la pérdida de un ser amado:

La metáfora del mar y las olas

El dolor por la pérdida es como estar en el mar durante una tormenta.

Al principio, las olas son enormes y vienen una tras otra: no te dejan respirar, te arrastran, te sientes perdido.

Parece imposible que alguna vez el mar se calme.

Con el tiempo, las olas siguen viniendo... pero empiezan a ser más espaciadas, más suaves.

Entre una ola y otra, puedes respirar, mirar alrededor, ver la luz en el horizonte.

La tristeza sigue ahí, pero ya no te arrastra siempre.

Y en esos espacios de calma, empieza a renacer la vida.

No es que el mar vuelva a ser como antes.

El mar cambia para siempre.

Pero aprendes a navegar en él con el corazón más grande y sabio.

La metáfora del mar y las olas como representación del duelo y el proceso de sanación es una imagen poderosa y ampliamente utilizada en diversas tradiciones literarias, filosóficas y terapéuticas para describir cómo las emociones intensas, como el dolor por la pérdida de un ser querido, pueden llegar en oleadas, a veces abrumadoras, otras más suaves, pero siempre cambiantes.

Muchos aseguran que la felicidad en la Tierra se parece más a pequeños momentos de plenitud, paz o sentido, que a un estado fijo y eterno. A veces viene en un gesto sencillo, una conversación, un atardecer, una sonrisa inesperada y aunque la vida traiga dolores, esos momentos siguen existiendo, como si fueran pequeñas pruebas de que vale la pena estar aquí. No es pretender “estar alegre” todo el tiempo, sino sentir emociones como: gratitud, serenidad, entusiasmo, esperanza, amor, interés, inspiración.

Barbara Fredrickson, reconocida por su teoría de las emociones positivas, identificó diez (10) emociones, explicando cómo los estados emocionales placenteros, por fugaces que sean, contribuyen a la resiliencia, el bienestar y la salud. Estas emociones son: el gozo, la gratitud, la serenidad, el interés por el mundo, la esperanza, el orgullo, la diversión, la inspiración, el asombro y el amor. Para ella, las emociones positivas tienen el poder de expandir nuestra mente y nuestras acciones, ayudándonos a ser más creativos, resilientes y a construir relaciones más fuertes.

Así, la felicidad sería el resultado de cultivar y vivir más de esas emociones positivas en el día a día, no como algo grandioso, sino en pequeñas experiencias cotidianas que se van sumando.

Jesús de manera magistral sintetiza su receta de la felicidad en “Cada uno conforme sus obras[2]”.


Oscar Cervantes Velásquez

Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís

Santa Marta - Colombia

Abril 27 de 2025


[1] Divaldo Franco/Juana de Ángelis, Autodescubrimiento: una búsqueda interior, “Viaje interior”, pág. 64. Edición Institución Espírita Juana de Ángelis, 1997.

[2] Romanos 2: 6 – 7.


lunes, 21 de abril de 2025

EN EL REINO DOMÉSTICO

 

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En el ámbito doméstico, mi amigo, preguntas qué papel desempeñará el Espiritismo en la ciencia de las relaciones sociales, y simplemente te responderé que, aliado con Cristo, nuestro movimiento renovador es la clave de la paz entre las criaturas.

¿Has reflexionado alguna vez sobre la importancia de la comprensión generalizada en relación con la justicia que rige nuestras vidas y la fraternidad que debemos construir en la Tierra?

La sociología no es una realización de escritorio. Es una obra viva que concierne al núcleo del ser humano, con el fin de plasmarle el clima de progreso sustancial.

Te refieres al amargo problema de los matrimonios infelices como si el matrimonio fuera el único enigma en la peregrinación humana, pero olvidas que el alma encarnada se ve sorprendida en cada paso por oscuros laberintos en la vida de asociación.

Por lo general, renacen juntos, bajo los lazos consanguíneos, aquellos que aún no han encontrado el entendimiento en el carro de la evolución para trabajar con el bendito buril de la dificultad en los obstáculos que les impiden la armonía. Unidos a la maquinaria de las convenciones respetables en el instituto familiar, caminan lado a lado bajo las espuelas de la responsabilidad y la traición, bebiendo el amargo remedio de la convivencia obligada para sanar viejas heridas inmanifiestas.

Y en esta vasta ruta de espíritus desajustados, no solo encontraremos a los desafortunados cónyuges. Además de ellos, existen fenómenos sentimentales más complejos. Hay padres que no toleran a sus hijos y madres que se vuelven impasibles ante sus propios descendientes. Hay hijos que se revelan como enemigos de sus progenitores y hermanos que se destruyen mutuamente dentro del magnetismo degenerado de la antipatía congénita, desgarrándose unos a otros con los mortíferos e invisibles rayos del odio, los celos, la envidia y el resentimiento, cultivados apasionadamente en el terreno mental.

Los hospitales, y especialmente los manicomios, tienen un número significativo de enfermos que no son más que mutilados espirituales de esta guerra terrible e incruenta que se libra en la trinchera disfrazada con el nombre de hogar. Los médicos los etiquetan con diferentes diagnósticos complicados, pero en la profundidad de las causas reside la influencia maligna de la parentela consanguínea que, a menudo, copia las actitudes de la tribu salvaje y furiosa.

A diario, estos despojos humanos atraviesan los portales de los hospitales o instituciones de caridad, como restos indefinidos de náufragos perdidos en un mar tormentoso, buscando la tierra firme de la costa a través de la ola en movimiento.

No tengas dudas.

El homicidio, en sus diversas formas, se practica intensamente sin armas visibles en todos los rincones del planeta.

En casi todas partes, vemos padres y madres que muestran ternura hacia sus hijos desventurados, pero se rebelan contra ellos cada vez que demuestran prosperidad y felicidad. Hay hermanos que no soportan la superioridad de aquellos que comparten su nombre y experiencia, y compañeros que solo se alegran con la camaradería en momentos de necesidad y desgracia.

Nadie puede negar la existencia del amor en el fondo de estas diversas uniones a las que nos referimos. Pero ese amor todavía se encuentra, como el oro sin pulir, incrustado en la dureza y contundencia de la ignorancia y el egoísmo, que a veces matan sin la intención de destruir y hieren sin percibir la inocencia o grandeza de sus víctimas.

Por eso, el Espiritismo junto a Jesús, invitándonos al sacrificio y a la bondad, al conocimiento y al perdón, al aclarar el origen de nuestros antagonismos y al referirse a los dramas que todos hemos vivido en el pasado, encenderá una luz en cada corazón, inclinando a las almas rebeldes o enfermas a comprender adecuadamente el sublime programa de mejora individual en beneficio de la tranquilidad colectiva y el ascenso de todos.

Al revelar los amplios horizontes de la vida, la Nueva Revelación ampliará la esperanza, el estímulo hacia la virtud y la educación en todas las mentes maduras y dispuestas, que comenzarán a comprender en las peores situaciones familiares pequeños cursos regenerativos, aceptándolos con serenidad y paciencia, ya que el dolor y la muerte son invariablemente los oficiales de la Divina Justicia, actuando con equilibrio absoluto en todas las direcciones, uniendo o separando almas en aras de la prosperidad del Infinito Bien.

Por lo tanto, querido amigo, permíteme ahorrarte mayores comentarios que resultarían tediosos en nuestra época de rápidos esclarecimientos, a través de la condensación de los temas relacionados con la elevación de la Tierra.

Observa y medita.

Y cuando percibas la inmensa fuerza iluminadora del Espiritismo Cristiano, identificarás a Jesús como el Sociólogo Divino del Mundo y verás en el Evangelio el Código de Oro y Luz, cuya aplicación simple y pura reside en la verdadera redención de la humanidad.


Tomado de "Cartas y Crónicas", Chico Xavier/Hermano X

ANECDOTARIO ESPÍRITA - Crónicas íntimas de una búsqueda interior

  Corría el año de 1992 cuando, por primera vez, supe de la existencia de la Doctrina Espírita. Dos motivos me impulsaban a buscar a Dios de...