“Aquel servidor que supo de
la voluntad de su señor y que, sin embargo, no estuvo listo y no hizo lo que
quería su señor, será rudamente castigado. Pero el que no supo de su voluntad e
hizo cosas dignas de castigo, recibirá una pena menor. Mucho se pedirá a aquel
a quien mucho se haya dado, y mayores cuentas se pedirán a aquel a quien se
hayan confiado más cosas.” (San Lucas, 12:47 y 48).
“Vine a este mundo para
cumplir con un juicio; a fin de que los que no ven, vean; y los que ven, se
vuelvan ciegos”. Algunos fariseos que estaban con Él, al oír esas palabras le
dijeron: “¿Acaso también nosotros somos ciegos?” Jesús les respondió: “Si
fuerais ciegos, no tendríais pecados; pero ahora, como decís que veis, vuestro
pecado permanece en vosotros”. (San Juan, 9:39 a 41).
Estas máximas encuentran su
aplicación, de modo especial, en la enseñanza de los Espíritus. Quien conoce
los preceptos de Cristo y no los practica, por cierto, es culpable. No obstante,
aparte de que el Evangelio que contiene esos preceptos está difundido
exclusivamente en el ámbito de las sectas cristianas, incluso dentro de esas
mismas sectas, ¡cuántas personas hay que no lo leen, y entre las que lo leen, cuántas
hay que no lo comprenden! De ahí resulta que las palabras de Jesús son
desaprovechadas por la mayoría de los hombres.
La enseñanza de los
Espíritus, que reproduce esas máximas bajo diferentes aspectos, que las
desarrolla y las comenta con el fin de ponerlas al alcance de todos, tiene la
particularidad de que no está circunscripta. Todos, sean letrados o iletrados,
creyentes o incrédulos, cristianos o no, pueden recibirla, puesto que los
Espíritus se comunican en todas partes. Ninguno de los que reciben esa
enseñanza, directamente o por intermedio de otros, puede alegar desconocimiento,
como tampoco puede excusarse con su falta de instrucción, ni con la oscuridad
del sentido alegórico de esas máximas. Aquel, pues, que no saca provecho de
ellas para mejorar, que las admira como a cosas interesantes y curiosas, sin
que penetren en su corazón, que no se vuelve menos vano, ni menos orgulloso, ni
menos egoísta, ni menos apegado a los bienes materiales, ni mejor para con su
prójimo, es mucho más culpable, porque cuenta con más elementos para conocer la
verdad.
Los médiums que obtienen
buenas comunicaciones son aún más reprensibles si persisten en el mal, porque muchas
veces redactan su propia condena y porque, si no los cegara el orgullo,
reconocerían que los Espíritus se dirigen a ellos mismos. No obstante, en vez
de tomar para sí las lecciones que escriben, o que otros escriben, su única preocupación
es aplicarlas a las demás personas, con lo que confirman estas palabras de
Jesús: “Veis una paja en el ojo de vuestro hermano, y no veis la viga que está
en el vuestro”.
Mediante este otro precepto:
“Si fueseis ciegos no tendríais pecados”, Jesús da a entender que la
culpabilidad es proporcional a las luces que la persona posee. Ahora bien, los
fariseos, que tenían la pretensión de ser, como en efecto lo eran, el sector
más ilustrado de la nación, eran más reprensibles a los ojos de Dios que el
pueblo ignorante. Lo mismo sucede en la actualidad.
A los espíritas, pues, se
les pedirá mucho, porque han recibido mucho; como también se dará mucho a los
que hayan asimilado las enseñanzas.
El primer pensamiento del
espírita sincero debe ser el de intentar saber si, en los consejos que dan los
Espíritus, hay algo que le concierne.
El espiritismo viene a
multiplicar el número de los llamados. A través de la fe que infunde, también
multiplicará el número de los escogidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario