miércoles, 31 de marzo de 2021

LA GRAN EPOPEYA DEL HOMO SAPIENS EN LA BÚSQUEDA DE LA PERFECCIÓN MORAL

Por: Oscar Cervantes Velásquez

Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís

Santa Marta - Colombia


Alcanzar el estado de hominidad, representa para el principio espiritual, el gran culmen o desafío evolutivo que le permitió, sencillo e ignorante, iniciar su largo recorrido hacia las cumbres espirituales más altas en su proceso de desarrollo. La conquista de la inteligencia, como atributo del Espíritu, es un salto importante en la ley del progreso, entendiendo que los principios de solidaridad entre los individuos, permite que aquellos más avezados en los procesos intelectuales, terminan ayudando, a través del contacto social, a quienes se rezagan en sus luchas evolutivas.

 

Según Allan Kardec, “no conocemos el origen y modo de creación de los Espíritus, solo podemos estipular que fueron creados simples e ignorantes, sin instrucción y sin conocimientos del bien y del mal, pero perfectibles y con una aptitud pareja para conocerlo todo con el correr del tiempo. En sus comienzos, viven una especie de infancia, sin voluntad propia y con una conciencia incompleta de su existencia[1]”.

 

Para León Denis, el alma fue “creada por amor, creada para amar, por cautiva y encerrada que esté en una forma restringida y frágil, tan grande, que del ímpetu de su pensamiento puede abarcar el infinito, el alma es una partícula de la ciencia divina proyectada en el mundo material”. Desde la hora de su descenso en la materia, ¿qué camino habrá seguido para remontarse hasta el punto actual de su carrera? Le ha sido necesario pasar por las vías obscuras, revestir varias formas, animar otros tantos organismos que luego rechazaba al final de cada existencia, como se efectúa con un vestido ya inútil. Todos esos cuerpos de carne han perecido, el soplo de los destinos ha dispersado su polvo; más el alma persiste, perdura, prosigue su marcha ascendente, recorre las innumerables estaciones de su viaje y se dirige hacia un fin grande y dichoso, un fin divino, que es la perfección[2]”.

 

Es apenas comprensible que, a medida que adquiere conciencia, lo que a su vez le permite la adquisición del libre albedrío, le ayuda a asumir una mayor percepción de su propia existencia y de su entorno, “los cuales le imprimen un nuevo curso a sus ideas, y la dotan de nuevas aptitudes y nuevas percepciones[3]”. “En este sentido, la conciencia está asociada a la actividad mental que implica un dominio por parte del propio individuo, sobre sus sentidos. Así, una persona consciente es aquella que tiene conocimiento de lo que ocurre consigo y en su entorno, mientras que la inconsciencia supone, que la persona no sea capaz de percibir lo que le sucede, ni lo que pasa a su alrededor[4]”.

 

De ahí la importancia de la comprensión de la Ley del Progreso, ya que todos estamos sujetos a ella. Por lo tanto, “todos los seres de la creación, sean animados o inanimados, están sometidos a él por la bondad de Dios, que desea que todo crezca y progrese[5]. Por eso “quien pudiera acompañar a un mundo en sus diversas fases, desde el momento en que se aglomeraron los primeros átomos destinados a constituirlo, lo vería recorrer una escala incesante progresiva, pero de grados imperceptibles para cada generación, y ofrecer a sus habitantes una morada más agradable a medida que estos avanzan en el camino del progreso[6]”. Y es gracias a las enseñanzas de los Espíritus que hoy entendemos que “en los mundos inferiores la existencia es enteramente material, las pasiones reinan en ellos con soberanía, la vida moral es casi nula[7]”.

 

De acuerdo a André Luiz en su obra Evolución en dos Mundos, gracias a la “incesante repetición de los actos indispensables a su propio desarrollo, recubriéndose de materia densa en el plano físico y despojándose de ella con el fenómeno de la muerte, para revestirse de materia sutil en el plano extrafísico y renacer de nuevo en la corteza terrestre, en innumerables estadios de aprendizaje, el principio espiritual incorporó todas las conquistas de la inteligencia que han de brillar en el futuro en su cerebro, a través de las denominadas actividades reflejas del inconsciente”.

 

Nada fácil fue para el homínido de los primeros días, adaptar el instinto que prevalecía en él, a las nuevas concepciones que surgían en su mente ante la conquista de la razón y someterse, además, a los distintos cambios climáticos y a las adaptaciones evolutivas de un planeta igualmente en transformación.

 

Apoyándonos nuevamente en André Luiz y la obra ya mencionada, nos relata que “entre el alma que pregunta, la existencia que se dilata, la ansiedad que se agrava y el Espíritu que responde al Espíritu en el campo de la intuición pura, se esboza una inmensa lucha… El hombre que partía la piedra y que se escondía en su caverna, esclavizando a los elementos con la violencia de la fiera y matando indiscriminadamente para vivir, instado por los Instructores Amigos que amparan su camino, comenzó a indagar sobre la causa de las cosas... Constreñido a aceptar los principios de la renovación y el progreso, se refugió en el amor-egoísmo, en la intimidad de su prole, que entretiene su campo íntimo, ayudándolo a pensar. Se observa como tocado por una extraña metamorfosis. Reconoce, instintivamente, que no podría guiarse más por la excitabilidad de sus tejidos orgánicos o por los apetitos furiosos heredados de los animales... Desligado lentamente de los lazos más fuertes que lo ataban a las Inteligencias Divinas que tutelaron su desarrollo, para afirmarse sobre sus propias directrices, se siente solo y abatido ante la grandeza del Universo”.

 

Continúa André Luiz aseverando que, “Si en el círculo humano la inteligencia es seguida por la razón y la razón por la responsabilidad, en las líneas de la civilización, bajo las señales de  la cultura observamos que, en las etapas pretéritas del transformismo, el reflejo precede al instinto, así como el instinto precede a la actividad reflexiva, que es base de la inteligencia en los depósitos del conocimiento adquirido por recapitulación y transmisión incesantes en los millares de milenios en que el principio espiritual atraviesa lentamente los círculos elementales de la Naturaleza, cual sustancia viva, de forma en forma, hasta configurarse en el individuo humano, en tránsito hacia la madurez sublimada en la gradación angélica”.

 

De esa manera, observamos que en la línea del tiempo ese ser, poco a poco va ganando experiencia y aprendiendo sobre la base del error y el acierto a ganarle la batalla a todos los obstáculos que le surgían en sus ansias de progreso, elaborando herramientas cada más especializadas, para domar el abrupto paisaje de la vida que lo obligaba a avanzar con pasos firmes a la conquista de sí mismo. Y afirma André Luiz, “La idea moral de la vida comienza a preocupar a su cabeza”.

 

Y como asegura la mentora espiritual Juana de Ángelis, “heredero del instinto en que se demoró por largos periodos de experiencia y aún sumergido en sus inducciones, el Espíritu crece, desembarazándose de las amarras de vigorosos impulsos en los que se enreda para la conquista de aptitudes en las cuales se desarrolla… Encontrándose innatas en el Espíritu las tendencias, compete a la educación la tarea de desarrollar las que se presentan positivas y corregir las inclinaciones que inducen a la caída moral, a la repetición de los errores y de las manifestaciones más viles, que las conquistas de la razón enseñaron a superar… La propia vida le facultó al Espíritu, en largos milenios de observación, averiguar lo que es mejor o peor para sí mismo, auxiliándolo en el establecimiento de un cuadro de valores, del que se valdrá para su tranquilidad interior. Trayendo reminiscencias del intervalo que media entre una y otra reencarnación, a pesar de los inconvenientes que haya vivido, elige los recursos con los que se puede realizar mejor impidiéndole, al mismo tiempo, deslices y caídas en los subterráneos de la aflicción. Asimismo, inspirado por los Espíritus promotores del progreso en el mundo, asimila las ideas cautivantes y consoladoras, entregándose a la tarea del autoperfeccionamiento[8]”.

 

Termina la autora espiritual reafirmándonos que, “los Espíritus Superiores, que son pedagogos eminentes, enseñan las reglas del buen comportamiento a los hombres, a la manera de educadores que ejemplifican después de haber pasado por las mismas fajas de sombras, ignorancia y dolor, de las que ya se liberaron” … Debemos, pues, educar la mente, el cuerpo, el alma, como un proceso de adaptación a los superiores peldaños de la vida espiritual hacia donde nos dirigimos. La educación, disciplinando y enriqueciendo de preciosos recursos al ser, lo eleva a la vida, tranquilo y dichoso, sin ligarse a las regiones inferiores de donde procede. Fascinado por el impulso de la verdad, que es sabiduría y amor, después de las obligadas dificultades iniciales, se le torna más fácil ascender y adquirir la felicidad[9]”.

 

Atendiendo a la expresado por Juana de Ángelis, y comprendiendo que solo la educación desarrolla las potencias del Espíritu, recordemos lo expresado por el eximio codificador de la Doctrina Espírita Allan Kardec, “Hay un elemento que no se resaltó bastante, y sin el cual la ciencia económica no pasa de ser una teoría: la educación. No la educación intelectual, sino la moral, y ni siquiera la educación moral aprendida en los libros, sino la que consiste en el arte de formar la personalidad, aquella que crea los hábitos adquiridos”. Y ampliando aún más su pensamiento asegura que “Es por la educación, más que por la instrucción, que se transformará la humanidad”.

 

Y ese homo sapiens, erigido como Espíritu sencillo e ignorante, prosigue su ascensión espiritual en el planeta Tierra sumido en los procesos transformadores propios de la Ley de Evolución. En este nuevo amanecer de una nueva era, donde los procesos regeneradores, que sirven de transición entre los mundos de expiación y prueba y los mundos felices, “el alma que se arrepiente encuentra en estos mundos, la calma y el reposo, mientras concluye su purificación. No cabe duda de que en esos mundos el hombre aún se encuentra sujeto a las leyes que rigen la materia. La humanidad experimenta sensaciones y deseos como los vuestros, pero está liberada de las pasiones desordenadas de las que sois esclavos. En ella ya no existe el orgullo que hace callar al corazón. La envidia que lo tortura y el odio que lo ahoga. La palabra amor está escrita en todas las frentes. Una equidad plena rige las relaciones sociales. Todos reconocen a Dios y procuran dirigirse a Él mediante el cumplimiento de sus leyes… Con todo, en esos mundos aún no existe la perfecta felicidad, sino la aurora de la felicidad. El hombre todavía es de carne y, por eso mismo, está sujeto a vicisitudes de los cuales están eximidos los seres completamente desmaterializados. Aún tiene que sufrir pruebas, pero sin las punzantes angustias de la expiación. Esos mundos, comparados con la Tierra, son muy felices y, muchos de vosotros estaríais satisfechos de quedaros allí, porque representan la calma después de la tempestad, la convalecencia después de una cruel enfermedad[10]”.

 

Recurrimos al Espíritu de Manoel Philomeno de Miranda y la obra psicografiada por Divaldo P. Franco, Amanecer de una Nueva Era, para comprender la magnitud de los procesos de transformación en que está inmerso el planeta Tierra y de los cuales estamos siendo testigos en estos momentos álgidos de la Humanidad terrestre. En el capítulo 16 de dicha obra, el Espíritu de Francisco de Asís, nos esclarece acerca de la necesidad que tenemos de involucrarnos profundamente, quienes, desde la órbita de la Doctrina Espírita, jugamos papel fundamental en la orientación y esclarecimiento de encarnados y desencarnados que frecuentan nuestras casas espíritas:

 

“Si las mentes humanas, en lugar de cultivar el egoísmo, la insensatez, la perversidad, emitieran ondas de bondad y de compasión, de amor y de misericordia, por cierto, se alterarían los fenómenos programados para el gran cambio que ya se está operando… Las más vigorosas convulsiones planetarias son necesarias para que se produzca un cambio beneficioso en el clima, en la estabilidad relativa de las grandes placas tectónicas, en las organizaciones sociales y comunitarias, con los recursos agrarios y alimenticios naturales para mantener en el futuro, a las poblaciones sin hambre y sin miseria, a diferencia de lo que ocurre en la actualidad…

 

Comprendida la transitoriedad de la experiencia física, la psicosfera del planeta será muy diferente, porque las emisiones del pensamiento alterarán las fajas vibratorias actuales y contribuirán a la armonía de todos, al aprovechamiento del tiempo disponible, con una dichosa preparación para hacer frente a las transformaciones… El amor de Nuestro Padre y la ternura de Jesús para con su rebaño aliviarán la gravedad de los acontecimientos, mediante la compasión y la misericordia, que también acompañarán a la severidad de la ley del progreso.

 

“Todos nosotros, desencarnados y encarnados, nos encontramos comprometidos con el programa de la transición planetaria para mejor. Por esa razón, todos debemos empeñarnos en el trabajo de transformación moral interior, envolviéndonos en luz, para que ninguna sombra pueda causarnos trastornos o llevarnos a dificultar la marcha de la evolución… Por cierto, los Espíritus que aún se hallan presos a las pasiones degradantes -en razón de su primitivismo- sintonizarán con otras ondas vibratorias, propias de mundos inferiores, y se transferirán hacia ellos por afinidad, para convertirse allí en trabajadores positivos debido a los recursos que ya poseen, en comparación con esas regiones más atrasadas, en las cuales aprenderán las lecciones de la humildad y del buen proceder. Todo se encadena en las leyes divinas, y nunca faltan los recursos superiores para el desarrollo moral del espíritu. En ese inmenso proceso de transformación molecular, hasta el instante de la angelitud, hay medios que hacen propicio el crecimiento intelectual y moral, sin las graves imposiciones punitivas ni los lamentables privilegios para algunos en detrimento de los otros”.

 

De esa manera, nuestro homo sapiens, continua su gran peregrinaje por la costra terrestre en busca de la perfección, liberándose de las amarras de los instintos, que preponderan aún en muchos, llevándolos a extasiarse en el lodazal de las sensaciones y pasiones que coartan las aspiraciones superiores, mientras muchos otros, afinizados con el pensamiento del Cristo, caminan seguros, conquistando los sentimientos que lo llevarán a la plenitud del amor, con la certeza de que tarde o temprano el Evangelio redentor permeará el psiquismo colectivo como oportunidad bendita de regeneración espiritual, que nos permita avanzar en dirección a la perfección, que hoy pretendemos alcanzar.

 

Pero, “¿en qué consiste esa perfección? Jesús lo dijo: Amemos a nuestros enemigos, hagamos el bien a los que nos odian, oremos por los que nos persiguen. Él enseña con eso que la esencia de la perfección es la caridad en su más amplia acepción, porque implica las demás virtudes[11]”.

 

Y como dice Allan Kardec, “la meta final de todos los Espíritus es el logro de la perfección, y el resultado de la misma es el goce de la felicidad suprema; a ella llegan todos, con mayor o menor premura, según el uso que hayan hecho de su libre albedrío[12]”.

 


[1] Allan Kardec, Obras Póstumas, primera parte, ítem 15, pág. 26, Editora Argentina 18 de Abril.

[2] León Denis, El problema del Ser y el Destino, primera parte, evolución y finalidad del alma, pág. 109, Editora Kier, Argentina.

[3] Allan Kardec, La Génesis, los milagros y las predicciones según el Espiritismo, capítulo III, el bien y el mal, ítem 24, pág. 92, edición CONFECOL.

[4] https://steemit.com/virtudes/@superacion50/las-virtudes-el-camino-hacia-la-perfeccion-moral-y-espiritual-del-hombre-primera-parte

[5] Allan Kardec, El Evangelio según el Espiritismo, cap. III, Hay muchas moradas en la casa de mi Padre, Progresión de los mundos, pág. 87, EDICEI.

[6] Ibidem.

[7] Allan Kardec, El Evangelio según el Espiritismo, cap. III, Hay muchas moradas en la casa de mi Padre, Diferentes categorías de mundos habitados, ítem 19, pág. 87, EDICEI.

[8] Divaldo P. Franco/Juana de Ángelis, En el Borde del Infinito, Necesidad de evolucionar, pág. 46, Instituto de Difusión Espírita.

[9] Ibidem.

[10] Allan Kardec, El Evangelio según el Espiritismo, cap. III, Hay muchas moradas en la casa de mi padre, Mundos regeneradores, ítem 16, pág. 85, EDICEI.

[11] Allan Kardec, El Evangelio según el Espiritismo, cap. XVII, Sed perfectos, caracteres de la perfección, ítem 2, pág. 322, EDICEI.

[12] Allan Kardec, Obras Póstumas, primera parte, ítem 17, pág. 26, Editora Argentina 18 de Abril.


 

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