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Eduardo Cabrero, el niño que tuvo dos vidas. |
Ha habido dos casos
verdaderamente extraordinarios. Uno de los más asombrosos y contrastados es,
sin duda, el del pequeño Eduardo Cabrero, conocido como “el niño que tuvo dos
vidas”. Ocurrió en 1950 en la población de Nuevitas, en la bella isla de Cuba,
y fue investigado por un equipo de psicólogos y parapsicólogos americanos
miembros de la ASPR (American Society for Psychical Research). Determinaron que
era uno de los casos “sugestivos de reencarnación”.
La historia empezó en
un suburbio de la ciudad de La Habana. El pequeño Eduardo Cabrero, de tres años
de edad, a consecuencia de un golpe fortuito en la cabeza mientras jugaba, empezó
a recordar hechos ocurridos en una vida anterior. Lo explicó a sus padres,
Rubén y Juanita Cabrero. Al principio la familia no se lo tomaba en serio, pero
conforme fue pasando el tiempo el niño se convirtió en un torrente de
información de cuando era otro niño que se llamaba Pancho Seco. Las explicaciones
de sus vivencias anteriores eran tan sencillas y tan obsesivas para el niño que
acabaron llevándolo al médico.
La muerte
del niño
El pequeño Eduardo explicó al
médico como era su vida anterior y la noche en que murió. Contó que a la edad
de trece años se había puesto enfermo y que ante la gravedad del caso acudió a
buscarlo una ambulancia. Mientras lo trasladaban al hospital murió. También explicó
el sentimiento que le produjo su muerte. Sentía la cabeza y el cuerpo muy
cansados y cómo se hundían poco a poco en la camilla de la ambulancia. Su vista
se fijaba en la luz diurna que se filtraba por la ventanilla. Paulatinamente,
dicha luz fue perdiendo intensidad hasta que una especie de nube se interpuso
entre ella y sus ojos.
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Estación del ferrocarril de Nuevitas. |
Así,
el niño relató cómo fueron debilitándose sus facultades perceptivas a los
estímulos externos hasta morir. Eduardo aseguró que en aquellos momentos no
sentía angustia alguna por dejar la vida. Únicamente tristeza por las personas
que dejaba en este mundo. La transición a la muerte fue un paso gradual hacia
la felicidad total que se produjo al encontrarse con la luz que lo envolvió todo,
la energía. Cuando el niño llegó al hospital, ya había muerto.
Terapia
de choque
El
pequeño Eduardo continuó suministrando información ante los atónitos ojos de
sus confundidos padres. Explicó que en su otra vida se llamaba Pancho Seco, que
había vivido en la calle Campanario de la aldea Nuevitas. Allí estaba su casa y
su familia, compuesta por padre, madre y dos hermanos. Habló del tipo de vida
que llevaba con esta familia, de clase social muy baja y de lo mucho que le
gustaba montar bicicleta.
Ante
el sufrimiento de los actuales padres y la impotencia del médico, éste aconsejó
que la mejor forma de acabar con todo sería la terapia de choque. Es decir,
afrontar los hechos e ir al lugar citado y comprobar si era o no una realidad. Solo
así terminaría esta extraña historia. La reencarnación es imposible, sentenció
el médico, y, a su entender, todo era una especie de cuento infantil con el que
había que terminar cuanto antes por el propio beneficio del niño.
El
primer fin de semana que les fue posible, el matrimonio Cabrero se trasladó con
Eduardo a Nuevitas. Una vez allí el
pequeño fue recordando los lugares donde habían tenido lugar sus vivencias. Recorrieron
las calles sin decir nada, guiados por la mano de su propio hijo, quien les condujo
hasta la calle del Campanario. El niño
se soltó de la mano y echó a correr hasta llegar al número 69 donde gritó: ¡Ésta es mi casa! Llamaron a la puerta,
pero nadie contestó. No había nadie en casa. Tampoco figuraba nombre alguno en
el buzón.
Evidentemente
Rubén Cabrero tuvo la certeza de que su hijo conocía perfectamente el pueblo de
Nuevitas, sus calles, e incluso las tiendas por donde pasaba. Sin embargo,
Eduardo nunca había estado en ese lugar. Según el niño, lo conocía todo porque
hasta los 13 años se paseaba en bicicleta por las calles haciendo recados para
su padre.
Investigadores
psíquicos
Unos días después, ya en La
Habana, el propio médico aconsejó a la familia Cabrero que se dirigieran a la
ASPR. Así lo hicieron, y una vez relatado el caso por los padres, los
especialistas quisieron corroborar los hechos de boca del pequeño Eduardo,
quien nuevamente insistió en la extraordinaria historia de su vida anterior.
Según
los informes elaborados por la investigación, quedó bien claro que el niño, a
raíz de un fuerte golpe en la cabeza a los tres años, empezó a tener
conocimiento de su otra vida. Se llamaba Pancho Seco y vivía en la calle
Campanario 69 de Nuevitas y que murió de una enfermedad a los trece años. Los psicólogos
comprobaron los datos a través de los organismos territoriales correspondientes
y ciertamente se confirmó la existencia de la familia Seco en ese lugar. Habían
tenido varios hijos y uno de ellos había muerto cuatro años antes víctima de
una insuficiencia respiratoria. Los investigadores psíquicos se encontraban
ante un potencial caso de reencarnación.
Buceando
por la otra vida
Los mismos investigadores
sometieron al niño a sesiones de hipnosis. Bajo ese estado efectuaron
experiencias de regresión en el tiempo hasta mucho antes de su nacimiento. Con este
método y en sesiones semanales el pequeño Eduardo fue activando sus recuerdos
profundos y suministró mucha información de gran valor testimonial.
De
esa forma supieron que su anterior padre, de nombre Pedro, trabajaba en Correos.
Su madre se llamaba Amparo y ambos eran cuarterones (mezcla entre raza mestiza
y blanca), aunque según palabras del niño: “la madre tenía la piel blanca y el
pelo muy negro”. Supieron que esta familia tenía tres hijos, la mayor era una
chica que se llamaba Mercedes, el mediano, Pancho, era él y, por último, el pequeño
Juan.
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Amparo, la madre de Pancho Seco. |
Eduardo
contó diversos aspectos de su vida: su condición social humilde; las tiendas
donde iba a comprar acompañado de su mamá; la bicicleta azul que tenía su padre
para ir a trabajar y que él utilizaba para hacer los recados; los amigos del
barrio y un buen número de detalles de todo tipo. Con todo ellos los
investigadores pudieron elaborar un completo informe sobre la vida cotidiana de
la familia Seco.
Paralelamente,
todos esos datos fueron comprobados y contrastados con la realidad histórica, y
analizados bajo todas las perspectivas posibles. Se aseguraron de que Eduardo
no obtuviera esta información por algún mecanismo extrasensorial procedente de
otra mente que se la estuviera suministrando.
Cuando
se contactó con la familia Seco, confirmaron punto por punto todas las
cuestiones reveladas por el pequeño. Consecuentemente, el hecho provocó un
trastorno emocional en la anterior madre, Amparo. No podía creerse que el tan
llorado hijo muerto, hubiera vuelto a la vida bajo otro cuerpo y menos aún que
este les recordara.
El
niño estuvo hasta los cinco años suministrando información. Finalmente, los científicos
confirmaron 53 datos o puntos concretos sobre la existencia de un muchacho
llamado Pancho Seco que murió a los 13 años de edad, que resultaron ser
rigurosamente exactos. Llegado este punto, se hizo necesario contactar a
Eduardo, el niño actual, con la madre anterior, Amparo Seco, y así provocar una
catarsis emocional con objeto de estudiar sus reacciones. Para hacerlo,
solicitaron permiso a los padres actuales, que lo que querían, tras dos años
angustiados y confundidos, era acabar definitivamente con la pesadilla de la
reencarnación.
La prueba de fuego
Informaron la a la
familia Seco de lo que pretendían hacer y, algo confusa, la madre se prestó a
colaborar con la investigación. Los psicólogos le dieron las oportunas
instrucciones de lo que debía hacer: mezclarse con la gente, la mayoría
mujeres, en un mercado público un día y una hora determinados. Solo tenía que
esperar al pequeño Eduardo sin hacer absolutamente nada, y cerciorarse si era
capaz o no de reconocer a su hijo muerto y constatar si su hijo “anterior” la
reconocía a ella.
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Nuevitas, ciudad protagonista de esta asombrosa historia, está situada en la costa septentrional de la provincia de Camaguey, Cuba. Sobre estas líneas, una calle típica de la Habana vieja. |
Una semana después,
miembros del grupo de investigación que no habían estado en contacto con el
pueblo ni con los padres se trasladaron a Nuevitas acompañando a Eduardo. Iba a
tener lugar la concluyente “prueba de fuego”. En la población montaron un dispositivo
de observación y seguimiento a través de instantáneas fotográficas y grabación
fonográfica de todo cuanto iba a suceder.
La mañana elegida
situaron al niño (que ya tenía cinco años) en la entrada del pueblo y dejaron
que los guiara. Ocurrió exactamente lo mismo que la otra vez, les llevo
directamente a su casa. Por el camino iba saludando a muchas personas de las
que conocía su nombre y profesión. Los científicos sabían que lo que estaban
presenciando era totalmente imposible, porque el niño no había visto nunca
antes a esas personas.
Le indicaron que
buscara a su madre por lo lugares donde ella iba a comprar. Encamino sus pasos
hacia el mercado, que era una calle llena de tenderetes al aire libre. Estaba
atestada de gente, fundamentalmente mujeres, y el niño se fue abriendo paso
entre los vendedores de papaya, yuca, plátano y mango que formaban la multitud.
De repente, aceleró el paso y se plantó frente a una señora de mediana edad que
estaba conversando con otras mujeres del mercado y que intentaba pasar
inadvertida. Era Amparo Seco.
Inmediatamente, el
pequeño Eduardo levantó la mano y apuntando con el dedo a la mujer gritó: ¡Esta es mi otra madre! La señora amparo
se volvió, miró a al niño que la estaba señalando, y no encontró ningún signo
externo que le recordara a su hijo fallecido. El niño, sin embargo, la siguió
mirando fijamente. Mientras sus miradas se entrecruzaban, un sentimiento de
congoja se fue apoderando de la mujer. Algo en su interior le decía que este
niño tenía alguna relación con ella, pero no acertaba a descubrir cuál.
Momentos después, Amparo Seco, atónita y sin poder soportar más esa extraña
situación, se marchó precipitadamente del lugar con los ojos humedecidos.
Conclusión
Psicológicamente se
había producido una transferencia emocional entre las dos personas, debido a
algún tipo de estimulación extrasensorial, algo que suministró información
subliminal y que va más allá del mundo racional puramente sensorial. Los
científicos admitieron que Eduardo era el único que podía reconocer, entre una
multitud de mujeres, a su anterior madre ya que solamente él tenía conocimiento
de haber tenido otra vida.
Hoy, en 1994, después
de transcurridos unos 35 años de esta experiencia, muchos de los protagonistas
del suceso han muerto, pero el pequeño “Pancho Seco” convertido en don Eduardo
Cabrero sigue vivo.
En cuanto a los
psicólogos y parapsicólogos que intervinieron en la investigación la mayoría ha
fallecido. Sin embargo, existen todos los informes que redactaron a partir de las
experiencias realizadas con un niño de cinco años. Aunque es una historia
verdaderamente espectacular, no debemos olvidar que, en la mente, solo la
realidad supera a lo fantástico.
Tomado de: Enciclopedia de Parapsicología y Ciencias Ocultas
Editorial Salvat. Tomo I.