sábado, 19 de octubre de 2019

Y LLEGA UN HOMBRE...

Allan Kardec (1804 - 1869)



En el cementerio parisino de Père Lachaise, existe desde 1869 una tumba bajo una extraña construcción en forma de dolmen[1]. En ella están esculpidas estas palabras: “Nacer, morir, volver a nacer para evolucionar. Esta es la ley”.

Desde hace más de un siglo constituye la meta de una continua, diaria e incesante peregrinación, cuyos protagonistas son hombre de toda fe y condición, unidos en un único sentimiento de homenaje, de afecto y de reconocimiento que se mezcla con una vaga nostalgia. ¿Por qué?

Las razones de esa convergencia tan difundida y profunda, son humanas y espirituales al mismo tiempo: bajo aquel mármol, en esa tierra, reposan los despojos mortales de un hombre que dio impulso a un movimiento claramente religioso en su planteamiento, que reunió desconsolados, adoloridos, descontentos – que deseaban ardientemente el consuelo en una respuesta a sus interrogantes comunes. A ello este hombre ofreció una oportunidad, más bien la oportunidad, para creer, al fin con fundadas razones, en la sobrevivencia del espíritu después de la muerte del cuerpo.

Ese concepto, uno de los más sentidos, buscados y deseados por la humanidad, por primera vez fue, si así se puede decir, traducido en una filosofía y en una moral que tenía en si un gran secreto: su simplicidad, su carácter inmediato y su adaptabilidad a todas las opiniones, creencias, deseos. Para los estudiosos modernos, dicha religión, dicha metafísica y dicha moral pueden parecer superadas, mejor dicho, lo están realmente; pero se les debe reconocer, y por consiguiente al hombre que tuvo la incontestable capacidad de traducirla en conceptos claros y convincentes, el mérito indiscutible – como dice Sudré en su Tratado de Parapsicología – de haber creado un movimiento experimental y de haber abierto de ese modo los caminos a la metapsíquica, es decir, a la parapsicología.

¿Quién era aquel hombre cuyos restos mortales reposan en París?

Su verdadero nombre era Hyppolite León Dénizard Rivail. Pero para sus millones de seguidores él tuvo otro y único nombre, un seudónimo: Allan Kardec. Su fecha de nacimiento- una especie de día de Navidad para los más entusiastas – fue el 3 de octubre de 1804 (en Lyón, como se ha dicho).

Hasta 1854 – año en el que en su camino comenzaron a moverse y a hablar las mesas, de las que el fluido, el periespíritu de los desencarnados hacía inteligible el lenguaje y el idioma a aquellos que lo supiesen interpretar – su vida fue muy ordenada, convencional, chata y descolorida. Ciertamente no era esa la vida que podría esperarse para un hombre a quien luego le correspondería una misión tan mesiánica.

Sus primeros cincuenta años de vida no tienen ningún rayo de luz, ningún chispazo, nada distinto de la gris tranquilidad propia de un cualquiera de los millones de padres de familia de cincuenta años que poblaron y pueblan el mundo. Hijo de burgueses acomodados – abogados y magistrados – (pero a través de él no se sabe casi nada de su familia), estudió en la escuela del famosísimo educador Jean Henry Pestalozzi, en Yverdon, a orillas del lago Neuchatel (Suiza). Le educación que recibió allí lo hizo tolerante, observador, serio y estudioso, así como también severo y ordenado, cualidades todas que hicieron célebre y renombrado al gran educador suizo, alumno espiritual de Jean Jacques Rousseau. Así como para Mesmer, en el también Suiza deja la huella del propio orden y del propio pragmatismo.

Al dejar el colegio de Yverdon, Hyppolite Rivail volvió a Francia; probablemente residió algunos años en Lyon (desde 1818 hasta 1824, pero no se sabe con certeza); con toda seguridad en 1824 estaba en París, donde publicó su primera obra: un Tratado de aritmética en el que más de alguien vio la primera manifestación de un intelecto y de un método pedagógicos nuevos y genuinos. Trabajo y estudió duramente, cultivando y enseñando casi exclusivamente las disciplinas científicas, por cuanto se declaró poco inclinado a las filosóficas y literarias. ¡Soberbia burla de la vida, para un hombre que más tarde fundaría una filosofía y una moral como la suya! A los 28 años se casó con una dama, vecina de su casa, casi nueve años mayor que él, hija de un acaudalado notario: la señorita Amélie Gabrielle Boudet, también profesora.

La vocación pedagógica común ciertamente unió a ambos y llenó sus vidas en aquellos años. Fundaron un instituto que se colocó a la vanguardia debido a los nuevos métodos de instrucción, contando con la colaboración de un tío de él, un Denizard. Dos años después, sin embargo, a causa de dificultades financieras personales debidas al parecer a fuertes pérdidas en el juego, el tío renunció a la empresa retirando su cuota de capital. Los Rivail se quedaron apenas con unos centavos que, mal utilizados en un asunto comercial, se volatilizaron en un desastre completo. Siguió entonces una época de dificultades y de duro y oscuro trabajo, durante el cual los dos cónyuges dirigieron sus mayores esfuerzos y su más férrea voluntad al logro de un objetivo común: recuperarse, para volver a tomar el camino interrumpido hacia el ideal de una moderna pedagogía. Afortunadamente pudieron lograrlo y en un poco más de un año de diversos trabajos, oscuros fatigosos y hasta humildes – el cómo traductor, administrador (al parecer de un teatro) y oficinista, ella como maestra y copista – pudieron iniciar en la propia casa cursos de física, química, astronomía y anatomía, completamente gratuitos, en los cuales prodigaron todo su entusiasmo. Continuaron así durante años hasta que, en 1854, ocurrió un hecho que revolucionó totalmente la vida de Rivail, llevándolo – literalmente – “desde el polvo a los altares”.

En su juventud Rivail se había ocupado de fenómenos magnéticos e hipnóticos, siguiendo los rumbos trazados por Mesmer y Puységur, había ensayado experiencias con sonámbulos y había repetido los experimentos de los cultores del momento, pero no había profundizado en absoluto en el asunto, que lo interesaba solo desde un punto de vista puramente de observación y curiosidad científica.

Un amigo suyo, llamado Fortier, magnetizador de profesión, le habló de aquellas extrañas, trastornantes y perturbadoras cosas que estaban ocurriendo, ya en toda Europa y que provenían del otro lado del océano. Rivail oyó así hablar por primera vez de los espíritus en 1854, pero parece que su primera reacción fue un encogimiento de hombros. Con aquella mente racional, ordenada, de formación suiza, es completamente creíble la famosa frase que algún historiador le ha atribuido: “Creeré en eso (en las mesitas movedizas y parlantes) cuando lo haya visto y cuando se me haya demostrado que una mesa tiene un cerebro para pensar, nervios para sentir y que puede hacerse sonámbula. Hasta ese momento, permítanme considerarlo como un relato fantástico, y luego habría agregado: “La idea de una mesita que habla no me convence de ninguna manera”. Como futuro mesías, no se puede dejar de decirlo, el suyo no era ciertamente un alarde de convicción.

De todos modos, sin embargo, algunos meses más tarde otro amigo, un corso llamado Carlotti, lo asedió hablándole por algunas horas de las mesitas inteligentes; finalmente comenzó a nacer en él algo oscuro, una especie de deseo mal guardado, una curiosidad, casi un reto.

Se dirigió una noche a reunirse con Fortier y su médium Madame Roger, y en aquella casa conoció a Madame Plainemaisony a Monsieur Patier, un culto funcionario reposado, pacato, serio: convincente justamente gracias a esas cualidades, Rivail comenzó a recibir una especie de iniciación a los misterios del Espiritismo, a tal punto que su curiosidad creció notablemente y se soltó en él el resorte del interés, por lo menos al nivel en el que podía congeniar: el de la observación científica. En mayo de 1855, en la casa de Mme. Plainemaison, estando presente el cordial señor Patier, Rivail participó en su primera reunión “experimental”, de la que sin embargo nunca se conocieron los resultados.

“Pude entrever – afirmará él más adelante – algo verdadero bajo aquellas aparentes futilidades, algo así como la revelación de nuevas leyes que me prometí profundizar”, y lo hará, a partir de aquel momento, frecuentando otras casas de “contagiados”, entre ellas las de los Baudin y sobre todo la de los Roustan. Sirviéndose del trabajo de dotadas médiums, el lionés comenzó a tomarle el gusto a una llamada “investigación experimental”, tanto que llegó a aceptar cierto encargo de algunos amigos, un encargo que fue el chispazo – la “pequeña chispa, gran llamarada” de Dante – para emprender lo que luego sería el objetivo único de la segunda mitad de su vida.

Un grupo de personas que desde hacía tiempo se dedicaba a la evocación de las entidades, había recogido por escrito el fruto de una larga serie de experiencias anteriores de confraternización espiritual con los desencarnados. Era una colección cincuenta cuadernos llenos de frases, de pensamientos y de diálogos; en apariencia era un material tan carente de comienzo y final, que ninguno de ellos sabía qué hacer con él, hasta que un día alguien tuvo la idea – conociendo la precisión y la minuciosidad del carácter de Rivail – de confiarle aquel conjunto de escritos, deshilvanado y fragmentado, para que él viese que cosa se podía sacar de allí. Del grupo mencionado formaba parte también Victorien Sardou, el famoso dramaturgo de una de cuyas obras Puccini extrajo el argumento de su famosa Tosca. El maestro – científico hizo una revisión del material y al parecer su primera reacción fue de espanto: el desorden era tal que no se sabía dónde meter mano y seguramente habría renunciado a la empresa si una noche no hubiese ocurrido algo extraordinario y radical, si no fatal, para él: algo que ha permitido la transmisión de grandes revelaciones a la posteridad.

A través de la médium mademoiselle Japhet, se presentó a Rivail una entidad que declaró llamarse “Z” y que, dirigiéndose a él, le reveló haberlo conocido en otra vida anterior. El hecho había ocurrido en los bosques de Bretaña, en la antigua Galia, y Rivail era entonces un druida, un bardo, un sacerdote inspirado y muy poderoso que sin embargo tenía otro nombre: se llamaba Allan Kardec y era muy amigo de la entidad que se manifestaba, cuya identidad no obstante jamás fue revelada. En nombre de su antigua amistad, el espíritu le encarecía considerar el trabajo de reordenamiento de los cuadernos de las comunicaciones en posesión suya, como una especie de misión a la que la propia entidad colaboraría de la manera más activa y amistosa, teniendo en vista un objetivo de excepcional importancia para la humanidad.

Un hecho parecido habría provocado la curiosidad de cualquiera, estimulándolo y alentándolo; dada la mentalidad de educador nato y entusiasta de Rivail, hay que creer que tal hecho dado el “vamos” definitivo a su futura obra, desde el momento que también le habían sido dado un blasón espiritual y un lenguaje noble de los que ni siquiera sospechaba.

“El rey ha muerto, viva el rey”, se ha dicho siempre; bien, desde aquel momento Hippolyte Rivail había muerto y se deberá celebrar solo a Allan Kardec, el nuevo rey. La semilla había sido arrojada y no tardó en dar sus frutos.

En dos años, meditando concienzudamente cada comunicación, planteando nuevas preguntas a las entidades a través de las médiums que colaboraban con él, presentándoles nuevos problemas, Kardec se dio cuenta que el material que poseía, enriquecido obligadamente mediante un adecuado ordenamiento, podía constituir un cuerpo unitario de doctrinas, con su lógica, su moral y su filosofía. Al comienzo era solamente un borrador sin orden ni lógica; se transformó lentamente en una especie de doctrina, que no tardó en asumir la “D” mayúscula, y en eso en verdad metieron mano el cielo y la tierra. Las entidades, los espíritus más elevados, iluminaron con su sabiduría el trabajo que Kardec proponía, meditaba, redactaba y puntualizaba.

Los espíritus más elevados y eminentes pugnaron para aparecer y manifestarse a Kardec a través de las médiums que lo asistían; vale la pena recordar algunos, desde San Juan Evangelista a San Agustín, desde San Vicente a San Luís, a Sócrates, Platón, Fénelon, Swedenborg, Benjamín Franklin, a quienes se añadió otro, muy particular, que se hacía llamar “espíritu de la verdad”. Este último se transformó en el más fiel y activo colaborador de Kardec, asistiéndolo repetidamente y por largo tiempo, llegando a veces a corregir los errores después de la redacción de los textos.

Finalmente, todo aquel preludio condujo a la obra de este hombre a su lógico punto de llegada: después de cerca de dos años, exactamente el 18 de abril de 1857, el mensaje del druida reencarnado era difundido a la humanidad. Le Livre des Esprits (“El Libro de los Espíritus”) vió la luz y tuvo un éxito estrepitoso – 15 ediciones durante la vida del autor, seguida por otras 50 antes que terminara el siglo- a pesar del riesgo que el autor había corrido, encargándose de todos los gastos, porque al comienzo no había encontrado ningún editor que se manifestase dispuesto a realizar la publicación.

Desde aquel momento, tal como la había sido predicho por una de sus amigas médiums, la “tiara espiritual” se posó sobre su cabeza y la serie de sus obras siguió apareciendo poco a poco, completando la summa[2] de su doctrina; entre sus diversas obras (todas dictadas siempre por los espíritus) hay que citar El Libro de los Médiums en 1861, El Evangelio según el Espiritismo en 1864 y El Génesis, los milagros y las profecías según el Espiritismo en 1868. También en 1868 nació la “Révue Spirite” un periódico en el cual Kardec se proponía continuar difundiéndose cada vez más sus ideas, si la muerte no lo hubiese arrebatado al mundo al año siguiente, en plena actividad y lucidez; la revista, de todos modos, sirvió a los continuadores de su obra para remachar y enriquecer el mensaje universal del Maestro.

El conjunto de las obras de Kardec tuvo un éxito verdaderamente estrepitoso, tanto desde el punto de vista editorial como del doctrinario. Tirajes astronómicos para la época en que nacieron las obras, y notables incluso para nuestros días, fueron alcanzados para cada uno de los volúmenes y avalanchas de nuevos seguidores fueron a engrosar las filas de los ya convertidos, dando otra vez – aunque no fuese necesario – una prueba de cuán grande ha sido para la humanidad la necesidad de creer, de sumergirse, de vivir en lo irracional, en lo trascendental, en lo desconocido, en lo oculto, en lo misterioso, donde buscar y encontrar las respuestas a las propias, íntimas y personales interrogantes existenciales.



[1] Monumento funerario megalítico, muy difundido por Europa, constituido por dos grandes bloques de piedra colocados en forma de soporte vertical con un tercero puesto horizontal arriba, como cubierta.
[2] Del latín, que significa agregado de cosas, acción y efecto de añadir, agregar. Nota del autor del blog.

jueves, 10 de octubre de 2019

MISTIFICACIÓN Y ANIMISMO



La palabra mistificar significa “abusar de la credulidad de; engañar, ilusionar, burlar, estafar, embaucar, sorprender”. Quien quiera que se dedique a la práctica mediúmnica debe estar atento a este hecho.

Existe la mistificación provocada por el encarnado y la que es promovida por los no encarnados. En ambos casos, es necesaria mucha cautela y firmeza para no dejarse engañar.

“(…) Las mistificaciones constituyen los escollos más desagradables del Espiritismo práctico” (…). Para evitarlas, “(…) existe un medio sencillo: que no pidáis al Espiritismo más que lo que os pueda dar (…)”. Ahora bien, sabiendo que la finalidad mayor del Espiritismo es el mejoramiento moral de la Humanidad, si no nos apartamos de este objetivo, difícilmente seremos engañados, (…) porque no existe más que una manera de comprender la verdadera moral, la que todo hombre con sentido común puede admitir (…)”.

Si entendemos que los Espíritus superiores procuran siempre instruirnos y guiarnos por el camino del bien, sabremos rechazar cualquier instrucción que pueda proporcionarnos ventajas materiales o favorecer nuestras pasiones mezquinas.

Los Espíritus livianos son los que “(…) se complacen en causar pequeños contratiempos y alegrías superficiales e intrigas, de inducir malévolamente al error, por medio de mistificaciones y de sutilezas (…)”.

“La astucia de los Espíritus mistificadores supera a veces todo lo que se pueda imaginar. El arte con que disponen sus baterías y combinan los medios de persuadir, sería algo curioso si no fuera más allá de las simples bromas; sin embargo, las mistificaciones pueden tener consecuencias desagradables para los que no estén prevenidos. (…) Entre los recursos que esos Espíritus emplean, deben colocarse en la primera fila, por ser los más frecuentes, los que tienen por finalidad tentar la codicia, como la revelación de supuestos tesoros ocultos, el anuncio de herencias u otras fuentes de riquezas. Además, deben considerarse sospechosas, a primera vista, las predicciones con época determinada, así como todas las indicaciones precisas relativas a intereses materiales. Corresponde que no se den los pasos prescriptos o aconsejados por los Espíritus, cuando el fin no sea eminentemente racional; que nunca se deje alguien deslumbrar por los nombres que los Espíritus toman para dar apariencia de veracidad a sus palabras; desconfiar de las teorías y sistemas científicos osados; en fin, de todo lo que se aparte del objetivo moral de las manifestaciones (…)”.

De manera general, estos son medios para evitar las mistificaciones.

¿Qué es animismo?

Animismo es el estado en que opera el Espíritu del médium y no el del no encarnado.

“(…) El estancamiento de nuestra mente, hoy, en determinadas situaciones, puede motivar, en el futuro, la manifestación de fenómenos anímicos, del mismo modo que tal estancamiento o fijación, si fue realizado en el pasado, se exterioriza en el presente (…).

Por lo tanto, muchas veces, lo que se asemeja a un trance mediúmnico, con todas las apariencias de que existe la interferencia de un Espíritu, no es más que el médium, por supuesto el médium desequilibrado, que revive escenas y acontecimientos tomados de su propio mundo subconsciente, fenómeno este motivado por el contacto magnético, por la aproximación de entidades que comparten sus remotas experiencias (…)”.

“(…) No debemos confundir mistificación con animismo. En la primera tenemos la mentira; en el segundo, el desequilibrio psíquico”.

“(…) Muchos compañeros que se han enrolado en el servicio de implantación de la Nueva Era, bajo la égida del Espiritismo, han convertido la teoría animista en un obstáculo injustificable, que les ha bloqueado preciosas oportunidades de realización del bien; por lo tanto, no corresponde que adoptemos como adecuadas las palabras “mistificación inconsciente o subconsciente” para bautizar al fenómeno (…).”

La persona pasible de animismo es un «(…) enfermo mental, que requiere nuestro mayor cariño para recuperarse. Para curar su inquietud, sin embargo, no nos bastan los diagnósticos complicados o las meras definiciones técnicas en el campo verbal, si falta el calor de la asistencia amistosa”.

“(…) En el fenómeno anímico el médium se expresa como si allí estuviera, realmente, un Espíritu para comunicarse.

El médium en tales condiciones debe ser tratado con la misma atención que suministramos a los sufridores que se comunican (…).

El médium proclive al animismo es un recipiente defectuoso que puede ser reparado y restituido al servicio, mediante la comprensión del dirigente o destituido por su falta de comprensión.

De no ser comprendido, puede ser víctima de la obsesión (…)”.


Para mayores estudios acerca del tema Animismo, sugerimos la lectura de las siguientes obras:

ü    AKSAKOF, Alejandro. Animismo y Espiritismo.
ü    BOZZANO, Ernesto. ¿Animismo o Espiritismo?


Tomado del Estudio Sistematizado de la Doctrina Espírita.

JUNG Y EL ESPIRITISMO

  CARLOS GUSTAV JUNG ARQUETIPOS, ESPÍRITUS Y COMPLEJOS: EL ESPIRITISMO A LA LUZ DE LA PSICOLOGÍA JUNGUIANA Núñez, M. (1996). Archetypes ...