Entre las manifestaciones espiritistas, una de las más
convincentes para quien las haga objeto de su estudio, es sin duda alguna la
escritura mecánica, llamada también automática. Sentir el brazo agitado por
movimientos de cuyo control no se es dueño; ver la propia mano escribir bajo la
influencia de otra voluntad que la nuestra; escribir sin interrupción páginas
enteras cuyo sentido se ignora, son hechos apropiados para hacer creer que se
está bajo la influencia de una potencia extraña, con la cual indudablemente se
desea entrar en más amplio conocimiento. Sin embargo, no se llega instantáneamente
a ese resultado y a veces son necesarios numerosos ensayos antes de poder
escribir corrientemente. He aquí una instructiva narración que refleja con fidelidad
las fases por que se pasa generalmente. La debemos al Dr. Cyriax, director del “Spiritualistische
Blaetter”.
Relata el autor que deseando colocarse a cubierto
de toda superchería, resolvió estudiar en familia el fenómeno de las mesas
giratorias. Durante veinte sesiones no obtuvo resultado alguno, circunstancia
que casi lo determinó a abandonar su estudio, pero a la vigésima primera… Cedámosle
la palabra:
“En esta vigésima primera sesión sentí de
improviso una sensación particular, tan pronto de calor como de frío; noté
seguidamente que una corriente de aire frío me pasaba sobre el rostro y las
manos y luego, que mi brazo izquierdo se adormecía. Pero la impresión que ahora
experimentaba era totalmente distinta de la de fatiga que había notado durante
las anteriores sesiones, de la cual podía despojarme cambiando de postura,
moviendo el brazo, las manos o los dedos. Ahora mi brazo se hallaba, por así
decir, paralizado y mi voluntad era impotente para mover siquiera los dedos;
tuve seguidamente la sensación de que alguien ponía mi brazo en movimiento y
cualquiera fuera su rapidez no lograba detenerlo.
Como esos movimientos tenían analogía con los
que efectuamos habitualmente para escribir, mi esposa alcanzó papel y lápiz que
colocó sobre la mesa; de improviso mi mano se apoderó del lápiz y durante algunos
minutos trazó signos en el aire con increíble rapidez hasta el punto que los asistentes
debieron retirarse un tanto para no ser alcanzados; luego la mano se abatió
bruscamente sobre el papel, golpeó violentamente y quebró la punta del lápiz. En
ese instante en que mi mano se apoyaba sobre la mesa, comprendía perfectamente
que mi voluntad había sido por completo ajena a los movimientos que acababa de ejecutar,
lo mismo que a la presente situación de reposo; el hecho evidente era que no
había podido detener mis movimientos y que tampoco podía entonces sacar el
brazo de la inercia en que permanecía, como si no me perteneciera.
Colocado nuevamente el lápiz al alcance de mi
mano, ésta se apoderó de él y comenzó a garabatear hojas y más hojas de papel
cubriéndolas de grandes rayas y desgarraduras; luego se calmó, y ante el
profundo asombro de todos nosotros comenzó a hacer ejercicios de escritura del
mismo modo que los escolares: al principio fueron rayas, después palotes y
luego las letras N, M, A, C. etc.; finalmente la letra O, sobre la cual se
detuvo mayor tiempo hasta que la fuerza que animaba el brazo logró mover la
mano en círculo, ejercicio que continuó hasta alcanzar gran rapidez. Después la
fuerza se extinguió, la agitación del brazo cesó, sentí una nueva corriente de
aire frío a través del cuerpo y la mano, e inmediatamente toda fatiga y dolor
desaparecieron”.
Aun cuando el Dr. Cyriax residía en América
en la época de sus primeros ensayos, su descripción concuerda por completo con
la que hace Allan Kardec de los comienzos de la escritura mecánica. He aquí, en
efecto, lo que dice el gran iniciador:
“El primer indicio de una disposición para
escribir es una especie de estremecimiento en el brazo y la mano; poco a poco
ésta es arrastrada por un impulso que no se puede resistir. Lo corriente es que
el comienzo no trace más que rasgos; luego los caracteres aparecen de más en
más definidos y la escritura finaliza por realizarse con la rapidez de la
escritura corriente. En todos los casos es necesario abandonar la mano a su
movimiento natural, sin resistencia ni impulso alguno.
Algunos médiums escriben corrientemente y con
facilidad desde el comienzo, a veces desde la primera sesión, cosa por otra
parte bastante rara; otros hacen palotes y verdaderos ejercicios caligráficos
durante largo tiempo”.
Tomado de la obra: "Investigaciones sobre la mediúmnidad", de Gabriel Delanne. Editorial Constanza, Buenos Aires, Argentina, 1948.
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