domingo, 19 de mayo de 2019

AUTOMATISMO DE LA ESCRITURA




    Entre las manifestaciones espiritistas, una de las más convincentes para quien las haga objeto de su estudio, es sin duda alguna la escritura mecánica, llamada también automática. Sentir el brazo agitado por movimientos de cuyo control no se es dueño; ver la propia mano escribir bajo la influencia de otra voluntad que la nuestra; escribir sin interrupción páginas enteras cuyo sentido se ignora, son hechos apropiados para hacer creer que se está bajo la influencia de una potencia extraña, con la cual indudablemente se desea entrar en más amplio conocimiento. Sin embargo, no se llega instantáneamente a ese resultado y a veces son necesarios numerosos ensayos antes de poder escribir corrientemente. He aquí una instructiva narración que refleja con fidelidad las fases por que se pasa generalmente. La debemos al Dr. Cyriax, director del “Spiritualistische Blaetter”.


Relata el autor que deseando colocarse a cubierto de toda superchería, resolvió estudiar en familia el fenómeno de las mesas giratorias. Durante veinte sesiones no obtuvo resultado alguno, circunstancia que casi lo determinó a abandonar su estudio, pero a la vigésima primera… Cedámosle la palabra:


“En esta vigésima primera sesión sentí de improviso una sensación particular, tan pronto de calor como de frío; noté seguidamente que una corriente de aire frío me pasaba sobre el rostro y las manos y luego, que mi brazo izquierdo se adormecía. Pero la impresión que ahora experimentaba era totalmente distinta de la de fatiga que había notado durante las anteriores sesiones, de la cual podía despojarme cambiando de postura, moviendo el brazo, las manos o los dedos. Ahora mi brazo se hallaba, por así decir, paralizado y mi voluntad era impotente para mover siquiera los dedos; tuve seguidamente la sensación de que alguien ponía mi brazo en movimiento y cualquiera fuera su rapidez no lograba detenerlo.


Como esos movimientos tenían analogía con los que efectuamos habitualmente para escribir, mi esposa alcanzó papel y lápiz que colocó sobre la mesa; de improviso mi mano se apoderó del lápiz y durante algunos minutos trazó signos en el aire con increíble rapidez hasta el punto que los asistentes debieron retirarse un tanto para no ser alcanzados; luego la mano se abatió bruscamente sobre el papel, golpeó violentamente y quebró la punta del lápiz. En ese instante en que mi mano se apoyaba sobre la mesa, comprendía perfectamente que mi voluntad había sido por completo ajena a los movimientos que acababa de ejecutar, lo mismo que a la presente situación de reposo; el hecho evidente era que no había podido detener mis movimientos y que tampoco podía entonces sacar el brazo de la inercia en que permanecía, como si no me perteneciera.


Colocado nuevamente el lápiz al alcance de mi mano, ésta se apoderó de él y comenzó a garabatear hojas y más hojas de papel cubriéndolas de grandes rayas y desgarraduras; luego se calmó, y ante el profundo asombro de todos nosotros comenzó a hacer ejercicios de escritura del mismo modo que los escolares: al principio fueron rayas, después palotes y luego las letras N, M, A, C. etc.; finalmente la letra O, sobre la cual se detuvo mayor tiempo hasta que la fuerza que animaba el brazo logró mover la mano en círculo, ejercicio que continuó hasta alcanzar gran rapidez. Después la fuerza se extinguió, la agitación del brazo cesó, sentí una nueva corriente de aire frío a través del cuerpo y la mano, e inmediatamente toda fatiga y dolor desaparecieron”.


Aun cuando el Dr. Cyriax residía en América en la época de sus primeros ensayos, su descripción concuerda por completo con la que hace Allan Kardec de los comienzos de la escritura mecánica. He aquí, en efecto, lo que dice el gran iniciador:


“El primer indicio de una disposición para escribir es una especie de estremecimiento en el brazo y la mano; poco a poco ésta es arrastrada por un impulso que no se puede resistir. Lo corriente es que el comienzo no trace más que rasgos; luego los caracteres aparecen de más en más definidos y la escritura finaliza por realizarse con la rapidez de la escritura corriente. En todos los casos es necesario abandonar la mano a su movimiento natural, sin resistencia ni impulso alguno.


Algunos médiums escriben corrientemente y con facilidad desde el comienzo, a veces desde la primera sesión, cosa por otra parte bastante rara; otros hacen palotes y verdaderos ejercicios caligráficos durante largo tiempo”.


Tomado de la obra: "Investigaciones sobre la mediúmnidad", de Gabriel Delanne. Editorial Constanza, Buenos Aires, Argentina, 1948.

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