La Doctrina Espírita
El editor Dentu acaba de publicar un trabajo deberas
notable; incluso diríamos que bastante curioso, pero hay cosas que rechazan
cualquier calificación banal. El Libro de los Espíritus, del Sr. Allan Kardec,
es una nueva página del gran libro del infinito, y estamos convencidos de que
un rotulador marcará esta página. Sentiríamos mucho si creyeran que acabamos de
hacer aquí un anuncio bibliográfico; si pudiéramos suponer que ha sido así,
romperíamos nuestra pluma inmediatamente. No conocemos en absoluto al autor,
pero confesamos abiertamente que nos alegraría conocerlo. Quien escribió la
introducción que encabeza El Libro de los Espíritus debe tener el alma abierta
a todos los nobles sentimientos.
Además, para que no se pueda sospechar de nuestra buena
fe y acusarnos de tomar partido, diremos con toda sinceridad que jamás hemos
hecho un estudio profundo de las cuestiones sobrenaturales. Sólo que, si los
hechos que han ocurrido nos causaron admiración, al menos no nos han hecho encogernos
de hombros. Somos un poco de esas personas que se llaman soñadores, porque no
pensamos absolutamente como todo el mundo. A veinte leguas de París, por la
noche bajo los grandes árboles, cuando no teníamos a nuestro alrededor más que
unas cabañas diseminadas, pensábamos naturalmente en cualquier cosa, menos en
la Bolsa, en el asfalto de los bulevares o en las carreras de caballo de Longchamp.
Muy a menudo nos preguntamos, y esto mucho tiempo antes de haber oído hablar de
médiums, lo que habría de pasar en lo que se convino en llamar el Más Allá. En
el pasado llegamos incluso a esbozar una teoría sobre los mundos invisibles,
guardándola cuidadosamente para nosotros, y nos sentimos muy felices de
reencontrarla casi por entero en el libro del Sr. Allan Kardec.
A todos los desheredados de la Tierra, a todos los que
caminan y caen, regando con sus lágrimas el polvo del camino, diremos: Leed El
Libro de los Espíritus, eso os hará más fuertes. También a los felices, a los
que por los caminos sólo encuentran los aplausos de la multitud o las sonrisas
de la fortuna, diremos: Estudiadlo, él os hará mejores.
El cuerpo de la obra, dice el Sr. Allan Kardec, debe ser
reivindicado enteramente a los Espíritus que lo dictaron. Está admirablemente
clasificado por preguntas y respuestas. Algunas veces, estas últimas son
sublimes, y esto no nos sorprende; pero, ¿no era necesario un gran mérito a
quien supo obtenerlas?
Retamos a los más incrédulos a que se rían cuando lean
este libro en silencio y en la soledad. Todos honrarán al hombre que ha escrito
su prefacio.
La doctrina se resume en dos palabras: No hagas a los
demás lo que no quisierais que os hagan. Lamentamos que el Sr. Allan Kardec no
haya añadido: y hacer a los demás lo que quisierais que os hiciesen. El libro,
por cierto, lo dice claramente y la doctrina, sin él, no estaría completa. No
basta con no hacer el mal; también debemos hacer el bien. Si eres sólo un
hombre de bondad, habrás cumplido sólo la mitad de tu deber. Eres un átomo
imperceptible de esta gran máquina llamada el mundo, donde nada debe ser
inútil. Sobre todo, no nos digas que podemos ser útiles sin hacer el bien; nos
veríamos obligados a replicarte en un volumen.
Leyendo las admirables respuestas de los Espíritus en la
obra del Sr. Kardec, nos dijimos que habría un hermoso libro para escribir.
Pronto nos dimos cuenta de que habíamos cometido un error: el libro ya está
escrito. Sólo lo estropearíamos si tratáramos de completarlo.
¿Sois hombre de estudio y poseéis la buena fe, que no
pide sino ser instruido? Leed el Libro Primero sobre la Doctrina Espírita.
¿Estáis colocado en la clase de personas que sólo se
ocupan consigo mismos y que, como se dice, hacen sus pequeños negocios muy tranquilamente,
no viendo más allá de sus propios intereses? Leed las Leyes Morales.
¿La desgracia os persigue con furor, y la duda os
envuelve, a veces, con su brazo helado? Estudia el Libro Tercero: Esperanzas y
Consuelos.
Vosotros que abrigáis pensamientos nobles en el corazón y
que creéis en el bien, leed el libro de principio a fin
Si alguien en él encontrase materia para la burla, lo
lamentaríamos sinceramente.
G. du Chalard
Revista Espírita - enero de 1858
Traducción: Oscar Cervantes Velásquez
Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís
Santa Marta - Colombia