Por: Allan Kardec
Hace algún tiempo, el Constitutionnel (Constitucional) y La Patrie (La Patria) han hecho referencia al siguiente caso, publicado en periódicos de los Estados Unidos:
La pequeña ciudad de Lichtfield, en Kentucky, cuenta con numerosos
adeptos de las doctrinas del espiritualismo magnético. Un hecho increíble, que
acaba de pasar, sin duda no contribuirá poco para aumentar el número de
partidarios de la nueva religión.
La
familia Park, compuesta por el padre, la madre y por tres hijos que ya tienen
la edad de la razón, estaba fuertemente imbuida de las creencias
espiritualistas. Por el contrario, una hermana de la señora Park – la señorita
Harris – ninguna fe tenía en los prodigios sobrenaturales de los cuales se le
hablaba sin cesar. Esto era para toda la familia un verdadero motivo de pesar,
y más de una vez la buena armonía de las dos hermanas se vio perturbada por
eso.
Hace
algunos días la Sra. Park fue de repente acometida por un mal súbito que, desde
el principio, los médicos declararon no poder tratar. La paciente era víctima
de alucinaciones, y una terrible fiebre la atormentaba constantemente. La Srta.
Harris pasaba todas las noches cuidándola. Al cuarto día de su enfermedad, la
señora Park se levantó súbitamente y, sentándose en su lecho, pidió agua y
comenzó a conversar con su hermana. Circunstancia singular: de pronto la fiebre
había desaparecido, su pulso era regular y ella se expresaba con la mayor
facilidad; toda feliz, la señorita Harris creyó que su hermana estuviese desde
aquel momento fuera de peligro.
Después
de haber hablado de su marido y de sus hijos, la Sra. Park se acercó aún más de
su hermana y le dijo:
- Pobre hermana: voy a dejarte; siento que la
muerte se aproxima. Pero al menos mi partida de este mundo servirá para
convertirte. Moriré dentro de una hora y me enterrarán mañana. Ten mucho
cuidado de no seguir mi cuerpo al cementerio, porque mi Espíritu, revestido de
su despojo mortal, aún te aparecerá una vez antes que mi ataúd sea recubierto
de tierra. Entonces creerás finalmente en el espiritualismo.
Después
de haber terminado estas palabras, la enferma volvió a acostarse
tranquilamente. Pero una hora después – como ella lo había anunciado – la
señorita Harris percibió con dolor que el corazón de su hermana había cesado de
latir.
Vivamente
emocionada por la asombrosa coincidencia que existía entre este acontecimiento
y las palabras proféticas de la difunta, se decidió a seguir la orden que le
había sido dada y, al día siguiente, se quedó sola en la casa mientras que
todos se dirigían al cementerio. Después de haber cerrado los postigos de la
cámara mortuoria, ella se sentó en un sillón ubicado cerca de la cama que el
cuerpo de su hermana acabara de dejar.
Apenas cinco minutos
hubieron transcurrido – contaba más tarde la Srta. Harris –, cuando vi como una
nube blanca destacarse en el fondo de la habitación. Poco a poco esta forma se
dibujó mejor: era la de una mujer medio velada; ella se aproximó lentamente de
mí; yo distinguía el ruido de leves pasos sobre el piso; en fin, mis ojos
asombrados estaban en presencia de mi hermana...
Su rostro, lejos de
tener esa palidez sin brillo que en los muertos impresiona tan penosamente,
estaba radiante; sus manos, cuya presión luego sentí sobre las mías, habían
conservado todo el calor de la vida. Fui como transportada a una nueva esfera
por esta aparición maravillosa. Creyéndome ya hacer parte del mundo de los
Espíritus, me toqué el pecho y la cabeza para asegurarme de mi existencia; pero
no había nada de penoso en este éxtasis.
Después de haber
permanecido así delante mío – sonriente, pero en silencio – por espacio de
algunos minutos, mi hermana, pareciendo hacer un violento esfuerzo, me dijo con
una dulce voz:
-
Es tiempo de partir: mi
ángel conductor me espera. ¡Adiós! He cumplido mi promesa. ¡Cree y espera!”
El periódico – agrega La Patrie – del cual hemos extraído este maravilloso
relato, no dice si la señorita Harris se ha convertido a las doctrinas del
espiritualismo. Sin embargo, suponemos que así fue, porque muchas personas se
dejarían convencer por bien menos.
Agregamos, por nuestra propia cuenta, que
este relato nada tiene que deba sorprender a aquellos que han estudiado los
efectos y las causas de los fenómenos espíritas. Los hechos auténticos de este
género son bastante numerosos y encuentran su explicación en lo que hemos dicho
al respecto en varias circunstancias; tendremos ocasión de citarlos, provenientes
de menos lejos que éste.
Tomado de la Revista
Espírita 1858
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