Oscar Cervantes Velásquez
Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís
Santa Marta - Colombia
El tema de la evolución de las especies, propuesto por Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, donde plantean que las especies se transforman continuamente, ha sido tema de discusión y enfrentamiento ante los creacionistas, en una eterna lucha entre ciencia y religión. A pesar de ello, los científicos han reunido suficientes pruebas para demostrar que la evolución es un proceso característico de la materia viva y que todos los organismos que viven en la Tierra, descienden de un ancestro común.
Es
importante destacar, que las investigaciones de Charles Darwin y Alfred Russell
Wallace sobre la evolución de las especies eran totalmente independientes, sin
embargo, al analizar Darwin el trabajo desarrollado por Wallace expresó:
“Jamás vi
coincidencia más impresionante; ¡si Wallace tuviera mi borrador escrito en
1842, no habría podido realizar un resumen mejor!
Charles Darwin
Este
hecho, nos pone a pensar acerca de la universalidad de la enseñanza de los
espíritus propuesto por Allan Kardec, entendiendo, en este caso en particular,
que la investigación de este par de eminentes científicos, era apoyada desde la
espiritualidad, como un aporte a la evolución de la vida en la Tierra, tema
demasiado álgido para la humanidad de la época.
Con
el lanzamiento de El Libro de los Espíritus en 1857, el Espíritu de Verdad en
la respuesta a la pregunta 540, esboza la teoría de la evolución de una forma simple, con un contenido lleno de sabiduría:
“Así pues, todo
sirve, todo se eslabona en la naturaleza, desde el átomo primitivo hasta el
arcángel, pues él mismo comenzó en un átomo. ¡Admirable ley de la armonía, cuyo
conjunto no puede aprehender aún vuestro Espíritu limitado!
Y
es tan limitado nuestro conocimiento, que cuando se plantea la evolución desde
la orilla de la ciencia, no se incluyen los minerales, partiendo del hecho que
los minerales son seres inertes.
En
La Revista Espírita de 1858, en una comunicación recibida de un Espíritu
habitante del planeta Júpiter, este esboza su pensamiento evolutivo de esta
manera:
“Así, de cualquier lado que se lo mire, la armonía del Universo se
resume siempre en una sola ley: el progreso por todas partes y para
todos, para el animal como para la planta, para la planta como para el mineral;
al principio, un progreso puramente material en las moléculas insensibles del
metal o de la piedra, y cada vez más inteligente a medida que nos remontamos a
la escala de los seres y al paso que la individualidad tiende a liberarse de la
masa, a afirmarse, a conocerse”.
El
espiritismo reconoce que el principio espiritual, en su largo viaje desde la
monada, inicia su recorrido en los elementos minerales, de forma tal que se
escapa a nuestra capacidad actual de raciocinio, hasta el reino de la
angelitud, necesitando para ello, vivenciar experiencias evolutivas por los
reinos vegetal y animal, hasta alcanzar el raciocinio, en el hominal.
Y
esa es la historia esplendorosa que iniciamos todos los seres humanos, que
nacemos como principio inteligente y alcanzamos la gloria solar en un éxtasis
de auto-realización y paz, según nos enseña Juana de Ángelis[1].
[1]
Juana de Ángelis/Divaldo Franco, El despertar del Espíritu, ediciones Juana de
Ángelis, Buenos Aires, Argentina, 2001, pág. 200.
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