martes, 22 de noviembre de 2016

La Paja y la viga en el ojo


¿Por qué veis una paja en el ojo de vuestro hermano y no veis una viga en vuestro ojo? ¿O cómo decís a vuestro hermano: Dejadme sacar la paja de vuestro ojo, si tenéis una viga en el vuestro? Hipócritas, sacad primero la viga de vuestro ojo, y entonces veréis como podréis sacar la paja del ojo de vuestro hermano. (San Mateo, cap. VII, v. 3, 4, 5).

Uno de los defectos de la Humanidad es ver el mal de otro antes de ver el que está en nosotros. Para juzgarse uno mismo, sería preciso poderse mirar en un espejo, transportarse de algún modo fuera de sí y considerarse como otra persona, preguntándose: ¿Qué pensaría si viese haciendo a otro lo que yo hago?

Incontestablemente, el orgullo es el que lleva al hombre a disimular sus propios defectos, tanto en lo moral como en lo físico. Este defecto es esencialmente contrario a la caridad, porque la verdadera caridad es modesta, sencilla e indulgente; la caridad orgullosa es un contrasentido, puesto que esos dos sentimientos se neutralizan uno al otro. En efecto, ¿cómo un hombre, bastante vano para creer en la importancia de su personalidad y en la supremacía de sus cualidades, puede tener al mismo tiempo bastante abnegación para hacer resaltar en otro el bien que podía eclipsarle, en lugar del mal que podría realzarle? Si el orgullo es el padre de muchos vicios, es también la negación de muchas virtudes; lo encontramos en el fondo como móvil de casi todas las acciones. Por esto Jesús se empeñó en combatirlo como el principal obstáculo al progreso.

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