¿Por qué veis una paja en el ojo
de vuestro hermano y no veis una viga en vuestro ojo? ¿O cómo decís a vuestro
hermano: Dejadme sacar la paja de vuestro ojo, si tenéis una viga en el vuestro?
Hipócritas, sacad primero la viga de vuestro ojo, y entonces veréis como
podréis sacar la paja del ojo de vuestro hermano. (San Mateo, cap. VII, v. 3,
4, 5).
Uno de los defectos de la Humanidad es ver
el mal de otro antes de ver el que está en nosotros. Para juzgarse uno mismo, sería
preciso poderse mirar en un espejo, transportarse de algún modo fuera de sí y
considerarse como otra persona, preguntándose: ¿Qué pensaría si viese haciendo
a otro lo que yo hago?
Incontestablemente, el orgullo es el que
lleva al hombre a disimular sus propios defectos, tanto en lo moral como en lo
físico. Este defecto es esencialmente contrario a la caridad, porque la
verdadera caridad es modesta, sencilla e indulgente; la caridad orgullosa es un
contrasentido, puesto que esos dos sentimientos se neutralizan uno al otro. En
efecto, ¿cómo un hombre, bastante vano para creer en la importancia de su
personalidad y en la supremacía de sus cualidades, puede tener al mismo tiempo
bastante abnegación para hacer resaltar en otro el bien que podía eclipsarle,
en lugar del mal que podría realzarle? Si el orgullo es el padre de muchos
vicios, es también la negación de muchas virtudes; lo encontramos en el fondo como
móvil de casi todas las acciones. Por esto Jesús se empeñó en combatirlo como
el principal obstáculo al progreso.
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