viernes, 10 de junio de 2016

¿Quién pecó para que ese hombre naciera ciego, él o sus padres?



(Capítulo del libro: "Filosofía Cósmica del Evangelio" de Huberto Rohden)

El Evangelio refiere que Jesús se encontró con un ciego de nacimiento. Sus discípulos y otros quisieron saber del maestro, quién había pecado, si ese hombre o si sus padres, para que él hubiera nacido ciego.

Los consultantes no quieren saber si el sufrimiento de la ceguera era castigo por un pecado, lo cual para ellos era evidente; solo quieren saber quién contrajo la deuda moral que ese ciego estaba pagando, si era él mismo o sus padres. Que la deuda existiera eso parecía sin duda, porque sufrimiento supone culpa; donde no hay culpa no hay sufrimiento.
Como se ve, los consultantes solo conocen el carácter negativo del sufrimiento; nada saben de su aspecto positivo. Que pueda haber un sufrimiento-crédito es para ellos totalmente ignorado; solo conocen un sufrimiento-deuda.

Ellos suponen, además, que el hombre puede, en la vida presente, pagar una deuda contraída en una vida pasada; alguien dejó aquella existencia anterior sin estar en paz y salvo con la justicia cósmica, y tiene que saldar su deuda en la actual existencia terrestre. La idea de la reencarnación es tan antigua como la propia humanidad pensante, patrimonio general de muchas de las antiguas religiones y filosofías.

Esta pregunta supone aún la posibilidad de que el hombre no hubiese contraído ninguna deuda, ni en la vida actual ni en una existencia anterior, pero que tenga que saldar la deuda de otros hombres, sus padres o sus antepasados.
En esta pregunta, como se ve, tenemos las dos teorías para explicar el problema del sufrimiento humano: la teoría de la reencarnación, defendida por la teosofía, por el espiritismo e ideologías afines, y la doctrina del pecado original, defendida por las iglesias cristianas, discípulas del apóstol Pablo.

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Y Jesús, ¿qué actitud adopta? ¿De cuál de esas dos doctrinas se confiesa adepto? ¿Toma posición a favor de la reencarnación o a favor del pecado original? ¿Afirma que el ciego está pagando por sus propios pecados, o por los pecados de sus padres?

No se declara a favor de ninguna de esas doctrinas, sino contra ambas.

“Ni él pecó ni sus padres pecaron, para que él naciera ciego!”

El sufrimiento de ese ciego no es el pago de una deuda, ni propia ni ajena. ¿Qué es entonces? Su objetivo es un crédito! “Eso aconteció para que en él se revelaran la obras de Dios”.

Jesús declara categóricamente que ese sufrimiento tiene una función positiva! Por medio de él se revelan las obras de Dios.

Pero, ¿qué obras?

Unos dicen que esas obras son los milagros, como ese que Jesús iba a realizar: Dios habría hecho que ese hombre naciera ciego y lo habría dejado en esa ceguera, quizás por unos 40 años, para que, en el momento dado, Jesús tuviera la ocasión de realizar uno de sus milagros de cura.

Quien sea capaz de aceptar esa explicación, acéptela; pero sepa que reduce a Dios a una especie de tirano arbitrario que se divierte con los dolores de sus inermes súbditos.
La obra de Dios en el hombre es la evolución ascensional del ser humano, potencialmente creativo, y que debe volverse actualmente creador. Muchos hombres, sin embargo, no salen de su creatividad potencial ni entran en actual creación si no pasan por un gran sufrimiento.

Es verdad que no solo el sufrimiento como tal redime al hombre – puede hasta llevarlo al suicidio – sino que es la actitud positiva que el hombre asuma frente al sufrimiento la que lo redime de sus miserias y lo hace entrar en su gloria.

Evidentemente, ese hombre nació ciego, no para pagar deudas, propias o ajenas, sino para realizar créditos. Ese crédito de perfeccionamiento no era posible sino a través del sufrimiento. Esa era la obra de Dios que debía manifestarse en ese hombre: su evolución espiritual.

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Uno de los más espléndidos libros del Antiguo Testamento, obra prima de literatura dramática, versa sobre ese misterioso problema del sufrimiento humano. Un acaudalado y santo granjero pagano, en la tierra de Huz, pierde súbitamente toda su vasta fortuna, su salud y sus hijos; de su familia solo le quedó, para colmo de males, una mujer ignorante y cínica que nada comprende del alma profunda y sublime de su esposo.

Sentado en un hediondo basurero, Job raspa el pus de sus llagas con el trozo de una macetera, último vestigio de sus pasadas grandezas, cuando aparecen, para consolar su inmenso dolor, tres amigos de la víctima, filósofos de oriente. Consternados, se detienen de lejos, después, aproximándose del infeliz, mudos de dolor, se sientan en el suelo a su alrededor, sin poder proferir ni una sola palabra en vista de tan gran sufrimiento.

Finalmente uno de los filósofos abre los labios y trata de descubrir el por qué del sufrimiento. Lo que él sabe decir, en resumen, es lo siguiente: Dios no castiga inocentes, solo castiga culpables.

Job replica que no tiene consciencia de pecado que tal sufrimiento le haya merecido.

Pero el filósofo responde que Job debe tener algún pecado inconsciente, ignorado, por el cual esté sufriendo, algún residuo de “karma negativo”, dirían los hindús, alguna deuda oculta de existencias anteriores, dirían los re-encarnacionistas, deuda que, finalmente, en la presente encarnación deba pagar.

En este mismo sentido, con ligeras variantes, son también enfáticos los otros dos filósofos. Todos, los tres, por consiguiente, admiten que Job es culpable, consciente o inconscientemente, que su sufrimiento es el pago de una deuda moral.

A estas alturas interviene el propio Dios y rebate con palabras vehementes los argumentos de los pretensiosos exegetas del misterio del dolor: Insensatos! ¿Qué estáis ahí vosotros adulterando con palabras tontas la sabiduría de mis planes?

Dios declara que su siervo Job no sufre para pagar ninguna deuda negativa, de tiempos pasados, sino para acumular crédito positivo y glorias futuras.

Implícitamente, dice lo mismo que Jesús dijo con respecto al ciego de nacimiento: que ese sufrimiento le llegó para que en ese hombre se revelaran las obras de Dios.

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En la tarde de la primera Pascua, dos discípulos de Jesús dejaron la ciudad de Jerusalén y se fueron en pos de su aldea natal, Emaús, profundamente inconformes con los sufrimientos y la muerte del profeta de Nazaret, inocente y justo, cuando se asoció a ellos el propio Jesús, sin que lo reconocieran. Y comenzó a exponerles a los dos la luz de las Escrituras, probándoles que “Cristo debía sufrir todo eso y así entrar en su gloria”.

Ni una palabra sobre deuda! Jesús sufrió todo aquello – ¿por qué?  Con la finalidad de pagar una deuda, propia o ajena? Que él mismo tuviera alguna deuda a saldar, eso nadie lo admite; pero que sus sufrimientos tenían por objetivo saldar las deudas de terceros, de la humanidad pecadora de todos los tiempos, esa es la doctrina general de las iglesias cristianas. Sin embargo, Jesús no afirma ni esto ni aquello. Dice simple y positivamente que ese sufrimiento era necesario para que él alcanzara la plenitud de su evolución y perfección, que él llama “gloria”. Admite, entonces, el sufrimiento como factor de evolución espiritual, o sea, el sufrimiento-crédito.

En síntesis: el sufrimiento es un elemento evolutivo, tanto en Job, como en el ciego de nacimiento, como también en Jesús. El sufrimiento, a la luz de esos textos, actualiza algo que era potencial en el hombre, despertando del sueño lo que dormía en las profundidades del alma, haciendo visible algo que yacía invisible y latente en los abismos de la naturaleza humana.

¡Quien lo pueda comprender compréndalo!

Mientras el hombre no alcance las alturas de Cristo no comprenderá que el sufrimiento – aunque pueda, en ciertos casos, saldar deudas negativas – crea también un crédito positivo, siendo así una etapa para que el hombre “entre en su gloria” de hombre integral.


Tomado de la página Web: https://filosofiahubertorohden.wordpress.com/tag/milagros/

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