domingo, 11 de enero de 2015

El hombre por la mitad




Por: José Herculano Pires

La percepción espiritual que el hombre tiene de sí mismo, innata y natural, se desarrolló en las civilizaciones de la Antigüedad, a partir del ciclo de las civilizaciones agrarias y pastoriles, en un sentido global. El hombre sentía e intuía la totalidad de su naturaleza. Por eso, no hubo, en ninguna parte, ningún tipo de filosofía materialista. La concepción materialista del hombre apareció tardíamente, como resultado de su desarrollo mental y del aguzamiento de su curiosidad.



Las filosofías antiguas, actualmente denominadas como materialistas o precursoras del materialismo — aún en los tiempos más recientes del pensamiento griego — se fundamentaban en principios espirituales y tendían hacia explicaciones teológicas. La presencia de Dios es constante en toda la Antigüedad, desde las selvas hasta las civilizaciones teocráticas.



En la Edad Media tuvimos el cierre del último ciclo de la evolución de las civilizaciones antiguas. En ella se resolvió el proceso dialéctico de la evolución mundial, en la confluencia de las conquistas occidentales y orientales, para la síntesis de Caldeirão de Dilthey, en que, según la conocida tesis de este filósofo, las concepciones filosóficas en la visión del mundo de griegos, judíos y romanos se fundían — en la lenta elaboración del Milenio — para que pudiese surgir el Mundo Moderno, a través del Renacimiento europeo. Renacían en Europa las principales conquistas espirituales de las antiguas civilizaciones. El Racionalismo griego dirigía las corrientes en fusión en la búsqueda de lo real. La nueva civilización se oponía al Espiritualismo fantasioso de la Antigüedad y las idealizaciones del platonismo, interesándose por el objetivismo aristotélico y sus tentativas de conocimiento material del Mundo, de las cosas y de los seres. Solo entonces se creaba el ambiente propicio para el desarrollo de las formas de interpretación materialista.



Ese viraje de la mente hacia los problemas terrenales, necesario y productivo, liberaba y aguzaba la curiosidad humana por los misterios de la Naturaleza, hasta entonces envueltos en las especulaciones mentales y en las fabulaciones de la afectividad anímica. Durante el milenio medieval la razón se desarrolla y perfecciona, despuntando en René Descartes y Francis Bacon hacia los avances metodológicos de la investigación científica. El teólogo disidente Abelardo aparece en ese contexto como el precursor de Descartes. Su rebelión les costó caro, pero su libro Sic et Non y su famoso caso con Eloísa sacudieron para siempre los fundamentos del Mundo Antiguo. En vano la Iglesia lucharía para mantener su dominio absoluto. La síntesis que abriría los nuevos tiempos era impulsada por las fuerzas de la evolución y del proceso histórico. Nada podría detener su desarrollo.



Como en todos los momentos de transición, el mundo se transformó en un pandemonio y los espíritus más vigorosos, por lo tanto más rebeldes, se volvieron en contra de la dogmática eclesiástica, proclamaron el advenimiento de la Razón y negaron el concepto espiritual del hombre, cortándolo por la mitad. Palabras como Espíritu y Alma fueron consideradas como residuos de un pasado de fábulas e ignorancia. En las luchas que se sucedieran, con el desarrollo científico y la revelación progresiva de los antiguos arcanos de la Naturaleza, las Ciencias heredaron para su estudio e investigación solo la mitad del hombre. A otra mitad fue puesta de lado como un artículo de Museo, válida solo para el vulgo inculto. Fue con verdadera euforia que los hombres se vieron libres de las responsabilidades de una vida que no se extingue en la tumba. Y los científicos, en general, se ufanaran de haber descubierto que no pasan de ceniza y polvo.



Los métodos de investigación científica se desenvolvieron en el plano sensorial, pues solo lo que era visible y palpable podía ser considerado como real. Se fundó así la Civilización Mundial del tacto, apoyada en la tecnología de las máquinas que, hasta entonces, no captaban fantasías o fantasmas. Relegado al cesto de papeles viejos, el hombre espiritual (nada menos que la mitad del hombre real) no merecía la atención de los sabios. Augusto Comte rechazó la Psicología, Pavlov y Watson descubrirían la Psicología sin alma (una ciencia sin objeto), Marx y Engels fundaron el Materialismo Científico. Y Sartre, hasta hoy, acompañado por la decadente figura de René Sudre, proclama la gloria de la nihilización del hombre. Los científicos que se atrevieran a probar la realidad del espíritu, como Crookes, Richet, Zöllner, Gibier, Osty, Geley, fueron considerados ingenuos o locos. Morselli, para salvar a esos colegas creo la maravillosa novedad del Espiritismo sin Espíritus. Solo faltó crear la Humanidad sin hombres, lo que quedó reservado para nuestros días, con el maravilloso descubrimiento de la bomba de neutrones.



En el plano religioso aconteció el más sorprendente de los fenómenos. Los teólogos cristianos proclamaron la Muerte de Dios, basados en el testimonio del Loco de Nietzsche y fundaron el Cristianismo Ateo. Ante ese panorama de locuras científicas era natural que la Psicología sin alma generase una hija también desalmada: la Psiquiatría del Libertinaje, que le dio la mano a la Toxicomanía y salió con ella para incentivar a los hombres al gozo de la vida sin compromisos ni responsabilidades.



En la mitología griega los andróginos eran duplos, fuertes y veloces. Intentaron escalar el Olimpo para hacerse dioses, pero Zeus los cortó por el medio y los devolvió mutilados a ras del suelo. Ese hombre mutilado pobló la Tierra y fue el que los científicos mutilaron de nuevo, reduciéndolo a solo un cuarto del hombre original. No es de admirar que ese homúnculo actual — reprimido, vanidoso e insolente como aquel pedacito de fermento del Lobo de Mar de Jack London — este ahora explotando en la angustia y en los delirios de su impotencia. Perdiendo su mitad espiritual, entraran en las crisis del histerismo colectivo, fascinadas únicamente por las fuerzas magnéticas del sexo y arrastradas a todos los desvaríos de una esquizofrenia catatónica. La ceguera materialista completa ese espectáculo. Vampiros y parásitos no hacen más que atender a los llamados de la carne sin alma que agoniza en la angustia existencial. Sólo hay un remedio para el enfermo sin esperanza: la vuelta al espíritu. Mientras, como enseña Hubert, el hombre no comprenda que es espíritu y tiene que vivir como espíritu y no como los animales-máquinas de Descartes, no habrá más tranquilidad y esperanza en la Tierra, que dejó de ser la Tierra de los Hombres de Saint-Exupéry para transformarse en el dominio alucinado de los vampiros. El ciclo infernal se define así: los hombres vampirizados mueren, se transforman en vampiros para vampirizar a los que nacen. 

La concepción materialista del hombre reduce a la Humanidad a una especie de animal sin perspectivas. La vida, los sueños, los anhelos humanos se transforman en espejismos y alucinaciones sin sentido. Si hubiese solo una justificativa lógica para esa concepción aún se podría aceptar el curso intensivo de esa moneda falsa en el mercado mundial de las ilusiones. Los espejismos del desierto pueden ser explicados por los fenómenos de refracción de la luz, pero ese espejismo conceptual no se justifica por refracción óptica o mental, ni por refracción histórica, ni por investigaciones antropológicas o psicológicas. Toda la Historia Humana se asienta, en todas partes, en la intuición universal de la naturaleza espiritual del hombre. La novedad materialista del Siglo XIII brotó de varios equívocos en la lucha contra los absurdos y los desmanes de la Iglesia, basados en la idea de poderes divinos supuestamente concedidos a los clérigos a través de rituales de origen salvaje. La raíz del materialismo es el tacape[1] del cacique, seco y muerto, del cual solo podría brotar las serpientes del bastón de Moisés en la sala del Faraón.



Históricamente el materialismo nació del sofisma, que es una negación de la verdad, de la que se servirían los sofistas griegos para negar la posibilidad del conocimiento real. El Materialismo Científico vale históricamente por su reivindicación social, más el error fatal de la inversión de la Dialéctica de Hegel lo coloca hoy, en posición filosófica retrógrada. Le falta la luz del espíritu y cuando esta aparece, iluminado por manos piadosas, huye a toda prisa, no puede soportarla, como sucedió recientemente en la Universidad de Kirov, con el incómodo descubrimiento del cuerpo espiritual del hombre por científicos soviéticos.



Es curioso que, a pesar del acelerado desarrollo científico de nuestro tiempo, estamos aún apegados al método deductivo — empirista del largo pasado humano. Los métodos de la investigación tecnológica nos sirven para descubrimientos sorprendentes en las investigaciones fragmentarias de la realidad exterior, pero en lo concerniente a los problemas de la esencia y de la naturaleza humana no avanzamos un paso más allá de la imaginación. Nuestro barco mental encalló en las aguas turbias de las ideas hechas y de las deducciones precipitadas del proceso teológico. El misticismo de los creyentes religiosos se transformó, en la era científica, en una forma espuria de la mitología de Bacon, fundada en la idolatría supuesta de las soluciones mentales. Continuamos apegados a los ídolos del pensamiento baconiano. Imantados a preconceptos de milenios, nos precipitamos en conclusiones envejecidas, sin el menor respeto por el método cartesiano. Modelamos nuestra imagen en la roca, con el cincel de Miguel Ángel y, como el, queremos forzar esa imagen a hablar. No creemos en la evidencia de la Física, con miedo de volatilizarnos en la realidad atómica que nos revela la inconsistencia de la carne, de sus formas desgastantes y mortales. Consideramos a la Física válida para las cosas más duras que nosotros, pero mantenemos intacta la imagen del hombre carnal. Le tememos a nuestra propia dispersión en el espacio y queremos escondernos en las cavernas de Bacon. Descartes, el espadachín atrevido, nos aterroriza más que las explosiones atómicas. Viajamos hacia la Luna envueltos en escafandras de seguridad y volvimos de los viajes espaciales asustados y aferrados a las ideas esquemáticas de los teólogos medievales, como aconteció con los astronautas americanos. El instinto de conservación animal predomina sobre la razón científica y nos tornamos místicos como los frailes auto-flagelantes. Las máquinas americanas de producción de sectas religiosas en serie funcionan a un ritmo acelerado que da miedo, aumentando de manera atemorizante la capacidad de exportación de pastores americanos hacia todo el mundo.



Los astronautas soviéticos, materialistas, vuelven del espacio sideral alardeando que Dios no existe porque ellos no lo encontraron en los suburbios orbitales del planeta. Repetirán, en escala cósmica, las bravuconadas infantiles de los cirujanos del siglo XVIII que se vanagloriaban de nunca haber encontrado el alma en la punta de sus bisturís. Los siglos pasan, el conocimiento avanza, pero las orejas de Midas continúan plantadas en la Tierra. Hasta un filósofo como Bertrand Russel, innegablemente lúcido, se desliza en la lógica declarando que, a pesar de los estragos hechos con el concepto de materia, la verdad es que las leyes físicas continúan en vigor. La hipnosis materialista entorpece los cerebros. Por otro lado, el apego del hombre al cuerpo material perecible, alimento de los gusanos — no deja a los más ilustrados materialistas, enemigos férreos de Dios, percibir que, con ese apego, rinden homenaje al supuesto enemigo en esa obstinada idolatría de la carne. Combaten al Creador pero no quieren salir del corral de sus creaciones efímeras.



En su libro Los Extraños Fenómenos de la Psique Humana, Vasiliev nos ofrece una nueva imagen del Prometeo encadenado a las rocas del Cáucaso, con su hígado devorado por los buitres. Y la imagen trágica de un Prometeo a la inversa, que no robo el fuego del cielo, en que no cree, pero lucha desesperadamente para mantener acceso al fuego terreno de Vesta, después que las mismas vestales del materialismo lo apagaran. El notable científico soviético se hace campeón del absurdo para irse contra las más recientes e indescifrables conquistas espiritualistas de las Ciencias. Vigilado por el Leviatán del Estado, gasta su inteligencia y su conocimiento transitorio, debatiéndose inútilmente en la lucha contra la verdad eterna de la naturaleza espiritual del hombre. Como Bertrand Russel, no percibe que las leyes físicas descubiertas por las investigaciones científicas no son más que los fundamentos de la realidad material generada e sustentada por el poder creador el Espíritu. Esas leyes no hacen parte de la concepción materialista, pero sí de la estructura de la Realidad Total en que la materia se inserta en el plano sensorial ilusorio. Bertrand, Vasiliev e René Sudre — ese corrillo chismoso y centenario de la batalla contra el espíritu — no percibieron aún que sus uñas, sus cabellos y sus ojos no son lo que ellos ven y sienten, sino plasmas atómicos, plasmas oscuros y condensados por el condicionamiento de nuestros sentidos, en las formas de percepción ilusoria de la realidad real, que solo ahora estamos descubriendo.



El hombre por la mitad, esa visión parcial el hombre que hoy poseemos, es simplemente un animal dotado de instintos, entre los cuales sobresale el de la reproducción de la especie. El psiquismo humano no existe, es fisiológico y no psíquico. De ahí la falencia de la Psicología Terapéutica e especialmente de la Psiquiatría Libertina. Por eso, los psiquiatras honestos se apegan hoy a los recursos del Espiritismo — La Ciencia del Espírito, fundada por Kardec —, la única ciencia real, basada en la investigación de los fenómenos, capaz de completar nuestra visión del hombre de manera positiva. Solo un psiquiatra dotado de recursos espíritas puede enfrentar con eficacia los extraños fenómenos de la Psique humana que aturden a los especialistas más experimentados.

Tomado del libro Vampirismo
Traducción al español: Oscar Cervantes Velásquez
Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís
Santa Marta – Colombia
Enero 11 de 2015


[1] Arma ofensiva usada por los indios, hecha de madera, semejante a una pequeña espada. Nota del traductor.

lunes, 5 de enero de 2015

SEXO Y SEXUALIDAD, ENTRE LOS IMPULSOS DE LA ETAPA PRIMITIVA DEL SER Y EL EQUILIBRIO DE LA RAZÓN

Por: Oscar Cervantes Velásquez
Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís
Santa Marta - Colombia

Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer”. Esta frase extraída del poema “Canción de otoño en primavera” de la autoría del poeta nicaragüense Rubén Darío, me sirve de abrebocas para el tema que queremos desarrollar, pretendiendo buscar respuestas al complejo enigma del uso del sexo por el ser humano, en las diferentes etapas de su vida como encarnado.


Fotografía tomada de la Web http://galleryhip.com/etapas-del-desarrollo-humano.html

El ser humano a lo largo de su historia ha usado y abusado del sexo, involucrándose de esta manera en serios compromisos que lo vinculan con el despilfarro de las energías genésicas.  No existen dudas respecto a la forma en que la sexualidad ha evolucionado de la mano con la mentalidad del ser humano. Desde la prehistoria, donde las necesidades del impulso reproductivo era una manifestación natural del deseo del macho atraído por el aroma de las mujeres, hasta los reatos sexuales derivados de las imposiciones religiosas que convirtieron el sexo en algo pecaminoso y tabú, generando prohibiciones coercitivas que derivaron en represión y persecuciones en nombre de Dios. 

Actualmente, ante el auge tomado por los medios de comunicación como el Internet, el uso masivo de celulares y la televisión abierta, desde el niño, pasando por el joven y la irresponsabilidad de algunos adultos, el ser humano tiene un fácil acceso a contenidos de sexo explícito que generan desinformación y desequilibrios difíciles de superar, causando necesidades apremiantes, que necesitan ser drenadas.


En nuestra larga historia como docente, hemos sido testigo de cómo adolescentes desorientados desde sus hogares, se involucran desde muy temprana edad en un coctel peligroso para su futuro espiritual que pasa por el consumo de alcohol, la iniciación a las drogas y los embarazos no deseados debido a la falta de orientación.


Y es que el ser humano en su larga lucha por alcanzar niveles de crecimiento espiritual, reformando sus valores morales, se ha movido entre la intemperancia y el frenesí de la juventud y las apremiantes necesidades de la mayoridad, donde el adulto mayor varón, termina siendo denominado peyorativamente como “viejo verde”, al no comprender que el declive sexual forma parte de un proceso normal en el ser humano. Sin embargo para muchos de estos adultos mayores apareció en 1998 la pastilla azul o viagra, solucionándoles en parte, los serios problemas que representaban para su ego masculino sus problemas de impotencia a causa de la edad.


En el campo de la educación del instinto sexual, el Espiritismo a través del Espíritu Emmanuel, en “El Consolador prometido por Jesús”, psicografiado por Chico Xavier, nos elucida que “En vez de la educación sexual para la satisfacción de los instintos, es imprescindible que los hombres eduquen su alma para la comprensión sagrada del sexo”.  Asegurando que, “Cada vez que una persona convida a la otra a la comunión sexual, o que acepta de alguien una propuesta en este sentido, por afinidad y confianza, se establece entre los dos un circuito de energías por lo cual los dos se alimentan psíquicamente de esas energías recíprocamente”.


El sexo como departamento orgánico programado por la divinidad para la reproducción de las especies, le permite al Espíritu acumular experiencias en el campo de la sexualidad, asumiendo la polaridad masculina o femenina sin detrimento de sus adquisiciones del pasado, en la constante búsqueda del mandato divino de alcanzar la plenitud espiritual. Pero, la clave del éxito en las diferentes experiencias reencarnatorias, con relación a la programación de los sexos, es su conducta moral. Los reconocemos por las experiencias vivenciadas por Espíritus que luego de dejar la envoltura corporal, a través del fenómeno natural denominado muerte, reaparecen en el Mundo de los Espíritus cargados de aflicciones, remordimientos y el sufrimiento natural de aquel que reconoce haber sido inferior al compromiso que asumió al regresar a las luchas terrenas; también los encontramos felices y dichosos por haber alcanzados niveles de progreso inherentes a su condición espiritual.


Reconocemos en Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis, uno de los principales investigadores del psiquismo humano y su actitud comportamental ante el sexo, estableciendo “las fases psicosexuales”, las cuales se desarrollan en cinco etapas, sosteniendo que el ser humano desde su nacimiento posee una libido instintiva (energía sexual). Para Sigmund Freud, las experiencias que mayor influencia ejercen en la vida sexual del ser humano y en especial la infancia y la adolescencia, tienen que ver con el manejo de la libido y la atención prestada por el mismo a las partes sensibles del cuerpo humano, denominándolas zonas erógenas parciales. Estas zonas corresponden en su orden a la boca, el ano, y los órganos genitales, las cuales seguirán ejerciendo su influencia en el ejercicio de la sexualidad en nuestra etapa como adultos.


De esta manera, Freud describió 5 etapas de desarrollo en el ser humano: el estado oral (de 0 a 1 años), la fase anal (de 2 a 3 años), la fase genital o fálica (de 3 a 4 años), la fase de latencia de 5 años a la pubertad y después la etapa genital madura, a la edad adulta.


A pesar de que Freud no fue más allá del materialismo científico de la época, trasfiriendo para la libido (deseo sexual) la responsabilidad de casi todos los trastornos, rompió con el puritanismo del s. XIX abriendo el campo para las futuras contribuciones, especialmente las de su discípulo Carl Jung, que se aparta definitivamente del maestro austriaco, al concebir la libido como energía general de la propia vida, no manifestándose necesariamente, según él, sólo como energía sexual, sino que puede también ser energía creadora, artística, etc. Las aportaciones espiritualistas y, especialmente, la revelación espiritista, sintoniza con los postulados arriba señalados, afirmando que todo lo que se agita, crece y germina es energía creadora, ya sea una planta, un impulso o la fuerza de una idea[1].


Para poder comprender la importancia que tiene los estudios realizados por Freud y sus predecesores y las enseñanzas que nos ofrece la Doctrina Espírita, nos remitimos al artículo “Sexo, Sexualidad y Amor”, de la obra Hacia las Estrellas, psicografiada por Divaldo Pereira Franco y de la autoría de Humberto Mariotti, quien en su mensaje asegura que:


Se puede utilizar el sexo por instinto o corrupción de costumbres, sin que ejercite la sexualidad. El sexo atiende a impulsos de la etapa primitiva del ser, mientras que la sexualidad obedece al equilibrio de la razón, que establece las condiciones necesarias para su aplicación. En la sexualidad se hace indispensable el amor, que se manifiesta por medio de los sentimientos y que alcanza las expresiones que se canalizan en favor de la función sexual”.


Mariotti completa estas orientaciones afirmando que “para dichas realizaciones – la sexualidad y el sexo -, la mente es factor de vital importancia, puesto que es la estimuladora de las funciones pertinentes a ambas. Normalmente se practican actos sexuales sin el equilibrio de la sexualidad, así como sin amor, aunque se informe que sexo y amor son cosas idénticas”.


Allan Kardec durante la organización doctrinaria de los libros de la Codificación, recibió muchas comunicaciones de Espíritus del Tercer Orden de la Escala Espírita, Espíritus Imperfectos, en los cuales predomina la materia sobre el Espíritu y su inclinación hacia el mal; además, el orgullo, el egoísmo y la sensualidad caracterizan su comportamiento. En la obra “El Cielo y el Infierno”, Cap. IV, Espíritus Sufridores, “Los lamentos de un hombre sensual”, Instrucciones del guía del médium, encontramos la siguiente comunicación que nos explica la situación del Espíritu en el Mundo Espiritual:


“¿Sabéis cuál es la situación de esos hombres de vida sensual, que no han dado a su Espíritu otra actividad aparte de la de inventar nuevos placeres? La influencia de la materia los acompaña más allá de la tumba, y la muerte no pone término a esos apetitos que, estimulados por la vista –tan limitada como lo fue en la Tierra–, en vano procuran satisfacer. Como nunca han buscado el alimento espiritual, su alma deambula en el vacío, sin una meta, sin esperanza, presa de esa ansiedad propia del hombre que no tiene delante de sí más que la perspectiva de un desierto sin límites. La nulidad de las ocupaciones intelectuales durante la vida del cuerpo acarrea naturalmente la nulidad del trabajo espiritual después de la muerte. Dado que ya no pueden saciar al cuerpo, sólo les resta satisfacer al Espíritu. De ahí un tedio mortal cuyo término no llegan a ver, y en cuyo lugar preferirían la nada. Pero la nada no existe… Pudieron matar al cuerpo, pero no pueden aniquilar al Espíritu. Es preciso, pues, que padezcan esos tormentos morales hasta que, vencidos por el cansancio, se decidan a dirigir su mirada hacia Dios”.


De esta comunicación rescatamos la afirmación “es preciso, pues, que padezcan esos tormentos morales” de los cuales se sienten presos los Espíritus sensualistas, al punto de ocasionar graves disturbios en el área genésica a muchísimos encarnados que se sintonizan con ellos, por sus preferencias sexuales, buscando la oportunidad propicia para vampirizarlos.


Según Herculano Pires, tendencias y desvíos sexuales tienen procedencias diversas y sus raíces genésicas pueden venir de profundidades insondables. Él pondera que “la propia filogénesis del sexo, que comienza aparentemente en el reino mineral, pasando por el vegetal y el animal, para después llegar hasta el hombre, presentando enormes variaciones de formas, inclusive la autogénesis de los virus y de las células y la bisexualidad de los hermafroditas, justifica la aparición de desvíos sexuales congénitos[2].


Nuestras tendencias en el campo sexual, muestran claramente el patrimonio espiritual del cual somos portadores, lo cual se refleja en el periespíritu, el cual actúa como archivador de todas nuestras experiencias en el campo de la carne. He ahí porque el Maestro Kardec en La Génesis, ítem 18, nos orienta que: El periespíritu, por tanto, lleva impreso las cualidades morales de sus pensamientos y sentimientos, como huella inequívoca de la evolución moral y "...no cambiará, hasta tanto el espíritu no se modifique[3]".


Y esa modificación conlleva una profunda transformación en la conducta moral del hombre, planteamientos estos implícitos en la propuesta espírita, la cual encontramos en “El Evangelio según el Espiritismo”, cap. XVII, Sed Perfectos:


“Se reconoce al verdadero espiritista por su transformación moral y por los esfuerzos que realiza para dominar sus malas inclinaciones”.


El ejercicio responsable del sexo representa una de las mayores conquistas del Espíritu, como encarnado, alcanzado el “equilibrio de la razón” en el manejo de la sexualidad, de acuerdo a los planteamientos de Humberto Mariotti. Sin embargo, aún deambulan en la carne millones de Espíritus encarcelados en los vicios sexuales, primando el instinto animal por encima de la conciencia lúcida, siendo permeados permanentemente por desencarnados que sacian en ellos apetitos inconfesables.


Es nuestro deber evitar la censura y la condenación para quienes aún transitan por estos difíciles caminos, encarando con naturalidad, comprensión y tolerancia el difícil camino que han elegido seguir, entendiendo que cada quien se enfrentará, tarde o temprano, ante el tribunal de su conciencia. Recordemos que los vicios no son del cuerpo sino del espíritu que lo anima.


Todos, invariablemente, tendremos que enfrentarnos al esfuerzo del perfeccionamiento y la ascensión espiritual, correspondiendo de esa manera a los designios de la divinidad que espera por sus hijos, a través de los procesos regeneradores que sus leyes disciplinarias establecen.


Para los que aún transitan en las fajas inferiores de sus pasiones absorbentes y viciosas, André Luiz nos esclarece que: “El cautiverio en los tormentos del sexo no es problema que pueda ser solucionado por literatos o médicos actuando en el campo exterior, es cuestión del alma, que demanda proceso individual de cura, y sobre ésta, solo el espíritu resolverá en el tribunal de la propia conciencia. Es innegable que todo auxilio externo es valioso y respetable, pero debemos reconocer que los esclavos de las perturbaciones del campo sensorial solo serán liberados por sí mismos, es decir, por la dilatación del entendimiento, la comprensión de los sufrimientos ajenos y de las dificultades propias, por la aplicación, en fin, del “Amaos unos a otros”, en el adoctrinamiento como en lo íntimo del alma, con las mejores energías del cerebro y con los mejores sentimientos del corazón[4].


Y enfatiza que: “El éxtasis del santo fue un día simple impulso, como el diamante –gota celestial elegida para reflejar la claridad divina– vivió en el aluvión, ignorado entre piedras brutas. Claro está que, así como se pule el diamante para alcanzar el pedestal de la belleza, así también el instinto sexual, para coronarse con las glorias del éxtasis, ha de doblegarse a los imperativos de la responsabilidad, a las exigencias de la disciplina, a los dictámenes de la renuncia”[5].


Queremos finalizar estas líneas trayendo a colación las orientaciones de Joanna de Ángelis, cuando afirma que: “los seres humanos se dividen en hombres fisiológicos y hombres psicológicos. Los primeros, buscan satisfacer sus necesidades sensoriales, como comer, dormir y mantener relaciones sexuales. Los últimos no se restringirían a esas manifestaciones y, presentando valores más elevados, serían portadores de ideales superiores, o sea, objetivos existenciales mayores en las áreas del trabajo, de la educación, de la fraternidad, de la religiosidad etc. Además, los hombres psicológicos desarrollarían sus actividades fisiológicas con profundo respeto a sí mismos, al cuerpo físico de que son portadores y a los hermanos envueltos en esas manifestaciones, evitando excesos que pueden acarrear procesos kármicos de difícil resolución[6]. 


[1] Juan Manuel Ruiz, Amor y Energía Sexual. Conferencia ofrecida en diciembre del 2004 en el XII Congreso Espírita Nacional, realizado en España.
[2] Mediúmnidad, Herculano Pires, capítulo VIII.
[3] La Génesis, Allan Kardec. Ítem 18.
[4] En el Mundo Mayor, André Luiz/Chico Xavier.
[5] Ibídem.
[6] Jesús a la luz de la psicología profunda, Joanna de Ángelis/Divaldo Franco.
 

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  CARLOS GUSTAV JUNG ARQUETIPOS, ESPÍRITUS Y COMPLEJOS: EL ESPIRITISMO A LA LUZ DE LA PSICOLOGÍA JUNGUIANA Núñez, M. (1996). Archetypes ...