Por: Oscar Cervantes Velásquez
Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís
Santa Marta - Colombia
“Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro
sin querer”. Esta frase extraída del poema “Canción
de otoño en primavera” de la autoría del poeta nicaragüense Rubén Darío, me
sirve de abrebocas para el tema que queremos desarrollar, pretendiendo buscar
respuestas al complejo enigma del uso del sexo por el ser humano, en las
diferentes etapas de su vida como encarnado.
Fotografía
tomada de la Web http://galleryhip.com/etapas-del-desarrollo-humano.html
El ser
humano a lo largo de su historia ha usado y abusado del sexo, involucrándose de
esta manera en serios compromisos que lo vinculan con el despilfarro de las
energías genésicas. No existen
dudas respecto a la forma en que la sexualidad ha evolucionado de la mano con
la mentalidad del ser humano. Desde la prehistoria, donde las necesidades del
impulso reproductivo era una
manifestación natural del deseo del macho atraído por el aroma de las mujeres,
hasta los reatos sexuales derivados de las imposiciones religiosas que
convirtieron el sexo en algo pecaminoso y tabú, generando prohibiciones
coercitivas que derivaron en represión y persecuciones en nombre de Dios.
Actualmente,
ante el auge tomado por los medios de comunicación como el Internet, el uso
masivo de celulares y la televisión abierta, desde el niño, pasando por el
joven y la irresponsabilidad de algunos adultos, el ser humano tiene un fácil
acceso a contenidos de sexo explícito que generan desinformación y
desequilibrios difíciles de superar, causando necesidades apremiantes, que
necesitan ser drenadas.
En
nuestra larga historia como docente, hemos sido testigo de cómo adolescentes
desorientados desde sus hogares, se involucran desde muy temprana edad en un
coctel peligroso para su futuro espiritual que pasa por el consumo de alcohol,
la iniciación a las drogas y los embarazos no deseados debido a la falta de
orientación.
Y
es que el ser humano en su larga lucha por alcanzar niveles de crecimiento
espiritual, reformando sus valores morales, se ha movido entre la intemperancia
y el frenesí de la juventud y las apremiantes necesidades de la mayoridad,
donde el adulto mayor varón, termina siendo denominado peyorativamente como
“viejo verde”, al no comprender que el declive sexual forma parte de un proceso
normal en el ser humano. Sin embargo para muchos de estos adultos mayores
apareció en 1998 la pastilla azul o viagra, solucionándoles en parte, los
serios problemas que representaban para su ego masculino sus problemas de
impotencia a causa de la edad.
En el campo de la educación del instinto
sexual, el Espiritismo a través del Espíritu Emmanuel, en “El Consolador prometido por Jesús”, psicografiado por Chico Xavier,
nos elucida que “En vez de la educación sexual para la
satisfacción de los instintos, es imprescindible que los hombres eduquen su
alma para la comprensión sagrada del sexo”. Asegurando que, “Cada vez que una persona convida a la otra a la
comunión sexual, o que acepta de alguien una propuesta en este sentido, por
afinidad y confianza, se establece entre los dos un circuito de energías por lo
cual los dos se alimentan psíquicamente de esas energías recíprocamente”.
El
sexo como departamento orgánico programado por la divinidad para la
reproducción de las especies, le permite al Espíritu acumular experiencias en
el campo de la sexualidad, asumiendo la polaridad masculina o femenina sin
detrimento de sus adquisiciones del pasado, en la constante búsqueda del
mandato divino de alcanzar la plenitud espiritual. Pero, la clave del éxito en
las diferentes experiencias reencarnatorias, con relación a la programación de
los sexos, es su conducta moral. Los reconocemos por las experiencias
vivenciadas por Espíritus que luego de dejar la envoltura corporal, a través
del fenómeno natural denominado muerte, reaparecen en el Mundo de los Espíritus
cargados de aflicciones, remordimientos y el sufrimiento natural de aquel que
reconoce haber sido inferior al compromiso que asumió al regresar a las luchas
terrenas; también los encontramos felices y dichosos por haber alcanzados
niveles de progreso inherentes a su condición espiritual.
Reconocemos
en Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis, uno de los principales
investigadores del psiquismo humano y su actitud comportamental ante el sexo, estableciendo
“las fases psicosexuales”, las cuales se desarrollan en cinco etapas,
sosteniendo que el ser humano desde su nacimiento posee una libido instintiva
(energía sexual). Para Sigmund Freud, las experiencias que mayor influencia
ejercen en la vida sexual del ser humano y en especial la infancia y la
adolescencia, tienen que ver con el manejo de la libido y la atención prestada
por el mismo a las partes sensibles del cuerpo humano, denominándolas zonas
erógenas parciales. Estas zonas corresponden en su orden a la boca, el ano, y
los órganos genitales, las cuales seguirán ejerciendo su influencia en el
ejercicio de la sexualidad en nuestra etapa como adultos.
De esta manera, Freud describió 5 etapas de
desarrollo en el ser humano: el estado oral (de 0 a 1 años), la fase anal (de 2
a 3 años), la fase genital o fálica (de 3 a 4 años), la fase de latencia de 5
años a la pubertad y después la etapa genital madura, a la edad adulta.
“A pesar de
que Freud no fue más allá del materialismo científico de la época, trasfiriendo
para la libido (deseo sexual) la responsabilidad de casi todos los trastornos,
rompió con el puritanismo del s. XIX abriendo el campo para las futuras
contribuciones, especialmente las de su discípulo Carl Jung, que se aparta
definitivamente del maestro austriaco, al concebir la libido como energía
general de la propia vida, no manifestándose necesariamente, según él, sólo
como energía sexual, sino que puede también ser energía creadora, artística,
etc. Las aportaciones espiritualistas y, especialmente, la revelación
espiritista, sintoniza con los postulados arriba señalados, afirmando que todo
lo que se agita, crece y germina es energía creadora, ya sea una planta, un
impulso o la fuerza de una idea”[1].
Para poder comprender la importancia que tiene los
estudios realizados por Freud y sus predecesores y las enseñanzas que nos
ofrece la Doctrina Espírita, nos remitimos al artículo “Sexo,
Sexualidad y Amor”, de la obra Hacia las Estrellas, psicografiada
por Divaldo Pereira Franco y de la autoría de Humberto Mariotti, quien en su
mensaje asegura que:
“Se puede utilizar el sexo por instinto o
corrupción de costumbres, sin que ejercite la sexualidad. El sexo atiende a
impulsos de la etapa primitiva del ser, mientras que la sexualidad obedece al
equilibrio de la razón, que establece las condiciones necesarias para su
aplicación. En la sexualidad se hace indispensable el amor, que se manifiesta
por medio de los sentimientos y que alcanza las expresiones que se canalizan en
favor de la función sexual”.
Mariotti
completa estas orientaciones afirmando que “para
dichas realizaciones – la sexualidad y el sexo -, la mente es factor de vital importancia, puesto que es la
estimuladora de las funciones pertinentes a ambas. Normalmente se practican
actos sexuales sin el equilibrio de la sexualidad, así como sin amor, aunque se
informe que sexo y amor son cosas idénticas”.
Allan
Kardec durante la organización doctrinaria de los libros de la Codificación,
recibió muchas comunicaciones de Espíritus del Tercer Orden de la Escala
Espírita, Espíritus Imperfectos, en los cuales predomina la materia sobre el
Espíritu y su inclinación hacia el mal; además, el orgullo, el egoísmo y la
sensualidad caracterizan su comportamiento. En la obra “El Cielo y el Infierno”, Cap. IV, Espíritus Sufridores, “Los lamentos de un hombre sensual”,
Instrucciones del guía del médium, encontramos la siguiente comunicación que
nos explica la situación del Espíritu en el Mundo Espiritual:
“¿Sabéis cuál
es la situación de esos hombres de vida sensual, que no han dado a su Espíritu
otra actividad aparte de la de inventar nuevos placeres? La influencia de la
materia los acompaña más allá de la tumba, y la muerte no pone término a esos
apetitos que, estimulados por la vista –tan limitada como lo fue en la Tierra–,
en vano procuran satisfacer. Como nunca han buscado el alimento espiritual, su
alma deambula en el vacío, sin una meta, sin esperanza, presa de esa ansiedad
propia del hombre que no tiene delante de sí más que la perspectiva de un
desierto sin límites. La nulidad de las ocupaciones intelectuales durante la
vida del cuerpo acarrea naturalmente la nulidad del trabajo espiritual después
de la muerte. Dado que ya no pueden saciar al cuerpo, sólo les resta satisfacer
al Espíritu. De ahí un tedio mortal cuyo término no llegan a ver, y en cuyo
lugar preferirían la nada. Pero la nada no existe… Pudieron matar al cuerpo,
pero no pueden aniquilar al Espíritu. Es preciso, pues, que padezcan esos
tormentos morales hasta que, vencidos por el cansancio, se decidan a dirigir su
mirada hacia Dios”.
De esta comunicación rescatamos la
afirmación “es preciso, pues, que
padezcan esos tormentos morales” de los cuales se sienten presos los
Espíritus sensualistas, al punto de ocasionar graves disturbios en el área
genésica a muchísimos encarnados que se sintonizan con ellos, por sus
preferencias sexuales, buscando la oportunidad propicia para vampirizarlos.
Según Herculano Pires, tendencias y desvíos sexuales tienen
procedencias diversas y sus raíces genésicas pueden venir de profundidades
insondables. Él pondera que “la propia
filogénesis del sexo, que comienza aparentemente en el reino mineral, pasando
por el vegetal y el animal, para después llegar hasta el hombre, presentando
enormes variaciones de formas, inclusive la autogénesis de los virus y de las
células y la bisexualidad de los hermafroditas, justifica la aparición de
desvíos sexuales congénitos”[2].
Nuestras tendencias en el campo sexual, muestran claramente
el patrimonio espiritual del cual somos portadores, lo cual se refleja en el
periespíritu, el cual actúa como archivador de todas nuestras experiencias en
el campo de la carne. He ahí porque el Maestro Kardec en La Génesis, ítem 18,
nos orienta que: “El periespíritu, por tanto, lleva impreso las cualidades morales de sus
pensamientos y sentimientos, como huella inequívoca de la evolución moral y
"...no cambiará, hasta tanto el espíritu no se modifique[3]".
Y esa modificación conlleva
una profunda transformación en la conducta moral del hombre, planteamientos
estos implícitos en la propuesta espírita, la cual encontramos en “El Evangelio según el Espiritismo”, cap.
XVII, Sed Perfectos:
“Se reconoce al verdadero espiritista
por su transformación moral y por los esfuerzos que realiza para dominar sus
malas inclinaciones”.
El
ejercicio responsable del sexo representa una de las mayores conquistas del
Espíritu, como encarnado, alcanzado el “equilibrio de la razón” en el manejo de
la sexualidad, de acuerdo a los planteamientos de Humberto Mariotti. Sin
embargo, aún deambulan en la carne millones de Espíritus encarcelados en los
vicios sexuales, primando el instinto animal por encima de la conciencia
lúcida, siendo permeados permanentemente por desencarnados que sacian en ellos
apetitos inconfesables.
Es
nuestro deber evitar la censura y la condenación para quienes aún transitan por
estos difíciles caminos, encarando con naturalidad, comprensión y tolerancia el
difícil camino que han elegido seguir, entendiendo que cada quien se enfrentará,
tarde o temprano, ante el tribunal de su conciencia. Recordemos que los vicios
no son del cuerpo sino del espíritu que lo anima.
Todos,
invariablemente, tendremos que enfrentarnos al esfuerzo del perfeccionamiento y
la ascensión espiritual, correspondiendo de esa manera a los designios de la
divinidad que espera por sus hijos, a través de los procesos regeneradores que
sus leyes disciplinarias establecen.
Para
los que aún transitan en las fajas inferiores de sus pasiones absorbentes y
viciosas, André Luiz nos esclarece que: “El
cautiverio en los tormentos del sexo no es problema que pueda ser solucionado
por literatos o médicos actuando en el campo exterior, es cuestión del alma,
que demanda proceso individual de cura, y sobre ésta, solo el espíritu
resolverá en el tribunal de la propia conciencia. Es innegable que todo auxilio
externo es valioso y respetable, pero debemos reconocer que los esclavos de las
perturbaciones del campo sensorial solo serán liberados por sí mismos, es
decir, por la dilatación del entendimiento, la comprensión de los sufrimientos
ajenos y de las dificultades propias, por la aplicación, en fin, del “Amaos unos
a otros”, en el adoctrinamiento como en lo íntimo del alma, con las mejores
energías del cerebro y con los mejores sentimientos del corazón”[4].
Y
enfatiza que: “El éxtasis del santo fue
un día simple impulso, como el diamante –gota celestial elegida para reflejar
la claridad divina– vivió en el aluvión, ignorado entre piedras brutas. Claro
está que, así como se pule el diamante para alcanzar el pedestal de la belleza,
así también el instinto sexual, para coronarse con las glorias del éxtasis, ha
de doblegarse a los imperativos de la responsabilidad, a las exigencias de la
disciplina, a los dictámenes de la renuncia”[5].
Queremos
finalizar estas líneas trayendo a colación las orientaciones de Joanna de Ángelis,
cuando afirma que: “los seres humanos se dividen en hombres
fisiológicos y hombres psicológicos. Los primeros, buscan satisfacer sus
necesidades sensoriales, como comer, dormir y mantener relaciones sexuales. Los
últimos no se restringirían a esas manifestaciones y, presentando valores más elevados, serían portadores de ideales superiores,
o sea, objetivos existenciales mayores en las áreas del trabajo, de la
educación, de la fraternidad, de la religiosidad etc. Además, los hombres
psicológicos desarrollarían sus actividades fisiológicas con
profundo respeto a sí mismos, al cuerpo físico de que son portadores y a los
hermanos envueltos en esas manifestaciones, evitando excesos que pueden
acarrear procesos kármicos de difícil resolución”[6].
[1] Juan
Manuel Ruiz, Amor y Energía Sexual. Conferencia
ofrecida en diciembre del 2004 en el XII Congreso Espírita Nacional, realizado
en España.
[2]
Mediúmnidad, Herculano Pires, capítulo VIII.
[3] La
Génesis, Allan Kardec. Ítem 18.
[4] En
el Mundo Mayor, André Luiz/Chico Xavier.
[5]
Ibídem.
[6] Jesús a la luz de la psicología profunda,
Joanna de Ángelis/Divaldo Franco.
1 comentario:
Excelente escrito sobre el sexo y la sexualidad sr Oscar que Dios lo bendiga y los espíritus superiores los sigan utilizando para llevar a todos la luz de la verdad el consolador prometido por Jesús el Espiritismo.
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