Por: Espíritu Shaolín - Joao Nunes Maia
Magdala era un burgo[1]
que pertenecía a Galilea, uno de los más desprestigiados por la política de la
época, por no favorecer con sus ricos recursos a los mandatarios extranjeros y
a los sacerdotes vigentes. Sin embargo, tenía fama, la que corría por toda
Palestina, por la belleza de sus mujeres, y María era una de ellas. Por donde pasaba,
arrancaba suspiros de los mancebos que la contemplaban, admirándole los gestos
e hipnotizados por las líneas de su encantador cuerpo.
Los patricios
romanos que asumieran la dirección política de Palestina, y que veían en las
mujeres solamente una fuente para saciar sus deseos, hacían constantes viajes a
Magdala, donde hacían con mayor certeza reminiscencias de Roma, así como de Herculanum
y Pompeya. También reflejaban a Sodoma y Gomorra por sus hábitos extravagantes.
Y como hay espíritus
desencarnados que alimentan los mismos deseos de la carne, María, con la vida
que llevaba, en parte forzada, y por vivir en los desequilibrios emocionales, atrajo
hacia sí siete espíritus, que igualmente saciaban sus deseos inconfesables,
junto a los hombres de la misma estirpe. Esta mujer era siempre atormentada por
esas almas insaciables, en el desajuste de sus emociones sexuales. Ella, por las
leyes del país en que vivía, debía ser apedreada, como tantas otras que fueron
muertas en la plaza pública. Sin embargo, las leyes fueron hechas por los hombres,
y esos mismos hombres las deshacen cuando afectan sus intereses personales. Los
romanos más prominentes, se encontraban con Magdalena en su lujosa casa, y la ley
del apedreamiento, ante los romanos, cedía lugar para más tarde, temiendo las consecuencias.
Los sacerdotes le temían a la espada romana y a la agresión del Águila por medios
violentos.
María era un
alma de gran sensibilidad. Buscaba el amor, amando a su manera. Nunca se saciaba
en esa búsqueda física, ya sea cambiando siempre de compañero, que traía de otras
naciones, con diferentes formas de comportamiento en el amor.
No exigía dinero
a cambio de la satisfacción de los hombres, pero ellos dejaban lo que podían
dar, por la alegría pasajera y por la presencia de aquella mujer encantadora, que
se les quedaba siempre en el recuerdo, por su mirada, así como las palabras
dignificantes de aquel que no maltrata, y que solo desea la paz de las
criaturas.
María Madalena
era una flor linda y sensible en las ásperas manos de seres brutales e
incompetentes para comprender las emociones de la que su corazón era fuente. María
conocía el Mar de Galilea, y muchas de las ciudades de Palestina y cuando entraban
en fiestas, su presencia sobresalía, de modo que, a veces, desarmaba hasta a sus
detractores, por su candidez y el respeto a los actos religiosos. Nunca ofendía
a nadie con palabras. Tenía siempre una conversación alegre, así como repartía lo
que tenía con los pobres que venían a su encuentro, y muchos de ellos, venían por
la fuerza de su belleza y candor. Le gustaba conversar con los sacerdotes, y algunos
de ellos le prestaban atención.
María, la mujer
de Magdala, sufría conflictos inenarrables, porque buscaba un sentimiento que aún
no comprendía. Cuando conversaba con los doctos, en el fondo notaba el interés
de ellos por su persona, intereses esos que ella conocía, y que no tuvieron el
poder para resolver sus problemas del corazón. Tuvo muchas propuestas de unirse
a hombres, para solidificar un hogar, pero, en el fondo de su consciencia, notaba
que ese no era su camino. Atraía a mucha gente, lo sabía, por su belleza y su noble
postura.
Hizo diversas veces
ofrecimientos a los dioses, para encontrar la felicidad que buscaba, y sentía distancias
inmensurables entre ella y la paz. Nada le traía confort a su corazón, ¿pero qué
hacer? Tenía noticias de muchas mujeres que pasaron por los mismos caminos, hiriendo
sus pies, y que esas mujeres, al no encontrar la felicidad que buscaban, aniquilaban
sus propias vidas, sacrificándolas para libertarse de sus angustias.
Entretanto, un impulso irresistible que nacía de dentro, no la dejaba hacer lo mismo.
Comprendía por intuición, en la hora del sosiego que los siete demonios le
permitían, que el camino cierto no era aquel, que en el mundo podría encontrar el
Reino de la Consciencia, de la consciencia que no pierde la serenidad.
Oía hablar mucho
sobre innumerables sacerdotes de otros países, y tuvo la felicidad de encontrar
uno, en tiempo de festividades, en el gran templo de Jerusalén - era un viejo egipcio
que nunca perdía la oportunidad de venir a la Ciudad Santa, para servir al Señor,
no con sacrificios, sino con las palabras que nacen de una inteligencia sabia,
revestidas por los ropajes que el corazón ofrece, con el perfume del Amor. Ese hombre
de Dios no se dejaba conocer, escondía sus poderes y sus virtudes, para ayudar de
mejor manera en los encuentros, en el silencio de la humildad y en la atracción
de la propia ley.
María de
Magdala iba subiendo las escaleras del famoso templo, con ropas que demostraban
nobleza, y fue atraída por aquel hombre simple, pero que le daba seguridad. Quiso
avanzar algunos pasos, pero algo le impedía hacerlo. Tomó nuevas fuerzas y
pretendió ir al frente, sin embargo, no tuvo voluntad. Miró nuevamente hacia el
anciano y le dice:
- ¿Qué queréis
de mí? ¿Una limosna?
Y le tiro una
cadena de oro que traía en su bolso, pero cuando la lanzó al respetable hombre,
que sentado, se apoyaba en una de las columnas de la Casa de David, cambió de
idea y sintió una voz que le hablaba:
“Conversa con él.
Tal vez la palabra sea mejor que el oro, María, y la presencia, es mejor que la
palabra”.
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Tomado de libro: Jesús de Vuelta - Espíritu Shaolín, psicografiado por Joao Nunes Maia
Traducción al español: Oscar Cervantes Velásquez
Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís
Santa Marta - Colombia
Diciembre 18 de 2013
[1]
Ciudad comercial situada
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