miércoles, 18 de diciembre de 2013

María de Magdala


Por: Espíritu Shaolín - Joao Nunes Maia



Magdala era un burgo[1] que pertenecía a Galilea, uno de los más desprestigiados por la política de la época, por no favorecer con sus ricos recursos a los mandatarios extranjeros y a los sacerdotes vigentes. Sin embargo, tenía fama, la que corría por toda Palestina, por la belleza de sus mujeres, y María era una de ellas. Por donde pasaba, arrancaba suspiros de los mancebos que la contemplaban, admirándole los gestos e hipnotizados por las líneas de su encantador cuerpo.

Los patricios romanos que asumieran la dirección política de Palestina, y que veían en las mujeres solamente una fuente para saciar sus deseos, hacían constantes viajes a Magdala, donde hacían con mayor certeza reminiscencias de Roma, así como de Herculanum y Pompeya. También reflejaban a Sodoma y Gomorra por sus hábitos extravagantes.

Y como hay espíritus desencarnados que alimentan los mismos deseos de la carne, María, con la vida que llevaba, en parte forzada, y por vivir en los desequilibrios emocionales, atrajo hacia sí siete espíritus, que igualmente saciaban sus deseos inconfesables, junto a los hombres de la misma estirpe. Esta mujer era siempre atormentada por esas almas insaciables, en el desajuste de sus emociones sexuales. Ella, por las leyes del país en que vivía, debía ser apedreada, como tantas otras que fueron muertas en la plaza pública. Sin embargo, las leyes fueron hechas por los hombres, y esos mismos hombres las deshacen cuando afectan sus intereses personales. Los romanos más prominentes, se encontraban con Magdalena en su lujosa casa, y la ley del apedreamiento, ante los romanos, cedía lugar para más tarde, temiendo las consecuencias. Los sacerdotes le temían a la espada romana y a la agresión del Águila por medios violentos.

María era un alma de gran sensibilidad. Buscaba el amor, amando a su manera. Nunca se saciaba en esa búsqueda física, ya sea cambiando siempre de compañero, que traía de otras naciones, con diferentes formas de comportamiento en el amor.

No exigía dinero a cambio de la satisfacción de los hombres, pero ellos dejaban lo que podían dar, por la alegría pasajera y por la presencia de aquella mujer encantadora, que se les quedaba siempre en el recuerdo, por su mirada, así como las palabras dignificantes de aquel que no maltrata, y que solo desea la paz de las criaturas.

María Madalena era una flor linda y sensible en las ásperas manos de seres brutales e incompetentes para comprender las emociones de la que su corazón era fuente. María conocía el Mar de Galilea, y muchas de las ciudades de Palestina y cuando entraban en fiestas, su presencia sobresalía, de modo que, a veces, desarmaba hasta a sus detractores, por su candidez y el respeto a los actos religiosos. Nunca ofendía a nadie con palabras. Tenía siempre una conversación alegre, así como repartía lo que tenía con los pobres que venían a su encuentro, y muchos de ellos, venían por la fuerza de su belleza y candor. Le gustaba conversar con los sacerdotes, y algunos de ellos le prestaban atención.

María, la mujer de Magdala, sufría conflictos inenarrables, porque buscaba un sentimiento que aún no comprendía. Cuando conversaba con los doctos, en el fondo notaba el interés de ellos por su persona, intereses esos que ella conocía, y que no tuvieron el poder para resolver sus problemas del corazón. Tuvo muchas propuestas de unirse a hombres, para solidificar un hogar, pero, en el fondo de su consciencia, notaba que ese no era su camino. Atraía a mucha gente, lo sabía, por su belleza y su noble postura.

Hizo diversas veces ofrecimientos a los dioses, para encontrar la felicidad que buscaba, y sentía distancias inmensurables entre ella y la paz. Nada le traía confort a su corazón, ¿pero qué hacer? Tenía noticias de muchas mujeres que pasaron por los mismos caminos, hiriendo sus pies, y que esas mujeres, al no encontrar la felicidad que buscaban, aniquilaban sus propias vidas, sacrificándolas para libertarse de sus angustias. Entretanto, un impulso irresistible que nacía de dentro, no la dejaba hacer lo mismo. Comprendía por intuición, en la hora del sosiego que los siete demonios le permitían, que el camino cierto no era aquel, que en el mundo podría encontrar el Reino de la Consciencia, de la consciencia que no pierde la serenidad.

Oía hablar mucho sobre innumerables sacerdotes de otros países, y tuvo la felicidad de encontrar uno, en tiempo de festividades, en el gran templo de Jerusalén - era un viejo egipcio que nunca perdía la oportunidad de venir a la Ciudad Santa, para servir al Señor, no con sacrificios, sino con las palabras que nacen de una inteligencia sabia, revestidas por los ropajes que el corazón ofrece, con el perfume del Amor. Ese hombre de Dios no se dejaba conocer, escondía sus poderes y sus virtudes, para ayudar de mejor manera en los encuentros, en el silencio de la humildad y en la atracción de la propia ley.

María de Magdala iba subiendo las escaleras del famoso templo, con ropas que demostraban nobleza, y fue atraída por aquel hombre simple, pero que le daba seguridad. Quiso avanzar algunos pasos, pero algo le impedía hacerlo. Tomó nuevas fuerzas y pretendió ir al frente, sin embargo, no tuvo voluntad. Miró nuevamente hacia el anciano y le dice:

- ¿Qué queréis de mí? ¿Una limosna?

Y le tiro una cadena de oro que traía en su bolso, pero cuando la lanzó al respetable hombre, que sentado, se apoyaba en una de las columnas de la Casa de David, cambió de idea y sintió una voz que le hablaba:

“Conversa con él. Tal vez la palabra sea mejor que el oro, María, y la presencia, es mejor que la palabra”.

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Tomado de libro: Jesús de Vuelta - Espíritu Shaolín, psicografiado por Joao Nunes Maia
Traducción al español: Oscar Cervantes Velásquez
Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís
Santa Marta - Colombia
Diciembre 18 de 2013

[1] Ciudad comercial situada

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