Estudiando las páginas del evangelio nos encontramos con preciosas lecciones de tolerancia y respeto por las creencias religiosas de los pueblos, asumidas por Jesús. Una de estas es su relación con los samaritanos, grupo étnico y religioso que habitaba la parte norte de la margen occidental del río Jordán. Samaria, debido a su estratégica posición geográfica, sufrió varias invasiones y particularmente la de los asirios (año 721 a. C.) pueblos exiliados de todas partes del imperio, que se establecieron en una amalgama de razas y creencias generalizadas[1].
Sin embargo, Samaria posee un rico valor histórico en la cultura hebrea que la convirtió en fuente de inspiración y enseñanza por parte del Maestro de Galilea, aprovechando que la hostilidad entre samaritanos y judíos era muy grande al extremo que éstos evitaban todo contacto con aquéllos, para dejarnos el mensaje de reconciliación entre los pueblos superando odios y animosidades típicas de nuestro carácter inferior.
No pretendemos ser estrictos en el manejo del tiempo cronológico acerca de los cuatro hechos que vamos a analizar y en los cuales aparecen como protagonistas los samaritanos en la vida de Jesús. En el Cap. IX del Evangelio de Lucas, hallamos la primera de las experiencias de Jesús y el pueblo samaritano, cuando el Rabí le solicita a sus discípulos que se adelanten y hagan los preparativos necesarios para su llegada a una aldea de samaritanos, aún ha sabiendas de que iban a ser rechazados, sucediendo lo que por lógica debía suceder, fueron expulsados airadamente por el poblado pues iban de paso para Jerusalén a celebrar la Pascua.
La actitud que asumen sus discípulos es totalmente contraria a la que Jesús esperaba, la rabia se apodera de ellos a tal punto que Santiago y Juan le dicen: "Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?". Pero él se volvió hacia ellos y les reprendió. Jesús termina el incidente con sus discípulos afirmándoles: “Vosotros no sabéis de qué espíritu sois, porque el Hijo del Hombre no ha venido para destruir las almas de los hombres, sino para salvarlas. Y se fueron a otra aldea[2]”.
Hermosa lección que nos demuestra la capacidad de Jesús para enfrentar las agresiones del mundo, como enseña Amelia Rodrigues, con un antídoto único, eficiente y poderoso: el amor[3].
En el Evangelio de Lucas cap. 17: 11 – 19, encontramos nuevamente una cita en la que a Jesús, camino hacia Galilea, le salen a su encuentro diez leprosos quienes a prudente distancia le gritan:
— ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!
Cuando él los vio, les dijo:
—Id, mostraos a los sacerdotes.
Y aconteció que, mientras iban, quedaron limpios.
Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies dándole gracias. Éste era samaritano. Jesús le preguntó:
— ¿No son diez los que han quedado limpios? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviera y diera gloria a Dios sino este extranjero?
Y le dijo:
—Levántate, vete; tu fe te ha salvado[4].
En este pasaje observamos que Jesús resalta la virtud del reconocimiento que hace el samaritano, ante el acto de sanación con que ha sido bendecido. Además, muy a pesar de los conflictos derivados de las malas relaciones existentes entre ambos pueblos, la enfermedad que los convertía en un estigma social, los unía, ante la exclusión a que eran sometidos por la sociedad. Pero quizás lo importante de esta enseñanza, es que Jesús identifica en el samaritano un modelo de fe, muy por encima de los nueve judíos que van y cumplen la advertencia de Jesús de mostrarse ante los sacerdotes, pero se olvidan del agradecimiento para quien como intermediario de Dios ante los hombres, les ofreció la sanación.
En el evangelio de Juan ubicamos a Jesús en un maravilloso coloquio con la mujer samaritana. Esta vez es en la ciudad de Sicar, particularmente en el pozo de Jacob, hasta donde se había acercado Jesús fatigado de una larga jornada de viaje: “cerca de 50 kilómetros de marcha. La garganta reseca y el cuerpo cansado y cubierto de polvo, reclamaban agua cristalina y refrescante”[5]. Jesús identificando el mundo íntimo de esta mujer le solicita de beber, importándole poco los prejuicios culturales y atavismos infames que flaco servicio le hacen a las costumbres de los pueblos. Lo que sucede posteriormente es narrado por el evangelista de esta manera:
¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a
mí, que soy una mujer samaritana?
Jesús le respondió: Si conocieras el don de
Dios, y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú le habrías
pedido a él, y él te habría dado agua viva.
Le dice la mujer: Señor, no tienes con qué
sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva?
¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob,
que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?
Jesús le respondió: “Todo el que beba de esta
agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá
sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua
que brota para vida eterna” [6].
El dialogo que continúa, despierta ese ser interior que sufre y se acongoja por los pesares de la vida pero que siempre espera en su fuero íntimo, las bendiciones del creador que la ayuden a despertar su conciencia e iniciar un nuevo rumbo que le permitan reencontrar la paz perdida y el camino hacia la eterna felicidad. Las palabras de Jesús son como bálsamo que santifica la conciencia de esta mujer, que se siente inferior ante la sabiduría y el amor que dimanan del Mesías, ese Mesías que el pueblo samaritano también espera y que como dice la mujer: “Yo se que el Mesías está próximo a llegar, y cuando el venga nos anunciará todo…. Ante estos interrogantes Jesús le responde: ¡Soy yo el que habla contigo! Por eso digo que la salvación viene de los judíos”.
De acuerdo a las enseñanzas de Juan, la mujer da aviso a los habitantes de la aldea acerca de su maravillosa experiencia con Jesús, estos comprueban lo dicho por la mujer y asisten admirados al llamado hacia el despertar de una Nueva Era llena de esperanza y felicidad. Los habitantes de Sicar en un acto de agradecimiento con él, lo invitan a quedarse con ellos, como en efecto lo hace “durante dos días predicando, curando, brindando la certeza de la vida más allá de la vida”[7].
La más hermosa enseñanza que Jesús nos deja con relación a los samaritanos la encontramos en el evangelio de Lucas, en la Parábola del Buen Samaritano. Aprovechando que un escriba se le acerca para indagarle acerca de cómo alcanzar la vida eterna, el Maestro de Galilea describe el más hermoso poema de amor y humildad hacia su prójimo, cuestión central que surge de la inquietud del escriba al inquirirle a Jesús acerca de quién era su prójimo.
La fascinante historia del samaritano permite al escriba comprender la importancia que tiene la acción misericordiosa, ante el sufrimiento y el dolor de los demás. Es el amor en acción, sin barreras ni preconceptos que limiten el accionar de aquel que comprende la caridad como condición absoluta de la felicidad futura[8]. El samaritano, quien no vacila ante el sufrimiento ajeno, contrario a lo que hacen el sacerdote y el levita, representantes oficiales de la religión de la época, se mueve a compasión por él y pone en acción su amor al prójimo.
La lección de Jesús no solo nos permite comprender la importancia de la caridad en la vida del ser humano, sino que pone en evidencia la falta de solidaridad por parte de quienes representan la religión oficial, mientras que al considerado "hereje" nos lo plantea como modelo de lo que hay que hacer ante el dolor en el mundo.
Hay samaritanos y judíos en el camino de la Verdad, esa verdad que el Galileo nos recuerda nos hará libres, libres de la ignominia de nuestros actos y de la ignorancia que nos ha hecho dar tumbos en el largo camino hacia la felicidad. Hay samaritanos que expulsaron a Jesús, hay quienes lo invitaron a quedarse con ellos, hay los que le sirvieron de ejemplo para dejar inscritas en la conciencia colectiva de la humanidad el sentimiento de compasión y misericordia hacia sus hermanos. Por eso Jesús los tomo como modelo y fue, tal vez, su único amigo en la historia de los tiempos[9].
Oscar Cervantes Velásquez
Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís
Santa Marta - Colombia
[1] Amelia Rodrigues: Primicias del Reino y Por los Caminos de Jesús, obras psicografiadas por Divaldo Pereira Franco.
[2] Lucas (9, 52-56).
[3] …Y lo expulsaron de allí. Por los caminos de Jesús. Amelia Rodrigues/Divaldo Franco. Librería Espírita Alborada Editora. 1995.
[4] Lucas, cap. 17:11 – 19.
[5] La mujer de Samaria. Las Primicias del Reino, Amelia Rodrigues/Divaldo Franco. Librería Espírita Alborada Editora. 1983.
[6] Juan 4: 1 - 14
[7] La mujer de Samaria. Las primicias del Reino. Amelia Rodrigues/Divaldo Franco. Librería Espírita Alborada Editora. 1983.
[8] Fuera de la caridad no hay salvación. El Evangelio según el Espiritismo, cap. XIV. Editora Mensaje Fraternal, 1998.
[9] …Y lo expulsaron de allí. Por los caminos de Jesús. Amelia Rodrigues/Divaldo Franco. Librería Espírita Alborada Editora. 1995.
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