Por: Oscar Cervantes Velásquez
Centro de Estudios Espíritas Francisco
de Asís
Santa Marta - Colombia
Alcanzar
el estado de hominidad, representa para el principio espiritual, el gran culmen
o desafío evolutivo que le permitió, sencillo e ignorante, iniciar su largo
recorrido hacia las cumbres espirituales más altas en su proceso de desarrollo.
La conquista de la inteligencia, como atributo del Espíritu, es un salto
importante en la ley del progreso, entendiendo que los principios de
solidaridad entre los individuos, permite que aquellos más avezados en los
procesos intelectuales, terminan ayudando, a través del contacto social, a
quienes se rezagan en sus luchas evolutivas.
Según
Allan Kardec, “no conocemos el origen y modo de creación de los Espíritus,
solo podemos estipular que fueron creados simples e ignorantes, sin instrucción
y sin conocimientos del bien y del mal, pero perfectibles y con una aptitud
pareja para conocerlo todo con el correr del tiempo. En sus comienzos, viven
una especie de infancia, sin voluntad propia y con una conciencia incompleta de
su existencia[1]”.
Para
León Denis, el alma fue “creada por amor, creada para amar, por cautiva y
encerrada que esté en una forma restringida y frágil, tan grande, que del
ímpetu de su pensamiento puede abarcar el infinito, el alma es una partícula de
la ciencia divina proyectada en el mundo material”. Desde la hora
de su descenso en la materia, ¿qué camino habrá seguido para remontarse hasta
el punto actual de su carrera? Le ha sido necesario pasar por las vías
obscuras, revestir varias formas, animar otros tantos organismos que luego
rechazaba al final de cada existencia, como se efectúa con un vestido ya
inútil. Todos esos cuerpos de carne han perecido, el soplo de los destinos ha
dispersado su polvo; más el alma persiste, perdura, prosigue su marcha
ascendente, recorre las innumerables estaciones de su viaje y se dirige hacia
un fin grande y dichoso, un fin divino, que es la perfección[2]”.
Es
apenas comprensible que, a medida que adquiere conciencia, lo que a su vez le
permite la adquisición del libre albedrío, le ayuda a asumir una mayor
percepción de su propia existencia y de su entorno, “los cuales le imprimen
un nuevo curso a sus ideas, y la dotan de nuevas aptitudes y nuevas
percepciones[3]”. “En este sentido, la conciencia
está asociada a la actividad mental que implica un dominio por parte del propio
individuo, sobre sus sentidos. Así, una persona consciente es aquella que tiene
conocimiento de lo que ocurre consigo y en su entorno, mientras que la
inconsciencia supone, que la persona no sea capaz de percibir lo que le sucede,
ni lo que pasa a su alrededor[4]”.
De
ahí la importancia de la comprensión de la Ley del Progreso, ya que todos
estamos sujetos a ella. Por lo tanto, “todos los seres de la creación, sean
animados o inanimados, están sometidos a él por la bondad de Dios, que desea
que todo crezca y progrese[5]”. Por eso “quien pudiera acompañar
a un mundo en sus diversas fases, desde el momento en que se aglomeraron los
primeros átomos destinados a constituirlo, lo vería recorrer una escala
incesante progresiva, pero de grados imperceptibles para cada generación, y
ofrecer a sus habitantes una morada más agradable a medida que estos avanzan en
el camino del progreso[6]”. Y es gracias a las enseñanzas de
los Espíritus que hoy entendemos que “en los mundos inferiores la existencia
es enteramente material, las pasiones reinan en ellos con soberanía, la vida
moral es casi nula[7]”.
De
acuerdo a André Luiz en su obra Evolución en dos Mundos, gracias a
la “incesante repetición de los actos indispensables a su propio desarrollo,
recubriéndose de materia densa en el plano físico y despojándose de ella con el
fenómeno de la muerte, para revestirse de materia sutil en el plano extrafísico
y renacer de nuevo en la corteza terrestre, en innumerables estadios de
aprendizaje, el principio espiritual incorporó todas las conquistas de la
inteligencia que han de brillar en el futuro en su cerebro, a través de las
denominadas actividades reflejas del inconsciente”.
Nada
fácil fue para el homínido de los primeros días, adaptar el instinto que
prevalecía en él, a las nuevas concepciones que surgían en su mente ante la
conquista de la razón y someterse, además, a los distintos cambios climáticos y
a las adaptaciones evolutivas de un planeta igualmente en transformación.
Apoyándonos
nuevamente en André Luiz y la obra ya mencionada, nos relata que “entre el
alma que pregunta, la existencia que se dilata, la ansiedad que se agrava y el Espíritu
que responde al Espíritu en el campo de la intuición pura, se esboza una
inmensa lucha… El hombre que partía la piedra y que se escondía en su caverna,
esclavizando a los elementos con la violencia de la fiera y matando
indiscriminadamente para vivir, instado por los Instructores Amigos que amparan
su camino, comenzó a indagar sobre la causa de las cosas... Constreñido a
aceptar los principios de la renovación y el progreso, se refugió en el
amor-egoísmo, en la intimidad de su prole, que entretiene su campo íntimo,
ayudándolo a pensar. Se observa como tocado por una extraña metamorfosis.
Reconoce, instintivamente, que no podría guiarse más por la excitabilidad de
sus tejidos orgánicos o por los apetitos furiosos heredados de los animales...
Desligado lentamente de los lazos más fuertes que lo ataban a las Inteligencias
Divinas que tutelaron su desarrollo, para afirmarse sobre sus propias
directrices, se siente solo y abatido ante la grandeza del Universo”.
Continúa
André Luiz aseverando que, “Si en el círculo humano la inteligencia es
seguida por la razón y la razón por la responsabilidad, en las líneas de la
civilización, bajo las señales de la cultura observamos que, en las
etapas pretéritas del transformismo, el reflejo precede al instinto, así como
el instinto precede a la actividad reflexiva, que es base de la inteligencia en
los depósitos del conocimiento adquirido por recapitulación y transmisión
incesantes en los millares de milenios en que el principio espiritual atraviesa
lentamente los círculos elementales de la Naturaleza, cual sustancia viva, de
forma en forma, hasta configurarse en el individuo humano, en tránsito hacia la
madurez sublimada en la gradación angélica”.
De
esa manera, observamos que en la línea del tiempo ese ser, poco a poco va
ganando experiencia y aprendiendo sobre la base del error y el acierto a
ganarle la batalla a todos los obstáculos que le surgían en sus ansias de
progreso, elaborando herramientas cada más especializadas, para domar el
abrupto paisaje de la vida que lo obligaba a avanzar con pasos firmes a la
conquista de sí mismo. Y afirma André Luiz, “La idea moral de la vida
comienza a preocupar a su cabeza”.
Y
como asegura la mentora espiritual Juana de Ángelis, “heredero del instinto
en que se demoró por largos periodos de experiencia y aún sumergido en sus
inducciones, el Espíritu crece, desembarazándose de las amarras de vigorosos
impulsos en los que se enreda para la conquista de aptitudes en las cuales se
desarrolla… Encontrándose innatas en el Espíritu las tendencias,
compete a la educación la tarea de desarrollar las que se presentan positivas y
corregir las inclinaciones que inducen a la caída moral, a la repetición de los
errores y de las manifestaciones más viles, que las conquistas de la razón enseñaron
a superar… La propia vida le facultó al Espíritu, en largos milenios de
observación, averiguar lo que es mejor o peor para sí mismo, auxiliándolo en el
establecimiento de un cuadro de valores, del que se valdrá para su tranquilidad
interior. Trayendo reminiscencias del intervalo que media entre una y otra
reencarnación, a pesar de los inconvenientes que haya vivido, elige los
recursos con los que se puede realizar mejor impidiéndole, al mismo tiempo,
deslices y caídas en los subterráneos de la aflicción. Asimismo, inspirado por
los Espíritus promotores del progreso en el mundo, asimila las ideas
cautivantes y consoladoras, entregándose a la tarea del autoperfeccionamiento[8]”.
Termina
la autora espiritual reafirmándonos que, “los Espíritus Superiores, que son
pedagogos eminentes, enseñan las reglas del buen comportamiento a los hombres,
a la manera de educadores que ejemplifican después de haber pasado por las
mismas fajas de sombras, ignorancia y dolor, de las que ya se liberaron”
… Debemos, pues, educar la mente, el cuerpo, el alma, como un proceso
de adaptación a los superiores peldaños de la vida espiritual hacia donde nos
dirigimos. La educación, disciplinando y enriqueciendo de preciosos recursos al
ser, lo eleva a la vida, tranquilo y dichoso, sin ligarse a las regiones
inferiores de donde procede. Fascinado por el impulso de la verdad, que es
sabiduría y amor, después de las obligadas dificultades iniciales, se le torna
más fácil ascender y adquirir la felicidad[9]”.
Atendiendo
a la expresado por Juana de Ángelis, y comprendiendo que solo la educación
desarrolla las potencias del Espíritu, recordemos lo expresado por el eximio
codificador de la Doctrina Espírita Allan Kardec, “Hay un elemento que no se
resaltó bastante, y sin el cual la ciencia económica no pasa de ser una teoría:
la educación. No la educación intelectual, sino la moral, y ni siquiera la
educación moral aprendida en los libros, sino la que consiste en el arte de
formar la personalidad, aquella que crea los hábitos adquiridos”. Y
ampliando aún más su pensamiento asegura que “Es por la educación, más que
por la instrucción, que se transformará la humanidad”.
Y
ese homo sapiens, erigido como Espíritu sencillo e ignorante, prosigue su
ascensión espiritual en el planeta Tierra sumido en los procesos
transformadores propios de la Ley de Evolución. En este nuevo amanecer de una
nueva era, donde los procesos regeneradores, que sirven de transición entre los
mundos de expiación y prueba y los mundos felices, “el alma que se
arrepiente encuentra en estos mundos, la calma y el reposo, mientras concluye
su purificación. No cabe duda de que en esos mundos el hombre aún se encuentra
sujeto a las leyes que rigen la materia. La humanidad experimenta sensaciones y
deseos como los vuestros, pero está liberada de las pasiones desordenadas de
las que sois esclavos. En ella ya no existe el orgullo que hace callar al
corazón. La envidia que lo tortura y el odio que lo ahoga. La palabra amor está
escrita en todas las frentes. Una equidad plena rige las relaciones sociales.
Todos reconocen a Dios y procuran dirigirse a Él mediante el cumplimiento de
sus leyes… Con todo, en esos mundos aún no existe la perfecta felicidad, sino
la aurora de la felicidad. El hombre todavía es de carne y, por eso mismo, está
sujeto a vicisitudes de los cuales están eximidos los seres completamente
desmaterializados. Aún tiene que sufrir pruebas, pero sin las punzantes
angustias de la expiación. Esos mundos, comparados con la Tierra, son muy
felices y, muchos de vosotros estaríais satisfechos de quedaros allí, porque
representan la calma después de la tempestad, la convalecencia después de una
cruel enfermedad[10]”.
Recurrimos
al Espíritu de Manoel Philomeno de Miranda y la obra psicografiada por Divaldo
P. Franco, Amanecer de una Nueva Era, para comprender la magnitud
de los procesos de transformación en que está inmerso el planeta Tierra y de
los cuales estamos siendo testigos en estos momentos álgidos de la Humanidad
terrestre. En el capítulo 16 de dicha obra, el Espíritu de Francisco de Asís,
nos esclarece acerca de la necesidad que tenemos de involucrarnos
profundamente, quienes, desde la órbita de la Doctrina Espírita, jugamos papel
fundamental en la orientación y esclarecimiento de encarnados y desencarnados
que frecuentan nuestras casas espíritas:
“Si
las mentes humanas, en lugar de cultivar el egoísmo, la insensatez, la
perversidad, emitieran ondas de bondad y de compasión, de amor y de
misericordia, por cierto, se alterarían los fenómenos programados para el gran
cambio que ya se está operando… Las más vigorosas convulsiones planetarias son
necesarias para que se produzca un cambio beneficioso en el clima, en la
estabilidad relativa de las grandes placas tectónicas, en las organizaciones
sociales y comunitarias, con los recursos agrarios y alimenticios naturales
para mantener en el futuro, a las poblaciones sin hambre y sin miseria, a
diferencia de lo que ocurre en la actualidad…
“Comprendida
la transitoriedad de la experiencia física, la psicosfera del planeta será muy
diferente, porque las emisiones del pensamiento alterarán las fajas vibratorias
actuales y contribuirán a la armonía de todos, al aprovechamiento del tiempo
disponible, con una dichosa preparación para hacer frente a las
transformaciones… El amor de Nuestro Padre y la ternura de Jesús para con su
rebaño aliviarán la gravedad de los acontecimientos, mediante la compasión y la
misericordia, que también acompañarán a la severidad de la ley del progreso.
“Todos
nosotros, desencarnados y encarnados, nos encontramos comprometidos con el
programa de la transición planetaria para mejor. Por esa razón, todos debemos
empeñarnos en el trabajo de transformación moral interior, envolviéndonos en
luz, para que ninguna sombra pueda causarnos trastornos o llevarnos a
dificultar la marcha de la evolución… Por cierto, los Espíritus que aún se
hallan presos a las pasiones degradantes -en razón de su primitivismo-
sintonizarán con otras ondas vibratorias, propias de mundos inferiores, y se
transferirán hacia ellos por afinidad, para convertirse allí en trabajadores
positivos debido a los recursos que ya poseen, en comparación con esas regiones
más atrasadas, en las cuales aprenderán las lecciones de la humildad y del buen
proceder. Todo se encadena en las leyes divinas, y nunca faltan los recursos
superiores para el desarrollo moral del espíritu. En ese inmenso proceso de
transformación molecular, hasta el instante de la angelitud, hay medios que
hacen propicio el crecimiento intelectual y moral, sin las graves imposiciones
punitivas ni los lamentables privilegios para algunos en detrimento de los
otros”.
De
esa manera, nuestro homo sapiens, continua su gran peregrinaje por la costra
terrestre en busca de la perfección, liberándose de las amarras de los
instintos, que preponderan aún en muchos, llevándolos a extasiarse en el
lodazal de las sensaciones y pasiones que coartan las aspiraciones superiores,
mientras muchos otros, afinizados con el pensamiento del Cristo, caminan
seguros, conquistando los sentimientos que lo llevarán a la plenitud del amor, con
la certeza de que tarde o temprano el Evangelio redentor permeará el psiquismo
colectivo como oportunidad bendita de regeneración espiritual, que nos permita
avanzar en dirección a la perfección, que hoy pretendemos alcanzar.
Pero, “¿en
qué consiste esa perfección? Jesús lo dijo: Amemos a nuestros enemigos, hagamos
el bien a los que nos odian, oremos por los que nos persiguen. Él enseña con
eso que la esencia de la perfección es la caridad en su más amplia acepción,
porque implica las demás virtudes[11]”.
Y como dice Allan Kardec, “la meta final de todos los Espíritus es el logro de la perfección, y el resultado de la misma es el goce de la felicidad suprema; a ella llegan todos, con mayor o menor premura, según el uso que hayan hecho de su libre albedrío[12]”.
[1] Allan Kardec, Obras Póstumas,
primera parte, ítem 15, pág. 26, Editora Argentina 18 de Abril.
[2] León Denis, El problema del Ser y el
Destino, primera parte, evolución y finalidad del alma, pág. 109, Editora Kier,
Argentina.
[3] Allan Kardec, La Génesis, los
milagros y las predicciones según el Espiritismo, capítulo III, el bien y el
mal, ítem 24, pág. 92, edición CONFECOL.
[4] https://steemit.com/virtudes/@superacion50/las-virtudes-el-camino-hacia-la-perfeccion-moral-y-espiritual-del-hombre-primera-parte
[5]
Allan Kardec, El Evangelio
según el Espiritismo, cap. III, Hay muchas moradas en la casa de mi Padre,
Progresión de los mundos, pág. 87, EDICEI.
[6]
Ibidem.
[7]
Allan Kardec, El Evangelio
según el Espiritismo, cap. III, Hay muchas moradas en la casa de mi Padre,
Diferentes categorías de mundos habitados, ítem 19, pág. 87, EDICEI.
[8] Divaldo P. Franco/Juana de Ángelis,
En el Borde del Infinito, Necesidad de evolucionar, pág. 46, Instituto de
Difusión Espírita.
[9] Ibidem.
[10]
Allan Kardec, El Evangelio
según el Espiritismo, cap. III, Hay muchas moradas en la casa de mi padre, Mundos
regeneradores, ítem 16, pág. 85, EDICEI.
[11]
Allan Kardec, El Evangelio
según el Espiritismo, cap. XVII, Sed perfectos, caracteres de la perfección,
ítem 2, pág. 322, EDICEI.
[12]
Allan Kardec, Obras Póstumas,
primera parte, ítem 17, pág. 26, Editora Argentina 18 de Abril.