lunes, 10 de febrero de 2020

LOS POSEÍDOS DE SAINT- MEDARD

¿Fenómeno de histeria o caso religioso?

Alrededor de la tumba de un diácono en el cementerio Saint-Medard de Paris, se llevaron a cabo, sucesivamente entre 1727 y 1732, ciertas curaciones milagrosas y crisis de devoción acompañadas de convulsiones corporales.

Francisco de París en su telar. Pintura anónima del siglo XVII (París Museo Carnavalet)

El causante de este barullo, el diácono Francisco de Pâris, murió algunos años antes, en 1727 a los 37 años de edad. Su vida inspiró tal respeto a la gente modesta de París, junto a la que había elegido vivir, que murió, como se dice, con olor a santidad. Practicaba el ascetismo y la caridad. Sin embargo, este santo de vida ejemplar era un miembro activo del partido de los 4 "apelantes"... es decir, un jansenista.

Una prolongación de la disputa jansenista

En principio, el caso jansenista se cierra con la firme condena a la herejía, por la bula papal Unigenitus (1713). Este texto rechaza las grandes tesis sobre la gracia y la predestinación propias de los jansenistas, pero no logra acallarlas en Francia.

Los milagros alrededor de la tumba del Diácono, en el cementerio de Saint Medard (GRabado de la época)

El jansenismo ya no es sólo el debate teológico de una elite, sino que se ha democratizado. Los sectores populares de las ciudades no lo ignoran y veneran, por su devoción, al clérigo jansenista. Bajo la Regencia se constituye un partido de obispos, de monjes, de curas e incluso de laicos, quienes apelan, del texto de Unigenitus del papa. De ahí el nombre de "apelantes". Muchos de estos jefes son excomulgados o destituidos después de las apelaciones de 1717, de 1720 y de 1727.

La curación de la pequeña Aubigan, quien enderezó su pierna con fuertes golpes de paleta.

Sin embargo, Francisco de Pâris las firmó todas. ¿Se puede reconocer la santidad de alguien que pertenece a un partido condenado por la Iglesia y por la autoridad?

Milagros y convulsiones

Pâris es el sacerdote apelante modelo, es célebre y querido entre los pobres del barrio Saint-Medard, a quienes deja en su testamento todos sus bienes. Las primeras curaciones milagrosas alrededor de su tumba se producen en 1727. El cementerio se convierte rápidamente en el lugar de encuentro de un gran número de candidatos a la curación y de simples espectadores de todos los niveles sociales. Los fieles se acuestan sobre la lápida para recibir la curación y recogen tierra del lugar para confeccionar bálsamos o cataplasmas. El 15 de julio de 1731 surge la controversia: mientras los jansenistas aprovechan la publicidad de estos milagros, el arzobispo de París afirma, en una orden escrita, que todos estos fenómenos son falsos y que se debe terminar con el culto a las reliquias. Veintitrés curas parisinos le envían una petición para lograr el reconocimiento los cuatro milagros sobre los cuales tienen un sólido expediente de testimonios. Pero las autoridades religiosas responden con el silencio.

Entonces, como si fuesen necesarios milagros aún más contundentes, la naturaleza del fenómeno se transformó. Las curaciones se llevan a cabo, de ahora en adelante con largas y dolorosas crisis de convulsiones. Estos ataques de temblores incontrolables, acompañados de aullidos y crujidos de huesos, impresionan mucho. Los cuerpos de los sujetos están como poseídos; torcidos y jalados hacia todos lados por una fuerza misteriosa, que les arranca movimientos desordenados. Los ojos están desorbitados, la boca espumante. El efecto, a veces escabroso, de estas escenas, no escapa a la policía del rey: Lo más escandaloso, dice un informante, es que se puede ver a algunas niñas bastante bonitas y bien hechas en los brazos de hombres, quienes, al socorrerlas, pueden satisfacer ciertas pasiones, puesto que ellas están 2 ó 3 horas con el cuello y los senos descubiertos, las faldas recogidas y las piernas al aire...Llamados a intervenir, los médicos del rey ven en este fenómeno un fraude, Por miedo a los disturbios, el cementerio es cerrado el 29 de enero de 1732.

Sobre vivencias hasta la Revolución Pero la historia no termina ahí. Algunos poseídos continúan dando espectáculos en sus domicilios, en sótanos, o en los salones burgueses. Pero, más que todo, la crisis cambia de naturaleza: el cuerpo de los sujetos está preso de violentas contracciones que encogen horriblemente los músculos. La convulsión no tiene entonces virtudes curadoras: el poseído es un mártir, la rigidez absoluta y ahogadora del cuerpo representa la pasión de Cristo. El socorro que brindan los espectadores es un suplicio, pisotean y golpean al poseído y estiran desesperadamente sus miembros en un intento por aflojarlos.

Este sufrimiento es el precio que pagan los sujetos por demostrar, solos contra el mundo, la veracidad de los milagros. Con el tiempo se llega aún más lejos. Ciertas mujeres terminan por creer en la virtud de los suplicios, los más dolorosos, para probar que ellas reciben el socorro de la gracia divina. Tales excesos se producen a partir de 1735. Todo esto se aleja cada vez más del caso de Paris y los poseídos, diezmados por la prisión, condenados por el Parlamento e, incluso, por los jansenistas, terminan marginados y privados de apoyo, De ahí en adelante exigen ser tratados a golpes, con barras de fierro,  con espadas, con objetos cortantes... A partir de 1745 quedan sólo algunas comunidades, totalmente clandestinas. La indiferencien de las autoridades, del clero y del público, los conduce a un distinto afán: la Crucifixión. Algunos lo hacen regularmente. Es ésta la prueba suprema, la total identificación de con el cuerpo del Redentor ajusticiado. Finalmente a partir de 1789 no se vuelve a oír hablar de los poseídos.



El martirio de una poseída

Tuvo sus convulsiones y pidió socorro como siempre. También se hizo tirar de los senos. Estaba sentada en el piso, con su vestido cruzado bajo el mentón con dos señoritas, una a cada lado. La que estaba a la derecha, tiraba el pezón derecho. Ambas jalaban con todas sus fuerzas y eran además tiradas de los hombros, de manera que había 4 personas para socorrerla. Durante esta operación la hermana Francisca gritaba ¡Tiren fuerte, arranquen!

Ella se llenaba las manos a la cabeza y parecía que iba a arrancarse la piel con las uñas. Con las manos a medio cerrar sobre su vientre, intentaba sacarse las entrañas. Se apretaba el cuello con las dos manos para ahorcarse, y entonces, con la frente arrugada y las aletas de la nariz abiertas, se ponía morada y sus pies quedaban rígidos, como si estuviese colgada.
(Archivos Nacionales)



Los fenómenos de posesión

El fenómeno de los poseídos se puede comparar con otro más corriente en la historia de la religión popular: la posesión. Se trata de casos en los que se considera que el demonio habita el cuerpo de un humano. Las palabras que éste pronuncia (blasfemias, invectivas) y los gestos (en particular el desenfreno sexual) son entonces imputables, no a su voluntad sino a la presencia del demonio en su interior. El exorcismo es la técnica que utiliza la religión para expulsar al mal espíritu y liberar a la víctima.

De los tiempos de Jesús. Los relatos de posesión y de exorcismo no están ausentes en la Biblia.

En el evangelio según San Marcos, por ejemplo, Jesús conoce a un hombre que está «poseído por un espíritu impuro», de una violencia tal que «nadie tenía ya fuerza para domarlo y no podían siquiera amarrarlo con una cadena». Jesús ordena a los demonios salir del cuerpo del hombre y encarnarse en los cerdos de una piara que pasaba por las proximidades. Entonces los animales se arrojaron al mar y se ahogaron, pero «aquel que había sido demoníaco» fue salvado.

En la época moderna. En Europa las posesiones ocurren, generalmente, en las mismas zonas donde ha habido olas de brujería (el norte de Francia, Lorena. Alemania y los Países Bajos). Al contrario de la brujería la posesión es un fenómeno individual, que atañe más a los citadinos que a los campesinos; además, suscita más compasión que represión. Las más célebres son las victimas de posesión en Aix-en-Provence (1609), las de Loudun (1632- 1640) y en Louviers (1642-1647).


Tomado de la obra: Grandes Enigmas Laurousse

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