jueves, 30 de mayo de 2019

ADIVINACIÓN: EL USO DE PLANTAS PARA VER EL FUTURO

Hongo "Amanita muscaria", también conocido como matamoscas o falsa oronja.


Colón tomó tierra por primera vez en el Nuevo Mundo en la isla de San Salvador, una de las setecientas que forman las Bahamas, en el Océano Atlántico. El descubridor halló que los indios habían desbrozado terrenos para cultivar huertos, huertas de árboles y cereales. Durante su viaje entre San Salvador y Fernandina, conocida hoy como Long Island, en las Bahamas, se encontró con un hombre que iba en una canoa y que llevaba con él un poco de pan, una calabaza con agua, algunas pipas de arcilla y un manojo de hojas secas.

Estas hojas, conocidas como “cohiba”, las fumaban los lucayanos en unas insólitas pipas en forma de Y. La pipa tenía el nombre de “tabaco”. Los europeos por error, dieron el nombre a la planta de la pipa en que se fumaba. Los lucayanos usaban el tabaco como materia intoxicante en sus ceremonias destinadas a inspirar profecías[1]. El jefe local, Cacibú, fumando “cohiba” y hablando por boca del “zemi” Yocahaguana, hizo la sorprendente predicción que vendrían “unos hombres que irían vestidos, mandarían sobre ellos y los matarían, y ellos morirían de hambre”.

La religión de los lucayanos era parecida a la de los actuales indios araucanos de Sudamérica. Toda la naturaleza era deificada, incluidos los árboles, las piedras y el agua, los cuales poseían un espíritu especial llamado “zemi”. Con el fin de controlar el mundo de los espíritus, los lucayanos hacían imágenes de los “zemis” con piedra, conchas, madera y tejido. Los indios creían que el hombre provenía de las cavernas, a las que consideraban lugares sagrados. Existía la creencia que en ciertas cuevas habitaban “zemis”.

Aunque Colón descubrió un Nuevo Mundo, en sus notas sobre el “cohiba” y los espíritus naturales no hace más que confirmar la similitud cultural entre los dos mundos. En una época u otra, la mayoría de las culturas han creído en los espíritus de la naturaleza y en los poderes proféticos de las plantas.

En el mundo pagano, todo jefe o rey estaba rodeado de adivinos, magos, hechiceros, augures y astrólogos. A veces, un hombre excepcional reunía el solo todas estas facetas. Había diversas maneras de emplear las plantas para predecir el futuro. Algunos adivinos observaban el aspecto de unas nueces que se asaban en el fuego o cómo se marchitaban unas hojas de higuera. Otros descubrían un significado en los brotes de las cebollas o en el sonido de los pétalos de la rosa al golpear uno contra el otro –práctica, ésta, común en la antigua Grecia-. Otros, en fin, comían habas en los funerales porque, de este modo creían establecer un vínculo oculto entre el mundo físico y el espiritual.

El más famoso de todos los adivinos era la Pitia, u oráculo de Delfos. Al hombre moderno podría parecerle extraño que los griegos, inventores virtuales del término “racionalismo”, consultaran un oráculo durante gran parte de su historia. Los griegos creían que aquel podía, de un modo u otro, comunicarse con los dioses o alguna forma de inteligencia superior. El oráculo era siempre una mujer, quien, según se dice, comía hojas de laurel e inhalaba los humos que salían de una profunda grieta. Esto lo situaba en un estado de trance durante el cual tenía visiones y podía “responder” a todas las preguntas que se le hiciera con respecto a asuntos futuros y proféticos”.

Aunque se solía pintar histérico o medio loco, el oráculo bien pudo estar extremadamente sereno en sus deliberaciones. Fuese el que fuese su estado durante sus visiones proféticas, el oráculo se convirtió en la fuerza más poderosa de la antigua Grecia y sus zonas vecinas a orillas del Mediterráneo. El oráculo era, en muchos aspectos, la versión antigua del chamán moderno.

Los exploradores que se abrieron paso por Siberia durante los siglos XVIII y XIX, hallaron a hombres dotados de una “sabiduría supranormal”. Las tribus turanias y mongolas practicaban entonces el “chamanismo”, considerado hoy día como una combinación de magia y ciencia.

Mediante esta práctica, el hombre podía tomar contacto con fuerzas espirituales con el fin de prevenir accidentes, aliviar el dolor en las enfermedades, prever el futuro, etc. Al igual que los indios descubiertos por Colón, estas tribus creían que todos los objetos poseían un espíritu. Todas las cosas estaban vivas, con capacidad para pensar y para sentir.

El hombre se veía impotente ante su medio natural, al que solo podía controlar mediante la intervención del chamán, quién tenía contacto directo con el mundo de los espíritus. Por esta razón, el chamán era una persona muy especial y poderosa, y tenía que atravesar por el más riguroso aprendizaje antes de conseguir esta posición.

El chamán podía ser un hombre o una mujer, el sexo importaba poco. Tampoco se prestaba atención a la edad, que podía variar entre los quince y los treinta y cinco años. Las cualidades más importantes eran, al parecer, una elevada sensibilidad y un deseo irresistible de ser escogido por la tribu para ese puesto.

Ser “escogido” significaba esencialmente sufrir una serie de rigurosas pruebas físicas y mentales. Mediante el ayuno, la soledad y la meditación, el chamán trataba de alcanzar un estado en el cual poseía un completo dominio de sus cuerpos físico y “espiritual”. Una vez creía haber alcanzado ese estado, era puesto a prueba por los ancianos de la tribu. Se le podía pedir, por ejemplo, que se desnudara, se zambullera por u agujero hecho en el hielo y saliera a la superficie por otros ocho agujeros. En el caso que sobreviviera, tendría que superar otras pruebas que implicarían la comunicación directa con los espíritus.

Para conseguir el estado de excitación necesario para tomar contacto con el mundo de los espíritus, el chamán danzaba durante horas al ritmo monótono y cadencioso de los tambores. Esta danza, que seguía a periodos de meditación y ayuno, se combinaba con el uso de drogas alucinógenas y se consideraba extremadamente peligrosa. A medida que el hombre danzaba, dando frecuentes saltos y gritando obscenidades, empezaba a penetrar en un estado alterado de consciencia en el cual podía “ver” cosas de otras partes del mundo. En resumen, podía trasladarse fuera de su cuerpo físico y estar en dos lugares al mismo tiempo, y podía, también conectar con los espíritus de otro mundo para conseguir la información necesaria para responder a las preguntas formuladas por los ancianos. Además, en este estado tenía poder sobre los espíritus que normalmente lo tenían sobre él. Podía forzarles a trabajar por el bien de la tribu.

La importancia del chamán en muchas tribus siberianas, así como en algunas tribus indias de Norteamérica[2], no puede ser subestimada. Él era el médico, el maestro, el jefe guerrero, el juez y el adivino, todo a la vez. Era su conocimiento secreto de otro mundo lo que le daba este poder. Podría decirse de él que, gracias al contacto directo con espíritus naturales y poderosos, poseía una “sabiduría y un poder supernormal”.

La adivinación también se da en Sudamérica. El ritual de la Ayahuasca es un ejemplo de ello. Ayahuasca es el nombre de una vid que contiene una savia narcótica capaz de causar alucinaciones y delirios. Los indios la utilizan en rituales mágicos y religiosos. El brujo puede emplearla como medio de adivinación o darla a algún enfermo. Cuando el “paciente” empieza a adormecerse, el brujo agita rítmicamente unas hojas ante él. Se dice que el movimiento de las hojas dirige el alma al pasado, al futuro o a algún lugar distante.

Wasson, uno de los principales expertos mundiales en hongos, y coautor junto con su difunta esposa de Mushrooms, Rusia and History, ha descubierto que los hongos juegan un importante papel en el poder psíquico de los chamanes capaces de ver el futuro. Existen todavía tres grandes áreas en las que los hombres comen hongos para obtener efectos psíquicos. Son las antes mencionadas de Siberia, donde se come la Amanita muscaria; el valle de Wahgi, en Nueva Guinea, donde los nativos comen un hongo llamado “nonda”, y la montañosa región de Oaxaca, al sur de México.

De estas tres zonas, México es, con mucho, la más apasionante. Allí se encuentran los cultos misteriosos de los hongos sagrados. Estos cultos podrían haber existido desde hace muchos siglos en forma de primitivos cultos de fertilidad[3], y el hongo quizá se veía como el resultado de la “unión sexual” de dos misteriosas y poderosas fuerzas naturales: la tierra y el rayo.

Los indios creían que cuando un rayo caía sobre la tierra, los hongos crecían. Los antiguos cultos seguramente estaban reservados a una élite, que guardaba sus secretos frente a la masa de no iniciados, como era común hace siglos. Los recientes descubrimientos de piedras en forma de hongo confirman la existencia de estos cultos en época muy anterior a la conquista española.

Wasson investigó atentamente y se documentó acerca de la existencia de estos cultos, sirviéndose tanto de los relatos que han llegado hasta nosotros como de sus observaciones personales. Una de las primeras descripciones del uso de hongos se halla en un pasaje que describe la coronación del rey azteca Moctezuma en 1502.

Citando a un fraile dominico que registró el acontecimiento con gran detalle, Wasson señala que después del sacrificio ritual, que dejó las escaleras del templo bañadas en sangre, los indios se retiraron para comer ciertos hongos crudos. Estos hongos les provocaban alucinaciones; en algunos casos les inducían al suicidio y, en otros, a ver el futuro.

Aunque el fraile dominico viera al diablo en estos hongos, los nahuas, nombre colectivo para la mayoría de las tribus (aztecas incluidos) que acabarían siendo conquistadas por los españoles, no pensaban lo mismo. Estas tribus tenían un nombre especial para los hongos inductores de síntomas asociados con lo sobrenatural: les llamaban teo-nanácatl. A diferencia del fraile dominico, los indios los respetaban y les daban culto, de igual manera que daban culto al cielo, a las estrellas y a las montañas, a todos los cuales veían como fuerzas formidables del universo. Se consideraba al cielo, estrellas, montañas y hongos como dotados de un alma o llenos de significado cósmico.

Había muchas variedades de hongos capaces de provocar alucinaciones. Todos ellos se clasificaban en el grupo general de hongos sagrados a los que se denominaba, también “carne de dios” o “sangre de Cristo”. Era una creencia común entre los indios convertidos el que los hongos crecieron allí donde cayeron gotas de la sangre del Salvador.

Para los indios estos hongos representaban una fuerza poderosa que debía ser respetada y empleada con mucha prudencia, pero para los españoles que se los imaginaban como demonios capaces de influir en el hombre para aliarlo con el diablo, suponían una amenaza. ¡No es extraño que persiguieran los cultos de los hongos! Con todo, los indios continuaron con su práctica, mezclando magia y religión. En presencia de estas plantas singulares continuaban experimentando una sensación de misterio y maravilla.

Es imposible dar una descripción completa de los hongos mágicos o sagrados, porque varían según las regiones. Pueden ser rojos, dorados, tostados o de color castaño oscuro, casi negro. Todos crecen de modo silvestre en praderas, bosques, o en el borde de los caminos. A menudo se los encuentra en los excrementos de animales o cerca de estos.

Los hongos siempre se comen crudos y tienen un sabor acre y amargo que provoca náuseas en la persona que los come, pudiendo llegar a hacerle vomitar. Se dice que el resabio es particularmente desagradable, y a causa de esto los indios comían siempre miel antes de tomarlos. Hoy día, la miel es a menudo reemplazada por el chocolate.

Cuando los españoles invadieron México, hallaron estos cultos en la parte sur del país, a partir del valle de México. En aquella época, los indios se reunían por la noche para celebrar las ceremonias que, en algunos casos, pudieron consistir en una especie de orgia o culto de fertilidad. Pero la mayoría de estas reuniones eran ceremonias religiosas dirigidas por indios interesados en la utilización del hongo con propósitos adivinatorios.

Aunque negada durante años por muchos especialistas, en 1936 se descubrió la existencia de estos cultos en Huautla de Jiménez, un pueblo de Oaxaca. El informe lo comunicó Robert J. Weitlaner, y en 1938 se dio el caso de unos hombres blancos que fueron admitidos a presenciar una ceremonia.

Algunos años más tarde, Wasson fue a Huautla en busca de estos cultos, sus prácticas y sus ritos. Su objetivo último consistía en participar en una de las ceremonias. Wasson penetró en el país mazateca bajo el tórrido calor de finales de verano. Su primera parada fue en Teotitlán del Camino, una bulliciosa ciudad de mercado en la que la gente se reunía para traficar con las mercancías que acababan de traer a lomos de mulas y asnos.

Wasson y su grupo dejaron la ciudad y se adentraron en el territorio acompañados de un guía y provistos de mulas para transportar los bultos y los suministros. Después de una larga y agotadora caminata llegaron a San Bernardino, lugar colgado en la ladera de una montaña y que disfrutaba de una gran vista panorámica sobre el valle.

Wasson cuenta haber pasado por un lugar en el que estaban ahorcados unos ladrones, a lo que habían dejado colgando durante meses. Fue entonces cuando vio la pistola que llevaba el guía. Sin embargo, el viaje transcurrió sin ninguna escaramuza; fueron abriéndose paso a lo largo de los caminos de montaña[4] entre una vegetación espesa y lujuriante, pasaron por pequeños pueblos de casa con techumbre de paja, y finalmente llegaron a Huautla, donde fueron alojados en un reducido edificio. Aunque se alegraron de poder descansar, tuvieron que soportar los quejidos de una mujer gravemente enferma que yacía en un lecho junto a ellos.

El pueblo, con sus pocos centenares de habitantes, era tan pintoresco como peligroso eran sus alrededores. Las mujeres vestían, unas blusas de brillantes colores, conocidas como huipiles, y las gallinas y los pavos cloqueaban y escarbaban el sucio suelo. Aquel lugar de la montaña resultaba asombroso, y se caracterizaba por la ausencia de insectos, que abundaban en las regiones menos elevadas. Las colinas resplandecían con el verde de los árboles, y el perfume de las flores subtropicales añadía una fragancia especial al aire de las alturas.

Pero Wasson no había ido hasta allí para admirar un retiro de montaña. Lo que quería era encontrar un curandero. Las preguntas que hizo durante sus pesquisas lo acercaron un poco más a los secretos del hongo y de los cultos a él dedicados. Se enteró que los hongos eran designados por un nombre que, traducido, significaba “aquello que brota”. Un chamán, o alguien designado por este, recogía los amargos hongos por la mañana. El momento ideal para reunirse era, al parecer, durante la luna llena. La persona que recogiera los hongos debía estar “ceremonialmente” limpia, es decir, debía abstenerse de relaciones sexuales durante cinco días.

Los hongos podían ser comidos por el curandero o por un grupo de personas designadas por él. Cualquiera que los comiera debía estar tan limpio “ceremonialmente” como las persona que los había recogido. Alguien que consultara al hongo en estado de impureza corría el gran peligro de perder la vida o de volverse loco.

Wasson vio que el pasaje que leyó en las notas del fraile dominico era muy exacto, porque el hongo siempre se comía crudo y fresco. Generalmente no se limpiaba, aunque en algunos pueblos si se hacía y, en raros casos, se secaba para su uso posterior.

Había muchas personas que no deseaban “encontrarse” con el hongo y entonces pagaban al chamán para que lo hiciera en su lugar. Solo lo consultaban para cuestiones graves. El hongo, y no el chamán o curandero, era el que iba a hablarles de la ida y la muerte, de Dios, de su futuro, del bienestar de miembros distantes de su familia, de su salud, etc. El hongo hablaba a través del curandero. Por esta razón, este fue conocido en el lenguaje de los indios como “aquel que sabe”, aunque el chamán se limitaba a transmitir la información proveniente del hongo, que era quien en verdad respondía a las preguntas.

Wasson relata una consulta en la que un joven que se hallaba muy enfermo preguntó si iba a morir. El chamán, una mujer bonita y gentil, contestó que moriría. El hombre, resignado con su destino, tuvo poco más tarde un colapso y murió. Al parecer, la tona del joven había sido matada recientemente, y esto se consideraba un signo agorero. Una tona es un animal nacido al mismo tiempo que la persona. En el caso del joven, un puma había dado muerte a su tona. La interpretación del hongo fue: la muerte.

Continuando con su investigación, Wasson descubrió que los chamanes podían ser hombres o mujeres, y que sus métodos para consultar al hongo variaban de acuerdo con su tradiciones y experiencia. Los chamanes solo comían la cabeza del hongo. Antes de ingerirlo tomaban, por lo general, chocolate o algo dulce, pero otras veces no tomaban nada. El número máximo a ingerir era de veinte pares.

En ningún caso se comía un solo hongo, y la razón de esto parece ser de orden práctico. Gracias a su conocimiento de los variados efectos de la planta, el chamán podía contrarrestar el efecto de uno con el otro. Por esta razón, a menudo comía distintas clases de hongos a lo largo de la ceremonia.

En algunos casos el número de pares tenía un significado religioso o místico. Wasson observó que muchos curanderos tomaban los hongos en pares de nueve, trece y dieciocho, que, al parecer, correspondían al número de dioses (nueve) de su religión, el número de días (trece) de su semana, y al número de meses (dieciocho) de su año.

Una vez el chamán había ingerido los hongos, pedía las respuestas a las preguntas que se le habían planteado. En algunos casos cantaba, salmodiaba o murmuraba hasta que el hongo empezaba a hablar. Wasson vio que el chamán solo podía transmitir la respuesta del hongo en los dialectos indios, nunca en español. A veces, el curandero hablaba en “lenguas”, un lenguaje que no tenía significado para las personas que asistían a la ceremonia.

Ésta siempre se celebraba por la noche, de modo que fueran pocos los que se enteraran. Seguramente esta precaución era un residuo de los días de las persecuciones. Si un gallo cantaba o un perro ladraba, el hongo no hablaría, y la consulta se daba por terminada. Pero, cuando empezaba a hablar, lo hacía durante varias horas, y muchos indios creen que Jesucristo y el hongo son una sola entidad que le habla directamente a través del chamán.

Al ir adquiriendo Wasson todos estos conocimientos, le fue permitido, por fin, presenciar una complicada ceremonia en la que se le pidió que consultara al hongo. La única condición que el curandero le exigió fue que su actitud fuera de sinceridad y buena fe.

Wasson, que había estado anotando cuidadosamente las costumbres relativas al hongo, respetaba los tabúes y sentimientos de los indios. Su pregunta fue sobre su hijo. El hongo respondió diciéndole que aquel se encontraba bien, pero no en el lugar en que Wasson lo suponía.

El hongo le contó al explorador más cosas. Una persona de su familia iba a morir dentro de poco. Esta última y desalentadora noticia sorprendió al hombre, pues tenía una familia reducida y no sabía de nadie que estuviera enfermo.

Para su sorpresa, Wasson se enteró más tarde que uno de sus primos hermanos murió de modo inexplicable unos meses después de la predicción del curandero. El hombre, de poco más de cuarenta años, parecía hallarse en un perfecto estado de salud cuando murió. ¿Fue esto simple coincidencia o acaso el hongo “conocía” el futuro?

Wasson continuó su trabajo al año siguiente en el mismo México, pero en otra región. Entonces le fue permitido por primera vez, no solo asistir a una ceremonia, sino participaren ella. Su descripción lo acerca a uno a un rito que puede haber estado celebrándose desde hace cientos de años. Wasson cuenta que la ceremonia se realizó por la noche, cuando todo estaba tranquilo. Debido a su sabor repugnante comió rápidamente los hongos uno detrás de otro, dejando los rabillos en una jícara, o copa, colocada en el suelo frente al altar de la familia. Había una vela encendida.

Wasson dice que los hongos acostumbran actuar pronto, al cabo de quince a treinta minutos. Si no actúan, la costumbre es rezarle a los rabillos o encender más velas. Cuando los hongos empiezan a hacer su efecto, la persona empieza a hablar consigo mismo. En este punto es posible hacer preguntas, que el hongo responderá si uno es sincero en su demanda. Y añade: “Cuando todo va bien los hongos empiezan a hablar, y es probable que respondan, no solo a las preguntas formuladas, sino también a todas las demás”.

¡Cuán inquietante es el tono de esta frase!

¿Está vivo, todavía, el don de la profecía, gracias al poder psíquico de las plantas?


Tomado del libro: "El poder psíquico de las plantas" de John Whitman
Ediciones Martínez Roca, 1980.





[1] Los mexicanos también utilizaban, para adivinar el futuro, un tabaco conocido como “pisiete”, al cual en otro tiempo se consideraba dotado de un poder profético. Los aztecas y los toltecas eran adictos al tabaco e hicieron de él un culto porque la droga les producía un estado de serenidad.
[2] En América del Norte, los esquimales, los navajos y los Ojibwas creían intensamente en los espíritus d la naturaleza y en el poder de los chamanes.
[3] En algunas regiones de México, la palabra empleada para designar a los hongos es la misma para los genitales femeninos.
[4] Debido a la estrechez del camino, era difícil que pasaran dos caballos a la vez. Wasson refiere como el guía se comunicaba con los viajeros todavía invisibles mediante un lenguaje de silbidos, común en las zonas montañosas. Este lenguaje existe aún en la isla de La Palma, Canarias. En México, si bien los hombres podían conversar con este sistema, las mujeres tenían prohibido hacerlo, aunque lo comprendieran perfectamente.

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