Humberto de Campos |
Dice usted que no comprende el motivo
de tantas lamentaciones, en las comunicaciones de los Espíritas desencarnados.
Fulano, que dejo una buena estela de servicio, regresa escribiendo que no actúo
entre los hombres como era debido; zutano, conocido por su elevado patrón de
virtudes, regresa, a través de varios médiums, a quejarse del tiempo perdido… Y
usted anota, después de interesantes comentarios: “Tengo la impresión de que
nuestros hermanos regresan, del más allá, atormentados por terribles complejos de
culpa. ¿Cómo explicar este fenómeno?”.
Crea, mi querido hermano, que tengo
personalmente por los Espíritas la más tierna admiración. Infatigables
constructores del progreso y obreros del Cristianismo Redivivo. Sin embargo,
recibieron tanta libertad para la interpretación de las enseñanzas de Jesús
que, sinceramente, no conozco en este mundo personas de fe más razonable, ante
los problemas de la vida y del Universo. Cargando grandes recursos
intelectuales, es justo que guarden la preocupación de realizar mucho más, a
favor de tantos hermanos en la Tierra, detenidos en ilusiones e inhibiciones en
el campo de las creencias.
Se cuenta que, Allan Kardec, cuando
reunía los textos con el que nacería “El Libro de los Espíritus”, cierta noche
se recogió en su lecho, impresionado con un sueño con Lutero, del que recibiera
noticias. El que en su tiempo fuera el gran reformador, tenía la convicción de
haber estado en el paraíso, cogiendo informes en torno a la felicidad
celestial.
Conmovido, el Codificador de la Doctrina
Espírita, durante el reposo, viese también fuera del cuerpo, en singular
desdoblamiento… Junto a él, identificó a un enviado de los Planos Sublimes que
lo transportó, de golpe, a nebulosa región, donde gemían millares de entidades
en sufrimiento aterrador. Llorando de aflicción, se unían en gritos de cólera y
blasfemias, a las que le seguían carcajadas de locura.
Atónito, Kardec recordó a los tiranos
de la Historia e inquirió, espantado:
¿Yacen aquí los crucificadores de
Jesús?
- Ninguno
de ellos – informó el guía solícito -, porque aunque responsables, desconocían,
en esencia, el mal que practicaban. El propio Maestro los ayudó a
desembarazarse del remordimiento, consiguiéndoles bendecidas reencarnaciones,
en las que rescataron ante la Ley.
- ¿Y los
emperadores romanos? Con seguridad padecerán en estos sitios aquellos mismos
suplicios que impusieran a la Humanidad.
- Nada
de eso. Hombres de la categoría de Tiberio o Calígula no poseían la mínima
noción de espiritualidad. Algunos de ellos, después de estados regenerativos en
la Tierra, ya se elevaron a las esferas superiores, mientras que otros se
demoran, hasta hoy, internados en el campo físico, en camino de la redención.
- ¿Acaso,
andarán presos en estos valles sombríos – pregunto el visitante – los verdugos
de los cristianos, en los siglos primitivos del Evangelio?
- De
ninguna manera – replicó el lúcido acompañante -, los verdugos de los
seguidores de Jesús, en los días apostólicos, eran hombres y mujeres casi salvajes,
a pesar del tinte de civilizados que ostentaban… Todos fueran llevados a la
reencarnación, para que adquirieran instrucción y entendimiento.
El Codificador del Espiritismo pensó
en los conquistadores de la Antigüedad, Atila, Aníbal, Alarico I, Gengis Khan…
Sin embargo, antes de enunciar una nueva pregunta, el mensajero agregó,
respondiéndole la consulta mental:
- No
vagan por aquí los guerreros que recuerdas… Ellos nada sabían de las realidades
del espíritu y, por eso, recibieron piadoso amparo, dirigidos hacia el
renacimiento carnal, entrando en lides expiatorias, acorde a los débitos
contraídos…
- Entonces,
dime – rogó Kardec, emocionado -, ¿qué sufrientes son estos, cuyos gemidos e
imprecaciones me cortan el alma?
Y el orientador esclareció,
imperturbable:
- Tenemos
junto a nosotros los que estaban en el mundo plenamente educados en cuanto a
los imperativos del Bien y de la Verdad, y que huyeron deliberadamente de ella,
especialmente a los Cristianos infieles de todas las épocas, perfectos
conocedores de la lección y del ejemplo de Cristo y que se entregaran al mal
por libre voluntad… Para ellos, un nuevo renacimiento en la Tierra, es siempre
más difícil…
Impresionado con la inesperada
observación, Kardec regresó al cuerpo y, de inmediato, se levantó y escribió la
pregunta que presentaría, en la noche siguiente, a examen de los mentores de la
obra en construcción y que figura como la número 642 de “El Libro de los
Espíritus”: ¿Basta con no hacer el mal para ser grato a Dios y asegurarse tal
situación en el porvenir?, indagación esta a la que los instructores
respondieron: “No. Hay que realizar el bien, dentro del límite de las propias
fuerzas. Porque cada cual responderá de todo el mal que haya hecho a causa del
bien que él no realizo”.
Según es fácil percibir, mi amigo,
con principios tan claros y tan lógicos, es natural que la conciencia Espírita,
en comparación con las ideas dominantes de la gran mayoría de las religiones,
sea muy diferente.
ESPÍRITU HERMANO X
Chico Xavier – Libro “Cartas y Crónicas” – N° 7, edición FEB
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