Por: Oscar Cervantes Velásquez
Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís
Santa Marta - Colombia
El ser humano, como Espíritu encarnado en la
Tierra, forma parte activa tanto del mundo espiritual (de donde proviene) como
del mundo material (reflejo del mundo espiritual) visando alcanzar la
perfección. En el mundo material debe
cumplir con las funciones vitales propias de todo ser vivo, como son: nacer,
crecer, alimentarse, respirar, reproducirse y ser capaz de adaptarse al medio,
función esta importante para su supervivencia.
De esta manera, “los estudios transpersonales, incorporando las tesis orientales,
consideran a la persona como un ser integral, cuyas dimensiones pueden
expresarse en varias manifestaciones, tales como la conciencia, el
comportamiento, la personalidad, la identificación, la individualidad, en un
ser complejo de expresión trinaria… No es solo el cuerpo, el ser psicofísico,
sino la materia – efecto -, el periespíritu – modelo organizador biológico – y
el espíritu – la individualidad eterna[1]”.
El hombre en su constitución trina está
formado por:
ü “El cuerpo, o ser material, análogo al de los
animales y animado por el mismo principio vital.
ü El alma, Espíritu encarnado cuya
habitación es el cuerpo.
ü El principio intermediario, o
periespíritu, sustancia semimaterial que sirve de primera envoltura al Espíritu
y une al alma con el cuerpo. Tales son, en un fruto, el germen, el perispermo y
la corteza”[2].
La
unión de estos tres “elementos” permite al ser encarnado una interacción
interesante donde sensaciones y percepciones fluyen constantemente, del
espíritu hacia el cuerpo y del cuerpo hacia el espíritu al punto que “cuando el acto comienza en el Espíritu, se
puede decir que el Espíritu quiere, el periespíritu transmite, y el cuerpo
ejecuta[3]”.
La autora espiritual Juana de Ángelis, a
través de la psicografía de Divaldo Pereira Franco, asegura que, “el ser humano es un conjunto armónico de
energías, constituido de espíritu y materia, mente y periespíritu, emoción y
cuerpo físico, que interactúan en un continuo flujo unos sobre los otros.
Cualquier suceso en uno de ellos refleja en su correspondiente, generando,
cuando fuere una acción perturbadora, disturbios, que se transforman en
enfermedades y que, para ser rectificados exigen renovación y reequilibrio del
punto donde se originaron”[4].
Al propiciarle la divinidad una nueva oportunidad
en la carne “el Espíritu recibe un cuerpo físico enteramente nuevo, con olvido
temporal, pero no absoluto, de las experiencias pretéritas, cuerpo con el cual
deberá enfrentar las circunstancias, favorables o no, del camino que debe
recorrer, para proseguir la obra digna en que se halla empeñado o para
rectificar las lecciones en que haya fracasado”[5].
“Este ropaje orgánico es elaborado por
las fijaciones mentales y ambiciones morales de cada uno, en el inmenso
peregrinar evolutivo”[6].
Este nuevo cuerpo, compuesto por trillones
de células, y al cual Francisco de Asís llamaba “el burrito del alma”[7],
debe ser motivo de nuestras preocupaciones, pues una parte del éxito en
nuestras múltiples reencarnaciones recaen en el buen trato que a él le demos. Todas
las células del ser humano provienen de una única célula original que se
denomina cigoto y que es el resultado de la fecundación de un óvulo por un
espermatozoide. Estás células, en una maravillosa estructuración, se organizan
jerárquicamente en tejidos, órganos, sistemas y aparatos en una armonía única,
propia de la esencia divina que la creó.
“El
hombre, que tiene cuanto hay en las plantas y en los animales, domina a las
otras clases por medio de una inteligencia especial, ilimitada que le da la
conciencia de su porvenir, la percepción de las cosas extra-materiales y el
conocimiento de Dios[8].
Siendo en lo físico, como los animales, el hombre se encuentra menos dotado que
muchos de ellos”[9].
Sin embargo, es importante
reconocer que “el cuerpo físico del
hombre cuenta con algunas características más perfeccionadas, como es el caso
del cerebro y de la composición cromosómica. La conciencia en el ser humano es
más amplia y despierta, visto que a diferencia de los animales posee una noción
mayor de su individualidad. Tiene aptitud para establecer relaciones entre el
pasado, el presente y el futuro, y elabora conceptos sobre las más diversas
cosas del medio en que se desenvuelve. El ser humano posee pensamiento en flujos
continuos, mientras que en los animales son intermitentes. El sentido de la
razón hace posible que el hombre alcance una concepción más amplia respecto al
universo y a las maravillas que lo rodean”[10].
No
en vano la espiritualidad nos recomienda “la necesidad de cuidar el cuerpo, que,
según las alternativas de salud y de enfermedad influye de una manera muy
importante sobre el alma, que es preciso considerar como cautiva de la carne.
Para que esta prisionera viva, se divierta y conciba aun las ilusiones de la
libertad, el cuerpo debe estar sano, dispuesto, vigoroso”, pues
“desconocer las necesidades que están indicadas por la propia Naturaleza, es
desconocer la ley de Dios”[11].
En lo
que atañe al periespíritu, término acuñado por Allan Kardec, “es una condensación del Fluido Cósmico
Universal en torno de un foco de inteligencia o alma”. Esta sustancia de la
cual está hecha el periespíritu, “es más
o menos etérea y al pasar de un mundo a otro, el espíritu reviste la materia
propia de cada uno de ellos, con mayor rapidez que un relámpago”[12].
Para el espírita “el conocimiento del periespíritu
constituye la clave de una cantidad de problemas que hasta hace poco no
hallaban explicación”[13].
De esta manera, “sea cual fuere el grado
de adelanto en que se encuentre (el Espíritu), siempre se halla revestido de
una envoltura o periespíritu, cuya naturaleza se va eterizando conforme él se
purifica y eleva en la jerarquía espiritual. De suerte que, para nosotros, la
idea de Espíritu es inseparable de la idea de forma, y no concebimos a aquél
sin ésta. El periespíritu es parte integrante del Espíritu, así como el cuerpo
es parte integrante del hombre”[14].
La naturaleza del periespíritu se va
modificando en cada encarnación a medida que el espíritu va progresando. Según
la calidad de los pensamientos, así será su atmósfera fluídica particular. El
periespíritu está dotado de plasticidad, se presenta moldeable conforme a las
emanaciones mentales del espíritu. Es invisible a los sentidos físicos, pero
puede hacerse visible y tangible a través de la materialización. Sobrevive a la
muerte del cuerpo físico y preexiste a él, constituyendo el cuerpo espiritual
del espíritu errante. En mundos más evolucionados el periespíritu se vuelve tan
etéreo que pareciera que no existiese, este estado es común en los Espíritus
puros.
En
el cuerpo espiritual o periespíritu, se encuentran los Centros Vitales o
Centros Neurofluídicos, que al decir de André Luiz, “son
las bases energéticas que, bajo la dirección automática del alma, imprimen a
las células su especialización adecuada”.
Estos centros “se exteriorizan cuando el
ser humano se encuentra en el estado de encarnado, fenómeno ése que tratan
habitualmente los médicos y enfermeros desencarnados durante el sueño común, en
auxilio a enfermos físicos de todas las latitudes de la Tierra, plasmando
renovaciones y transformaciones en el comportamiento celular mediante
intervenciones en el cuerpo espiritual, conforme a la ley de los merecimientos,
recursos ésos que popularizará la medicina terrestre del futuro”[15].
Los Centros Vitales, también conocidos como “Chacras” (terminología hindú), se
corresponden con los plexos nerviosos, alcanzando por su intermedio los órganos
del cuerpo físico los cuales son “alimentados” con las energías del Fluido
Cósmico Universal, los cuales fluyen a través suyo.
En la literatura espírita autores como André
Luiz/Waldo Vieira, en las obras “Evolución
en dos Mundos” y “Entre la Tierra y
el Cielo”; Manoel Philomeno de Miranda, “Obsesión y Locura”; Jorge Andrea dos Santos, “Fuerzas Sexuales del Alma; Joanna de Ángelis “Autodescubrimiento”; etc., han reafirmado lo que corrientes
espiritualistas desde la antigüedad vienen estudiando y aportando en la
solución de muchos de los complejos problemas que aquejan al ser humano. Estos
centros son en su orden de arriba hacia abajo:
Ø Coronario,
Ø Frontal,
Ø Laríngeo,
Ø Cardíaco,
Ø Umbilical
o gástrico,
Ø Esplénico,
Ø Básico
o genésico.
Es importante destacar que el Fluido Cósmico
Universal (FCU) al ser absorbido por los centros de fuerza y metabolizado en fluido
vital es canalizado hacia todo el organismo a través de los plexos, con mayor o
menor intensidad, de acuerdo con el estado emocional del ser, irradiándose posteriormente
a su alrededor, formando lo que comúnmente llamamos aura psíquica, que no es más que una expansión del periespíritu.
Jorge Andrea dos Santos, en el libro Fuerzas Sexuales del Alma,
nos dice que “varios estudios nos han demostrado la existencia
en el periespíritu, de discos energéticos (Chacras), como verdaderos
controladores de las corrientes de energías centrífugas (del espíritu hacia la materia) o centrípetas (de la materia hacia
el espíritu) que ahí se instalan como manifestaciones de la propia vida. Esos
discos energéticos comandarían, con sus ‘superfunciones’, las diversas zonas
nerviosas y, de forma particular, el sistema nuero-vegetativo, convidando, a través
de los genes y el código genético, al trabajo ajustado y bien organizado de la arquitectura
nuero-endócrina”.
El periespíritu posee
funciones y propiedades que, dependiendo del grado de perfección moral del
Espíritu, determinara una mayor o menor densidad fluídica del mismo. De esta
manera, a mayor elevación menor densidad fluídica poseerá el periespíritu o
viceversa, lo cual le permitirá mantenerse en el nivel vibratorio afín a su
situación moral.
Las funciones propias del
periespíritu nos ayudan a entender un sinfín de hechos que solo un estudio
concienzudo del Espiritismo nos permite comprender. Es a través de estas
funciones que el periespíritu personaliza, individualiza e identifica al
espíritu, guardando la apariencia de la última encarnación; además, propicia
las funciones mediúmnicas en el ser humano, siendo la llave de todos los
fenómenos espiritistas materiales. Otra de sus funciones proporciona al espíritu
la acción sobre la materia, a través de las órdenes emitidas por la mente y,
finalmente, es el archivador de las diferentes experiencias reencarnatorias del
Espíritu.
En cuanto a las
propiedades del periespíritu, podríamos destacar entre otras, la irradiación,
pues por su naturaleza fluídica irradia hacia el exterior formando alrededor
del cuerpo una atmosfera fluídica que muchos denominan aura; la absorción, es
la propiedad que posibilita la asimilación de energías como el Fluido Cósmico
Universal (FCU) o en casos de perturbaciones, la absorción por espíritus de
baja categoría de energías vitales del encarnado. Otra de sus propiedades, la
expansividad o flexibilidad, le permite al periespíritu modificar su apariencia
al punto de adoptar formas inverosímiles como en los casos de zoantropía y
licantropia; y la penetrabilidad, propiedad por la cual un ambiente
herméticamente cerrado no es impedimento para el espíritu, el cual puede
atravesarlo sin ningún tipo de dificultad.
Con relación al Espíritu, “principio inteligente individualizado, son
creados permanentemente por Dios, siendo su origen un enigma”[16].
Por su esencia pertenecen al Mundo de los Espíritus, el cual preexiste y
sobrevive a todo. Creados simples e ignorantes, son susceptibles de alcanzar la
perfección a través de sucesivas reencarnaciones, donde el principio
inteligente se ensaya en procesos intelecto-morales, buscando el reino de la
angelitud. Como principio espiritual, “colabora
en el desarrollo de los reinos mineral, vegetal y animal, hasta llegar a
individualizarse en el hombre[17]”.
Los
Espíritus son los agentes del poder divino; constituyen la fuerza inteligente
de la naturaleza y colaboran en la ejecución de los designios del Creador para
el mantenimiento de la armonía general del universo y de las leyes inmutables
que rigen la creación[18].
En su aventura reencarnacionista, el Espíritu se asocia a experiencias
inherentes a su propia esencia, recorriendo el largo camino que lo llevará al
despertar del amor divino.
En concordancia con lo anteriormente expuesto,
el Espíritu encarnado en sus inicios “solo
tiene instintos; más avanzado y corrompido, sólo tiene sensaciones;
más instruido y purificado, tiene sentimientos, y el punto delicado del
sentimiento es el amor; no el amor en el sentido vulgar del término, sino ese
sol interior que condensa y reúne en su ardiente foco todas las aspiraciones y
todas las revelaciones sobrehumanas”[19].
Para Jorge Andrea dos Santos, el Espíritu, zona
espiritual o del inconsciente presentaría una serie de camadas, con funciones apropiadas,
donde podríamos distinguir un centro emisor de todas esas energías que, por su
condición de pureza y perfección, denominamos inconsciente puro. Siguiendo del centro hacia la periferia, esto
es, del espíritu hacia la materia, en otros términos, del inconsciente hacia el
consciente, percibiríamos una zona espiritual donde estarían grabados todos los
elementos adquiridos en las diversas experiencias, con incorporación de las
respectivas aptitudes, lo que nos llevó a denominarlo inconsciente pasado o
arcaico. Esta zona retendría todos los elementos de las vivencias de un
determinado ser, cuyo camino será infinito de posibilidades. Existiría otra
camada más periférica que, en virtud de su actuación cerca de la zona
consciente se relaciona con la zona material actuante, la cual denominamos
inconsciente presente o actual.
Sin
embargo, existen los negadores sistemáticos que “cuando se habla de campos de energía pura de difícil catalogación, solo
piensan en negar al Espíritu, en su condición energética cuando está libre de
los implementos orgánicos… La vida empero, tiene en el mundo espiritual sus
matrices. El mundo corporal es una materialización pura y simple de las
construcciones trascendentes de las esferas del Espíritu[20].
En el fenómeno de la desencarnación o
“muerte”, el Espíritu conserva el periespíritu, cuerpo etéreo el cual es
invisible para nosotros en estado normal, pero que puede, accidentalmente,
hacerse visible y hasta tangible, como ocurre en el fenómeno de las
apariciones. Es por ello que “sobreponiendo
el espíritu a la materia, predica, ama, enseña, ayuda y vive el Cristo cuanto
te sea posible, a fin de que Él viva en ti y ya no seas tú quien vivas, sino
Él, como proclamó el Apóstol de la gentilidad, al lograr la perfecta sintonía
con el Señor de Nuestras Vidas”[21].
[1]
Divaldo P. Franco/Juana de Ángelis, el
Ser Consciente, página 40. Ediciones Juana de Ángelis, 1997. Buenos Aires,
Argentina.
[2] Pregunta 135ª de El Libro de los
Espíritus.
[3] Allan Kardec, Obras Póstumas, página 49, Editora
Argentina 18 de Abril, 1999. Buenos Aires, Argentina.
[4] Divaldo P. Franco/Juana de Ángelis,
Autodescubrimiento, página 19. Ediciones Juana de Ángelis, 1997. Buenos Aires,
Argentina.
[5] Chico Xavier/André Luiz. Alma y
Reencarnación, Cuerpo Físico, en Evolución en Dos Mundos, página 115.
[6]
Divaldo P. Franco/Juana de Ángelis,
En el borde del infinito, El Espíritu, Realidad del ser espiritual, página 29.
Instituto de Difusión Espírita, 1986. Sao Paulo, Brasil.
[7] Divaldo P. Franco/Juana de Ángelis, Vida
feliz, página 51. Ediciones Edicei, 2007, Brasilia, Brasil.
[8] Pregunta 585 de El Libro de los Espíritus.
[9] Ibídem, pregunta 592.
[10] Jason de Camargo, Educación de los
sentimientos. Editorial de los Cuatro Vientos, pág. 60. Buenos Aires,
Argentina.
[11] Allan Kardec, El Evangelio según el
Espiritismo, cap. XVIII, Sed Perfectos. Editora Mensaje Fraternal, Caracas,
Venezuela.
[12] Pregunta 187 de El Libro de los Espíritus.
[13]
El Libro de los Médiums, Segunda Parte, 1:54:6, Editora
Argentina 18 de Abril, Buenos Aires, 1977, hoy FEHAK.
[14]
El Libro de los Médiums, parágrafo
55, Editora Argentina 18 de Abril, Buenos Aires, 1977, hoy FEHAK
[15] André Luiz/Waldo Vieira, Chico Xavier.
Evolución en dos Mundos.
[16] Allan Kardec, El Libro de los Espíritus.
Preguntas 79 y 81.
[17] Jason de Camargo, Educación de los
sentimientos. Editorial de los Cuatro Vientos, pág. 41. Buenos Aires,
Argentina.
[18] Allan Kardec, Obras Póstumas. Editora
Argentina 18 de Abril, página 26, 1999. Buenos Aires, Argentina.
[19] Allan Kardec, El Evangelio según el Espiritismo.
Capítulo XI, Amar al prójimo como a sí mismo, La Ley de Amor.
[20]
Divaldo P. Franco/Juana de Ángelis,
En el borde del infinito, El Espíritu, Realidad del ser espiritual, página 28.
Instituto de Difusión Espírita, 1986. Sao Paulo, Brasil.
[21] Divaldo P. Franco/Juana de Ángelis, En el
borde del infinito, Jesús y Acción, página 146. Mensaje Fraternal, 1986.
Caracas, Venezuela.
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