miércoles, 28 de octubre de 2015

Constitución Intrínseca del Hombre Encarnado

Por: Oscar Cervantes Velásquez
Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís
Santa Marta - Colombia



El ser humano, como Espíritu encarnado en la Tierra, forma parte activa tanto del mundo espiritual (de donde proviene) como del mundo material (reflejo del mundo espiritual) visando alcanzar la perfección.  En el mundo material debe cumplir con las funciones vitales propias de todo ser vivo, como son: nacer, crecer, alimentarse, respirar, reproducirse y ser capaz de adaptarse al medio, función esta importante para su supervivencia.

De esta manera, “los estudios transpersonales, incorporando las tesis orientales, consideran a la persona como un ser integral, cuyas dimensiones pueden expresarse en varias manifestaciones, tales como la conciencia, el comportamiento, la personalidad, la identificación, la individualidad, en un ser complejo de expresión trinaria… No es solo el cuerpo, el ser psicofísico, sino la materia – efecto -, el periespíritu – modelo organizador biológico – y el espíritu – la individualidad eterna[1]”.

El hombre en su constitución trina está formado por:

ü     “El cuerpo, o ser material, análogo al de los animales y animado por el mismo principio vital.
ü     El alma, Espíritu encarnado cuya habitación es el cuerpo.
ü     El principio intermediario, o periespíritu, sustancia semimaterial que sirve de primera envoltura al Espíritu y une al alma con el cuerpo. Tales son, en un fruto, el germen, el perispermo y la corteza”[2].

La unión de estos tres “elementos” permite al ser encarnado una interacción interesante donde sensaciones y percepciones fluyen constantemente, del espíritu hacia el cuerpo y del cuerpo hacia el espíritu al punto que “cuando el acto comienza en el Espíritu, se puede decir que el Espíritu quiere, el periespíritu transmite, y el cuerpo ejecuta[3]”.

La autora espiritual Juana de Ángelis, a través de la psicografía de Divaldo Pereira Franco, asegura que, “el ser humano es un conjunto armónico de energías, constituido de espíritu y materia, mente y periespíritu, emoción y cuerpo físico, que interactúan en un continuo flujo unos sobre los otros. Cualquier suceso en uno de ellos refleja en su correspondiente, generando, cuando fuere una acción perturbadora, disturbios, que se transforman en enfermedades y que, para ser rectificados exigen renovación y reequilibrio del punto donde se originaron”[4].

Al propiciarle la divinidad una nueva oportunidad en la carne “el Espíritu recibe un cuerpo físico enteramente nuevo, con olvido temporal, pero no absoluto, de las experiencias pretéritas, cuerpo con el cual deberá enfrentar las circunstancias, favorables o no, del camino que debe recorrer, para proseguir la obra digna en que se halla empeñado o para rectificar las lecciones en que haya fracasado”[5]. “Este ropaje orgánico es elaborado por las fijaciones mentales y ambiciones morales de cada uno, en el inmenso peregrinar evolutivo”[6].

Este nuevo cuerpo, compuesto por trillones de células, y al cual Francisco de Asís llamaba “el burrito del alma[7], debe ser motivo de nuestras preocupaciones, pues una parte del éxito en nuestras múltiples reencarnaciones recaen en el buen trato que a él le demos. Todas las células del ser humano provienen de una única célula original que se denomina cigoto y que es el resultado de la fecundación de un óvulo por un espermatozoide. Estás células, en una maravillosa estructuración, se organizan jerárquicamente en tejidos, órganos, sistemas y aparatos en una armonía única, propia de la esencia divina que la creó.

“El hombre, que tiene cuanto hay en las plantas y en los animales, domina a las otras clases por medio de una inteligencia especial, ilimitada que le da la conciencia de su porvenir, la percepción de las cosas extra-materiales y el conocimiento de Dios[8]. Siendo en lo físico, como los animales, el hombre se encuentra menos dotado que muchos de ellos”[9].  Sin embargo, es importante reconocer que “el cuerpo físico del hombre cuenta con algunas características más perfeccionadas, como es el caso del cerebro y de la composición cromosómica. La conciencia en el ser humano es más amplia y despierta, visto que a diferencia de los animales posee una noción mayor de su individualidad. Tiene aptitud para establecer relaciones entre el pasado, el presente y el futuro, y elabora conceptos sobre las más diversas cosas del medio en que se desenvuelve. El ser humano posee pensamiento en flujos continuos, mientras que en los animales son intermitentes. El sentido de la razón hace posible que el hombre alcance una concepción más amplia respecto al universo y a las maravillas que lo rodean[10].

No en vano la espiritualidad nos recomienda “la necesidad de cuidar el cuerpo, que, según las alternativas de salud y de enfermedad influye de una manera muy importante sobre el alma, que es preciso considerar como cautiva de la carne. Para que esta prisionera viva, se divierta y conciba aun las ilusiones de la libertad, el cuerpo debe estar sano, dispuesto, vigoroso”, pues “desconocer las necesidades que están indicadas por la propia Naturaleza, es desconocer la ley de Dios”[11].

En lo que atañe al periespíritu, término acuñado por Allan Kardec, “es una condensación del Fluido Cósmico Universal en torno de un foco de inteligencia o alma”. Esta sustancia de la cual está hecha el periespíritu, “es más o menos etérea y al pasar de un mundo a otro, el espíritu reviste la materia propia de cada uno de ellos, con mayor rapidez que un relámpago”[12]. Para el espírita “el conocimiento del periespíritu constituye la clave de una cantidad de problemas que hasta hace poco no hallaban explicación[13]. De esta manera, “sea cual fuere el grado de adelanto en que se encuentre (el Espíritu), siempre se halla revestido de una envoltura o periespíritu, cuya naturaleza se va eterizando conforme él se purifica y eleva en la jerarquía espiritual. De suerte que, para nosotros, la idea de Espíritu es inseparable de la idea de forma, y no concebimos a aquél sin ésta. El periespíritu es parte integrante del Espíritu, así como el cuerpo es parte integrante del hombre[14].

La naturaleza del periespíritu se va modificando en cada encarnación a medida que el espíritu va progresando. Según la calidad de los pensamientos, así será su atmósfera fluídica particular. El periespíritu está dotado de plasticidad, se presenta moldeable conforme a las emanaciones mentales del espíritu. Es invisible a los sentidos físicos, pero puede hacerse visible y tangible a través de la materialización. Sobrevive a la muerte del cuerpo físico y preexiste a él, constituyendo el cuerpo espiritual del espíritu errante. En mundos más evolucionados el periespíritu se vuelve tan etéreo que pareciera que no existiese, este estado es común en los Espíritus puros.

En el cuerpo espiritual o periespíritu, se encuentran los Centros Vitales o Centros Neurofluídicos, que al decir de André Luiz, “son las bases energéticas que, bajo la dirección automática del alma, imprimen a las células su especialización adecuada”. Estos centros “se exteriorizan cuando el ser humano se encuentra en el estado de encarnado, fenómeno ése que tratan habitualmente los médicos y enfermeros desencarnados durante el sueño común, en auxilio a enfermos físicos de todas las latitudes de la Tierra, plasmando renovaciones y transformaciones en el comportamiento celular mediante intervenciones en el cuerpo espiritual, conforme a la ley de los merecimientos, recursos ésos que popularizará la medicina terrestre del futuro[15]. Los Centros Vitales, también conocidos como “Chacras” (terminología hindú), se corresponden con los plexos nerviosos, alcanzando por su intermedio los órganos del cuerpo físico los cuales son “alimentados” con las energías del Fluido Cósmico Universal, los cuales fluyen a través suyo.

En la literatura espírita autores como André Luiz/Waldo Vieira, en las obras “Evolución en dos Mundos” y “Entre la Tierra y el Cielo”; Manoel Philomeno de Miranda, “Obsesión y Locura”; Jorge Andrea dos Santos, “Fuerzas Sexuales del Alma; Joanna de Ángelis “Autodescubrimiento”; etc., han reafirmado lo que corrientes espiritualistas desde la antigüedad vienen estudiando y aportando en la solución de muchos de los complejos problemas que aquejan al ser humano. Estos centros son en su orden de arriba hacia abajo:

Ø  Coronario,
Ø  Frontal,
Ø  Laríngeo,
Ø  Cardíaco,
Ø  Umbilical o gástrico,
Ø  Esplénico,
Ø  Básico o genésico.

Es importante destacar que el Fluido Cósmico Universal (FCU) al ser absorbido por los centros de fuerza y metabolizado en fluido vital es canalizado hacia todo el organismo a través de los plexos, con mayor o menor intensidad, de acuerdo con el estado emocional del ser, irradiándose posteriormente a su alrededor, formando lo que comúnmente llamamos aura psíquica, que no es más que una expansión del periespíritu.

Jorge Andrea dos Santos, en el libro Fuerzas Sexuales del Alma, nos dice que “varios estudios nos han demostrado la existencia en el periespíritu, de discos energéticos (Chacras), como verdaderos controladores de las corrientes de energías centrífugas (del espíritu hacia la materia) o centrípetas (de la materia hacia el espíritu) que ahí se instalan como manifestaciones de la propia vida. Esos discos energéticos comandarían, con sus ‘superfunciones’, las diversas zonas nerviosas y, de forma particular, el sistema nuero-vegetativo, convidando, a través de los genes y el código genético, al trabajo ajustado y bien organizado de la arquitectura nuero-endócrina”.

El periespíritu posee funciones y propiedades que, dependiendo del grado de perfección moral del Espíritu, determinara una mayor o menor densidad fluídica del mismo. De esta manera, a mayor elevación menor densidad fluídica poseerá el periespíritu o viceversa, lo cual le permitirá mantenerse en el nivel vibratorio afín a su situación moral.

Las funciones propias del periespíritu nos ayudan a entender un sinfín de hechos que solo un estudio concienzudo del Espiritismo nos permite comprender. Es a través de estas funciones que el periespíritu personaliza, individualiza e identifica al espíritu, guardando la apariencia de la última encarnación; además, propicia las funciones mediúmnicas en el ser humano, siendo la llave de todos los fenómenos espiritistas materiales. Otra de sus funciones proporciona al espíritu la acción sobre la materia, a través de las órdenes emitidas por la mente y, finalmente, es el archivador de las diferentes experiencias reencarnatorias del Espíritu.

En cuanto a las propiedades del periespíritu, podríamos destacar entre otras, la irradiación, pues por su naturaleza fluídica irradia hacia el exterior formando alrededor del cuerpo una atmosfera fluídica que muchos denominan aura; la absorción, es la propiedad que posibilita la asimilación de energías como el Fluido Cósmico Universal (FCU) o en casos de perturbaciones, la absorción por espíritus de baja categoría de energías vitales del encarnado. Otra de sus propiedades, la expansividad o flexibilidad, le permite al periespíritu modificar su apariencia al punto de adoptar formas inverosímiles como en los casos de zoantropía y licantropia; y la penetrabilidad, propiedad por la cual un ambiente herméticamente cerrado no es impedimento para el espíritu, el cual puede atravesarlo sin ningún tipo de dificultad.

Con relación al Espíritu, “principio inteligente individualizado, son creados permanentemente por Dios, siendo su origen un enigma”[16]. Por su esencia pertenecen al Mundo de los Espíritus, el cual preexiste y sobrevive a todo. Creados simples e ignorantes, son susceptibles de alcanzar la perfección a través de sucesivas reencarnaciones, donde el principio inteligente se ensaya en procesos intelecto-morales, buscando el reino de la angelitud. Como principio espiritual, “colabora en el desarrollo de los reinos mineral, vegetal y animal, hasta llegar a individualizarse en el hombre[17]”.

Los Espíritus son los agentes del poder divino; constituyen la fuerza inteligente de la naturaleza y colaboran en la ejecución de los designios del Creador para el mantenimiento de la armonía general del universo y de las leyes inmutables que rigen la creación[18]. En su aventura reencarnacionista, el Espíritu se asocia a experiencias inherentes a su propia esencia, recorriendo el largo camino que lo llevará al despertar del amor divino.

En concordancia con lo anteriormente expuesto, el Espíritu encarnado en sus inicios “solo tiene instintos; más avanzado y corrompido, sólo tiene sensaciones; más instruido y purificado, tiene sentimientos, y el punto delicado del sentimiento es el amor; no el amor en el sentido vulgar del término, sino ese sol interior que condensa y reúne en su ardiente foco todas las aspiraciones y todas las revelaciones sobrehumanas[19].

Para Jorge Andrea dos Santos, el Espíritu, zona espiritual o del inconsciente presentaría una serie de camadas, con funciones apropiadas, donde podríamos distinguir un centro emisor de todas esas energías que, por su condición de pureza y perfección, denominamos inconsciente puro. Siguiendo del centro hacia la periferia, esto es, del espíritu hacia la materia, en otros términos, del inconsciente hacia el consciente, percibiríamos una zona espiritual donde estarían grabados todos los elementos adquiridos en las diversas experiencias, con incorporación de las respectivas aptitudes, lo que nos llevó a denominarlo inconsciente pasado o arcaico. Esta zona retendría todos los elementos de las vivencias de un determinado ser, cuyo camino será infinito de posibilidades. Existiría otra camada más periférica que, en virtud de su actuación cerca de la zona consciente se relaciona con la zona material actuante, la cual denominamos inconsciente presente o actual.

Sin embargo, existen los negadores sistemáticos que “cuando se habla de campos de energía pura de difícil catalogación, solo piensan en negar al Espíritu, en su condición energética cuando está libre de los implementos orgánicos… La vida empero, tiene en el mundo espiritual sus matrices. El mundo corporal es una materialización pura y simple de las construcciones trascendentes de las esferas del Espíritu[20].

En el fenómeno de la desencarnación o “muerte”, el Espíritu conserva el periespíritu, cuerpo etéreo el cual es invisible para nosotros en estado normal, pero que puede, accidentalmente, hacerse visible y hasta tangible, como ocurre en el fenómeno de las apariciones. Es por ello que “sobreponiendo el espíritu a la materia, predica, ama, enseña, ayuda y vive el Cristo cuanto te sea posible, a fin de que Él viva en ti y ya no seas tú quien vivas, sino Él, como proclamó el Apóstol de la gentilidad, al lograr la perfecta sintonía con el Señor de Nuestras Vidas”[21].







[1] Divaldo P. Franco/Juana de Ángelis, el Ser Consciente, página 40. Ediciones Juana de Ángelis, 1997. Buenos Aires, Argentina.
[2] Pregunta 135ª de El Libro de los Espíritus.
[3] Allan Kardec, Obras Póstumas, página 49, Editora Argentina 18 de Abril, 1999. Buenos Aires, Argentina.
[4] Divaldo P. Franco/Juana de Ángelis, Autodescubrimiento, página 19. Ediciones Juana de Ángelis, 1997. Buenos Aires, Argentina.
[5] Chico Xavier/André Luiz. Alma y Reencarnación, Cuerpo Físico, en Evolución en Dos Mundos, página 115. 
[6] Divaldo P. Franco/Juana de Ángelis, En el borde del infinito, El Espíritu, Realidad del ser espiritual, página 29. Instituto de Difusión Espírita, 1986. Sao Paulo, Brasil.
[7] Divaldo P. Franco/Juana de Ángelis, Vida feliz, página 51. Ediciones Edicei, 2007, Brasilia, Brasil.
[8] Pregunta 585 de El Libro de los Espíritus.
[9] Ibídem, pregunta 592.
[10] Jason de Camargo, Educación de los sentimientos. Editorial de los Cuatro Vientos, pág. 60. Buenos Aires, Argentina.
[11] Allan Kardec, El Evangelio según el Espiritismo, cap. XVIII, Sed Perfectos. Editora Mensaje Fraternal, Caracas, Venezuela.
[12] Pregunta 187 de El Libro de los Espíritus.
[13] El Libro de los Médiums, Segunda Parte, 1:54:6, Editora Argentina 18 de Abril, Buenos Aires, 1977, hoy FEHAK.
[14] El Libro de los Médiums, parágrafo 55, Editora Argentina 18 de Abril, Buenos Aires, 1977, hoy FEHAK
[15] André Luiz/Waldo Vieira, Chico Xavier. Evolución en dos Mundos.
[16] Allan Kardec, El Libro de los Espíritus. Preguntas 79 y 81.
[17] Jason de Camargo, Educación de los sentimientos. Editorial de los Cuatro Vientos, pág. 41. Buenos Aires, Argentina.
[18] Allan Kardec, Obras Póstumas. Editora Argentina 18 de Abril, página 26, 1999. Buenos Aires, Argentina.
[19] Allan Kardec, El Evangelio según el Espiritismo. Capítulo XI, Amar al prójimo como a sí mismo, La Ley de Amor.
[20] Divaldo P. Franco/Juana de Ángelis, En el borde del infinito, El Espíritu, Realidad del ser espiritual, página 28. Instituto de Difusión Espírita, 1986. Sao Paulo, Brasil.
[21] Divaldo P. Franco/Juana de Ángelis, En el borde del infinito, Jesús y Acción, página 146. Mensaje Fraternal, 1986. Caracas, Venezuela.

martes, 6 de octubre de 2015

LA HOGUERA, EL LIBRO Y LA IDEA



I

Corría el año de 1801. La idea religiosa agonizaba en España a manos de la intransigencia católico-romana, y en vez de aquella, que está llamada a vivificarlo todo, se erguía, procaz y repugnante, el indiferentismo, que todo lo aniquila. Hallábase entonces nuestra patria dividida en dos muy distintos campos. En el uno, se agitaban y bullían, orgullosos de sus triunfos, los hombres que diciéndose guiados por la fe ciega, creen, tratándose de religión, hasta en el absurdo moral y en la herejía científica. Su lema era el siguiente: Sólo nosotros podemos salvarnos; su procedimiento se reducía a una palabra: ¡anatema! Y después, hablaban de Dios y de Cristo; de Dios, que nunca cesará de atraernos a todos, hasta que todos nos salvemos; de Cristo, que además de haber predicado el amor para con los enemigos, impetraba, al expirar, el perdón de los bárbaros é ingratos que le crucificaban.

En el otro campo, no se agitaba ni bullía nadie. Los que en él vegetaban, y eran muchos, casi todos los españoles, decían sonriendo maliciosamente: “gocemos de esta vida, que es lo único positivo. ¿Quién sabe, ni quién sabrá nunca en la tierra, lo que ha de venir después? Cubramos las apariencias, que así no nos molestarán, y vivamos”. Luego, iban al templo, y doblaban humildemente las rodillas, y se golpeaban el pecho, y murmuraban oraciones, o acaso hacían como si las murmurasen, creyéndose así autorizados para exigir orden y moralidad. ¡Orden, sin verdaderas é inquebrantables creencias religiosas! ¡Moralidad, cuando los mismos que la reclamaban eran esclavos de la hipocresía!

Los pocos hombres que amando sinceramente la religión, no la creían empero, reñida con la civilización; que reconociendo las excelencias de la fe, no la erigían sin embargo, en soberana de la razón, sino que á entrambas las armonizaban; esos hombres, pocos en número, no se congregaban en campo alguno; vivían diseminados, estudiando en el silencioso retiro del bufete, y aun así les señalaban con el dedo. ¿Para qué? Para llamarles réprobos y perseguirlos, los que se titulaban únicos verdaderos creyentes; para despreciarlos y llamarlos, cuando menos, tontos, los que sólo de la vida presente se curaban.

II

Tal, y no otro, era el estado de España, cuando en alas de la imprenta había llegado, desde los Estados-Unidos de América, a Francia, donde tomó cuerpo de doctrina, el germen de la nueva idea, el embrión de las creencias religiosas del porvenir. Francia, esa nación apóstol, y mártir, por lo mismo, en no pocas ocasiones, encargóse de iniciar la propaganda; y dando a aquél el hoy ya vulgar nombre de Espiritismo, comenzó la obra, ardua por más de un concepto. La razón empero, le servía de cimiento; la justicia de escudo; la caridad de lema, y a pesar de las diatribas de unos, de las mofas de otros y de las falsedades de todos, el germen se dilataba y crecía, y convirtiéndose en árbol corpulento y frondoso, extendía a todas partes sus ramas, llevando a todas partes su dulce y bienhechora sombra. Era el oasis en medio del desierto de la vida; el rayo de luz en mitad de las tinieblas del error, y todos los que, sobre amar la verdad, se sentían menesterosos de paz y sosiego, corrían a inscribirse en las banderas del Espiritismo que gritaba incesantemente: “la tierra es un mundo nada más, y no todo el mundo, como creen la ignorancia y la superstición. Esos miles, esos millones de soles y planetas que contemplan nuestros ojos, son otros tantos mundos, habitados quizá; habitables sin duda alguna. La vida, este segundo del inmenso reloj de la eternidad, es tan sólo una existencia, y no toda la existencia del Espíritu, como dicen la superstición y la ignorancia. El hombre vive tantas vidas cuantas lo son necesarias para rehabilitarse y alcanzar los supremos fines a que está llamado. La muerte no es una cesacíon, es una trasformación, y a pesar de aquella, y merced a la irresistible virtualidad del amor, los muertos para este planeta pueden comunicarse con los que aquí llamamos vivos”. Y cuando alguien le preguntaba con arrogancia o desdén: “¿en qué fundas tus afirmaciones?” El Espiritismo respondía: “unas en la justicia de Dios, otras en la experimentación; observa y estudia. La verdad no es un regalo; es un salario. Trabaja, obrero de la inteligencia, y ganarás tu salario”.

III

La idea no reconoce fronteras ni valladares. Gracias a la imprenta, se introduce en todas partes; y corriendo en hombros del vapor y volando en alas del rayo, convertido por la ciencia en servidor del hombre, ha suprimido, por decirlo así, el tiempo y el espacio. He aquí porqué, cuando en Francia el Espiritismo iba tomando cuerpo, en Cádiz lo experimentaban y comprobaban unos cuantos hombres de buena voluntad; de modo, que a la tierra de España había llegado ya la nueva idea, y en ella comenzaba a germinar. Pero no bastaba esto. Los espiritistas gaditanos estudiaban; se llenaban de inmenso placer ante las grandes verdades que iban progresivamente descubriendo, y aun se atrevían a comunicar en voz muy baja a algunos discretos amigos el fruto de aquellas primeras misteriosas investigaciones. Mas ¿qué es la voz humana, tratándose de divulgar una verdad? Poco menos que nada; pues ni logra exponerla en su cabal desenvolvimiento ni consigue llevarla al ánimo por medio de la reflexión. El vehículo de la verdad en su trayecto de inteligencia a inteligencia, no puede ser otro que el libro. Así lo comprendió inmediatamente Barcelona, la ciudad acaso más positivista de España, y sin pensarlo dos veces, sin perder un solo momento, pidió libros, que acallasen su hambre de saber, y Francia se los remitió sin pérdida de tiempo. Las primeras obras de Espiritismo que se vendieron en tierra española, vendiéronse clandestinamente en Barcelona; la primera traducción de las obras espiritistas que se hizo en España, hízose clandestinamente en Barcelona. — Suum cuique.

IV

Cuando los eternos y encarnizados enemigos de toda verdad emancipadora, supieron estas cosas, temblaron de ira, y juraron cerrar todas las puertas a la nueva idea. El mismo juramento hicieron los escribas, fariseos y doctores de la ley, cuando Cristo anunciaba a la humanidad entera, desde las pintorescas campiñas de la Judea, la buena nueva; lo que más tarde había de llamarse el Cristianismo. Estos últimos levantaron una cruz; aquellos encendieron una hoguera. Antes quemaban vivos a los que titulaban herejes, porque o anunciaban un nuevo principio, o no estaban conformes con los que como verdaderos se les indicaban. En la época á que nos referimos en este artículo, no podían quemar a los hombres; pero sí, sus obras. Hoy, gracias al incesante progreso, no pueden quemar ni obras, ni hombres. Ya era tiempo.

El 9 de Octubre de 1861 encendieron la hoguera en Barcelona, en el sitio que allí llaman la Esplanada, y donde se aplica a los criminales la terrible pena de muerte. La mandó encender un obispo cristiano, uno que se titulaba discípulo de Cristo, del varón justo que incluyó entre las virtudes la caridad y la humildad, y entro los deberes ineludibles el perdón de las ofensas. Presidió el vergonzoso acto un presbítero, revestido de todas sus insignias, llevando en la una mano la cruz, y en la otra una antorcha encendida; la antorcha, símbolo de la verdad; la cruz, emblema de la redención, y esto cuando se intentaba esclavizar la conciencia a una determinada doctrina, y cuando con el humo de una hoguera se quería ocultar la luz de nuevas verdades. ¡Qué sarcasmo¡—Tampoco faltó la figura del escriba en aquel Calvario. Un escribano, un representante de la ley, de la que se nos decía entonces que era protectora del hombre y de su hacienda, levantó la competente acta de aquella ceremonia, infamante para los que la decretaban.

Uno tras otro, cayeron centenares de volúmenes entre las destructoras llamas; el pueblo, generoso siempre, prorrumpió en gritos de justa indignación; pero el acto se llevó hasta su total realización. Cuando los que llamaremos sacrificadores— por no darles otro nombre—satisfechos de su obra, en la creencia de que habían acabado con la nueva doctrina, se retiraban del lugar del sacrificio, el pueblo se arrojó sobre la hoguera, aun humeante, y pudo arrebatar a su voracidad algunos fragmentos de páginas. En unos se leía: pluralidad de mundos habitados; en otros, pluralidad de existencias del alma; en éstos: comunicación del-mundo visible con el invisible; en aquellos: no existen penas eternas, y en todos: FUERA DE LA CARIDAD NO HAY SALVACIÓN POSIBLE. Reducido a sus leyes fundamentales, todo el Espiritismo, ¿qué más necesitaba la inteligencia estudiosa?

Lo que luego ha sucedido, ya lo saben los lectores. La hoguera aquella se extinguió, el libro se vende hoy públicamente, la idea cuenta por millares los adeptos y los hace  numerosísimos y con pasmosa rapidez. — ¿Quién pudo detenerla? Nadie. ¿Quién podrá detenerla? Nadie tampoco.


MANUEL CORCHADO
Madrid, 9 de Noviembre de 1872.

JUNG Y EL ESPIRITISMO

  CARLOS GUSTAV JUNG ARQUETIPOS, ESPÍRITUS Y COMPLEJOS: EL ESPIRITISMO A LA LUZ DE LA PSICOLOGÍA JUNGUIANA Núñez, M. (1996). Archetypes ...