jueves, 30 de abril de 2015

Connotaciones historicas acerca del cilicio en los relatos de la cristiandad

Por: Oscar Cervantes Velásquez
Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís
Santa Marta - Colombia

Existe un largo recorrido histórico en la costumbre hebrea de la práctica del cilicio, la cual se encuentra vinculada al luto y al dolor. Este tipo de ritual iba acompañado de la rasgadura de las vestiduras, untarse cenizas y en algunos casos hasta de tierra.

¿Pero en realidad que era el cilicio? “El cilicio era una tela áspera, generalmente hecha de pelo de cabra, de color negro. Este mismo material se utilizaba para la fabricación de sacos o costales. En los tiempos bíblicos, se vestían de cilicio como una expresión de duelo, desastres personales, de la nación, tribu o una familia. Esto era una expresión de dolor y sufrimiento. También se utilizaba como penitencia por los pecados cometidos y se aplicaba para pedir misericordia o plegaria especial solicitando perdón[1].
Cilicio usado en la antiguedad. Fotografia tomada de la Web: isrealvalenzuela.com/2011/03/09/el-cilicio/
 Son muchas las citas bíblicas donde se hace alusión a esta práctica de tipo ancestral entre los judíos y que aún pervive en nuestros días, aunque de manera diferente entre algunas sectas cristianas contemporáneas. Por ejemplo en Génesis 37:34 encontramos: “Entonces Jacob rasgó sus vestidos, y puso cilicio sobre sus lomos, y guardó luto por su hijo muchos días”. En 2 Samuel 3:31: “Entonces dijo David a Joab, y a todo el pueblo que con él estaba: Rasgad vuestros vestidos, y ceñíos de cilicio, y haced duelo delante de Abner. Y el rey David iba detrás del féretro”. En Nehemías 9:1, podemos notar que en vez de cenizas utilizan la tierra: “El día veinticuatro del mismo mes se reunieron los hijos de Israel en ayuno, y con cilicio y tierra sobre sí”.  Algunos, como consta en Lucas 23:48, se golpeaban en el pecho: “Y toda la multitud de los que estaban presentes en este espectáculo, viendo lo que había acontecido, se volvían golpeándose el pecho[2].

Con posterioridad algunas comunidades cristianas lo utilizaron con otras finalidades, como el de garantizar la castidad a través de las mortificaciones de la carne, haciéndose fuertes en las tentaciones relativas al sexo y para la identificación con Jesucristo en los padecimientos que sufrió durante la Pasión y Muerte. Sobre este tema Michal Barret, sacerdote del Opus Dei[3], en entrevista realizada por el portal Web del Opus Dei y titulada “El Opus Dei y la mortificación corporal[4]” entre muchos otros temas dice:

Pregunta: ¿Los miembros del Opus Dei usan el cilicio?

Respuesta: Algunos miembros célibes del Opus Dei usan el cilicio. Se trata de una pequeña cadena de metal ligero, con puntas, que se lleva alrededor del muslo. El cilicio es incómodo –si no lo fuera, no tendría razón de ser–, pero de ningún modo entorpece las normales actividades de una persona, ni mucho menos conlleva derramamiento de sangre.

Pregunta: ¿Y qué nos dice de las disciplinas?

Respuesta: Lo mismo que del cilicio. Las usan algunos miembros célibes, generalmente una vez a la semana, durante un minuto o dos. Y no producen sangre, ni perjuicio para la salud, sino sólo una breve molestia.

Pregunta: ¿Ha inventado el Opus Dei el cilicio y la disciplina?

Respuesta: De ninguna manera. El cilicio y las disciplinas, igual que el ayuno y otras penitencias corporales, existen desde hace muchos siglos en la Iglesia Católica. Muchos de los santos más conocidos y estimados, como san Francisco de Asís, san Ignacio de Loyola y santa Teresita de Lisieux, los han usado. En el siglo XX también los han utilizado figuras como san Pío de Pietrelcina, la beata Teresa de Calcuta y el Papa Pablo VI. Algunas penitencias corporales como el ayuno y la abstinencia de la carne siguen siendo de precepto para todos los fieles católicos en determinados días de Cuaresma.

Según Marc Carroggio, miembro del Opus Dei, “la vida cotidiana de un numerario del Opus Dei está rígidamente ordenada. La jornada empieza con la frase "Serviam" ("Serviré") en cuanto abre los ojos. Se exige la asistencia diaria a misa con comunión, el rezo del ángelus, el rezo del rosario, la lectura de los evangelios, la repetición de una serie de oraciones y la práctica de ejercicios de meditación. Los numerarios deben llevar el cilicio (cadena con puntas metálicas) anudado en torno al muslo un par de horas diarias, y una vez por semana azotarse las nalgas con una especie de látigo mientras se reza un avemaría. "Ser numerario tiene más que ver con una relación de amor que con una obligación de sufrimiento: sin la base de una relación personal afectuosa con Cristo, todo resultaría ridículo[5]".

En la actualidad algunos grupos evangélicos practican otra forma de cilicio y es dormir una noche en el suelo, lejos de las comodidades propias del hogar. De acuerdo al artículo “Que significa el cilicio, palabra usada por los evangélicos para dormir en el piso”, “esto se hace en señal de humillación dejar la comodidad de nuestras camas para tener la experiencia de humillación. No es un simple dormir en el suelo, porque para muchos montañeros del mundo constituye un verdadero gozo dormir en el suelo en el monte[6]”.
Cilicio usado por algunas comunidades religiosas. Fotografía tomada de la Web: https://pizcasdevida.wordpress.com/tag/cilicio/

Otro tipo de prácticas ligadas al sufrimiento y mortificación del cuerpo tiene que ver con los denominados flagelantes, “secta impulsada, en el siglo XIII, por Rainieri Fasani, un monje dominico italiano natural de Perugia. Para combatir las calamidades y pestes que azotaban a numerosas regiones de Italia, y ante el malestar popular de la época, el monje aconsejaba seguir unas crueles penitencias. El sufrimiento y el odio al cuerpo eran la única vía para la salvación del alma”.  La flagelación poco a poco fue recibiendo apoyo popular, debido al fanatismo y la ignorancia en materia religiosa de la época, razón por la cual “el 20 de octubre de 1349 el Papa Clemente VI promulgó una bula condenando sus prácticas, y ordenó la persecución de los miembros de la secta[7].

Sin embargo, a pesar de la prohibición papal, aún en nuestros días, observamos cómo se mantienen este tipo de ritos en muchas regiones del mundo. En Colombia y más concretamente en la región de Santo Tomás, Atlántico, durante la celebración de la Semana Santa, se desarrolla una tradición que lleva más de 200 años, denominada “los flagelantes de Santo Tomás”, en la cual se azotan la espalda con un látigo terminado en bolas de cera de abeja. Junto a ellos se realiza el pago de mandas denominado “El Brazo de la Amargura”, que consiste en fijar el brazo derecho sobre una estructura de madera, sosteniendo una copa de vino y así realizar el mismo recorrido que corresponde a los penitentes.
Flagelante de Santo Tomás - Atlántico. Fotografía tomada de la Web: http://www.caracol.com.co/noticias
En países con fuerte raigambre católica, este tipo de prácticas es muy común. En Taxco, estado de Guerrero, México, se desarrolla el viernes santo la procesión de los "flagelantes encapuchados", que cargan pesados fardos de ramas espinosas, a modo de penitencia y se golpean con cuerdas con espinas en la espalda hasta provocar que las heridas queden a flor de piel. En Santiago de la Sonsierra, en la región de La Rioja, España, se les denomina “los picaos”, y así en muchos países como Filipinas, Brasil, etc., se aprovecha la festividad del viernes santo para la realización de estos ritos.

Es de anotar que detrás de estos rituales hay en hecho común y es “el atractivo turístico que el acto implica, además de ello, la iglesia católica desempeña un papel ambiguo —de recusa y aprobación— y su permisión tácita no es sino un estímulo para los penitentes. Sumado a ello que los medios de comunicación de masas contribuyen para que los rituales de penitencia sean definidos mucho más como espectáculos o escenificaciones de la fe que como una manifestación libre y espontánea de catolicismo popular”[8].

Otra manifestación ligada a la vivencia religiosa donde el dolor y el sufrimiento son los ingredientes necesarios para alcanzar la gloria de Dios, tiene que ver con hechos acaecidos en el siglo XVII, nos referimos específicamente a “las beatas”, “denominación que, en la Monarquía Hispánica del Antiguo Régimen, se daba a ciertas mujeres piadosas que vivían apartadas del mundo, o bien solas, o bien en pequeñas comunidades [beaterios] vinculadas en ocasiones a la tercera orden franciscana o a la orden dominica. Envueltas a menudo en una aureola de santidad, gozaban de gran prestigio en los medios populares[9]".

Hablamos de una época de crisis de la monarquía española donde, según los historiadores, la situación de la mujer era totalmente frágil, al punto de que “a una mujer podía irle relativamente bien económicamente y hundirse sólo por quedarse huérfana o viuda[10], razón por la cual muchas optaban por enclaustrarse en conventos y entregarse a la “vida mística”.

Ligada a las beatas, se hizo célebre la práctica de las mortificaciones y las penitencias. Según “Miguel Molinos, autor espiritual condenado en 1687 por sus doctrinas quietistas, analiza en uno de los capítulos de su "Guía Espiritual" el tema de las penitencias y mortificaciones corporales. "El sustento del alma, dice Molinos, es la oración, y el alma de la oración es la interior mortificación: porque aunque las penitencias corporales y todos los demás ejercicios con los cuales se castiga la carne, sean buenos, santos y loables (mientras sean con discreción moderados, según el estado y calidad de cada uno, y por el parecer del espiritual director), sin embargo, no granjearás virtud alguna por estos medios, sino vanidad y viento de vanagloria, si no nacen del interior. Para Miguel Molinos queda claro que la mortificación corporal sin más no tiene sentido alguno. Debe ser el director espiritual, como persona experimentada, quien diga cuándo y qué penitencias deben hacerse[11]”.

Bajo esta premisa, muchas de las beatas, quienes de buena fe y apegadas a las enseñanzas de sus confesores y mentores espirituales encarnados, practicaban las más variopintas mortificaciones, tal como lo plantea Antonio Panes en su obra “Chrónica de la Provincia de S. Juan Bautista de religiosos menores de la regular observancia de nuestro padre seráphico S. Francisco, Valencia, 1665-1666, vol. II,  veamos: “La beata María de la Concepción, conocida con el nombre de Ginesa de la Rosa, además de cilicios, disciplinas, ayunos y otros penitenciales utensilios, tenía una Cruz grande, mayor que la estatura del cuerpo arrimada a la pared, un poco sacado el pie afuera, con tres clavos grandes; de los cuales todas las noches estaba pendiente tres horas, y muchas veces perseveraba las noches enteras; puestos los pies en el clavo inferior, y colgado el cuerpo de los otros dos, enlazando las manos en unos cordeles. Era tanto el dolor y la dulzura" que al mismo tiempo experimentaba, que apostilla su biógrafo: "No pueden decir los testigos más que la penalidad exterior, pero la dulzura que, su alma sentía, siendo transformada por el compasivo afecto, y piedad en los dolores de nuestro Redentor, queda el ponderarlo a juicio del varón espiritual, pues tanto aliento en el padecer, no es dado a la flaqueza humana sin grande embriaguez, y olvido del penoso sentir, en el contemplativo gozar".

Continúa el mencionado autor, citando las diversas mortificaciones de que se hacían objeto voluntariamente las beatas: “Cilicios de todos los tamaños, modelos y formas son utilizados por las beatas. Ana García Rubia, no satisfecha con llevar un traje áspero y grosero arrimado a sus carnes, llevaba a menudo distintos tipos de cilicios: uno era de cadena de hierro con agudas puntas, de que se ceñía muy apretadamente; otro (a mi ver) no menos penoso, de pleita de esparto, que le cogía el medio cuerpo de la cintura arriba; y otro en la misma forma tejido de cerdas; otro de cerdas más despiadado, y cruel (que también le cogía el medio cuerpo) y apretábasele de manera a veces, que le traía con las carnes unido, y al quitársele, se llevaba tras sí los pedazos de ella, dejando el cuerpo lastimadísimo, lleno de llagas, y vertiendo sangre; y cuando así la sierva de Dios le veía, se gozaba, y complacía mucho, como quien se ha vengado de un fiero amigo".

De estas historias de beatas, tomadas del libro de Antonio Panes, quizá la que más me ha impactado es la de Elena Martínez; comenta el autor que: "Aconteció una vez, que llegó a la puerta un pobre, que tenía muy llagadas las piernas, y como le viese la santa doncella (que de su natural era en extremo aseada, y limpia, cualquiera cosa asquerosa le causaba gran repugnancia, y le revolvía el estómago) sintió grande horror, más reprendiéndose de su delicadeza, y poca caridad con el próximo, se concertó con él, que la dejase lamer las llagas, y que le daría limosna, y así lo hizo: y saboreosé de suerte en esta grande mortificación, que las veces que podía después ir al hospital, (que era cuando la enviaban a los mandados, porque no tenía otro tiempo) iba con gran gozo, llevando cualquier regalillo, que a ella le daban, y algunos trapos limpios, que con mucha diligencia buscaba entre sus amigas, y entrabase a la cuadra del hospital, que dicen la goleta, donde no ponen, sino a las mujeres llagadas de bubas, y de otras asquerosas enfermedades, lugar donde raras personas se animan a entrar, por el asco, y mal olor, que ay, y haciendo a aquellas miserables las camas, y limpiando sus inmundicias, pasaba a tanto su caridad, que con la lengua les lamía las llagas podridas, y exprimiéndolas, chupaba la asquerosa materia, y algunas veces se tragaba los trapillos, e hilos empapados de ella, lo cual hacía con tanta cautela, que apenas los pobres lo echaban de ver, porque viéndolo, lo rehusaban, y cuando la veían venir, ocultaban las llagas, pero compelidas de la necesidad, pedíanle, que les diese algunos trapos limpios, a lo que ella decía, que no los había de dar sino a aquellas, que tuviesen llagas, y que si las tenían, se las mostrasen, y así necesitadas lo hacían, y ella conseguía su intento: particularmente usaba de esta mortificación, cuando sentía, que aquellas cosas la causaban tan notable asco, que la obligaban a dar arcadas para vomitar, que eran muchas veces. Mas llegó a vencer de tal suerte aquella natural resistencia, que el beberse después la podre, y lamer las llagas, le era como gustar de un sabroso almíbar. Cuál sería la dulzura, que abundaba en su alma, pues redundaba así en la parte exterior, y gustaba su paladar, y lengua las destilaciones del panal dulcísimo, que había la misericordia, y piedad fabricado allá en sus entrañas".

En este corto recorrido por el mundo del dolor, del sufrimiento y de la mortificación de la carne en la que el ser humano se ha venido involucrando, pretendiendo vivenciar el martirologio sufrido por el Maestro Jesús, observamos como el sentido primitivo de la aplicación del cilicio en la cultura hebrea, se ha ido desnaturalizando a causa del fanatismo exacerbado de algunos, que buscan en el dolor y el sufrimiento la liberación de sus culpas pasadas, en un presente aún más tormentoso.

Los relatos aquí descritos nos dan una idea de lo que es capaz de hacer el ser humano en su búsqueda espiritual, a través de la autopunición. De acuerdo a la mentora espiritual Juana de Ángelis, “los conflictos que emanan de algunos sufrimientos o que llevan a otros tipos de sufrimientos, encuentran en el ego inmaduro los mecanismos de evasión de la realidad, dando lugar a patologías especiales. Bajo el pretexto de la elevación moral y espiritual son engendrados disturbios masoquistas, haciendo creer que la elección del sufrimiento auxilia en la liberación de la carne – cilicios, ayunos injustificables, maceraciones, soledad, desprecio por el cuerpo, castraciones, etc. – reflejando, no la búsqueda del Sí, sino un placer degradado, perturbador. Asimismo, cuando se imponen los mismos métodos a otros seres, con el pretexto de salvarlos, no hay salud mental ni espiritual en la propuesta, sino, sadismo cruel[12]”. 
Kit de penitente: cordón, disciplina y corona. Fotografía tomada de la Web: https://pizcasdevida.wordpress.com/tag/cilicio/

Es cierto que el Maestro Jesús nos invitó a tomar nuestra cruz y seguirlo (Mateo 16:24, Marcos 08:34 y Lucas 9:23), pero ¿cuál es la real interpretación que debemos hacer a tamaña invitación? ¿Por qué infligirnos duros sufrimientos si de por sí ya cargamos nuestras aflicciones? En El Evangelio según el Espiritismo, cap. XXIV, No pongáis candela debajo del celemín, encontramos esclarecimientos a esta enseñanza de Jesús, afirmándonos que en su ideario para la humanidad era necesario “sobrellevar con ánimo las tribulaciones que su fe le proporcionará; porque el que quisiera salvar su vida y sus bienes renunciando a mí, perderá las ventajas del reino de los cielos, mientras que aquellos que lo habrán perdido todo en la Tierra, y aún la vida por el triunfo de la verdad, recibirán en la vida futura el premio de su valor, de su perseverancia y de su abnegación; pero a aquellos que sacrifican los bienes celestes a los goces terrenos, Dios dice: Vosotros habéis recibido ya vuestra recompensa”.

Cargar, por tanto, su cruz, es no someterse a las imposiciones mezquinas de quien quiera que sea, tornándose libre para aspirar y conseguir, para trabajar y alcanzar las metas de la auto-iluminación, teniendo como modelo a Jesús, que rompió con todo aquello que era considerado ideal, establecido, legítimo, no obstante, predominante en los círculos viciosos de los poderosos, a quienes el túmulo también recibió y consumió en la vorágine de la destrucción de los tejidos, empero, no de sus vidas[13]”.


[2] Todas las citas fueron tomadas de la Web: https://www.biblegateway.com, Reina Valera 1960.
[3] Opus Dei: Institución perteneciente a la Iglesia católica. Fue fundada el 2 de octubre de 1928 por Josemaría Escrivá de Balaguer, sacerdote español canonizado en 2002 por Juan Pablo II. Fue erigida como Prelatura personal el 28 de noviembre de 1982 mediante la Constitución Apostólica Ut sit otorgada por el papa Juan Pablo II. El término latino «Opus Dei» significa “Obra de Dios”. Tomado de Wikipedia el 30/04/2015.
[4] http://www.opusdei.org/es-es/article/el-opus-dei-y-la-mortificacion-corporal/, tomado el día 30/04/2015.
[8] Antropología del dolor: los rituales de los flagelantes, penitentes y disciplinantes (Ceará – La Rioja). Universidad de Salamanca, Instituto de Iberoamérica, Facultad de Ciencias Sociales. Tesis doctoral presentada por el Ldo. y Mtro. D. Mario Helio Gómes de Lima. 2012.
[9] Pérez, Joseph. Breve Historia de la Inquisición en España. Barcelona: Crítica. Pág. 73, 2012.
[10] Sobre el papel de la mujer en la sociedad española del siglo XVII, vid: MARILO VIGIL, La vida de las mujeres en los siglos XVI y XVII.
[11] Molinos, Miguel. Guía espiritual.
[12] Autodescubrimiento, Juana de Ángelis/ Divaldo Franco. Ediciones Juana de Ángelis, pág., 136, 1997, Buenos Aires, Argentina.
[13] Jesús y el Evangelio. Juana de Ángelis/Divaldo Franco. Librería Espírita Alborada Editores, pág. 237, 2012.

Nota del autor: Las citas relacionadas a las beatas fueron tomadas en su integridad del documento: “Mujeres y Espiritualidad: Las Beatas Valencianas del Siglo XVII, de la autoría de Francisco Pons Fuster. Tomada de la Web: http://rua.ua.es/dspace/handle/10045/4933
 

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