Un amigo nuestro que vive
actualmente en Mérida de Yucatán, nos envió un pequeño artículo necrológico que
nos impresionó tristemente, hasta el punto de que preguntamos al Espíritu que
generalmente nos guía en nuestros trabajos si podía decirnos algo sobre aquel
Ser tan profundamente desgraciado, cuya existencia había sido tan horrible. Y
nuestro amigo invisible, viendo que nuestra pregunta no llevaba otro móvil que
el estudio y el deseo de dar una lección útil, nos dio algunos pormenores que
transcribiremos a continuación del citado escrito, que dice así:
ARCADIO
GÓNGORA
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La Naturaleza suele usar
burlas espantosas con la humanidad.
Ya en el fondo del hogar, o
a la faz pública, el genio del mal suele hacer sangrientos escarnios del
hombre, del rey de la Creación, de ese a quien el Supremo Hacedor formó a su
hechura y semejanza, según la frase bíblica. Suele precipitarlo, desde el trono
en que le colocó Natura, hasta los últimos y sucios escalones de la
degradación.
Se ha visto a individuos de
la especie humana, en todas las gradas de la escala social, proceder como jamás
se han conducido los más estúpidos animales.
Pongan ustedes la mano sobre
el polluelo de cualquier ave, sobre la cría de cualquier cuadrúpedo, sobre el
cachorro de la bestia más feroz, y verán como los padres se abalanzarán sobre
ustedes y se desesperarán si se encuentran impotentes para vengar o defender a
sus hijos. Y si éstos enferman o se extravían ¡con qué cariño o angustia los
cuidan y curan o los buscan!
Pues bien, se ha visto
padres, y lo que es más monstruoso todavía, madres que permanecen indiferentes
y frías ante la agonía o el cadáver de un hijo, o que los abandonan y olvidan
hasta el extremo de vivir como si nunca lo hubieran concebido y alimentado en
su seno... Se ha visto morir a gentes en tales condiciones, pero,
afortunadamente, no es eso lo regular en la existencia de las sociedades. Tan
sombrías reflexiones me las sugiere el reciente desenlace de un drama que, no
por ser humilde el protagonista, ni por haberse desarrollado la acción en la
oscuridad de la pobreza, deja de conmover a todo Espíritu pensador y
humanitario.
El 13 del presente mes ha
dejado de sufrir para siempre un hombre que en la villa fue conocido con el
nombre de Arcadio Góngora.
Parece que hace unos treinta
y dos años perdió completamente la razón, víctima de cierta predisposición
orgánica de raza, determinada por no sé qué descalabro amoroso.
Era entonces un arrogante
mancebo de dieciocho a veinte años, lleno de vida y de salud. Desgraciadamente,
su locura inofensiva y apacible al principio, se hizo al poco tiempo hostil y
peligrosa, hasta el caso de tenérsele que encadenar a un poste, como a una
fiera, para su propia tranquilidad y la de su familia.
Allí se le llevaba su mísero
alimento, de allí no se movía jamás, y allí... vivía como vive una bestia, y,
en ocasiones, en peor condición que ésta.
Hace cosa de diez años que
yo le conocí. Aún no se ha borrado, ni creo se borre de mi pensamiento, la
impresión que entonces produjo en mí su presencia.
Estaba sentado con el codo
derecho apoyado en la rodilla, y la mejilla en la palma de la mano, en una
pequeña hamaca que era todo el moblaje de la ruinosa, desaseada y desabrigada
choza de guano que habitaba, choza triste y aislada de las demás, como la de un
paria o la de un apestado... Con un pie estrechamente aprisionado entre un
anillo y el extremo de una cadena de hierro fijada en un poste; los cabellos,
las patillas y las barbas incultas y crecidas, cayendo sobre sus hombros; pecho
y espalda formando marco a unas facciones que debieran ser buenas, pero que
entonces estaban desfiguradas; sus negros y azorados ojos casi saltando de sus
órbitas y su calzón y camisa sucios y rotos, enseñando en diversos lugares su
velluda piel; parecía un salvaje o un anacoreta perdido en las profundas
sociedades de la selva. Hablaba sin cesar, ora alzando, ora bajando la voz,
pero en un lenguaje inteligente y rápido.
Al pararme en el dintel de
la puerta, levantó los ojos, los fijó en mí con una expresión que me hizo
retroceder y los giró enrededor como buscando algún objeto. De repente se
inclinó, echó mano a una piedra y la arrojó violentamente sobre mí; pero vi el movimiento
y me oculté tras de la puerta, que recibió el terrible golpe, que, de
alcanzarme, sin duda me hubiera hecho daño.
Le observé un momento con
sincera piedad, y me retiré con el corazón oprimido.
Desde aquel día hasta su
muerte, no volví a verle sino dos o tres veces.
Nadie podía acercársele sin
peligro, y su pobre familia compuesta solamente de mujeres, sufría crueles
penalidades para atender a la subsistencia.
Las ocasiones en que
transitaba yo por las inmediaciones de su pequeña choza escuchaba con emoción
su cavernosa y sonora voz, cuyo eco, en las altas y silenciosas horas de la
noche, vibraba hasta larga distancia y se cernía sobre la dormida villa, y se elevaba
al cielo como una dolorosa protesta contra la sociedad que le abandonaba, o
como una misteriosa plegaria impregnada de tristeza infinita: entonces me
preguntaba por qué la justicia divina no devolvía la razón a aquel desdichado,
o no hacía cesar para siempre su espantosa desgracia, quitándole la vida, harta
pesada para él, por más que no tuviese conciencia de su estado.
Decíase que casi nunca
dormía: el aniquilamiento de sus fuerzas le obligaba a callarse y a rendirse a
breves instantes de reposo.
En diversas ocasiones,
personas caritativas pretendieron enviarlo al hospital general de Mérida, en
donde si no se le curaba, siquiera estaría aseado y mejor atendido, pero su
familia siempre se opuso y rogó que se le dejase creyendo que por peor que ella
pudiese tratarle, siempre estaría mejor que en manos extrañas.
¡Funesto temor! ¡Fatal
equivocación que acaso perjudicó al infeliz demente! Por último, hace algún
tiempo fue atacado de una enfermedad del vientre que lo fue consumiendo
lentamente, que agravó su situación hasta ser anticipadamente devorado por los
gusanos parte su cuerpo: y el 13 del presente mes la Providencia se apiadó de
él, poniendo punto final a sus padecimientos terrenales.
Tenía entonces cincuenta y
dos años aproximadamente y estuvo demente treinta y dos.
Cuéntase que antes de morir,
la fugitiva razón, como esos relámpagos que rasgan fatídicos la profunda
oscuridad de una noche tormentosa, centelleó sobre su Espíritu al irse éste a
desprender su mísera cárcel. “Ea, hermanos” – dicen que exclamaba lastimosamente
en lengua maya -, “llegó entonces la hora de mi muerte”. Cuando la muerte se
presenta bajo esa forma u otra análoga creo que, en vez de deplorarla, débese
dar un voto de gracia. En esos casos, la muerte lejos de ser un mal, debe ser
un positivo beneficio.
¡Paz al Espíritu de Arcadio
Góngora! Repose en la mansión de los mártires.
F. Pérez Alcalá
(Yucatán) Tizimin, diciembre
19 de 1882.
* *
*
Como comprenderán nuestros
lectores, este tristísimo relato da margen a serias y dolorosas reflexiones,
porque si no hay efecto sin causa, la causa de tan deplorable efecto debe ser
horrible, espantosa: y desgraciadamente no nos engañábamos en nuestros cálculos,
porque nuestro amigo invisible nos dijo en su comunicación lo siguiente:
“Grandes remordimientos
pesan sobre la vieja Europa, que ha conquistado a sangre y fuego los países que
llamáis el Nuevo Mundo y otros hermosos continentes; y no pequeña parte tiene
España en esas horribles luchas, o mejor dicho, en esas matanzas fratricidas en
que sucumbieron tantos caudillos vencidos por el número de los contrarios; pero
no por el valor y la nobleza de los conquistadores, que llamándose civilizados
fueron más indómitos y más rebeldes que los salvajes, más desnaturalizados y
más feroces que las mismas fieras.
“¡Cuántos crímenes se han
cometido en esas para vosotros lejanas tierras, en sus bosques vírgenes!
¡Cuántas víctimas se han sacrificado en aras de las más torpes, desenfrenadas e
inmundas pasiones! Causa horror leer la historia de los terrenales que manchados
estáis con todos los vicios, hundidos en la concupiscencia y en la iniquidad.
“Grandes expiaciones estáis sufriendo,
pero, creedme, si fuerais a pagar ojo por ojo y diente por diente, se
sucederían los siglos como se suceden vuestras vidas y casi llegaríais a creer
en la eternidad de las penas al ver la continuación de vuestros incesantes
martirios a pesar de la Misericordia Divina. Como las leyes de Dios son
inmutables y tienen que cumplirse, tenéis necesariamente que sufrir todos los
dolores, todas las agonías que habéis hecho padecer a otros, gozándoos en su
tormento, la única ventaja de que disfrutáis al expiar es que a ningún ser de
la Creación le falta alguien que le quiera: miente el que dice que está solo,
todos estáis acompañados de un alma que se interesa por vosotros más o menos
relativamente según la enormidad de vuestro delito, y a falta de racionales
tenéis una raza irracional muy amiga del hombre, tenéis al perro, símbolo de la
fidelidad, que con una leve caricia os sirve de guía, de compañero, toma parte
en vuestras penas y en vuestras alegrías; esto en la parte visible, que fuera
del alcance de vuestra vida material están vuestros Espíritus protectores
dándoos aliento y resignación en las horas de cruenta agonía. ¡Ah! Si estuvieras
solos como decís, ¿qué sería de vosotros, infelices? Sí. Caeríais anonadados,
abrumados ante el terror y la soledad.
“Si cuando vuestro cuerpo se
entrega al descanso, vuestro Espíritu no encontrara una mano amiga que le
detuviera y no oyera una voz cariñosa que le preguntara: ¿Dónde vas, pobre
desterrado? ¿Creéis que tendrías fuerza para reanimar su organismo y comenzar
el trabajo de un nuevo día? No: el alma necesita amor como vuestras flores el
rocío, como las aves sus alas; sin ese alimento esencialmente divino no puede
vivir; y cuando sus culpas le obligan a carecer de familia, de hogar, de seres
afines a él, y tiene que permanecer en una doble prisión, separado de sus
semejantes, entonces su razón se oscurece. El hombre es un ser sociable por
excelencia, se siente atraído a formar familia, como que es miembro de la
familia universal; recuerda su origen, y sin los lazos del amor, de la amistad,
del parentesco, de la simpatía, no puede vivir, y como no puede vivir, por eso
no falta quien le quiera, visible o invisible; por eso el desgraciado dice
muchas veces: quisiera siempre estar durmiendo, porque durmiendo soy más feliz;
entonces no me acuerdo de mis desventuras; y no es que no se acuerda, al
contrario, las ve con más claridad; lo que tiene es que las ve acompañado de
Espíritus amigos que le alientan y le fortifican y le ayudan a llevar el peso
de su cruz.
“Todos los que os creéis
desheredados en la Tierra tenéis vuestros tutores en el Espacio, quienes cuidan
de vuestra herencia y os guardan vuestros tesoros para cuando seáis dignos de
poseerlos.
“Hay algunos Espíritus tan
depravados, hacen tan mal uso de su libre albedrío, que a éstos necesariamente
les dura más tiempo la orfandad, porque rechazan con sus desmanes todo el amor
y la tierna solicitud de las almas que quieren su bien, y a este número
pertenece el Espíritu que tanto os ha impresionado con el sufrimiento de su
última existencia; horrible, pero merecido, porque en la Creación, recordadlo
siempre, todo es justo.
“Ese Espíritu en una de sus
anteriores encarnaciones fue uno de los aventureros españoles que fueron a la
tierra mexicana a imponer sus tiránicas leyes, reduciendo a la servidumbre a
sus guerreras tribus, abusando miserablemente de la inocencia de sus mujeres,
enriqueciéndose de un modo fabuloso con la usurpación y el pillaje, cometiendo
todo género de atropellos, imponiendo su voluntad soberana sobre pueblos
enteros, convirtiéndose en un tirano tan cruel que su crueldad rayaba en lo
inverosímil; parecía imposible que aquel hombre hubiera recibido la vida del
hálito de Dios, porque si pudieran admitirse dos potestades, la una del bien y
la otra del mal, se diría que ese desgraciado era el hijo predilecto del
príncipe de las tinieblas, tanta era su perversidad. Brutal y lascivo hasta la
exageración, las doncellas más hermosas y los mancebos más arrogantes tenían
que acceder a sus impúdicos deseos, su excitación continua era el martirio de
sus desgraciados siervos. Valiente y temerario, cometía las más arriesgadas
empresas, y sólo le faltaba uncir a un carro triunfal a la hermosísima Azora,
virgen mexicana, bella como las huríes del paraíso de Mahoma, casta y pura como
las vírgenes del cielo cristiano. Azora era el encanto de su padre y sus
hermanos; su numerosa familia miraba en ella a la elegida del Padre de la Luz,
y todos la respetaban como un ser privilegiado, porque sus grandes ojos
irradiaban un resplandor celestial, y de su boca salían palabras proféticas que
escuchaban con santo recogimiento jóvenes y ancianos.
“Una tarde reunió a los
suyos y les dijo con triste acento: <Grandes e invisibles desgracias van a
caer sobre nosotros; las aves de rapiña extienden sus negras alas y cubren de
plomizas brumas nuestros límpidos cielos. Temblad, compañeros, no por nosotros
que seremos víctimas, sino por los verdugos implacables que desoirán nuestras
dolientes quejas; saldremos purificados por el martirio, más ¡ay de los
martirizadores!>
“Azora no se engañaba,
aquella noche llegaron al valle un centenar de aventureros capitaneados por
Gonzalo, que iba en busca de Azora, cuya peregrina hermosura le habían
ponderado, y deseaba que fuese una de sus desgraciadas concubinas; la hermosa
joven para evitar derramamiento de sangre suplicó a Gonzalo que no levantara
sus tiendas, que ella le seguiría, pero que respetara la vida de sus padre y de
sus hermanos; y como Azora tenía un ascendiente tan extraordinario sobre todos
los seres de la Tierra, Gonzalo también sintió su mágica influencia, y por su
vez primera obedeció al mandato de una mujer.
“Azora había tomado sus
precauciones y había reunido a todos los suyos en gran consejo, y mientras
deliberaban sobre lo que debían hacer, la joven fue al encuentro del enemigo,
diciendo a sus deudos que iba a ponerse en oración para atraer sobre su cabeza
los resplandores de la eterna luz, que no turbaran su meditación, y como
estaban acostumbrados a sus éxtasis que duraban algunos días, nada sospecharon,
y ella mientras tanto se entregó como víctima expiatoria a su verdugo
imponiendo a la vez condiciones que fueron respetadas.
“Gonzalo sintió por Azora
todo cuanto aquel ser depravado podía sentir, y al querer manchar su frente con
sus labios impuros la joven le detenía con un ademán imperioso, y él quedaba
como petrificado causándole inmenso asombro su timidez.
“Los familiares de Azora al
tener noticia de lo sucedido, juraron morir o vengar la deshonra de la casta
virgen, consagrada al Padre de la Luz; ellos ignoraban la mágica influencia que
había ejercido la joven sobre su raptor; para ellos estaba profanada la mujer
consagrada a los misterios divinos y su furor no tenía límite.
“Se pusieron en marcha yendo
a buscar a la fiera en su guarida. Gonzalo al verlos sintió renacer todos sus
malos instintos, adormecidos momentáneamente por la mágica influencia de Azora;
se rompió el encanto, y auxiliado por sus inicuos secuaces aprisionó a los
sitiadores, les amordazó cruelmente y Azora perdió la razón cuando la llevaron
a su padre que era un ídolo para ella, y le vio cargado de cadenas, cubierto de
insectos voraces que habían arrojado sobre su cuerpo para que lo fueron
devorando lentamente, y ante aquel mártir del amor paternal, consumó Gonzalo la
acción más infame, la que más podía herir al desgraciado, profanando el cuerpo
de la pobre loca que cedió a sus impuros deseos cuando se apagó la luz de su
clarísima inteligencia; y durante muchos días el padre de Azora sufrió el
horrible martirio de ver a su hija en poder de Gonzalo, que se complacía en
atormentar a aquel infeliz haciéndole presenciar actos que no se pueden
describir.
“Al fin murió Azora, y
Gonzalo siguió insultando a su desgraciado prisionero, arrojando en sus
mazmorras la inmundicia de sus caballos, escupiéndole al rostro, cometiendo con
aquellos defensores de su honra toda clase de atropellos.
“Murió el padre de Azora
después de crueles sufrimientos. Sus hijos también perecieron; de aquella tribu
de valientes no quedó ni uno, todos sucumbieron en poder de Gonzalo, que siguió
cometiendo infamia tras infamia hasta que uno de sus esclavos le asesinó
mientras dormía en su lecho, rendido por la embriaguez.
“Su vida fue un tejido de
espantosos crímenes, y como se complacía en el mal, como no le faltaba
inteligencia para conocer que su proceder era inicuo, como encontró en su
camino hombres de corazón que se propusieron educarle, y él los despreció, su
expiación tiene que igualar a la gravedad de su culpa, y ya ha encarnado
diferentes veces siendo el infortunio su patrimonio. ¡Ha hecho tanto mal!... Sin
que por esto le falte en todas sus existencias alguien que le quiera; y Azora,
Espíritu de luz, le alienta en sus penosísimas jornadas. Ella fue a la Tierra
la última vez con el propósito noble de comenzar la regeneración de Gonzalo,
pero su extremada sensibilidad no pudo resistir el choque violento que recibió
al ver a su padre en tan lamentable estado; la prueba fue superior a sus
fuerzas, que como solo Dios es infalible, no siempre los Espíritus saben medir
la profundidad del abismo donde han de caer.
“Es muy distinto ver las
miserias de la Tierra a gran distancia a vivir en medio de ellas, y son muchos
los Espíritus que sucumben en medio de sus rudas pruebas y de sus expiaciones.
“Nunca nos cansaremos de
deciros, que por criminal que veáis al hombre no le corrijáis por la violencia,
que harta desgracia tiene con la enormidad de sus delitos.
“¿Dónde hay mayor infortunio
que en la criminalidad? ¿Qué infierno puede compararse con la interminable
serie de penosísimas encarnaciones que tiene que sufrir el Espíritu rebelde
inclinado al mal? En unas la locura, en otras la espantosa deformidad, en aquélla
la miseria con todos sus horrores y sus vergonzosas humillaciones y otros
sufrimientos que nos es imposible enumerar, porque para sumar todos los dolores
que puede sentir el Espíritu no hay números bastantes en vuestras tablas
aritméticas para formar el total; la imaginación se pierde cuando quiere
sujetar a una cantidad fija el infinito de la vida que nos envuelve en
absoluto.
“Después de esas
encarnaciones horribles, vienen esas existencias lánguidas, tristes,
solitarias, en las cuales la vida es una continua contrariedad; el Espíritu ya
se inclina al bien, pero su amor no encuentra recompensa; almas, al parecer
ingratas, miran con indiferencia los primeros pasos de aquel pobre enfermo que
quiere amar y no encuentra en quien depositar su cariño, y hasta las flores se
marchitan con su aliento antes de ofrecerle fragancia; esas existencias son
dolorosísimas; expiación que sufre actualmente la mayoría de los terrenales,
Espíritus de larga historia, sembrada de horrores y de crueldades. En ese
período es cuando necesita el hombre conocer algo de su vida, porque ya tiene
conocimiento suficiente para comprender las ventajas del bien y los perjuicios
del mal; y, como todo llega a su tiempo, por eso hemos llegado nosotros a
despertar vuestra atención; por eso las mesas danzaron y los demás muebles
cambiaron de lugar. Y resonaron en distintos puntos de la Tierra las voces de
los Espíritus, porque era necesario que comprendierais que no estabais solos en
el mundo.
“Muchos suicidios hemos
evitado y a muchas almas enfermas hemos devuelto la salud.
“A un gran número de sabios
orgullosos les hemos demostrado que la ciencia humana es un grano de arena en
comparación del infinito, de la ciencia universal; y una revolución inmensa
llevaremos a cabo, porque ha llegado la hora del progreso para las generaciones
de ese planeta.
“Comenzáis a conocer la
verdad que ahora rechazáis, porque la luz os deslumbra, pero al fin os
habituaréis a ella, ensancharéis el círculo de vuestra familia terrenal y
miraréis en los Espíritus miembros de vuestra familia universal.
“Seréis más compasivos con
los criminales cuando sepáis que también lo habéis sido vosotros y que quizá
mañana volveréis a caer; que al Espíritu apegado al mal le cuesta mucho
decidirse al bien; es como el pequeño que da un paso y retrocede cinco, y anda
repetidas veces un mismo camino; pues de igual modo hacéis vosotros y hemos
hecho todos los Espíritus de la Creación, con la sola diferencia que unos
tienen más decisión que otros y más valor para sufrir la pena que se han
impuesto.
“Vosotros, los que buscáis
en nuestra comunicación saludable consejo y útil enseñanza, aprovechad las
instrucciones de ultratumba siempre que éstas os marquen el sendero de la
virtud y no halaguen vuestros vicios, ni patrocinen vuestras debilidades; desconfiad
siempre de todo Espíritu que os prometa mundo de gloria en cuanto abandonéis la
Tierra. Estudiad vuestra historia, miraos sin pasión, y os veréis pequeños,
pequeñísimos, microscópicos, llenos de innumerables defectos: celosos,
vengativos, envidiosos, avaros, muy amigos de vosotros mismos, pero de vuestro
prójimo, no; y con una túnica tan manchada, no esperéis sentaros a la mesa de
vuestro Padre, para lo cual precisáis cubriros con vestiduras luminosas y así
poder penetrar en las moradas donde la vida está exenta de penalidades, sin que
por esto los Espíritus dejen de entregarse al cultivo de las ciencias y al
nobilísimo trabajo de la investigación, porque siempre tendrán las almas algo
más que aprender.
“Nosotros venimos a
demostraros que el alma nunca muere y que el hombre es el que a sí mismo se
premia o se castiga; que las leyes de Dios, que son las que rigen la
Naturaleza, son inmutables. Venimos a aconsejaros, a fortaleceros, a enseñaros
a conocer la armonía universal, a contaros la historia de vuestros desaciertos
de ayer, causa de vuestros infortunios de hoy; esta es la misión de los
Espíritus cerca de vosotros; impulsaros al trabajo, al cultivo de vuestra
razón, que es la que os ha de conducir al perfecto conocimiento de Dios. Cuando
comprendáis que en la Creación todo es justo, entonces será cuando adoraréis a
Dios en espíritu y verdad, entonces alabaréis su nombre con el hosanna
prometido por las religiones, que aún no se ha cantado en la Tierra por la raza
humana; las aves son las únicas que lo entonan cuando saludan al astro del día
en su espléndida aparición.
“Recordad siempre que no hay
gemido sin historia, ni buena acción sin recompensa; trabajad en vuestro
progreso, y cuando encontréis uno de esos desgraciados, como el Espíritu que ha
dado origen a nuestra comunicación, compadecedle, porque tras de aquel sufrimiento
tan horrible le esperan por razón natural muchas existencias dolorosísimas en
las cuales la soledad será su patrimonio, y aunque como os he dicho antes, el
Espíritu nunca está solo, al alma enferma le sucede lo que al hombre cuando
sale de una enfermedad gravísima, que en la convalecencia está tan delicado,
tan impertinente, tan caprichoso, tan exigente, que toda su familia tiene que
mimarlo, acariciarlo y prestarle los más tiernos cuidados; y esto mismo exigen
los Espíritus cuando salen del caos de los desaciertos y comienzan su
rehabilitación; entonces quieren el amor de la familia, la simpatía de los
amigos, la consideración social, y como no han ganado lo que desean, como no lo
merecen, no lo tienen; y aunque no les falte un Ser que les quiera y les
compadezca, eso no es bastante para ellos; quieren más, y corren anhelantes
tras un fantasma que los hombres llaman felicidad, y como el judío errante de
la leyenda cruzan ese mundo sin encontrar una tienda hospitalaria donde
reposar.
“La mayoría de los Seres
encarnados en la Tierra sois enfermos convalecientes, y sólo en los Espíritus
encontraréis los médicos del alma que calmarán vuestra sed devoradora.
“Estáis cansados y
fatigados, tenéis hambre, tenéis frío; reposad un momento, vuestros amigos de
ultratumba quieren hacer menos penosa vuestra jornada, demostrándoos con hechos
innegables que en la vida infinita todo es justo”.
* *
*
¿Qué expresaremos después de
lo que nos ha dicho el Espíritu? Que estamos completamente de acuerdo con sus
razonables consideraciones. Por experiencia harto dolorosa tenemos que concederle
la razón y repetir con él que la Tierra es un hospital de generaciones enfermas
que están pasando la convalecencia; sólo los Espíritus de buena intención son
los que pueden conseguir con sus sanos consejos nuestro alivio y regeneración.
Lo que es nosotros, hemos
debido al estudio del Espiritismo los goces más puros de nuestra vida; hemos
adquirido una profunda resignación y un íntimo convencimiento de que nadie
tiene más de lo que se merece; esta certidumbre es la verdadera, la única felicidad
que puede tener el Espíritu en medio de su expiación.
Nosotros, estudiando la
Naturaleza, leyendo en ese libro que nunca tendrá fin, admirando la exactitud
matemática que tienen sus leyes, trabajamos cuanto nos es posible en nuestro
progreso, y cuando la soledad nos abruma, cuando el desaliento nos domina, miramos
al cielo, vemos en él los resplandores de la eterna vida y decimos: ¡En la
Creación todo es justo!
Tomado del libro “Hechos
que prueban” de Amalia Domingo Soler.
Junio 11 de 2025