martes, 28 de enero de 2025

LOS SUPERIORES Y LOS INFERIORES



La autoridad, lo mismo que la riqueza, es un encargo del que deberá rendir cuentas aquel que está investido de ella. No supongáis que se le ha conferido para proporcionarle el vano placer de mandar; ni tampoco, como lo cree equivocadamente la mayor parte de los poderosos de la Tierra, como un derecho o una propiedad. Dios, por otra parte, les demuestra constantemente que no es ni lo uno ni lo otro, pues la retira cuando le place. Si fuese un privilegio inherente a la persona que la ejerce, sería inalienable. Así pues, nadie puede decir que algo le pertenece cuando se le puede quitar sin su consentimiento. Dios confiere la autoridad a título de misión o de prueba, cuando lo juzga conveniente, y la retira del mismo modo.

Quienquiera que sea depositario de autoridad, sea cual fuere la extensión de ella, desde la del señor sobre su servidor hasta la del soberano sobre su pueblo, no debe olvidar que tiene almas a su cargo. Habrá de responder por la buena o mala orientación que imparta a sus subordinados, y sobre él recaerán las faltas que estos lleguen a cometer, así como los vicios a los cuales sean arrastrados a consecuencia de esa orientación o de los malos ejemplos que dé. Por el contrario, recogerá los frutos de la dedicación que emplee para conducirlos hacia el bien. Cada hombre tiene en la Tierra una misión, grande o pequeña, y esa misión, cualquiera que sea, se le otorga para el bien. Por consiguiente, quien la falsea en su principio no hace más que fracasar en su desempeño.

Del mismo modo que Dios pregunta al rico: “¿Qué has hecho de la riqueza que debía ser en tus manos una fuente que esparciera fecundidad alrededor tuyo?”, preguntará también al que tenga una autoridad cualquiera: “¿Qué uso has hecho de esa autoridad? ¿Qué males has evitado? ¿Qué progreso promoviste? Si te di subordinados, no fue para que los convirtieras en esclavos de tu voluntad, ni en instrumentos dóciles a tus caprichos o a tu ambición. Te hice fuerte y te confié a los débiles para que los amparases y los ayudaras a ascender hacia mí”.

El superior que se encuentra compenetrado de las palabras de Cristo, no desprecia a ninguno de los que están a sus órdenes, porque sabe que las distinciones sociales no persisten delante de Dios. El espiritismo le enseña que si hoy le obedecen, tal vez antes le han dado órdenes, o se las darán más adelante, y entonces será tratado según la manera como haya tratado a los otros.

Si bien el superior tiene deberes que cumplir, el inferior también los tiene, y no son menos sagrados. Si este último es espírita, su conciencia le dirá aún mejor que no puede considerarse dispensado de ellos, ni siquiera cuando su jefe deje de cumplir con los que le competen, porque sabe que no debe devolver mal por mal, y que las faltas de los unos no justifican las de los otros. Si sufre por su posición, dirá que seguramente lo ha merecido, porque es posible que él mismo haya abusado en otro tiempo de su autoridad, y porque le corresponde a su vez experimentar los inconvenientes que ha hecho sufrir a otros. Si se ve obligado a soportar esa posición, porque no encuentra otra mejor, el espiritismo le enseña a resignarse y a considerarla una prueba para su humildad, necesaria para su adelanto. Su creencia lo guía en la manera de comportarse, y lo induce a proceder como le gustaría que sus subordinados procediesen para con él, en el caso de que fuera el jefe. Por eso mismo, es más escrupuloso en el cumplimiento de sus obligaciones, pues comprende que toda negligencia en el trabajo que se le ha confiado es un perjuicio para aquel que lo remunera, y al que debe su tiempo y su dedicación. En una palabra, es inducido por el sentimiento del deber que su fe le confiere, y por la certeza de que todo desvío del camino recto implica una deuda que, tarde o temprano, deberá pagar. (François Nicolas Madeleine, Cardenal Morlot. París, 1863.)

 

Tomado de: El Evangelio según El Espiritismo.


lunes, 20 de enero de 2025

Biografia de José Custodio de Farias, el abad Farias

 

Estatua en honor al Abad Faria en Panaji, Goa.

Poco se habla de José Custodio de Faria, el abad Faria; figura envuelta en gran misterio. Respetado en los círculos científicos, fue pionero en la manipulación de fluidos magnéticos a través de sugestiones verbales, es decir, mediante el hipnotismo. Una vez, en Lisboa, invitado a predicar ante la reina María I, la Loca, el abad no conseguía pronunciar ni una sola palabra por el enorme pánico que lo dominaba. Su padre se acercó discretamente y le dijo: “¡Son solo vegetales, corte las vegetales!” Después de esta ayuda, su miedo pasó. Intrigado, comenzó a estudiar cómo las palabras verbalizadas podían influir en la conducta de una persona.

Fue a partir de estos estudios que en 1813 comenzó a practicar el magnetismo a través de Puységur. Con una formación más sólida en este campo, demostró que las interpretaciones de Mésmer y Puységur eran erróneas, defendiendo en su obra póstuma titulada “De La Cause Du Sommeil Lúcide” (Sobre la causa del sueño lúcido), de 1819, que el magnetismo era un fenómeno natural debido a predisposiciones, circunstancias fortuitas o causa inmediata, es decir, atribuía el proceso de curación a través de la autosugestión monitoreado por la orden verbal del hipnotizador.

Egas Moniz (1874-1955), Premio Nobel de Fisiología en 1949, comenta que “el Padre Faria vio el problema de la hipnosis en sus propios fundamentos con gran precisión y claridad. Fue el primero en definir la hipnosis y sus límites naturales (...) Fue el primero en defender la doctrina sobre la interpretación de los fenómenos del sonambulismo, punto de partida de toda su doctrina”.

El abad Faria comienza sus actividades en París promoviendo el hipnotismo. A través de manifestaciones públicas, su fama se extendió por toda la ciudad, generando animadversión en unos, tachándolo de charlatán, y admiración en otros, considerándolo divino; inicia una revolución en la comunidad científica y en las doctrinas teológicas.

José Custodio de Faria nació en Candolim de Bardez, Goa (antiguo estado de la India) el 31 de mayo de 1746. Cuando aún era joven, su padre lo llevó a Lisboa para que adquiriera formación teológica y se convirtiera en sacerdote. Un año después, viajó a Roma para completar sus estudios, incluido más tarde el doctorado en Teología. El abad Faria era un hombre de gran inteligencia, lo que causó buena impresión en las autoridades eclesiásticas, además de su compostura moral.

Defensor de la Revolución Francesa, en 1795, instalado en París, dirigió uno de los batallones revolucionarios del famoso “10 du Vendinaire” contra la Convención Nacional. Algún tiempo después, sin motivo aparente, fue detenido en el «Chateau d’If» y permaneció allí durante largo tiempo. La mayor parte de su tiempo practicaba sus teorías de autosugestión. Una vez liberado, percibe que opiniones opuestas a su teoría prevalecían, causándole disgusto. Se retiró a la vida monástica y murió de una apoplejía fulminante en París el 20 de septiembre de 1819.

El abad Faria es inmortalizado en la novela de Alexandre Dumas (padre), “El Conde de Montecristo”, en el episodio en el que fue encarcelado junto a Edmund Dantés.

Se considera que el Abad Faria favoreció enormemente el establecimiento de la psicoterapia psicoanalítica y del psicoanálisis.

 

Tomado de la revista “Vórtice” boletín sobre magnetismo de diciembre de 2008.

Traducción del portugués: Oscar Cervantes Velásquez

Centro de Estudios Espíritas Francisco de Asís

Santa Marta – Colombia

Enero 20 de 2024

 


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