“El Reino de los Cielos es
semejante a un tesoro escondido en el campo. El que lo encuentra lo esconde y,
lleno de alegría va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo.” (Mateo,
XIII, 44).
El
hombre ha resumido su tarea en la Tierra a buscar “tesoros”, a hallar tesoros,
a esconder tesoros, a vender lo que tiene para comprar campos que tengan
tesoros. Así ha sucedido y así está sucediendo.
¿Para
qué trabaja el hombre en la Tierra? ¿Para qué estudia? ¿Para qué lucha, hasta
el punto de matar a su semejante?
¡Para
poseer tesoros!
Jesús,
sabiendo de los engaños que el hombre emplea en la conquista de los tesoros,
hizo del “tesoro escondido” una parábola, comparándolo al Reino de los Cielos;
lo hizo, naturalmente, para que los que recibiesen esos conocimientos, también
empleasen todo sus talento, todos sus esfuerzos, todo su trabajo, toda su
actividad, todos sus sacrificios, en la conquista de ese otro “tesoro”, al cual
él llamó imperecible, recordando que “la polilla y la herrumbre no lo corroen,
y los ladrones no lo roban”.
El
Reino de los Cielos es un tesoro oculto al mundo, porque los grandes, los
nobles, los guías y los jefes de sectas religiosas no quieren hacer que
aparezca para la Humanidad. Pero, gracias a la Revelación, a las Enseñanzas
Espíritas, a los Espíritus del Señor, hoy le es muy fácil al hombre hallar ese
tesoro. Más difícil le puede ser, “vender lo que tiene y comprar el campo”, es
decir, desembarazarse de sus viejas creencias, del egoísmo, del prejuicio, del
amor a los bienes terrestres, para poseer los bienes celestes.
Materializado
como está, el hombre prefiere siempre los bienes aparentes y perecibles, porque
los considera positivos; los bienes reales e imperecibles él los juzga
abstractos.
La
Parábola del Tesoro Escondido es significativa y digna de meditación: el hombre
terreno muere y se queda sin sus bienes; el hombre espiritual permanece para la
Vida Eterna y el tesoro del cielo, que él adquirió es de su propiedad
permanente.
Tomado del libro "Parábolas de Jesús" de Cairbar Schutel