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La verdadera caridad es una
de las más sublimes enseñanzas que Dios ha impartido al mundo. Entre los verdaderos
discípulos de su doctrina debe existir una fraternidad absoluta. Debéis amar a
los desdichados, a los criminales, como criaturas de Dios a las cuales se les concederá
el perdón y la misericordia si se arrepienten, al igual que se os concederá a
vosotros mismos por las faltas que cometéis contra su ley. Pensad que vosotros
sois más reprensibles, más culpables que aquellos a quienes rehusáis el perdón
y la conmiseración, puesto que muchas veces ellos no conocen a Dios como
vosotros lo conocéis, y por eso se les pedirá menos que a vosotros.
No juzguéis, ¡oh!, no
juzguéis de ningún modo, queridos amigos, porque el juicio que vosotros
pronunciéis os será aplicado aún con mayor severidad, y tenéis necesidad de
indulgencia por los pecados que cometéis sin cesar. ¿No sabéis que hay muchas
acciones que son crímenes delante del Dios de pureza, y a las que el mundo ni
siquiera considera como faltas leves?
La verdadera caridad no
consiste solamente en la limosna que dais, ni en las palabras de consuelo con
que podéis acompañarla. No, no es sólo eso lo que Dios exige de vosotros. La
caridad sublime que Jesús enseñó consiste también en la benevolencia que
empleéis siempre y en todas las cosas para con vuestro prójimo. Incluso podéis
ejercitar esa sublime virtud en relación con seres que no tienen necesidad de
vuestras limosnas, pero a quienes las palabras de amor, de consuelo y de
estímulo conducirán al Señor.
Se acercan los tiempos, os
lo repito, en que la gran fraternidad reinará en este globo, y en que los
hombres obedecerán la ley de Cristo, la única ley que constituirá el freno y la
esperanza, y conducirá a las almas a la morada de los bienaventurados. Amaos,
pues, como los hijos de un mismo padre. No hagáis diferencia entre los otros desdichados,
porque Dios quiere que todos sean iguales. No despreciéis a nadie. Dios permite
que haya entre vosotros grandes criminales, a fin de que os sirvan de
enseñanza.
Muy pronto, cuando los
hombres sean inducidos a respetar las verdaderas leyes de Dios, ya no habrá
necesidad de esas enseñanzas, y todos los Espíritus impuros y rebeldes serán expulsados
hacia mundos inferiores, en armonía con sus inclinaciones.
Debéis a aquellos de quienes
hablo el socorro de vuestras oraciones: en eso consiste la verdadera caridad.
Nunca digáis de un criminal: “Es un miserable. Hay que eliminarlo de la Tierra.
La muerte que se le impone es demasiado benigna para un ser de esa calaña”. No,
no es así como debéis hablar.
Contemplad a Jesús, vuestro
modelo. ¿Qué diría Él si viese a ese desdichado a su lado? Se compadecería de
él. Lo consideraría como un enfermo digno de lástima. Le tendería la mano.
Realmente, vosotros no podéis hacer lo mismo que Jesús, pero al menos podéis
rogar por ese criminal y asistir a su Espíritu durante los pocos instantes que
aún deba pasar en la Tierra. El arrepentimiento puede conmover su corazón, si
rogáis con fe. Es vuestro prójimo, al igual que el mejor de los hombres. Su
alma descarriada y rebelde fue creada, como la vuestra, para perfeccionarse.
Así pues, ayudadlo a salir del cenagal, y orad por él. (Elizabeth de Francia.
El Havre, 1862.)
Tomado de "El Evangelio según el Espiritismo"
Capítulo XI - Amar al prójimo como a sí mismo.